En busca del unicornio (24 page)

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Authors: Juan Eslava Galán

Y con esto nos llegamos a menos de un tiro de ballesta del unicornio y la niña no quería seguir y se agarraba a mis piernas estorbándome el andar y se volvía por no ver al unicornio y me abrazaba llorando con muy tiernas razones que yo no entendía. Y yo, con la boca seca, intentaba decirle en su lengua que el monstruo no le haría daño porque era doncella. Y en esto estaba cuando oí tronar en el aire y tembló la tierra. Y alcé los ojos y vi que el unicornio venía a nosotros trotando como caballo, mas muy pesadamente. Y la cabeza traía por bajo, como los puercos del monte cuando quieren clavar sus cuchillas por se defender. Mas yo me estuve a pie firme y no me quise mover sabedor de que, en llegando a nosotros, el unicornio no podría ofendernos porque a la vista de la doncella luego se amansaría y detendría sin daño. Mas no fue así, que el animal nos embistió con su cuerno y su hocico espantables y nos tiró por el aire muy maltrechos y siguió adelante queriendo tomar carrera otra vez, como los toros hacen. Y yo caí a tierra privado de mi seso y esto fue cuanto supe, que después me dormí como si muriera y, antes de no saber quién era y de que las tinieblas me ganaran, confusamente percibí toques de trompeta y la grita de "¡Enrique, Enrique, por Castilla!" que daban los ballesteros viniendo.

Cuando desperté estaba tendido sobre la yerba y me dolía mucho un brazo y me sentía molido de todo el cuerpo. Y abriendo los ojos vi a fray Jordi que solícito se asomaba a mirarme y las caras de Andrés de Premió y de los otros hombres y la del Negro Manuel que compungidamente lloraba. Y luego me dijeron cómo la niña Adina era muerta, que el unicornio nunca miró a su virginidad y franqueza, a lo que fray Jordi dijo que siempre había tenido la sospecha de que la doncella había de ser blanca de carnes y rubia de cabello, como la madre de Cristo, y de otro modo no había virtud, mas luego que se viera que doña Josefina no era virgen se había conformado a pensar que cualquier doncella valdría, pues el maestro Plinio nada escribía del asunto en su tratado del unicornio y que con suerte en el país de los negros encontraríamos la que nos conviniera, lo que no había podido ocurrir por nuestra desgracia y castigo y punición de nuestros pecados. Mas, con todo, el unicornio quedaba muerto y cazado que, en pasando de nosotros y derribándonos, luego los ballesteros lo habían llenado de virotes como puerco espín y en unos pasos murió. Y era maravilla ver cómo los pasadores del lomo, donde más recio tenía el cuero, apenas le habían entrado medio palmo, como si hubiesen dado contra madera dura de olivo. Mas otros pasadores le entraron por abajo que le hallaron el corazón y la vida.

Y luego vinieron a mostrarme el cuerno de la fiera y era más gordo que el de un toro y más corto y de menos punta y todo él macizo por de dentro como si fuera diente. Y estaba hecho de un hueso como el marfil sino que más nervudo y basto. Y así como me lo presentaban yo quise llegarme a tomarlo según estaba caído en el suelo y vi que solamente una mano subía y que la siniestra se me quedaba pegada al cuerpo como antes la tuviera. A lo que fray Jordi me dijo que el unicornio me hiriera malamente aquel brazo y lo tenía partido en el hueso y me lo había atado en una madera por sanarlo.

Y después desto me entraron mareos y desfallecí nuevamente y durante muchos días fray Jordi me mantuvo con gachuelas de harina y sangre y me dio mucha nuez de coca que me hacía soñar muy extraños sueños, por aliviarme de los dolores, y otros cocimientos y yerbas que me bajaran las calenturas.

Y todos pensaron que me iba a morir mas no moría y el brazo tampoco sanaba sino que iba tornándose negro y la carne hedía de muerta y se iba pudriendo. Y esto visto fray Jordi pensó que era mejor cortarlo y para esto me dieron más nuez de coca que otras veces y me dejaron dormido sin seso y luego me cortaron el brazo por donde estaba roto y quemaron la herida con un cuchillo calentado en el fuego.

Mas de todo esto no sé sino lo que me contaron, pues en perdiendo el brazo me subieron recias calenturas y fiebres y por muchos días no volví en mi seso y ya empezaban a aparejar lo que harían yo muerto. Mas, en pasando adelante, quiso Dios Nuestro Señor que fuera recordando y se me fuera cerrando la herida y me fueran bajando las calenturas y la vida volviera a mí y aunque quedé manco y sin carne y sin fuerzas no morí y seguí viviendo para poder contarlo y no sé si hubiera sido más dichoso muriendo luego.

XVI

En Esto Pasaron Quince Días y venida la fiesta de San Andrés ya estaba yo repuesto de mis flaquezas y los hombres impacientes murmuradores y de mal talante porque no había qué comer y la carne que se ballesteaba era poca, que en aquel yerbazal sólo se veían unicornios y elefantes y algunos leones y no eran estas fieras buenas para ir en pos de ellas queriendo flecharlas. Y ciervos y cabras había pocos y muy recelosos que, en venteando hombre, luego huían más que del león. Y cuando yo pude tener seso y volví a mi juicio, hicimos junta y consejo y determinamos que, cobrado ya el unicornio, el servicio del Rey nuestro señor requería que prontamente tornásemos a Castilla. Mas dábamos por seguro que desandar aquel camino traído, que tanto nos había costado andar, no era cosa ligeramente hacedera y que si más de la mitad de los hombres habían perecido en sus muchos desastres y desventuras, era de creer que la otra mitad, más quebrantada y menos abastada, pereciera luego en el retorno, con lo que el señor Rey quedaría deservido y nada se habría logrado. Por el contrario, si la Tierra era redonda como fray Jordi y otros sabíamos, siguiendo adelante hacia el Mediodía no podía quedar mucho camino, tanto dejábamos detrás ya, sin que saliéramos a reinos cristianos, quizá el reino del Preste Juan, que dicen que es de negros o mulatos, los cuales están en la Fe de Cristo, y de allí muy bien nos podrían socorrer los reyes y duques y, en entendiéndonos más fácilmente con gentes de nuestra religión, nos pondrían luego en el camino de Castilla con guías ciertos y hasta podríamos ir posando en los conventos y monasterios y gozando de estrenas y mercedes y limosnas de las buenas gentes que supieran los fechos que atrás dejábamos cumplidos. Y este acuerdo nos pareció bueno, con lo que se lo participamos a la ballestería y a unos les pareció bien y a otros no, mas con todo pasamos adelante. Y al principio algunos hombres venían muy reciamente murmurando que no entendían aquello de que la Tierra fuese redonda y que el camino de Castilla había de ser más corto desandado lo andado, pero luego, entendiendo que eran gente ignorante y teniendo muy probado que fray Jordi era muy perito en las cosas de la tierra así en yerbas como en lapidarios y astros y alquimia y encantos, luego se fueron convenciendo y venían más conformes. Y así pasamos adelante y vadeamos dos ríos chicos que se nos atravesaron y la llanura no se acababa pero, a los siete días de camino, empezó a mejorar la caza y vimos delante algunas montañas altas como sierra que nos alegraron. Y es que, cuando se camina por aquellos yerbazales llanos, cada día se ve lo mismo desde que se muestra el alba hasta que viene la oscuridad de la noche y el ánimo decae mucho porque parece que no se avanza y que uno se cansa sin moverse del sitio. Mas cuando hay montaña a la vista, cada día se ven crecer y algo va cambiando el campo y con esto se esfuerzan los hombres en seguir adelante sin mirar las fatigas del camino. Y antes de llegar a las montañas, que parecían altas a maravilla, encontramos otros negros que en un pueblo chico muy miserablemente vivían, sin cerca ni guardas, de todo asalto descuidados. Y era ese pueblo de no más de treinta casas que eran chozas y tenían las paredes de palos finos y el techo de cañas, como colmenas. Y en llegando nosotros corrieron a esconderse con gran miedo pero luego mandé yo dos negros de los nuestros delante ofreciendo la paz con las manos abiertas y llevando un obsequio de carne asada para regalo y los negros se estuvieron hablando con la gente del pueblo y luego tornaron con un plato de madera con harina de mijo que les habían dado. Y sentada la paz de este modo ya nos adelantamos más francamente, con las guardas puestas y las ballestas armadas, por prevenir celadas, y el mandamás del pueblo salió a recibirnos y venía liándose en un paño muy colorido. Y los otros que con él estaban venían casi en cueros. Y el paño me asombró mucho, que era del tejido que gastan los moros y no de cuero ni trenzados bastos como son los que comúnmente los negros llevan y, en acercándose más, vimos que era tejido moro, con unos pájaros como águilas bordados en toda la orla adelante y muchos otros colores de los que se hacen con alheña y azafrán y tinturas.

Y todos hubimos gran alegría de ver esta seña de que otra vez llegábamos a tierra de moros con lo que de aquí en adelante habríamos de salir de la cruda tierra de los negros y nos acercaríamos a la de los cristianos. Y luego hicimos muchas reverencias con los del pueblo y pasamos adelante con ellos en medio de grandes algazaras y voceríos de niños a una choza grande.

Y allí venían negras y mancebos y viejos a vernos las barbas y a pasarnos la mano por los brazos, según tantas veces lo teníamos visto ya, por la novedad de nuestras carnes tan blancas. Y el mandamás negro no hablaba parla que entendiéramos pero nosotros mucho le preguntamos de dónde venía aquel paño que llevaba vestido y él reía y señalaba a la parte de Oriente y decía muchas palabras que no sabíamos qué dirían, mas se nos fue quedando de entre ellas una que repetía más que las otras y que parecía el nombre del sitio de donde venía el paño y éste era Cimagüe. Y luego dio órdenes a los que con él estaban y prestamente partieron y tornaron con ciertos collares de cuentas y con unos cuchillos de hierro con adornos de pasta en los mangos que de mano en mano catamos y todos tuvimos por labores ciertas de moros. Y con esto quedamos muy contentos y confirmados en que ya estábamos en el camino cierto de nuestro retorno a Castilla. Y la oscuridad de la noche venida dormimos allí con aquellos negros y a la mañana siguiente partimos. Antes de salir venían ellos de sus casas con muy graves semblantes y tomaban de las manos a los negros que con nosotros iban y parecía que los querían estorbar que fueran con nosotros. En lo que vimos que temerían que si seguían a tierra de moros luego los harían cautivos por esclavos como los moros hacen. Mas con esto los negros no entendieron y todos seguimos adelante.

Y los diez días siguientes caminamos por un valle ancho que se abre entre las montañas, siguiendo un río mediano donde bajaban muchos venados y cabras y perros a beber agua y no nos faltaba caza de ellos. Y de vez en cuando nuestros pisteros topaban con sendas que parecían pisadas de gente y con sitios donde había habido acampadas por las piedras quemadas que las candelas dejaban y todas estas señales ciertas nos esforzaban a seguir más diligentemente el camino.

En esto llegó la fiesta del Espíritu Santo y acordamos descansar unos días en un pradillo muy alegre que encontramos y dar algo de asueto a dos ballesteros y algunos negros que venían muy aquejados de calenturas. Y los negros luego cortaron cañas e hicieron chamizos y camas con aquella industria que ellos tienen. Con lo que después de tantas desventuras pude bien dormir en gentil cama y bien emparamentada que ellos me aderezaron.

Y la carne no nos faltaba y ya estábamos conformados sino yo que a la manquedad todavía no me acostumbraba y aún me perdía en mis soledades y pasaba gran pieza mirando la costra negra donde las carnes se me iban cerrando y tapándome el hueso sobre la herida. Y yo lo contemplaba de mis ojos como si aquello no fuera cosa mía y conmiserándome de mí tornaba a imaginar las escenas que tenía ensayadas de presentarme ante el Rey mi señor y ante el Condestable y ante doña Josefina llevando mi nueva manquedad más como un trofeo de mi honor y servicio al Rey y fidelidad y esfuerzo que como mengua de mi persona. Mas estos pensamientos no espantaban mi pesadumbre y tristeza, antes bien los acrecentaban.

Y después que estuvimos acampados tres días, al cuarto, de mañana, salí con siete ballesteros y Andrés de Premió a ballestear carne en un abrevadero media legua de allí, donde un negro había visto que acudían a beber muchas cabras y venados. Y cuando al acecho estábamos vimos que mucho humo blanco se levantaba de la parte del campamento y luego tornamos apriesa y en llegando cerca salieron a nosotros gritando cuatro negros de los nuestros, muy demudados y nos dijeron cómo muchos enemigos armados habían entrado al campamento y lo habían desbaratado y le habían puesto fuego y habían matado a algunos de los nuestros. Y ellos habían visto todo porque estaban lejos por leña y luego habían huido a darnos aviso.

Y con esto pasamos adelante, abiertos por el campo como en guerra y armadas las ballestas. Y de esta guisa muy despacio nos fuimos acercando a donde nuestros techos ardían y lo encontramos todo muy disipado y destruido de la gran muerte y cautiverio y robo y en medio de todo tres negros muertos y dos ballesteros y fray Jordi. Mas en llegándose el Negro Manuel a fray Jordi dio grita de que era vivo. Y todos nos fuimos a él y tenía una muy grande herida que le abría el vientre y estaba su color blanco como cercano a la muerte. Y había dado y daba mucha sangre a golpes según respiraba en lo que conocimos que luego moriría. Y de esto y de nuestra desgracia todos comenzamos a llorar muy fuertemente. Mas fray Jordi, en sintiéndonos, abrió los ojos y nos conoció y muy débilmente de su mano me hizo seña que me acercara a él, y yo acudí a tenerle la cabeza y entonces me dijo con voz queda y desfallecida que el cuerno del unicornio quedaba enterrado dentro del chamizo grande ardido, donde luego lo buscamos y lo hallamos, y que me quería pedir una señalada merced antes de morir. Y fuertemente llorando prometí que haría lo que él quisiera y me pidió que en llegando a Castilla amparara al Negro Manuel y lo dejara libre y le diera oficio de que vivir honradamente. Lo que yo otorgué y juré que haría por Dios y por Nuestra Señora.

Y sobre esto me pidió que luego que él muriera lo habíamos de cocer para que la carne se despegara de los huesos y llevaríamos los huesos a enterrar en la tierra cristiana donde hubiera frailes de su orden. Lo cual luego juré yo por la eterna salvación de mi alma, que si Dios me daba vida así se haría. Y con esto confortado nos pidió que rezáramos y así lo hicimos y él tomó las manos del Negro Manuel que más fuertemente que los demás lloraba, y, teniéndolas estrechamente apretadas entre las suyas, cerró los ojos y luego las aflojó, en lo que conocimos que había muerto. Y en acordándome de su muerte aún hoy me consuela pensar que aquel hombre santo halló amistad y finó confortado en los brazos de su amigo. Porque, según el dicho de Sysero romano, agua, fuego, ni dinero no es al hombre tan necesario como amigo fiel, leal y verdadero.

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