Entre sombras (10 page)

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Authors: Lucía Solaz Frasquet

Tags: #Infantil y juvenil

—El reloj, de 1386 —les informó con orgullo—, es el reloj en funcionamiento más antiguo del mundo. La catedral también contiene la mejor de las cuatro copias originales de la Carta Magna a través de la cual los nobles feudales acotaron el poder de Juan I en 1215.

—No sé cómo Andy puede soportar a semejante sabelotodo —gruñó Millie por lo bajo mientras la seguían al interior.

A Acacia le resultaba difícil apartar la mirada de Enstel, que resplandecía con belleza sobrecogedora mientras estudiaba absorto los impresionantes grabados, estatuas y vidrieras de la catedral.

Hacía tiempo que había notado su predilección por los lugares sagrados, donde su vibración se elevaba con rapidez sin necesidad de alimentarse. Cuando se lo comentó, Enstel le habló de las líneas telúricas y cómo muchos templos, círculos megalíticos, monasterios, cementerios, iglesias y catedrales del mundo se localizan en los puntos en los que varias de estas líneas del campo magnético terrestre convergen. Le habló también de las espirales de energía que llamaba vórtices. Aunque no resultaban fáciles de hallar, solo con estar próximo a uno sentía que su poder se incrementaba y su energía vibraba sólida y rápida durante días.

—¿Sabíais que aseguran que algunos de los edificios están encantados? —les preguntó Andy mientras cenaban en un restaurante cercano a la catedral—. Hay recorridos turísticos en busca de almas atormentadas, muy populares tanto entre los habitantes de Salisbury como entre los visitantes. Dicen que en los grandes almacenes que se levantan donde Henry Stafford, segundo Duque de Buckingham, fue decapitado en 1483 se puede ver en ocasiones su fantasma.

—¡Qué suerte que ninguno de nosotros crea en esas viejas leyendas! —comentó Bill dándole un codazo a Millie, que había palidecido de modo evidente. De todos era conocido su terror por cualquier elemento sobrenatural.

Acacia le lanzó una mirada a Enstel, quien se encogió levemente de hombros. Él no había percibido tampoco la presencia de ningún espíritu de esa clase.

Al día siguiente recorrieron las ocho millas que los separaban del círculo de piedra de Stonehenge. Cuando se abrió al público era posible caminar entre las rocas e incluso subirse a ellas pero, debido a la gran erosión que esto causó, hacía años que solo se podían contemplar a cierta distancia. El acceso se había restringido a las celebraciones de los solsticios de verano e invierno y los equinoccios de primavera y otoño.

Mientras Enstel vagaba libre entre las enormes piedras, ajeno a las limitaciones humanas, escucharon con atención las explicaciones de la guía sobre las diferentes fases de su construcción, las diversas teorías sobre sus posibles funciones y cómo resulta muy difícil comprender por qué decidieron construir el primer círculo con pesadas rocas que solo se encuentran en Gales, a doscientas millas de distancia, y cómo quinientos años más tarde lograron elevar megalitos de cuarenta toneladas.

—Todo parece envuelto en un aura de misterio —dijo Lillian.

—Todavía se están llevando a cabo investigaciones para esclarecerlo —convino la guía con una sonrisa casi de disculpa.

—Lo único que parece estar claro es que no tienen ni idea —comentó James en voz baja mientras se dirigían a la tienda.

—¿Una celebración del verano y la vida o una conmemoración del invierno y la muerte? —leyó Acacia hojeando uno de los libros expuestos.

—Centro de enterramiento, lugar de culto celta, un templo dedicado al sol —continuó Millie mirando por encima de su hombro—, un observatorio alineado con el sol y la luna capaz de predecir eclipses y otros eventos astronómicos.

—Un templo que celebra la unión del Dios y la Diosa y que está conectado con la fertilidad, teorías que tienen que ver con los egipcios y la Atlántida, las leyendas del rey Arturo…

—Y no te olvides de las que hablan de seres llegados de otros planetas y dimensiones.

—Ni de los que aseguran que es un portal a través del cual es posible viajar en el tiempo y el espacio.

Acacia quiso saber cuál era la opinión de Enstel y, al girarse en su búsqueda, no lo halló. Lo vislumbró, todavía en medio del círculo, con el cuerpo vuelto al sol, los ojos cerrados y los brazos semiabiertos. El resplandor que emitía no era el familiar tono plateado, sino un dorado intenso, tan poderoso que resultaba cegador. Acacia se dio cuenta de que se estaba alimentando y quizás algo más.

—Sea cual sea el origen de este lugar —comentó James siguiendo la dirección de su mirada—, nadie puede negar que tiene algo muy especial.

Acacia no tuvo oportunidad de interrogar a Enstel. Aunque sabía que se encontraba en las proximidades, por alguna razón había decidido permanecer distante. Ella también se sentía un poco extraña, como si una fuerza desconocida estuviera removiendo sus entrañas y alterando su conciencia.

Antes de regresar a Devon habían programado una visita a la aldea de Avebury y el círculo de piedra más antiguo que se conoce. El folleto decía que las excavaciones habían mostrado que en el momento de su construcción estaba formado por ciento cincuenta y cuatro piedras, de las cuales solo treinta y seis permanecían en pie.

—Una de las teorías sobre el motivo por el que desaparecieron —leyó Millie— argumenta que en el siglo
XIV
los megalitos podrían haber sido quebrados a manos de las autoridades cristianas en un intento por acabar con la religión pagana en la zona.

—¡Aja! —exclamó Bill Corrigan—. ¡Brujas!

Acacia se esforzó por contener el escalofrío que le recorrió la espalda.

—También se especula —continuó Lillian— que el círculo de Avebury era parte de un diseño en forma de serpiente que pasaba a través de un círculo para formar un símbolo alquímico y que la zona podía haber sido parte de un templo.

—En cualquier caso —comentó James sujetando a King, empeñado en perseguir a las ovejas que pastaban entre las rocas—, el empleo exacto que le dieron las civilizaciones antiguas no se ha logrado entender por completo.

Al contrario que en Stonehenge, en Avebury tenían libertad para pasear entre los megalitos, tocarlos y tumbarse junto a ellos si así lo deseaban. Acacia se dio cuenta de que la energía era muy diferente a Stonehenge, más activa y poderosa. Notó cierta confusión mental y un gran cansancio físico, como si su cuerpo pesara de repente una tonelada. Sabía que pasaría pronto y que todos se estaban beneficiando de la experiencia. Acacia vislumbró entonces a Enstel deambulando entre las rocas. Aunque bastante alejado, percibió con claridad las variaciones de su energía. Había algo que lo perturbaba.

Lillian tenía especial interés en ver la antiquísima pila bautismal normanda, diseñada para sumergirse por completo, que se encontraba en la pequeña iglesia de Avebury. Mientras estudiaba sus serpientes grabadas en piedra, Acacia se encontró inesperadamente sobre un vórtice que la llenó de una energía burbujeante, eliminando por completo la pesadez y haciéndole sentir ligera y feliz.

Un rato más tarde, y aprovechando el buen tiempo, disfrutaron de un picnic sobre la hierba. Avebury estaba muy concurrido ese día y la atmósfera era relajada, casi letárgica. Poco después de comer, Acacia se excusó y buscó a Enstel, quien parecía todavía perdido en sus pensamientos.

Recuerdas algo, ¿no es así?


.

¿
Me lo quieres contar
?

Este es el lugar en el que me convocaron por primera vez, hace cinco mil años
.

Parece una memoria dolorosa
.

Lo es. No vine por voluntad propia
.

Acacia percibió que su tono contenía más tristeza que rencor y recordó que su propia madre lo había invocado para que la pusiera a salvo cuando no era más que un bebé recién nacido.

¿
Cuidar de mí ha sido una carga
?

No. En absoluto. Haría cualquier cosa por ti. Te quiero tanto
.

Acacia se sintió embargada por una inesperada oleada de emociones y notó cómo las lágrimas enturbiaban su visión, el amor y el dolor de Enstel tan palpables que podía sentirlos como propios.

—Y yo a ti —murmuró tomándolo de la mano.

La noche anterior a la partida de James, Acacia estaba sentada en la cama, abrazándose las rodillas, mientras Enstel contemplaba el cielo estrellado a través de la ventana.

—¿Cómo se sabe que estás enamorado? —le preguntó la joven de repente.

—Bueno —respondió Enstel con lentitud, incapaz de suprimir una sonrisa—, por lo general existe en los humanos una variedad de síntomas que lo delatan.

—¿Por ejemplo?

—Cuando no puedes sacarte a esa persona de la mente; cuando la echas en falta a todas horas y cuentas los minutos para verla; cuando quieres saberlo todo sobre ella; cuando el corazón se te dispara cada vez que la ves, estás cerca o escuchas su voz; cuando cualquier cosa te la recuerda; cuando te sientes feliz solo por estar vivo y el mundo te parece de repente un lugar mucho mejor.

—Entonces creo que James tiene razón —murmuró Acacia con pesar tras sopesar sus palabras—. Nunca he estado enamorada de él. En realidad, jamás he sentido nada semejante por otro ser humano.

—Hace una noche perfecta. ¿Por qué no vas a su cuarto y le propones salir al jardín a disfrutar de la luna y las estrellas? Me aseguraré de que tus padres no se despiertan ni nadie os molesta. Será un buen recuerdo para los dos.

La despedida fue triste y ninguno de los dos pudo evitar llorar. Se besaron por última vez, entre lágrimas saladas, sabiendo que a partir de ese momento ya no había marcha atrás. Tenían dieciocho años y estaban a punto de embarcarse en una nueva vida que los había de alejar para siempre.

SEGUNDA PARTE
BRUJAS Y ESPÍRITUS
12

Acacia se despidió de Ilsa y del resto de los estudiantes y se ajustó la bufanda antes de salir. Acababan de asistir a una charla fascinante donde un famoso arqueólogo que tenía su propio programa de televisión les había demostrado cómo se tallaban los utensilios de sílex. El número de estudiantes de Arqueología y Antropología era muy reducido y se conocían todos entre sí. Ilsa, la entusiasta alumna de tercero que le había sido asignada como
madre
cuando llegó a Oxford en octubre, la había guiado a través de las instalaciones de Magdalen College, informándola sobre bibliotecas y museos, sociedades, actividades, sesiones individuales con los profesores, charlas y conferencias, clases prácticas y grupos de investigación. Su instrucción se había extendido también a los mejores pubs, tiendas y discotecas.

Febrero había llegado con un tiempo gris y desapacible, cargado de un abundante surtido de nubes borrascosas que habían borrado los últimos vestigios de la nieve del mes anterior, pero a Acacia no le importaba. Adoraba la vida en la universidad más antigua del país, donde se sentía al mismo tiempo en casa y perpetuamente maravillada por la magnificencia arquitectónica que la rodeaba. Miró a su alrededor y respiró hondo, contemplando algunas de las gárgolas de los edificios cercanos, esculturas grotescas que expelían el agua de lluvia por su boca y espantaban a los espíritus demoniacos con su fealdad. Siempre había admirado la extraña combinación de símbolos cristianos y paganos, la mezcla monstruosa de géneros y especies, hombres y mujeres, animales y humanos, indistinguibles e hipnóticos.

Enstel la tomó de la mano y le dio un beso en la mejilla. Él también había disfrutado con la charla y ahora la acompañaba al comedor de Magdalen, donde había quedado con Agnese y Germain. Acacia le sonrió, deslumbrada por su resplandor. Enstel parecía vibrar con fuerza inusitada, su energía más sólida que nunca, quizás alimentada por los antiguos edificios medievales y la ebullición constante de estudiantes.

Magdalen College, uno de los más hermosos que conociera, estaba situado junto al río Cherwell y el parque de ciervos. A Acacia le gustaba pensar que T. E. Lawrence, Oscar Wilde y C. S. Lewis habían caminado antes por esos mismos pasillos. Agnese y Germain, estudiantes de Medicina e Historia Antigua de segundo y tercer año, la esperaban rodeados de paredes cubiertas de paneles de madera oscura, techos artesonados y hermosas vidrieras. Poco después se les unieron Dan y Jenna. Esa noche tocaba sopa de berros, salchichas con cebollas, patatas y guisantes y, de postre, delicioso pastel de cereza.

Después fueron al cine y acabaron bailando en Filth hasta que cerraron a las tres de la mañana.

Al día siguiente fue a una clase sobre la emergencia de las sociedades complejas en Mesopotamia y se encerró en la biblioteca el resto de la tarde. Al contrario que en la enseñanza secundaria, se esperaba que realizara gran parte del trabajo de forma independiente y a Acacia le encantaba tanta libertad. Magdalen contaba con cinco bibliotecas y una de ellas, abierta las veinticuatro horas, estaba en posesión de más de sesenta mil libros y probablemente de la colección de DVD más extensa de la universidad. Ilsa le había asegurado que, ante la eventualidad de no encontrar el libro que buscaba, en la biblioteca estarían encantados de comprarlo.

Fue a nadar un rato, cenó con Dan y Jenna en el bar de Magdalen y Enstel no tardó en aparecer en el ensayo semanal del coro. La besó en la sien y se situó, radiante, al fondo de la sala. La Sociedad Musical estaba preparando el concierto de fin de trimestre con el
Réquiem Alemán
de Brahms y Enstel solía asistir a todos los ensayos. La vibración de la música le proporcionaba un placer inmenso y contribuía a fortalecer sus niveles de energía. Si en Burton Acacia había sido la estrella, aquí la competencia era mucho mayor, pero sabía que el director apreciaba su talento y disfrutaba mucho con el reto que suponían las obras que preparaban.

Por la noche había quedado con Germain para practicar francés pero, como cada vez que se veían en su habitación, acabaron en la cama en menos de diez minutos. A Enstel no le gustaba Germain y solía permanecer alejado cuando estaban juntos. A Acacia le divertía que tuviera preferencias entre sus amantes, siendo la dulce Agnese su favorita actual.

Sentada en el escritorio de su habitación, Acacia leyó un breve correo electrónico de James dándole las gracias por el regalo y la tarjeta de cumpleaños que le había enviado y sintió la ya familiar sensación agridulce de los últimos tiempos. Siempre se alegraba de recibir noticias suyas, aunque el distanciamiento entre ellos era cada vez más evidente. A pesar de que ambos se esforzaban por mantener el contacto a través de correos y Facebook, estaba claro que se habían visto absorbidos por sus nuevas vidas y la comunicación entre ellos era cada vez más esporádica.

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