Ender el xenocida (35 page)

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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia ficción

El primer pensamiento de Wang-mu fue: «¡Naturalmente! Por eso Demóstenes muestra tanta simpatía y comprensión por los lusitanos. Ha hablado con ellos, con los xenólogos rebeldes, con los propios pequeninos. ¡Los conoce y sabe que son raman!».

Entonces pensó: «Si la Flota Lusitania llega y cumple con su misión, Demóstenes será capturada y sus palabras terminarán».

De pronto recordó algo que hacía todo esto imposible:

—¿Cómo puede estar en Lusitania, cuando Lusitania ha destruido su ansible? ¿No fue lo primero que hicieron cuando se rebelaron? ¿Cómo pueden alcanzarnos sus escritos?

Qing-jao sacudió la cabeza.

—Todavía no ha llegado a Lusitania. O si lo ha hecho, ha sido en los últimos meses. Ha pasado los últimos treinta años en vuelo. Desde antes de la rebelión. Se marchó antes.

—Entonces…, ¿todos sus escritos han sido hechos en vuelo? —Wang-mu trató de imaginar cómo reconciliar los diferentes flujos temporales—. Para haber escrito tanto desde que la Flota Lusitania zarpó, debe de haber…

—Debe de haber pasado escribiendo y escribiendo y escribiendo cada momento consciente en la nave —concluyó Qing-jao—. Sin embargo no hay ningún registro de que su nave haya enviado ninguna señal a ningún sitio, excepto los informes del capitán. ¿Cómo ha conseguido distribuir sus escritos a tantos mundos diferentes si ha estado en una nave todo el tiempo? Es imposible. Tendría que haber registros de las transmisiones ansibles, en alguna parte.

—Siempre es el ansible —dijo Wang-mu—. La Flota Lusitania deja de enviar mensajes, y su nave debería estar enviándolos pero no lo hace. ¿Quién sabe? Tal vez Lusitania esté enviando también mensajes secretos.

Pensó en la Vida de Humano.

—No puede haber ningún mensaje secreto —objetó Qing-jao—. Las conexiones filóticas del ansible son permanentes, y si hubiera alguna transmisión en alguna frecuencia, sería detectada y los ordenadores lo registrarían.

—Bueno, ahí lo tienes. Si los ansibles están todavía conectados, y los ordenadores no tienen constancia de las transmisiones, y sin embargo sabemos que hay transmisiones porque Demóstenes ha estado escribiendo todas estas cosas, entonces los registros deben de estar equivocados.

—No es posible ocultar una transmisión por ansible —dijo Qing-jao—. No a menos que hubiera gente presente en el mismo momento en que la transmisión fuera recibida, para desconectarla de los programas de almacenamiento locales…; de todas formas, no puede hacerse. Un conspirador tendría que estar sentado ante cada ansible todo el tiempo, trabajando tan rápido que…

—Podrían tener un programa que lo hiciera automáticamente.

—Pero entonces conoceríamos ese programa…, requeriría memoria, usaría tiempo de proceso.

—Si alguien pudiera crear un programa para interceptar los mensajes ansibles, ¿no podrían también hacerlo de forma que no apareciera en memoria y no dejara registro del tiempo de proceso utilizado?

Qing-jao miró aWang-mu, irritada.

—¿Dónde aprendiste tantas cuestiones sobre ordenadores que sigues ignorando que cosas como ésas son imposibles?

Wang-mu inclinó la cabeza y tocó con ella el suelo. Sabía que humillarse de esa forma avergonzaría a Qing-jao por su arrebato de furia y entonces podrían volver a hablar.

—No —suspiró Qing-jao—. No tenía derecho a enfurecerme, lo siento. Levántate, Wang-mu. Sigue formulando preguntas. Son beneficiosas. Puede que sea posible porque tú puedes imaginarlo, y si tú puedes imaginarlo tal vez alguien podría llevarlo a cabo. Pero por esto pienso que es imposible. ¿Cómo podría nadie instalar un programa tan hábil? Tendría que estar en cada ordenador que procese comunicaciones ansibles en todas partes. Hay miles y miles. Y si uno se estropea y otro entra en línea, tendría que cargar el programa en el nuevo ordenador casi instantáneamente. Sin embargo nunca podría ponerse en almacenaje permanente o lo encontrarían; tiene que mantenerse en movimiento constantemente, esquivando, permaneciendo fuera del trabajo de los otros programas, entrando y saliendo de su almacén. Un programa que pudiera hacer todo eso tendría que ser… inteligente, tendría que estar intentando esconderse y calcular nuevas formas de hacerlo todo el tiempo o ya lo habríamos advertido a estas alturas, cosa que no ha sucedido. No existe ningún programa como ése. ¿Cómo podría haberlo programado nadie? ¿Cómo podría haber empezado? Y mira, Wang-mu…, esta Valentine Wiggin que escribe todas las cosas de Demóstenes ha estado ocultándose durante miles de años. Si hay un programa como ése, debe de haber existido todo el tiempo. No habría sido creado por los enemigos del Congreso Estelar porque no existía ningún Congreso Estelar cuando Valentine Wiggin empezó a esconder su identidad. ¿Ves lo antiguos que son los archivos que nos dan su nombre? No ha estado enlazada abiertamente a Demóstenes desde los primeros informes de… de la Tierra. Antes de las naves estelares. Antes de…

La voz de Qing-jao se apagó, pero según Wang-mu comprendió al instante, había alcanzado su conclusión antes de que Qing-jao la vocalizara.

—Si hay un programa secreto en los ordenadores ansibles, tuvo que existir todo el tiempo —dijo Wang-mu—. Desde el principio.

—Imposible —susurró Qing-jao. Pero ya que todo lo demás era también imposible, Wang-mu supo que a Qing-jao le encantaba esta idea, que quería creería porque a pesar de ser imposible al menos era concebible, podría ser imaginada y por tanto podía ser real. «Y se me ocurrió a mí —pensó Wang-mu—. Puede que no sea una agraciada por los dioses, pero soy inteligente. Comprendo cosas. Todo el mundo me trata como a una niña tonta, incluso Qing-jao, a pesar de que sabe que aprendo rápido y que pienso cosas que las demás personas no piensan…, incluso ella me desprecia. ¡Pero soy tan lista como el que más, señora! Soy tan lista como tú, aunque nunca lo adviertes, aunque pensarás que todo esto se te ocurrió a ti sola. Oh, me darás crédito por ello, pero será así: "Wang-mu dijo algo y me hizo pensar y entonces me di cuenta de la idea importante". Nunca será: "Wang-mu fue la que comprendió esto y me lo explicó hasta que comprendí por fin". Siempre como si yo fuera un perro estúpido que ladra o gime o se rasca o muerde o salta, sólo por coincidencia, y encamina tu mente hacia la verdad. No soy un perro. Comprendo. Cuando te hice esas preguntas fue porque ya me había dado cuenta de las implicaciones. Y me di cuenta aún de más cosas de las que has dicho hasta ahora…, pero debo decírtelo preguntando, fingiendo no comprender, porque tú eres la agraciada y una simple criada como yo nunca podría dar ideas a alguien que oye las voces de los dioses.»

—Señora, quienquiera que controle este programa tiene un poder enorme, y sin embargo nunca hemos oído hablar de ellos y nunca han usado este poder hasta ahora.

—Lo han usado —dijo Qing-jao—. Para ocultar la verdadera identidad de Demóstenes. Esta Valentine Wiggin es muy rica, pero sus propiedades están todas ocultas, para que nadie se dé cuenta de lo mucho que tiene, de que todas sus posesiones forman parte de la misma fortuna.

—¿Este programa tan poderoso ha habitado en todos los ordenadores ansible desde que empezaron los vuelos estelares, y sin embargo lo único que hizo fue esconder la fortuna de esa mujer?

—Tienes razón —convino Qing-jao—, no tiene sentido. ¿Por qué alguien con tanto poder no lo ha usado ya para controlar las cosas? O tal vez lo ha hecho. Estaba presente antes de que el Congreso Estelar fuera formado, así que tal vez…, ¿pero por qué oponerse al Congreso ahora?

—Tal vez —apuntó Wang-mu—, tal vez no les importa el poder.

—¿A quién?

—A quienquiera que controle este programa secreto.

—Entonces, ¿por qué crearon el programa en primer lugar? Wang-mu, no estás pensando.

«No, por supuesto que no. Yo nunca pienso.» Wang-mu inclinó la cabeza.

—Quiero decir que estás pensando, pero no piensas en esto. Nadie crearía un programa tan poderoso a menos que quisiera tanto poder…; considera lo que hace este programa, lo que puede hacer: ¡interceptar todos los mensajes de la flota y hacer que parezca que nunca fueron enviados! ¡Llevar los escritos de Demóstenes a todos los planetas colonizados y sin embargo ocultar el hecho de que esos mensajes fueron enviados! Podría hacer cualquier cosa, podría alterar cualquier mensaje, podría sembrar la confusión por todas partes o engañar a la gente para que crea…, para que crea que hay una guerra, o darles órdenes para no hacer nada, ¿y cómo sabríamos que no es verdad? ¡Si realmente tuvieran tanto poder lo usarían! ¡Lo harían!

—A menos que los programas no quieran ser usados de esa forma.

Qing-jao se rió con fuerza.

—Vamos, Wang-mu, ésa fue una de nuestras primeras lecciones sobre ordenadores. Está bien que la gente corriente imagine que los ordenadores deciden las cosas, pero tú y yo sabemos que sólo son sirvientes, solamente hacen lo que se les dice, nunca quieren nada.

Wang-mu casi perdió el control de sí misma, casi se dejó llevar por la furia. «¿Crees que no querer nunca es un rasgo común entre los ordenadores y los sirvientes? ¿Crees realmente que los sirvientes sólo obedecemos órdenes y nunca queremos nada por nuestra cuenta? ¿Crees que sólo porque los dioses no nos hacen frotarnos la nariz contra el suelo o lavarnos las manos hasta que sangren no tenemos ningún otro deseo? Bien, si los sirvientes y ordenadores son iguales, entonces es porque los ordenadores tienen deseos, no porque los sirvientes no los tengamos. Porque queremos. Ansiamos. Anhelamos. Lo que nunca hacemos es actuar siguiendo esas ansias, porque si lo hiciéramos entonces los agraciados por los dioses nos expulsaríais y encontraríais a otros más obedientes.»

—¿Por qué estás enfadada?—preguntó Qing-jao.

Horrorizada al ver que había dejado que sus sentimientos se traslucieran en su rostro, Wang-mu inclinó la cabeza.

—Perdóname —dijo.

—Por supuesto que te perdono, pero también quiero comprenderte. ¿Te enfadaste porque me reí de ti? Lo siento, no debería haberlo hecho. Sólo llevas unos pocos meses estudiando conmigo; es normal que a veces te olvides y retrocedas a las creencias con las que creciste, y está mal que yo me ría. Por favor, perdóname por eso.

—Oh, señora, no es apropiado que yo te perdone. Eres tú quien debes perdonarme a mí.

—No, yo estaba equivocada. Lo sé, los dioses me han mostrado mi indignidad por reírme de ti.

«Entonces los dioses son muy estúpidos, si piensan que fue tu risa lo que me enfadó. O eso o es que te están mintiendo. Odio a tus dioses y cómo te humillan sin decirte jamás una sola cosa que merezca la pena conocer. ¡Y que me caiga muerta por pensar eso!»

Pero Wang-mu sabía que aquello no sucedería. Los dioses nunca alzarían un dedo contra ella. Sólo hacían que Qing-jao, quien a pesar de todo era su amiga, se inclinara y se arrastrara por el suelo hasta que Wang-mu se sentía tan avergonzada que deseaba morir.

—Señora, no has hecho nada malo y no estoy ofendida.

No sirvió de nada. Qing-jao se tiró al suelo. Wang-mu se dio la vuelta y enterró la cara en las manos, pero guardó silencio, negándose a emitir un sonido ni siquiera en su llanto, porque eso obligaría a Qing-jao a empezar de nuevo. O la convencería de que la había ofendido tanto que tendría que seguir dos líneas, o tres, o (¡no lo quisieran los dioses!) todo el suelo otra vez. «Algún día —pensó Wang-mu—, los dioses le dirán a Qing-jao que siga el rastro de todas las líneas de todas las tablas de todas las habitaciones de la casa, y se morirá de hambre o de sed o se volverá loca en el intento.»

Para evitar llorar de frustración, Wang-mu se obligó a mirar el terminal y examinar el informe que había leído Qing-jao. Valentine Wiggin había nacido en la Tierra durante las Guerras Insectoras. Empezó a usar el nombre de Demóstenes siendo niña, al mismo tiempo que su hermano Peter, que empleó el nombre de Locke y luego se convirtió en el Hegemón. No era simplemente una Wiggin: era una de los Wiggin, hermana de Peter el Hegemón y de Ender el Xenocida. Sólo fue una nota al pie de las historias. Wang-mu ni siquiera había recordado el nombre hasta ahora, sólo el hecho de que Peter y el monstruo Ender tenían una hermana. Pero la hermana resultó ser tan extraña como ellos; era la inmortal; era la que seguía cambiando a la humanidad con sus palabras.

Wang-mu apenas podía creerlo. ¡Demóstenes ya había sido importante en su vida, pero ahora se enteraba de que el verdadero Demóstenes era la hermana del Hegemón! Aquel cuya historia se narraba en el libro sagrado de los portavoces de los muertos: la Reina Colmena y el Hegemón. Y no era sagrado sólo para ellos. Prácticamente todas las religiones habían dejado un espacio para aquel libro, porque la historia era decisiva, acerca de la destrucción de la primera especie alienígena descubierta por la humanidad, y luego acerca de la terrible lucha entre el bien y el mal que se desarrolló en el alma del primer hombre que unió a todos los hombres bajo un solo gobierno. Una historia tan compleja, y sin embargo contada de forma tan simple, que mucha gente la leía y se sentía conmovida por ella cuando eran niños. Wang-mu la había leído por primera vez en voz alta a los cinco años. Era una de las historias grabadas más profundamente en su alma.

Había soñado, no una vez, sino dos, que conocía al propio Hegemón, Peter, sólo que él insistió en que lo llamara por su nombre en clave, Locke. Wang-mu se sentía a la vez fascinada y repelida por él; no podía apartar la mirada. Entonces él extendió la mano y dijo: «Si Wang-mu, Real Madre del Oeste, sólo tú eres una consorte adecuada para el gobernante de toda la humanidad», y la tomaba y se casaba con ella y la sentaba junto a él en su trono.

Por supuesto, sabía que casi todas las niñas pobres soñaban con casarse con un hombre rico o descubrir que era realmente la hija de una familia rica o alguna otra tontería por el estilo. Pero también los dioses enviaban sueños, y había verdad en cualquier sueño que se repitiera, todo el mundo lo sabía. Por eso todavía sentía una fuerte afinidad hacia Peter Wiggin; y ahora, al comprender que Demóstenes, por quien sentía tanta admiración, era su hermana…, casi era demasiada coincidencia para poder soportarla. «¡No me importa lo que diga mi señora, Demóstenes! —gritó Wang-mu en silencio—. Te quiero de todas formas, porque me has dicho la verdad toda mi vida. Y te amo también como hermana del Hegemón, que es el marido de mis sueños.»

Wang-mu sintió que el aire de la habitación cambiaba y comprendió que habían abierto la puerta. Miró y allí estaba Mu-pao, la vieja y temible ama de llaves, el terror de todos los criados, incluyendo a la propia Wang-mu, aunque Mu-pao tenía relativamente poco poder sobre una doncella secreta. De inmediato, Wang-mu se dirigió a la puerta, lo más silenciosamente posible, para no interrumpir la purificación de Qing-jao.

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