Enigma. De las pirámides de Egipto al asesinato de Kennedy (44 page)

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Authors: Bruno Cardeñosa Juan Antonio Cebrián

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Da igual el paso del tiempo, porque los enigmas que rodean a la familia Romanov siguen siendo de larga y prolongada sombra.

En abril de 1989, el director cinematográfico Geli Ryabov y el geólogo Alexander Avdonin afirmaron conocer el sitio exacto donde reposaban los restos de los Romanov y sus servidores. Dos años más tarde, el mandatario ruso Boris Yeltsin daba autorización para exhumar los cadáveres con el propósito de ofrecerles reconocimiento oficial y un entierro digno. En 1992, el eminente científico Pavel Ivanov, especializado en el estudio del ADN humano, solicitó la ayuda de su colega, el doctor Peter Gilí, perteneciente al servicio forense británico. Juntos iniciaron las investigaciones sobre más de mil fragmentos óseos encontrados cerca de Ekaterimburgo. Se cotejaron todas las posibilidades y al fin se averiguó que los huesos hallados pertenecían a cinco varones y cuatro mujeres. La polémica no tardó en dispararse, dado que según los estudios faltaban dos cuerpos. Esto podía, sin embargo, explicarse, ya que si nos atenemos al testimonio de Yuri Yukorovsky, los cadáveres del príncipe Alexei y de una de las hijas, supuestamente María o Anastasia, habrían sido quemados hasta las cenizas. ¿Por qué los bolcheviques actuaron así? Eso nunca lo sabremos, pero lo cierto es que no faltaron personajes que se arrogaron el derecho a ser la perdida Anastasia, una cruel pantomima encarnada principalmente en Anna Anderson, una inmigrante americana, quien mantuvo hasta su muerte ser la auténtica gran duquesa Anastasia, salvada
in extremis
por un soldado ruso con el que sostuvo un encendido romance hasta el fallecimiento del muchacho. Lo cierto es que muy pocos creyeron la versión de Anderson y durante todo el siglo XX aparecieron decenas de Anastasias para mayor confusión del relato. Finalmente, en 1997, se pudo saber, gracias a las modernas técnicas de investigación del ADN, que las candidatas a gran duquesa no eran quienes decían ser y sí, en cambio, unas impostoras de tomo y lomo o bien simples perturbadas con ínfulas imperiales. En los exhaustivos análisis clínicos llevados a cabo por los prestigiosos investigadores rusos y británicos se utilizaron muestras genéticas procedentes de diferentes parientes de los Romanov. Durante meses se analizaron pruebas sanguíneas y tejidos de familiares vivos o muertos, incluidos zares anteriores, miembros del clan que vivían en el exilio y el propio Felipe de Edimburgo, primo de la zarina Alexandra. Las conclusiones fueron claras y diáfanas, determinando que los nueve cadáveres encontrados pertenecían al zar, su esposa y tres de sus hijas; el resto eran el médico y los tres ayudantes. En cuanto al misterio sobre los dos cuerpos que faltaban, este asunto quedó resuelto al localizarse una pequeña fosa contigua a la principal en la que aparecieron cenizas humanas, lo que dio rasgos de verosimilitud a la declaración mantenida por el hombre que dirigió la cruenta matanza. Cabe suponer que dichas cenizas pertenecieran a los infortunados Alexei y María, dado que en la búsqueda de Anastasia se impuso una teoría rusa en la que se identificaron algunos huesos con el cadáver de la que fue hija menor del malogrado último zar.

¿Se encontraron los restos de Josef Mengele?

Médico en Auschwitz, conocido por sus experimentos, especialmente con gemelos, nació en 1911 en el seno de una respetada familia católica de Baviera y murió en Brasil en 1979. En 1930, ingresó en la Universidad de Múnich, ciudad en la que fue testigo de un discurso de Hitler sobre la superioridad de la raza germana. En 1934 se unió al partido nazi, pero siguió con sus estudios y recibió el doctorado en Filosofía, para luego aprobar los exámenes de ingreso a Medicina. Se trasladó a la Universidad de Frankfurt y comenzó a investigar en el Instituto de Herencia Biológica e Higiene Racial. Durante esta época, Mengele publicó un buen artículo sobre la genética y los niños y, al igual que su mentor, se concentró en el estudio de los gemelos. Se hizo miembro del cuerpo de elite Waffen SS y se casó con Irenna Schumbaimm. Herido en el frente del Este, recibió además de las condecoraciones normales por servicio en el frente ruso la Cruz de Hierro en Primer Grado, y luego la Cruz de Hierro en Segundo Grado: un honor al que muy pocos accedían.

Como responsable médico del campo de exterminio de Auschwitz sus investigaciones tenían un fin claro, lograr la absoluta perfección de la raza aria y asegurar su reproducción. Durante esos años, se transformó en la viva imagen del demonio y en el ejemplo más depurado del terror nazi. En sus experimentos, llegó a cobrarse hasta sesenta muertos al día. Poco antes de la llegada de los rusos reunió sus registros y anotaciones y el 18 de enero de 1945, el
ángel de la muerte
desapareció para siempre. Dejó su uniforme de oficial de las SS y, vistiendo un uniforme de oficial de la Wehrmatch —ejército alemán—, se dirigió al sur. Cuando finalmente Alemania capituló en mayo de 1945, Mengele terminó en dos campos de prisioneros de los aliados, ignorado por sus captores, pues no hay documento que explique por qué carecía del tatuaje obligatorio de oficial de las SS. Usando un nombre falso, y con la ayuda de su familia, trabajó en una granja de la zona de Rosenheimm, cercana a su ciudad natal de Gyinzburg. Entre 1945 y 1949, fue visitado varias veces por Irenna.

Las listas de criminales de guerra circulaban por la República Federal de Alemania y los doctores y oficiales de las SS estaban siendo juzgados. Mengele estaba atemorizado y pidió a Irenna que huyera del país con él, a lo que ella se negó. Decepcionado pero decidido a escapar, huyó a Italia en 1949 y allí embarcó hacia Buenos Aires. En Argentina, gracias a Odessa, organización encargada de otorgar salvoconductos a antiguos oficiales de las SS, se ocultó entre la colonia alemana y llegó a sentirse como en casa, en su residencia en la zona de Florida, viviendo bajo el nombre de Helmut Gregor. Más tarde, en la década de los cincuenta, consideró que la caza de criminales de guerra había terminado, y comenzó a decir su nombre. Obtuvo la nacionalidad argentina y creó una compañía de material agrícola con su verdadero nombre. Con él llegó incluso a figurar en la guía telefónica —así que de anonimato y vida oculta, nada—. Tras divorciarse de su mujer, supo por su abogado que el gobierno alemán había mandado cartas al argentino, solicitando la extradición de nazis. Con la ayuda de Odessa, huyó al Paraguay, donde tramitó su ciudadanía. Bajo las leyes paraguayas no podía ser extraditado. En aquellos tiempos, ese país estaba gobernado por el dictador Alfredo Stroessner, descendiente de alemanes y admirador de los nazis. Seguro, aunque intranquilo, Mengele se dejó ver sin problemas en las calles de Asunción.

En 1960, en Argentina, tuvo lugar el secuestro de Eichmann, y Mengele emprendió de nuevo la huida, escondiéndose esta vez en el sur de Brasil, donde había centenares de miles de descendientes de alemanes entre los que se pudo ocultar; sin embargo, ya nunca más se sentiría seguro. A partir de entonces, a mediados de los sesenta, su vida es difícil de seguir y los testimonios del Mosad y del Departamento de Estado de EE UU se contradicen. La publicación de las novelas
Los Niños del Brasil
y
Maraton-man
—ambas llevadas brillantemente al cine— complicaron aún más las cosas, pues le concedieron una dimensión mítica de la que el miserable y acorralado asesino carecía.

Las enormes sumas de dinero ofrecidas por su pista por el Centro Weisenthal e Israel dieron su fruto. En junio de 1985, la noticia del descubrimiento de la tumba de Wölfgang Gërhard, uno de los nombres que usó en Brasil, recorrió al mundo. Los restos que habían permanecido bajo tierra desde 1979 fueron exhumados. El equipo forense concluyó que eran los restos de Josef Mengele, el nazi más buscado desde la Segunda Guerra. Si esto era cierto, ¿cómo fue su vida desde su huida de Paraguay, en 1960, hasta su presunta muerte, en 1979? En Brasil fue puesto en contacto con refugiados bávaros, todos ex pertenecientes al movimiento nazi y refugiados en ese país tras la guerra. Ellos se alegraron al encontrar a Mengele en la frontera, donde lo instruyeron sobre su nueva «identidad». Se disfrazó como un suizo de apellido Stammer, comerciante de implementos agrícolas. Una familia adoptiva que verdaderamente llevaba el apellido Stammer lo estaría esperando. Además, fue entrenado para mantenerse anónimo, ocultarse y para saber a quiénes recurrir si alguien intentaba detenerlo. Mengele pasó dieciséis años viviendo con los Stammer en una granja cercana a Sao Paulo, adquirida por la firma alemana Mengele —la de su familia—. En 1976 la convivencia con sus familiares adoptivos se tornó imposible, por lo que solicitó una nueva familia. Peter y Geza Bossert se ofrecieron para acoger a Mengele en su hogar, donde permaneció hasta su muerte.

Según la evidencia descubierta en 1985, 1979 sería un año marcado en la vida de Mengele. En 1979 fue invitado a pasar un día de playa, a cincuenta millas de Sao Paulo. Mengele se introdujo en el mar, hasta que el agua alcanzó sus rodillas. En ese momento desapareció. Sufrió un ataque cardiaco, cayó al agua y se ahogó. Geza Bossert hizo los arreglos para que Mengele fuera enterrado en el cementerio de Ambu, bajo una lápida que lleva el nombre de Wölfgang Gërhard, y allí permaneció hasta su exhumación en 1985. Expertos forenses de Estados Unidos, Alemania e Israel se encargaron de las investigaciones. Se enviaron muestras óseas a Inglaterra, donde existen bancos de datos para su comparación. Esa comparación se retrasó muchos años debido a que la ex esposa de Mengele, Irenna, y su hijo Rolf se negaban a dar muestras de sangre. Finalmente, las autoridades alemanas presionaron a Rolf y a su madre, y se obtuvieron las muestras requeridas. El examen de ADN dio un resultado: el hombre sepultado en Ambu, Brasil, fue el padre biológico de Rolf Mengele.

¿Napoleón fue envenenado en la isla de Santa llena?

Napoleón Bonaparte murió el 5 de mayo de 1821 a las 17.49 horas en la isla de Santa Elena, en el Atlántico sur. Su médico de cabecera constató que la última palabra que pronunció fue «Josefina…», el nombre de su esposa. El galeno comentó sus momentos finales: «El emperador muere solo y abandonado, y su agonía es espantosa».

Oficialmente fallece de cáncer de estómago, más conocido entonces como cirro de píloro (otros creen que sus últimas palabras fueron: «… Retrocede… Armada… Cabeza…»). Vestido con su uniforme de cazadores, sería velado hasta el día 9 y después de una misa celebrada por el abate Vignali, el féretro sería llevado por doce granaderos. Dos mil soldados británicos le rindieron honores.

La madre de Napoleón redamó los restos de su hijo a Inglaterra, pero no tuvo contestación. En 1840 llegó a la isla de Santa Elena una comisión en la que figuraban los antiguos compañeros del emperador, entre ellos, el hijo de Les Cases, para exhumar sus restos y trasladarlos a los Inválidos de París, donde permanecen hoy día. ¿Es eso seguro? Últimamente se cuestiona cómo murió y si los restos mortuorios que se encuentran en su tumba son realmente los de Napoleón.

El historiador francés Bruno Roy-Henry cree que las autoridades británicas pudieron haber retirado los restos de Napoleón antes de devolver su ataúd a Francia en 1840, y que el cadáver es el de otro hombre. El Ministerio de Defensa de Francia se ha negado, por lo menos por ahora, a permitir una prueba de ADN que, según Roy-Henry, acabaría con todas las dudas sobre la identidad del cadáver. Este organismo aduce que Roy-Henry debe solicitar antes el consentimiento de los descendientes de Napoleón, algunos de los cuales viven en Italia y en la isla natal del emperador, Córcega, para que se le proporcione una muestra con objeto de que se analice su ADN, antes de que se pueda avanzar más en el caso.

Roy-Henry resalta una serie de anomalías que rodean la muerte de Napoleón en 1821 y el traslado de sus restos a París, diecinueve años después. Según los partidarios de esa tesis, el cadáver de Napoleón fue sustituido por el de otra persona cuando fue trasladado a París desde Santa Elena. El objetivo del «cambiazo», aseguran, fue impedir que una eventual autopsia del cadáver pusiese de relieve que Napoleón fue envenenado con arsénico. No es algo nuevo. Desde hace años existe la leyenda de que, en la tumba de Napoleón, no se encuentran los restos mortales del Gran Corso, sino los de un espía a su servicio, un tal Cipriano, envenenado en 1817.

Entre esos «hechos poco claros» destacan que Napoleón tenía la dentadura en mal estado, mientras que el cadáver exhumado el 15 de octubre de 1840 mostraba unos dientes muy blancos, o que las vasijas que contenían el corazón y el estómago del emperador fueron colocadas en un rincón del féretro, para ser luego encontradas entre las piernas del difunto. Los escépticos consideran que los hechos consignados por los notarios de la época no tienen el rigor de los actuales y, por tanto, las distorsiones son inevitables.

Mientras esta prueba de ADN se hace esperar para determinar su identidad, otra ya se ha efectuado y han aclarado otro enigma histórico, el de la causa de su muerte. ¿O no?

Un equipo internacional de científicos aseguró, en el mes de febrero de 2001, que Napoleón Bonaparte murió envenenado con arsénico. El estudio presentado en París refuta la idea de los historiadores que siempre hablaron de un cáncer de estómago y confirma los temores ya expresados en el siglo XIX por el mayordomo del ex emperador, Louis Marchand, quien fue el primero en sospechar que el hombre al que servía fue envenenado y en dejar constancia de ello en sus memorias (publicadas en 1955): describió veintiocho de los treinta y un síntomas que definen el envenenamiento por arsénico. A su testimonio le siguieron más tarde otras opiniones científicas similares. Los resultados revelan que la salud de Napoleón se agravó por la ingestión combinada de arsénico y laxantes. Llegaron a esa conclusión tras analizar un mechón de su cabellera, que fue conservado tras su muerte por los sucesores de Marchand.

El doctor canadiense Ben Weider, que preside la Sociedad Napoleónica Internacional, defiende también la tesis del asesinato del emperador, y por eso confió la investigación al laboratorio de la policía criminal del FBI y al laboratorio nuclear de Harwell, en Londres. Después de que las pruebas de ADN autentificasen que el cabello era realmente de Napoleón, el FBI señaló que «las muestras del pelo analizadas contienen cantidades de arsénico lo suficientemente importantes como para haber provocado un envenenamiento».

El laboratorio británico, por su parte, dictaminó que el veneno no fue utilizado tras la muerte para conservar el pelo de Napoleón ni fue inhalado por el emperador en sus dependencias, decoradas con cuadros pintados con un derivado del arsénico, sino que la sustancia había sido ingerida. Estos datos científicos fueron después verificados por el laboratorio de toxicología de la Prefectura de Policía de París, que confirmó los anteriores análisis (los del FBI y Londres).

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