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Authors: Juan Eslava Galán

En busca del unicornio (21 page)

Y como este pecado había que castigarlo con la muerte, según justicia demandaba, luego mandé degollar a los hermanos de Caramansa y a él lo mandé quemar encima de un montón de leña que los otros juntaron. Y Caramansa se dejó quemar con más valor del que hubiera esperado de él pues ni un gemido dio cuando el fuego le abrió las carnes y le empezó a derretir las mantecas. Y con aquel gran olor a carne asada que dio al aire, muy tristemente nos retiramos a nuestra posada, llorando algunos y muy sombríamente silencioso Andrés de Premió.

Y pasó aquel día y vino la oscuridad de la noche, la cual pasamos sin dormir y muy vigilantes, recelando traición de los negros. Y yo deseaba en mi corazón mandar por Gela y hacerla venir y llevarla conmigo, mas siempre hube de contenerme pensando que no me correspondía velar por mis cosas y por mis pesares sino por los de mis hombres según fuera cumplidero al servicio del Rey nuestro señor. Y pensé que lo que cabía hacer a un buen capitán era salir de allí en amaneciendo e ir a donde estaban los mambetu y cobrar a Inesilla de sus prisiones y seguir camino del Mediodía hasta que Dios Nuestro Señor fuera servido de darnos un unicornio. Y que si tan difícil se nos había hecho hasta el momento el hecho había sido en punición de nuestros muchos pecados.

Y con esto determiné que en adelante no nos haríamos más vecindad con negros sino que pasaríamos siempre adelante como mejor cumpliera al servicio del Rey nuestro señor.

Y a otro día de mañana, según amaneció el alba, llamé a los hombres y salimos y la gente del pueblo se había huido por la noche y no quedaban más negros que los que con nosotros de antiguo estaban. Y aun de éstos faltaban algunos que allí habían encontrado mujer y antes quisieron quedar con ella que seguirnos, y esto dijeron los que habían preferido quedarse con nosotros. Entonces junté a los hombres en medio de la plaza, donde los perros habían comido el cuerpo quemado de Caramansa y esparcido sus huesos, y allí les hablé con gran enojo y les dije cómo nuestros muchos males y el decaimiento que nos aquejaba procedían de que no estábamos cuidando como debíamos el servicio del Rey sino que, habiendo encontrado un lugar descansado, allí nos habíamos demorado por más de dos años, por yacer con negras y tener vida viciosa y descansada. Y los hombres me oían y miraban al suelo y ninguno osaba contestar. Y detrás desto les dije lo que cumplía hacer y sería que, en siguiendo nuestro camino, iríamos a la tierra de los mambetu y les pediríamos a Inesilla y cuando la cobráramos en salvo proseguiríamos en busca del unicornio sin osar demorarnos más. Y ellos fueron de un acuerdo con esto.

Luego nos esparcimos por el pueblo y registramos las chozas y no encontramos nada que llevarnos, que los negros se habían ido con todo el grano y la harina y los animales, y mandé prender fuego a todas las casas y hacer candela dellas porque los negros tuvieran ocasión de recordarnos con aflicción a los que, habiendo peleado por ellos lealmente, luego traicionaron. Y con esto salimos de allí y tomamos el camino del Mediodía y dejamos el lugar entrado y, ya que no robado, puesto a fuego con todo lo que en los campos estaba, que no parescía el cielo ni el aire de las grandes quemas y humos.

Y en bajando por el río llegamos al sitio donde yo tantas veces me había solazado bañándome con Gela, y dejando a los hombres pasar adelante me quedé trasero por mirar a mi sabor y en soledad la última vez aquel lugar tranquilo y recordarme de las dichas pasadas. Y sentí una congoja de haber despedido tan ligeramente a Gela y a su hijo mas ya estaba todo ello cumplido y acabado y no quise pensar más. Y con esto me alejé luego en pos de los míos, sin querer volver la vista atrás como mi corazón me mandaba.

Y al cabo de dos semanas de marcha, víspera de San Miguel, dimos en un valle ameno y muy verde donde vivían algunos de los mambetu. Y viendo que había guardas vigilándonos de lejos, luego mandé corredores, de los negros que con nosotros venían, con recado de que no traíamos guerra sino paz y que íbamos de paso para otra tierra mas antes queríamos tener hablas con los jefes de los mambetu. Y a los dos días que allí posamos con los ojos bien abiertos y mucha prevención, por excusar daño de enemigos, vino respuesta del jefe mambetu que se llamaba Boro-Boro.

Y éste era hijo de uno de los que matáramos en la batalla del otro año.

Y el que traía su parla era un viejo enteco y mínimo, liado en un paño donde estaba dibujada la seña del león, por mostrar que había sido guerrero ilustre. Y luego que se llegó a mí, en su parla, que yo ya medio entendía, porque era la misma que la de los negros bandi, me dijo: "Salud al grande y poderoso herrero blanco. Yo soy la voz del jefe Boro-Boro que es hijo del dios Anaka y me manda decir que si tú no quieres guerra, él tampoco la quiere y que os dará harina y sebo para que salgáis más prontamente de la tierra". A lo que yo iba a contestar que no quería harina ni sebo sino solamente a Inesilla, pero luego lo pensé mejor y contesté: "El gran herrero blanco pasará de largo como dices pero antes me tendréis que dar, además de harina y sebo, a la mujer blanca Inesilla. Y sin ella no nos iremos y haremos la guerra muy crudamente". Y con esta respuesta luego se volvieron los negros y dijeron que traerían contestación de allí a nueve días, porque Boro-Boro estaba lejos.

Y como el sitio era bueno dispuse que acampásemos allí en espera de la respuesta y por estar más prevenidos, mandé hacer una cava en redondo y en el parapeto de la dicha cava mandé clavar estacas, y luego mandé hacer ciertos chamizos de madera y ramas donde guarecernos del mucho sol, y fuera de la cava, hasta cierta distancia convenientemente, los pozos de lobo y zanjas con cañas clavadas que habían mostrado ser buenas la otra vez. Y en esto se entretuvieron los hombres tanto blancos como negros hasta que vino la respuesta de Boro-Boro. Y a los siete días tornó el mismo viejo de la manta del león y dijo que Boro-Boro le había pedido al hombre que ahora estaba casado con Inesilla que la dejara partir y él había estado de acuerdo pero que era ella la que prefería quedarse con los mambetu antes que volver a ver a los blancos. Y en diciendo esto, Andrés de Premió, que antes había estado oyéndolo pacíficamente, no lo pudo sufrir más y se levantó de pronto y le dio un bofetón al viejo y lo tiró por tierra. Y uno de los negros jóvenes que con el viejo venían, echó mano de un venablo que traía a la cintura para ir contra Andrés, mas Andrés le tiró una cuchillada por la barriga y se la abrió sesgada y le echó las tripas todas de fuera y el negro se vino al suelo gimiendo. Y todo esto acaeció tan en un momento que no nos dio lugar a estorbarlo a los que allí presentes estábamos. Con lo cual los otros mambetu empezaron a huir, mas yo, temiendo que irían a Boro-Boro con parla de lo ocurrido, di grita a los ballesteros que les tiraran y, aunque los que huían se habían alejado un buen trecho para cuando ellos armaron sus ballestas, luego les tiraron como buenos y uno a uno les fueron pasando las espaldas con los virones de acero.

Con lo que todos los mambetu quedaron muertos entre la yerba menos el viejo que gimoteaba en el suelo abrazado al que había recibido la cuchillada que, por las señas, era su hijo. Y yo hube gran enojo de Andrés de Premió mas no quise decirle las palabras gruesas que se me venían a las mientes porque ya la cosa no tenía remedio. Con esto dejamos pasar las horas deliberando y a la noche hubimos junta y consejo sobre lo que más convenía hacer. Y algunos ballesteros temían que cuando los mambetu fueran sabedores de lo allí acaecido vinieran sobre nosotros con gran poder de gente y nos pusieran en estrechez o nos mataran, mas, con todo, yo disimulaba los mismos temores por la vergüenza de salir del país de los negros dejando una mujer nuestra presa y cautiva de paganos. Así que me puse de pie y con razones muy firmes y resueltas dije que no pasaríamos adelante hasta ver libre a Inesilla aunque tuviera que enforcarlos a todos, y ya con esto los otros se callaron cuando me vieron hablar con palabras de enojo y a voces. Y al día siguiente, antes que el alba fuera venida, soltamos de sus cuerdas al viejo y le dimos de comer y comimos todos y salimos por él guiados hacia el pueblo de Boro-Boro.

Y de allí a cinco días, en jornadas cortas, porque no quería yo que la gente llegase cansada si había que pelear, avistamos un llano que se hacía al lado de un río de mucho caudal.

Y éste era el asiento del pueblo de los mambetu. Y luego supe que de los tres pueblos mambetu, aquel de Boro-Boro era el más chico pero que, por haber sido en los tiempos antiguos el origen de los otros dos, su Rey tenía más potestad sobre los suyos, como entre los reyes de la Cristiandad la tiene el Papa. Y por las señas que vimos parecía que los del pueblo estuvieran de todo asalto descuidados aunque algunos guardas que en el campo estaban corrieron luego a dar aviso de que llegábamos. Y con esto dispuse yo a los hombres en buena ordenanza y celada para que no fuéramos notados cuántos éramos, y luego mandé a dos negros con el Negro Manuel a dar parla de que yo esperaba a Boro-Boro. Y al rato vinieron con aviso de que Boro-Boro vendría con los notables de su pueblo y traería a Inesilla. Y el Negro Manuel nos dio parla detallada de cómo quedaba dispuesto el pueblo y que en él se veían por lo menos quinientos hombres que pudieran tomar armas y que a la otra parte el río hacía una revuelta y casi lo abrazaba. Y a la hora de más calor vimos venir a un grupo de treinta o cuarenta negros, con muchos quitasoles de palma y lanzas, fuertemente armados, y adargas blancas pintadas, por las que pasan los pasadores de las ballestas como si de papel fuesen. Y Boro-Boro era joven y no tan gordo como su padre y venía puesto sobre silla de cañas y dos negros desnudos le daban sombra con un palio de hierbas. Y a menos de un tiro de ballesta mandó parar la silla cuidando que estaba en salvo, y pararon todos. Y yo miré a Villalfañe y vi que estaba atento, detrás de mí con la trompeta preparada para dar aviso a la ballestería que por toda la linde quedaba derramada y oculta. Y yo alcé las manos en señal de paz y Andrés se adelantó unos pasos y viendo que Inesilla estaba delante de los negros con un niño chico en brazos, luego la llamó a grandes voces que no tuviera miedo y que viniera para con nosotros.

mas ella se abrazó al niño y dio la espalda y parecía que se quería meter entre los negros, pero ellos cerraban adargas delante y se lo estorbaban. Y todos vimos que no estaba atada sino que en su enajenación había perdido el seso y verdaderamente no quería volver con nosotros por su voluntad. Y viendo esto, fray Jordi, que hasta entonces nunca me pareciera hombre valiente para los peligros de las armas, se adelantó solo y fue caminando con los brazos abiertos a donde los mambetu e Inesilla estaban y allí se estuvo largo rato platicando con ella, con una mano puesta en su hombro y a veces la bajaba para acariciar la cabeza del niño, que Inesilla tenía fuertemente contra su pecho. Y al cabo de una gran pieza, tornó fray Jordi para nosotros mirando muy conmiseradamente a Andrés de Premió y yéndose a él le explicó que Inesilla se había casado con un negro mambetu y que había tenido un hijo de él y que no estaba en su juicio y porfiaba en quedarse a vivir entre los negros antes que seguir errando con nosotros en pos del unicornio y que decía que ya tenía pasado mucho sufrimiento y vista mucha miseria y mucha sangre y antes quería quedarse a vivir la vida con su hijo en tierra de infieles que volver a vestir sayas y comer en manteles en tierra de cristianos y que mandaba decir a Andrés que la perdonara y que siguiera adelante y que la olvidara pronto y que ella más bien se quedaba queriéndolo como a hermano que como a marido. Y al oír esto se demudó Andrés y dio un alarido grande como si le arrancaran el alma y quiso correr para donde Inesilla estaba, mas yo mandé al Negro Manuel y a otros dos que lo agarraran y lo tiraran al suelo y le estorbaran moverse hasta que fuera calmado de aquella porfía. Y mientras veía debatirse tan tristemente a Andrés reflexioné que para sacar a Inesilla de entre aquellos negros tendría que ser por la fuerza. Mas otra ocasión de desbaratarlos y matarles su Rey y a muchos buenos guerreros no se me iba a presentar más adelante si los dejaba volver luego a su pueblo y hacer sus previsiones para la guerra y defensa. Y con esto me volví a Villalfañe y le hice seña y Villalfañe se llevó la trompeta a la boca y dio el toque de combate que se dice a degüello y los ballesteros que ocultos estaban luego se alzaron de entre las matas y tiraron. Y Boro-Boro recibió más de seis virotes en el pecho y dio en tierra muerto y los suyos quisieron huir y algunos lo consiguieron, mas los más de ellos cayeron heridos de pasador o de flecha o de cuchillo en el alcance que los nuestros les daban con grandes gritas de: "¡Enrique, Enrique, Castilla, Castilla!" Y los negros que pudieron escapar de la muerte luego se encerraron en el pueblo y atrancaron las puertas, donde al momento los que quedaban dieron gran grita y sonar de tambores. Y luego yo hice que dejaran libre a Andrés y él corrió a donde quedaba Inesilla, que seguía abrazada al niño, entre los negros muertos, sin determinarse a huir. Y cuando ya Andrés se le acercaba, ella salió de su pasmo y tomó el cuchillo de uno de los que habían caído y degolló al niño y luego se degolló ella tan acertadamente que cuando Andrés se llegó a socorrerla ya tenía los ojos turbios y estaba fuera de seso. Y detrás de Andrés llegó fray Jordi, llorando mucho de sus ojos como nunca se viera, y le dio los óleos ya muerta y bautizó al niño con una cruz de saliva en la cabecita tiñosa. Y éste fue el fin de Inesilla, que tantas lágrimas, tantos días, nos trajo a Andrés y a muchos de nosotros que bien la queríamos.

Mas en aquel momento no curé yo por lo que a Inesilla acaecía sino que, viendo que luego podría venir sobre nosotros aquella copia de negros que en el pueblo quedaba, dispuse que, puesto que el viento estaba encontrado, le diéramos fuego a los pastizales alrededor de las casas y algunos negros de los nuestros lo hicieron y otros fueron a tirar fuego por encima de la cerca del pueblo, a los techos de las chozas, en lo que murieron cuatro de ellos, de las flechas que espesamente nos tiraban los de adentro.

Mas luego ardió el pueblo con grandes y espesos humos que querían tapar el cielo y nosotros quedamos cerca de las puertas y cuando algún negro salía por ellas, por escapar de las llamas, le tirábamos con pasadores y flechas.

Mas salieron pocos porque los más quisieron escapar por el lado del río, cruzándolo, donde murieron muchos, que luego encontraríamos podridos, hinchados y medio comidos de aves, flotando aguas abajo en los otros días que siguieron a aquel tan triste.

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