Episodios de una guerra (18 page)

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Authors: Patrick O'Brian

Tags: #Aventuras, Histórico

—El señor Byron está regular, señor, por lo que pude ver. Allá abajo hay mucho que hacer y el doctor trabaja como una abeja. Por cierto, le manda saludos. El primer oficial, el señor Chads, recibió un horrible golpe.

Los tripulantes del
Leopard
no tenían asignados puestos para virar la fragata, así que se agruparon alrededor de su capitán y bebieron muchísima agua del tonel mientras la
Java
, muy lentamente, dirigía la proa hacia la parte de donde venía el viento.

—Nunca había visto un barco virar tantas veces seguidas —dijo Babbington.

—Creo que vira demasiado —dijo Jack—. Ese movimiento es el más peligroso que…

—¡Dios mío! —susurró Babbington—. ¡Vamos a perder los estayes!

Así era. Como la
Java
no tenía foque ni trinquetilla, parecía que no podría situarse contra el viento sino que derivaría y quedaría colocada con la popa frente a la fragata enemiga, que ahora se encontraba a un cuarto de milla a sotavento. Jack miró hacia atrás y vio cómo terminaba de virar y se situaba con el costado de estribor frente a ellos. Dentro de un minuto la
Java
recibiría una andanada por la popa.

—¡Al suelo! —gritó, empujando a Forshaw hacia abajo por el hombro.

La andanada llegó. Las balas dieron en la popa de
la. Java
y pasaron a lo largo de la cubierta. Pero en ese mismo momento el velacho de la
Java
se hinchó y ésta, muy lentamente, viró en redondo.

—¡Cañones de babor! —gritó Jack, dando un paso adelante.

Ahora los tripulantes de la
Java
apenas necesitaban instrucciones. Corrieron a sus cañones y cuando la fragata desplazó la proa un poco más, volvieron a disparar. Fue una potente descarga, a pesar de ser desordenada, y todas las balas dieron en el blanco. Entonces la
Constitution
viró de nuevo.

La
Java
avanzó, se situó paralela a la
Constitution
y empezó a recibir sus cañonazos y a responderle con otros. Los cañones llegaron a calentarse tanto que en cada descarga salían de la cubierta casi de un salto. Hacían un esfuerzo enorme, realmente un esfuerzo enorme, pero la diferencia entre las balas de veinticuatro libras y las de dieciocho libras empezaba a notarse y la
Java
no podría soportar el fuego mucho más tiempo. En los cortos segundos en que dejó de ocuparse de los cañones, de hacer que los furiosos marineros redujeran la carga, dispararan bajo y con constancia y limpiaran bien el interior del cilindro, Jack vio la crujía destrozada, los botes hechos pedazos y los profundos cortes que tenían el palo mayor y el trinquete, el cual, además, se había quedado sin estayes. «Tenemos que abordarles. Todavía tenemos unos trescientos hombres», dijo para sí. Y mientras esas palabras se formaban en su mente, oyó a Lambert gritar:

—¡Al abordaje!

La
Java
dirigió la proa hacia la
Constitution y
se acercó a ella por el través. Las brigadas de abordaje se agruparon en el castillo con los alfanjes, las pistolas y las hachas preparadas. Chads ya había regresado y estaba junto su capitán y tenía la cara muy pálida. Las miradas de ambos se cruzaron con la mirada risueña y a la vez ansiosa de Jack. Unas yardas más y se produciría el impacto
y
enseguida empezaría el abordaje y la lucha cuerpo a cuerpo. Los norteamericanos disparaban desde las cofas tan rápido como podían cargar sus armas, pero eso no le importaba a la multitud de furiosos hombres que esperaban impacientes el momento de saltar.

Entonces, desde la cofa del trinquete de la
Java
, se oyó claramente entre el enorme estrépito el grito:

—¡Quítense de abajo!

Inmediatamente el mástil, el gran pilar del mastelero de velacho, con todas sus vergas y sus velas, su cofa y sus innumerables cabos y poleas, se desplomó con gran estruendo y cayó sobre la cubierta principal, con la parte superior sobre el castillo.

Gran cantidad de aparejos y palos cayeron sobre ellos y los cañones de proa y algunos hombres quedaron inmovilizados y otros resultaron heridos. Durante los minutos siguientes, mientras intentaban desesperadamente quitar aquella maraña de encima de los cañones para que pudieran disparar, Jack dejó de advertir cuál era la posición relativa de las fragatas. Y cuando por fin la batería de proa quedó libre, vio que la
Constitution
estaba delante de la
Java
y empezaba a cruzar frente a su proa. La
Java
no podía disparar ningún cañón en esa posición y la
Constitution
le disparó con tal furia que causó la muerte de una veintena de hombres y derribó el mastelero mayor.

Una vez más el arduo trabajo de quitar los aparejos y cabos de encima de los cañones rompiéndolos con hachas y con todo lo que tuvieran a mano. Ahora la
Constitution
estaba situada por la aleta y sus balas atravesaban oblicuamente la
Java
; un momento después avanzó y disparó una andanada con la batería de babor.

—El capitán está abajo —dijo un marinero de la
Java
que había llevado abajo a un compañero herido—, pero Chads ha vuelto.

—Nunca hay que darse por vencido —dijo el jefe de su brigada y disparó el cañón.

La bala derribó la verga de la gavia mayor de la
Constitution
y por toda la cubierta se oyeron gritos triunfales. Sin embargo, al mismo tiempo el cangrejo y la botavara de la vela cangreja cayeron por la borda y poco después cayó también el palo mesana. Los tripulantes de la
Java
, bajo el sol casi oculto por el humo, disparaban como locos, incansablemente, mientras el sudor les corría por el cuerpo, a menudo mezclado con sangre. Las llamas que salían de los cañones con cada disparo hacían arder casi siempre alguno de los pedazos de lona alquitranada que colgaban de los costados y los pocos oficiales que quedaban hacían mantener la sucesión: cubos de agua, cañonazos, cubos de agua, cañonazos… Las fragatas estaban paralelas otra vez y los marineros de la
Java
lanzaban tantos cañonazos como recibían o, al menos, lo intentaban, y puesto que la fragata estaba muy hundida en el agua, algunas de sus balas causaban grandes daños. Sin embargo, la
Java
no tenía cofas, ya que el palo trinquete y el mesana se habían caído y la cofa del mayor estaba destrozada, mientras que en la fragata norteamericana sí había y estaban llenas de buenos tiradores. Precisamente fue uno de ellos quien derribó a Jack. El impacto le hizo caer de bruces y al principio pensó que no había sido nada, pero cuando intentó ponerse de pie, notó que el brazo derecho no respondía y que formaba con el cuerpo un ángulo que no era el normal. Se puso de pie por fin y empezó a tambalearse, pues la
Java
tenía un violento balanceo porque había perdido dos mástiles y todas las velas excepto una. Y allí, en medio de la confusión, cuando le gritaba a la brigada encargada del cañón número nueve que lo bajara, una astilla de madera de roble le derribó de nuevo.

Le parecía oír a Killick muy lejos, diciéndole a un infante de marina las insultantes palabras: «¡Con cuidado! ¡Con cuidado, imbécil, culo gordo…!». Recobró el conocimiento de repente y vio a Stephen inclinado sobre él, hurgando en la herida.

—¡Rápido, Stephen, ponme una tablilla y una venda, sólo eso! —dijo—. Luego podrás examinarlo mejor. Tengo que volver a cubierta.

Stephen asintió con la cabeza y le entablilló y le vendó el brazo. Luego volvió a ocuparse de un hombre tumbado sobre su propio hígado y Jack, rodeado por el olor a sangre, pasó por entre largas filas de heridos y fue hasta la escala. En el alcázar encontró a Chads, también vendado y pálido. Ahora tenía el mando de la fragata y había un intenso brillo en sus ojos. Estaba tratando de quitar de la cubierta el palo mesana, pues podría perforar
la Java
y mandarla al fondo del mar antes del momento marcado por el destino. El carpintero, el condestable y el armero estaban a su lado esperando para hablar con él.

—Por favor, si puede, vaya a la proa, señor —le dijo a Jack—. Si podemos situarnos con el viento en popa, la abordaremos.

Fue hasta la proa a través de la ensangrentada cubierta, desviándose bruscamente hacia los lados a causa del violento balanceo y mirando fijamente la
Constitution
. La fragata se había alejado y ahora se encontraba fuera del alcance de los cañones de la
Java
y su tripulación estaba haciendo nudos y empalmando. Los artilleros de las reducidas brigadas que encontró a su paso estaban muy animados y gritaban expresando su desagrado por los norteamericanos y les retaban a volver y terminar el combate de una vez.

«Son como gallos de pelea», pensó y aceleró el paso. Con marineros como aquellos, si podían situarse con el viento en popa y abordar la fragata norteamericana, aún era posible capturarla. Había visto conseguir la victoria en situaciones peores, en las cuales el enemigo se había confiado demasiado y había cometido errores. La
Constitution
ya había cometido al menos dos muy graves y podría cometer otro.

En el castillo, Babbington y una brigada de marineros habían cogido un mastelerillo casi intacto de entre los palos que se habían caído y trataban de colocarlo como mástil provisional. Pero la
Java
se balanceaba y cabeceaba con tal violencia que les era muy difícil conseguirlo y, además, caían sobre ellos trozos de palos y aparejos desde la cofa del mayor debido al cabeceo. Por otra parte, el palo mayor, el único mástil que quedaba, ya sin obenques y sin burdas, amenazaba con caer por la borda en cualquier momento.

—Hay que tirar el palo mayor —dijo Jack—. Forshaw, vaya corriendo a proa y pida permiso a Chads para tirarlo y también dígale que nos envíe una brigada de carpinteros. ¡Forshaw! ¿Dónde está Forshaw?

Pasaron unos momentos sin que nadie contestara y por fin Babbington dijo:

—Murió, señor. Salió despedido en una explosión.

—¡Dios mío! —exclamó Jack.

Luego, tras una brevísima pausa, gritó:

—¡Holles, vaya usted rápidamente!

Holles regresó acompañado de los carpinteros con sus hachas. Los carpinteros tumbaron el mástil, lo tiraron por la borda y la fragata se estabilizó. Chads y todos los marineros que ocupaban los puestos de popa estaban ahora en el castillo y se esforzaban por colocar el mástil provisional, y mientras tanto, todos los marineros daban gritos triunfales y renegaban de la
Constitution
. Lograron poner el mástil provisional por fin y luego lo aseguraron y le ataron una botavara con un ala baja. Entonces la extraña vela se desplegó y se hinchó y la
Java
ganó velocidad y empezó a responder al timón. Viró hasta quedar situada con el viento por la aleta y avanzó hacia la distante
Constitution
con la bandera colocada sobre el trozo del palo mesana que quedaba.

Con un solo brazo, que, por desgracia, era el izquierdo, Jack podía hacer muy poco ahora. Acompañó a Chads hasta la popa y ambos analizaron la situación. Observaron que la cubierta estaba en unas condiciones deplorables. Vieron una docena de cañones desmontados —aunque había más que no pudieron ver—, los botes destrozados y, por supuesto, sangre. Pero la situación no era desesperada, pues la única bomba que no había sido destruida bombeaba sin parar, los artilleros permanecían junto a sus cañones, listos para disparar y deseosos de hacerlo y los hombres de las brigadas de abordaje tenían preparadas sus armas. Un infante de marina dio un paso al frente y tocó la primera campanada de la guardia de primer cuartillo, cuyo sonido fue muy débil. Mecánicamente, Jack se metió la mano izquierda en el bolsillo para sacar el reloj y comprobar la hora, pero su intento fue en vano, pues lo que sacó fue la caja de oro del reloj retorcida y un puñado de ruedecillas y pedazos de cristal. En ese momento el carpintero se acercó a Chads y dijo:

—Seis pies cuatro pulgadas en la sentina, señor, con su permiso. Y el nivel aumenta rápidamente…

—Entonces es mejor que abordemos la fragata norteamericana —dijo Chads con una sonrisa.

Se volvieron hacia delante y vieron allí la fragata norteamericana, que ya había terminado las reparaciones. Y mientras la observaban, la fragata movió las velas, viró y empezó a aproximarse a ellos con las velas amuradas a estribor.

Cualquier error que cometiera sería una bendición del cielo y ahora era el momento de aprovecharlo. Ahora o nunca. Si la
Constitution
no tenía en cuenta la ventaja que suponía estar a barlovento, si se acercaba a ellos lo suficiente para que pudieran abordarla por fin, aunque fuera bajo sus disparos… Pero la
Constitution
no tenía intención de hacer nada de eso. Deliberadamente y con un control perfecto de su movimiento, comenzó a pasar frente a la proa de la
Java
, a poco más de doscientas yardas, y de repente hizo flamear la gavia mayor y la sobremesana y se detuvo. Y allí permaneció, balanceándose suavemente, con la batería de babor —casi intacta— de frente a la destrozada
Java
, lista para dispararle una andanada tras otra. La
Java
, por tener su única vela en la proa, no podía situarse en contra de la dirección del viento y, por tanto, no podía aproximarse a la
Constitution
. Lo único que podía hacer era virar lentamente por estribor hasta que sus siete cañones de babor pudieran apuntarle, pero cuando pudieran dispararle por fin, ya habría recibido tres andanadas y desde una distancia muy corta. Además, la
Constitution
no esperaría a que la
Java
virara sino que tensaría las velas de nuevo y cambiaría de posición. La
Constitution
continuaba allí y era evidente que sólo por indulgencia no abría fuego. Jack podía ver a su capitán mirándoles con curiosidad desde su alcázar.

—No —dijo Chads con voz apagada—. No servirá de nada.

Miró a Jack y éste asintió con la cabeza. Entonces empezó a caminar hacia popa del mismo modo que un hombre resuelto caminaría hacia la prisión, pasó entre los pocos artilleros que quedaban y finalmente arrió la bandera.

CAPÍTULO 4

La
Constitution
navegaba rumbo al norte con las escotas sueltas, avanzando con ayuda de la corriente del golfo de México y el doctor Maturin estaba apoyado en el coronamiento mirando la blanca estela, que resaltaba entre las aguas de color índigo. Pocas cosas serían más propicias para que los recuerdos acudieran a la mente y los de Stephen pasaban por ella con la misma rapidez de la corriente.

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