Read En casa. Una breve historia de la vida privada Online
Authors: Bill Bryson
Tags: #Ensayo, Historia
Un detalle que no pasó desapercibido en la época medieval fue que prácticamente todo el espacio que quedaba por encima de la altura de la cabeza era inutilizable porque solía estar lleno de humo. El hogar abierto presentaba claras ventajas —irradiaba calor en todas direcciones y permitía sentarse a su alrededor—, pero era también como tener una hoguera permanente en medio de la sala de estar de la casa. Saltaban las chispas, y el humo iba hacia donde lo arrastraba la corriente de aire —y con tanta gente entrando y saliendo, y con las ventanas sin cristales, cada corriente de aire debía de arrastrar consigo una bocanada de humo—, o se elevaba hacia el techo y allí se quedaba hasta que conseguía filtrarse por un agujero abierto en el tejado.
Se necesitaba algo que, a primera vista, podría parecer sencillo y directo: una práctica chimenea. Pero la solución tardó mucho en aparecer, y no por falta de ganas, sino por el desafío técnico que suponía. Un fuego crepitante en un hogar de gran tamaño genera mucho calor y necesita un tubo sólido y una placa de fundición que proteja la parte posterior del hogar (o
retablo
, para utilizar la terminología arquitectónica), y antes de 1330 (el momento en que aparece por primera vez en inglés la palabra que se traduce como «chimenea») nadie sabía cómo fabricar esas piezas. Los hogares ya existían —los normandos los habían traído a Inglaterra—, pero no eran magníficos. Se hacían simplemente abriendo un hueco en los muros más gruesos de los castillos y horadando un agujero en la pared exterior para que el humo pudiese salir. El tiro era muy deficiente y, como consecuencia de ello, la leña ardía mal y generaba poco calor, por lo que era un elemento poco frecuente fuera de los castillos. Por otro lado, no era aplicable a las casas de madera, el material con el que estaban construidas en su mayoría.
Lo que al final marcó la diferencia fue la aparición de buenos ladrillos, que a la larga gestionan el calor mucho mejor que prácticamente cualquier tipo de piedra. Las chimeneas permitieron además el cambio del combustible habitual al carbón, un cambio oportuno porque el suministro de madera británico empezaba a menguar rápidamente. Pero el humo del carbón era acre y tóxico y tenía que mantenerse en el interior del hogar
[15]
de tal modo que los gases y el humo pudieran ascender por el tubo de la chimenea. Con esto se consiguieron casas más limpias por dentro pero un mundo exterior más contaminado, un hecho que, como veremos, tuvo consecuencias muy importantes para el aspecto y el diseño de las viviendas.
Pero no todo el mundo estaba feliz con la desaparición de los hogares abiertos. Mucha gente echaba de menos el lento ascender del humo en el interior de las casas y estaba convencida de que vivía más sana cuando estaba «ahumada con el humo de la madera», tal y como comentó un observador. Incluso en un momento tan avanzado como 1577, un tal William Harrison insistía en que en la época de los hogares abiertos «nunca nos dolía la cabeza». La acumulación del humo en la parte alta de las viviendas impedía que los pájaros anidaran y se creía, además, que el humo fortalecía las vigas. Pero la gente se quejaba sobre todo de que la chimenea no calentaba como antes lo hacía el hogar abierto, lo que era cierto. Las chimeneas eran tan poco eficientes que tenían que ir ampliándose constantemente. Algunas acabaron siendo tan enormes que se construyeron incluso bancos en ellas, permitiendo que la gente se sentara en el interior de la chimenea, prácticamente el único lugar de la casa donde se podía estar caliente de verdad.
Pero a pesar de la pérdida de calor y comodidad, los beneficios, por lo que al espacio se refiere, eran evidentes. Y así fue como la aparición de la chimenea se convirtió en uno de los momentos trascendentales de la historia de la vida doméstica. De pronto se hacía posible colocar tablas de madera encima de las vigas y crear todo un nuevo mundo en una planta superior.
Un banquete medieval.
La expansión hacia arriba de las casas lo cambió todo. Las habitaciones empezaron a proliferar en cuanto los propietarios más adinerados descubrieron la satisfacción que aportaba disponer de un espacio más personal. El primer paso, en general, consistió en construir una nueva y amplia habitación en la planta superior, conocida como la sala principal, donde el señor y su familia hacían todo lo que anteriormente hacían en el hall —comer, dormir, repantigarse y jugar—, pero sin tanta gente a su alrededor, destinando el salón grande de la planta de abajo a los banquetes y otras ocasiones especiales. Los criados dejaron de formar parte de la familia y se convirtieron… en criados.
El concepto de espacio personal, que ahora nos parece algo tan natural, fue toda una revelación. La gente no se hartaba de él. Y muy pronto no bastó con vivir aparte de tus inferiores, sino que se hizo además necesario disfrutar de tiempo aparte de los de tu misma condición.
A medida que a las casas fueron creciéndoles alas y ampliándose, y que el acomodamiento doméstico fue volviéndose más complejo, fueron creándose o adaptándose palabras para describir los nuevos tipos de estancia: términos como «estudio», «dormitorio», «salón privado», «ropero», «oratorio» (un lugar para la oración), «sala de estar», «sala de retiro» y «biblioteca» (en sentido hogareño, no institucional) datan del siglo
XIV
o de algo antes. Y otros conceptos les siguieron poco después: «galería», «galería larga», «sala de audiencias», «vestidor» (para vestirse), «salón», «apartamento», «alojamiento» y «suite». «¡Qué distinto es todo esto de la antigua costumbre de tener a la familia entera viviendo día y noche en el hall!», escribió Gotch en un momento de excepcional exuberancia. Una nueva tipología no mencionada por Gotch era el
boudoir
o tocador, literalmente «una habitación donde enfurruñarse», que desde sus inicios se relacionó con las intrigas sexuales.
Incluso con el aumento de la privacidad, la vida siguió siendo mucho más comunal y expuesta de lo que lo es hoy en día. Los retretes tenían a veces múltiples asientos, para facilitar la conversación, y en pinturas vemos a menudo a parejas en la cama o en el baño retozando mientras sus asistentes los esperan y sus amigos permanecen afablemente sentados en las cercanías, jugando a las cartas o charlando, pero al alcance tanto de la vista como del oído.
Durante mucho tiempo, el uso al que se destinaron las nuevas habitaciones no estuvo tan segregado como lo está ahora. En un sentido amplio, todas las estancias eran salas de estar. Los planos italianos de la época del Renacimiento, y posteriores, no etiquetaban las diversas estancias porque tuvieran propósitos concretos. La gente se movía por la casa buscando la sombra o la luz y arrastrando con frecuencia consigo los muebles, por lo que las habitaciones, si recibían algún nombre, era el de
mattina
(para su utilización diurna) o
sera
(para la noche). En Inglaterra encontramos una informalidad similar. El dormitorio no se utilizaba únicamente para dormir, sino también para comidas privadas y para recibir a las visitas más especiales. De hecho, el dormitorio se convirtió hasta tal punto en un lugar de entretenimiento general que pronto se hizo necesario idear espacios más privados. (La palabra
bedroom
fue utilizada por primera vez por Shakespeare hacia 1590 en
El sueño de una noche de verano
, aunque haciendo referencia únicamente al espacio del interior de la cama
[16]
. Como palabra para describir una habitación destinada a dormir, no empezó a utilizarse hasta el siglo siguiente.)
Las pequeñas habitaciones contiguas al dormitorio se utilizaron para todo tipo de propósitos privados, desde la defecación hasta las citas a escondidas, y por ello las palabras que identifican estas habitaciones han llegado hasta nosotros de una manera curiosamente fragmentada. La palabra «
closet
[17]
—nos cuenta Mark Girouard— tuvo una larga y honorable historia antes de descender a su ignominia final y quedar convertida en un armario grande o en una habitación para el lavadero y las fregonas de la criada». Originalmente, esa estancia era más un estudio que un cuarto de almacenaje.
Cabinet
, que al principio era el diminutivo de
cabin
[18]
, cambió de sentido hacia mediados del siglo
XIV
para indicar un estuche donde guardar objetos valiosos. Pero muy poco después —en cuestión de una sola década—, pasó a referirse a la habitación en sí. Los franceses, como tan a menudo sucede, refinaron el concepto y lo aplicaron a diversos tipos de estancia, de tal modo que un elegante
chateau
francés del siglo
XVIII
podía tener un
cabinet de compagnie
, un
cabinet d’assemblée
, un
cabinet de proprieté
y un
cabinet de toilette
, además de un
cabinet
normal y corriente.
En inglés, la palabra
cabinet
acabó reservándose para la más exclusiva y privada de todas las estancias, el lugar sagrado e íntimo donde se celebraban las reuniones más privadas. Pero al cabo de un tiempo dio uno de esos estrambóticos saltos que dan a veces las palabras y pasó a describir (hacia 1605) no solo el lugar donde el rey se reunía con sus ministros, sino que se convirtió además en el término destinado a designar a los ministros en su conjunto: el gabinete. Esto explica por qué esta única palabra describe actualmente en inglés tanto al grupo más íntimo y exaltado de asesores del Gobierno, como las estanterías que ocupan los recovecos del cuarto de baño donde guardamos nuestros laxantes y cosas por el estilo.
Sucedía a menudo que esta habitación de uso particular tenía adjunta una pequeña hornacina o alcoba, conocida en general como «retrete», pero llamada también «privada», «excusado», «letrina», «común», «guardarropa», «evacuatorio» o «garita», entre otros nombres, que contenía una bancada con un agujero, colocado estratégicamente sobre una prolongada caída a un foso o pozo profundo. Se supone, y se ha encontrado escrito también, que la estancia «privada» dio su nombre a los derechos asociados al Gobierno en Inglaterra, destacando entre ellos el Sello Privado y el Consejo Privado. De hecho, estos términos llegaron a Inglaterra con los normandos, casi dos siglos antes de que la «privada» adoptara su matiz de lavatorio. Cierto es, sin embargo, que la persona responsable del privado real era conocida como el «gentilhombre del excusado», y que con el tiempo pasó de ser un limpiador de retretes a convertirse en el asesor de mayor confianza del monarca.
El mismo proceso se produjo con muchas otras palabras. El
wardrobe
, o «armario ropero» actual, se refería en su origen a una habitación de almacenamiento. Después se convirtió, sucesivamente, en una habitación donde vestirse, en una habitación para dormir, en un retrete y, finalmente, en un mueble tipo armario. Por el camino adoptó también el significado de «conjunto de prendas de una persona».
Para acomodar los nuevos tipos de habitaciones, las casas crecieron tanto hacia afuera como hacia arriba. En la campiña empezó a proliferar y a brotar un tipo de casa completamente nuevo, conocido como la casa de los prodigios. Estas casas casi nunca tenían una altura inferior a tres pisos, llegando en ocasiones hasta los cuatro, y a menudo eran asombrosamente inmensas. La más descomunal de todas ellas era Knole House, en Kent, que creció y creció hasta abarcar más de una hectárea y media de superficie e incorporar siete patios (uno para cada día de la semana), cincuenta y dos escaleras (una para cada semana del año) y trescientas sesenta y cinco habitaciones (una para cada día del año), o eso se cuenta.
Observando estas casas es posible ver a veces, de forma sorprendente, cómo los constructores iban aprendiendo a medida que construían. Un ejemplo curioso es el de Hardwick Hall, en Derbyshire, construida para la condesa de Shrewsbury —Bess de Hardwick, como se la conoce— en 1591. Hardwick Hall fue la maravilla de su época y se hizo enseguida famosa por sus grandes ventanales, que dieron lugar a un conocido dicho: «Hardwick Hall, más cristal que pared». Para el ojo moderno, las ventanas de la casa poseen un tamaño y una distribución que parecen normales, pero en 1591 aquello era una novedad tan deslumbrante que el arquitecto (que se cree que fue Robert Smythson) no sabía muy bien cómo encajarlas. Algunas de las ventanas son, de hecho, espacios vacíos que ocultan chimeneas. Otras están compartidas por habitaciones situadas en dos plantas distintas. Algunas habitaciones grandes apenas tienen ventanas y hay habitaciones minúsculas que casi no tienen otra cosa. Las ventanas y los espacios que iluminan solo coinciden de forma muy intermitente.
Bess llenó la casa con un elegante despliegue de plata, tapices, pinturas y los objetos habituales de cualquier casa inglesa, pero lo más chocante para el ojo moderno es lo desnudo y modesto del resultado global. Los suelos estaban cubiertos con sencillas esteras. La impresionante galería medía cincuenta metros de largo, pero estaba tan solo amueblada con tres mesas, alguna silla de respaldo recto, unos pocos bancos y dos espejos (que en la Inglaterra isabelina eran tesoros sumamente valiosos, más que cualquier pintura).
No solo se construían casas enormes, sino que se construyeron muchas. Pero lo que hace de Hardwick Hall una casa tan excepcional es que ya existía un Hardwick Hall en perfecto estado justo enfrente de la nueva construcción (lo que se conoce ahora como Hardwick
Old
Hall). En la actualidad está en ruinas, pero en época de Bess el edificio estaba en pie y siguió estándolo durante ciento cincuenta años más.