Read Escuela de malhechores Online
Authors: Mark Walden
Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Ciencia Ficción
—Hola, tíos —la voz de Nigel sonaba más animada de lo habitual—. ¿Os vais a comer ya o tenéis un par de minutos para ver algo en lo que he estado trabajando?
Otto se cargó la mochila al hombro.
—Yo no tengo prisa para ir a comer. A ver qué ha perpetrado el misterioso Darkdoom en su laboratorio.
Nigel le sonrió satisfecho.
—Fenómeno. ¿Te vienes tú también, Wing?
—Claro, aunque debo confesar que esas inquietantes plantas tuyas que comen insectos me ponen un poco nervioso.
Wing hablaba en serio. No le gustaba nada que tras una planta de aspecto inocente pudiera ocultarse una asesina, aunque solo matara mosquitos.
—Esto es mucho mejor, os lo digo yo —contestó Nigel con tono de extraño orgullo—. Vamos.
Y por señas indicó a Otto y a Wing que le siguieran por una escalera próxima a ellos.
Pasaron por una puerta hermética y caminaron por un puente que colgaba por encima del entorno tropical que se preservaba artificialmente en aquella parte de la bóveda. Al fin llegaron a una puerta que Nigel abrió, mostrándoles una pequeña habitación con paredes de cristal que daban a la selva que se cultivaba meticulosamente a sus pies. En el centro del único banco de trabajo que había en la diminuta estancia se hallaba un objeto grande de forma cúbica, cubierto con un paño negro.
—Por favor, hablad bajo. Es muy sensible al sonido —susurró Nigel.
Wing miró a Otto con curiosidad mientras Nigel se volvía hacia el objeto tapado. Otto respondió encogiéndose de hombros. Hacía un par de semanas, Nigel les había dicho contentísimo que la señorita González le había dado permiso para usar una de las habitaciones vacías de la bóveda hidropónica para realizar sus propias investigaciones. Otto recordaba haberse alegrado de que Nigel hubiera encontrado algo en HIVE que le resultara interesante, sobre todo dados sus malos resultados en las demás clases. Ahora, al parecer, iban a descubrir por fin lo que había estado haciendo en esa pequeña habitación.
—Venga, acercaos —dijo Nigel.
Y Otto y Wing se acercaron obedientemente al misterioso cubo.
—Caballeros, es para mí un gran placer presentarles a Violeta.
Retiró con gran ceremonia el paño negro que cubría el objeto, dejando al descubierto un gran recipiente cúbico de cristal en cuyo interior se encontraba la planta más extraña que ninguno de los dos había visto en su vida. Parecía un atrapamoscas pringoso unido a un tallo de unos quince centímetros de largo, pero en lugar de las hojas flexibles y suaves que normalmente constituyen los «dientes» de esa planta tenía en la boca unas púas largas y afiladas. Alrededor del nacimiento del tallo tenía hojas espinosas y largos tentáculos que de vez en cuando ondeaban en el aire como buscando una presa.
Nigel parecía encantado con las caras de estupefacción de Otto y Wing.
—¿A que es preciosa? —Nigel suspiró—. Me ha costado siglos extraer las secuencias genéticas adecuadas de mis otras plantas, pero el esfuerzo ha valido la pena —abrió una caja de plástico que había sobre el banco y sacó una rolliza oruga—. Mirad.
Y dejó caer la oruga al pie de la planta.
La reacción de Violeta fue veloz y violenta. Los tentáculos que tenía en la base se abrieron de pronto y agarraron a la indefensa oruga al tiempo que el flexible tallo se combaba y sus fauces la devoraban en cuestión de segundos. La cara de Wing expresaba ahora una mezcla de fascinación y repugnancia.
—Es una de las cosas más desagradables que he visto en toda mi vida —dijo en voz baja—. ¿Cómo has creado este engendro?
—Nada, un gen ligeramente modificado por aquí, un cruce de polinización por allá. Ya sabéis, lo de siempre.
Nigel parecía a punto de reventar de orgullo.
—Es increíble, Nigel, increíble —dijo Otto, incapaz de apartar los ojos de los últimos instantes de vida de la infortunada oruga.
—Todavía no se la he enseñado a la señorita González. Me preocupa que quieran experimentar con ella. Así que no se lo digáis a nadie, ¿eh? —les miró fijamente a los ojos: era evidente que aquello era muy importante para él.
—Mis labios están sellados, Nigel, no te preocupes.
Otto pensó que después de lo que había visto, aunque hubiera querido, no habría podido hablar de Violeta con nadie en HIVE.
—Cuenta con mi discreción —dijo Wing muy serio—, pero con la condición de que me prometas no volver a alimentarla delante de mí.
—Gracias, tíos —Nigel volvió a sonreír—. Os lo agradezco de veras. Ya sabéis lo mal que voy en las otras asignaturas. No quiero suspender también en Biotec. La pena es no poder enseñársela a mi madre, con lo orgullosa que se pondría.
Otto sintió una previsible punzada de remordimiento. En más de una ocasión, Wing y él se habían quedado hasta las tantas en su cuarto considerando si debían llevarse con ellos a Nigel cuando se fugaran. Por desgracia, siempre llegaban a la misma conclusión. Nigel sería una carga. De ninguna manera podría mantener su paso cuando lo intentaran y eso les restaría velocidad en una situación en que ser rápidos lo significaba todo. Pero eso no impedía que Otto se sintiera fatal por tener que dejar atrás al pequeño muchacho calvo.
—No tiene más que dos días. No os imagináis a qué ritmo está creciendo y todavía no ha parado. Dentro de unas semanas ni la vais a reconocer —Nigel miró orgulloso la planta, que se había quedado inmóvil—. Siempre descansa después de matar —explicó—. Qué mona es, ¿verdad?
Otto se dijo que aquel era probablemente el momento indicado para que Wing y él se esfumaran.
—Vámonos, Wing. Ver comer a Violeta me ha abierto el apetito.
Wing asintió con la cabeza.
—¿Te vienes, Nigel?
—No, quiero hacerle unas pruebas más. Gracias por venir a conocerla —contestó Nigel, feliz.
—Hasta otra, entonces. Vendremos a verla otra vez dentro de unos días —dijo Otto.
Seguía teniendo cargo de conciencia por tener que mentir a Nigel cuando le dejaron charlando animadamente con su nueva amiga.
Sentados en uno de los rincones más alejados del comedor, Otto, Wing, Shelby y Laura hablaban en voz baja mientras comían.
—Así que todo está decidido. Será esta noche —susurró Otto, mirando atentamente a su alrededor para asegurarse de que no había en las cercanías ningún posible cotilla que pudiera estar escuchándoles.
—Estaremos preparadas —replicó Laura—. Continúo diciendo que me gustaría que hubiera alguna manera de probar el invento antes de irnos, pero, bueno, rezaremos para que Otto y yo hayamos hecho bien nuestros cálculos.
—Procura no tranquilizarme tanto, ¿quieres? —replicó, sarcástica, Shelby, que, cosa poco usual en ella, parecía un poco nerviosa.
—Sabemos que funcionará, la teoría es segura —dijo Otto—. Las piezas que trajiste eran perfectas, no veo por qué no va a ir todo bien.
Intentó dar a sus palabras más seguridad de la que sentía. Él también hubiera querido hacer más pruebas, pero la misma naturaleza del artefacto suponía que solo podría funcionar una vez.
—Si seguimos el plan, lo conseguiremos —dijo Wing con serenidad. Parecía inmune al nerviosismo de los otros—. Solo hay que esperar que no encontremos ninguna circunstancia inesperada.
Wing tenía razón. Otto sabía que había riesgos que no podían eliminar del todo y también a él le preocupaban más que nada los factores imprevistos que podían echarlo todo abajo.
—Mantened los ojos bien abiertos estas próximas horas, por si hay algo que pueda causarnos problemas. Una vez que hayamos empezado, ya no podremos echarnos atrás. Es o todo o nada —Otto sabía que el mínimo detalle podía ser importante.
—Actuar o morir, ¿eh? —dijo Shelby.
Otto esbozó una sonrisa.
—Sí, aunque no sean las palabras exactas que yo hubiera elegido.
Otto y Wing dejaron a Shelby y a Laura en el comedor. Era preferible que se mantuvieran separados. Todos sabían lo que tenían que hacer. Mientras caminaban hacia su habitación, Wing parecía distraído. Se le notaba más silencioso de lo habitual.
—¿En qué estás pensando? —preguntó Otto.
—Hay una cosa de la que no estoy seguro. Si el plan tiene éxito y volvemos a la civilización, ¿contaremos a la gente lo de HIVE?
Esa era una cuestión que Otto se había planteado con frecuencia.
—No —respondió con firmeza.
—¿Por qué no? ¿Qué pasará con los demás alumnos?
Wing no parecía muy contento con la respuesta de Otto.
—Por la misma razón que si pasas a hurtadillas junto a un avispero, luego no te das la vuelta y te dedicas a darle palos.
—No estoy seguro de lo que quieres decir —Wing se detuvo y se volvió para mirar a Otto—. Yo creo que nuestro deber es intentar liberar a los otros. No podemos irnos por las buenas.
—Pues eso es exactamente lo que vamos a hacer. Si revelamos la existencia de la escuela, sabrán con certeza quiénes han sido los responsables. Y te aseguro que no descansarán hasta habernos hundido a los cuatro… para siempre.
Otto dudaba que Wing hubiera pensado en eso tanto como él.
—¿Nos vamos a callar por miedo?
Otto intentó no perder la calma. A veces resultaba irritante discutir con Wing por ese tipo de cosas. Siempre lo veía todo en blanco y negro.
—No, vamos a desaparecer. HIVE no puede destruir lo que no puede encontrar. Además, ¿qué crees que les pasaría a los demás estudiantes si se descubriera la existencia de HIVE? ¿De verdad crees que Nero les iba a dar las gracias por los servicios prestados y adiós muy buenas? No. Lo ocultarían todo y si eso significara tener que ocultar también a los estudiantes, eso es exactamente lo que harían… Probablemente echándoles cemento por encima.
Wing observó detenidamente a Otto, como intentando descubrir lo que estaba pensando.
—Supongo que tienes razón —suspiró—. Pero me sigue pareciendo una injusticia abandonar a los otros a su suerte, la verdad.
—Peor suerte tendrían si nos fuéramos de la lengua sobre lo que pasa aquí —Otto se interrumpió de repente al ver que alguien se aproximaba por el corredor—. ¡Ay, no!
Wing se volvió y vio a Block y a Tackle a unos diez metros de ellos. Block tenía en la mano un trozo de tubería de acero.
—Vaya, vaya, parece que hemos encontrado un par de gusanos que se han perdido, señor Tackle —dijo Block, dándose golpecitos en la palma de la mano con el tubo.
—Deberíamos enseñarles el camino, señor Block —repuso Tackle, sonriendo.
Mientras los dos matones avanzaban hacia ellos, Otto se dio cuenta de lo solitario que estaba el corredor.
—Ponte detrás de mí —le dijo Wing a Otto—. Cuando ataquen, sal corriendo.
—Qué dices, tío. Yo no te dejo solo con esos dos.
Otto sonaba más valiente de lo que se sentía. Dudaba mucho que tuviera alguna posibilidad de inmovilizar a ninguno de aquellos dos brutos como había hecho en el comedor el primer día. Un pellizco en un nervio podía ser una forma eficaz de desinflar a cualquiera, pero el éxito dependía mucho del elemento sorpresa y ahora no contaba con él. Desgraciadamente, la tubería que empuñaba Block daba a entender que esta vez no se iban a andar con chiquitas.
—Vale, déjame a mí al de la tubería. Mantén al otro lo más apartado que puedas. Si yo caigo, prométeme que echarás a correr —replicó Wing, sin quitar por un segundo los ojos de sus asaltantes.
—Si tú caes, vendrán a por mí.
Otto tragó saliva, asustado de pronto. Pocas veces sentía miedo y lo detestaba: le hacía sentirse débil y confundido.
Wing dio un solo paso hacia los dos matones, que se quedaron inmóviles. Había adoptado una postura de combate y un asomo de vacilación cruzó por las caras de sus contrincantes. Wing habló con voz clara y tranquila:
—Desde mi posición hay veintitrés maneras de combatir a un asaltante armado con un objeto contundente. Cuatro de ellas os matarían, doce os dejarían lisiados para toda la vida y las siete restantes os causarían tales heridas que, aunque se podrían curar, serían horriblemente dolorosas. Con todas ellas os arrebataré ese tubo y lo utilizaré contra vosotros. Elegid.
La expresión de autocomplacencia se borró de los rostros de los dos matones. Block, nervioso e indeciso, miró a su compañero.
—Anda, larguémonos.
Se dio la vuelta como si tuviera intención de retroceder por el corredor. Pero, acto seguido, soltó un rugido asesino y se volvió blandiendo el tubo y trazando con él una curva en el aire que apuntaba directamente a la cabeza de Wing.
Rápido como una centella, Wing levantó un brazo, le arrancó a Block la tubería de la mano con un ruido seco y le dejó desequilibrado. Dio otro paso hacia él, volteando el tubo que ahora había pasado a su mano, y le asestó un estacazo en el estómago. A Block se le vaciaron de aire los pulmones y se dobló agarrándose la tripa. Al ver aquello, Tackle soltó un rugido y lanzó un puño del tamaño de un melón a la cara de Wing. Este desvió el puño hacia arriba, desequilibrando a Tackle y atizándole con la otra mano un golpe en un sobaco que arrancó al grandullón un aullido de dolor. Los dos asaltantes retrocedieron un par de metros mientras Wing tiraba el tubo por encima de su cabeza y volvía tranquilamente a la misma postura que había adoptado unos segundos antes. El brazo de Tackle, inutilizado al parecer por el golpe de Wing, colgaba inerte y Block seguía respirando con dificultad.
—Te crees muy duro, ¿verdad? —logró decir este último entre jadeos, mirando a Wing con malevolencia.
—No, lo que pasa es que tú eres torpe y lento —replicó Wing sin alterarse. Era una observación, no una burla.
—Tú también serás torpe cuando te haya partido todos los dedos —gruñó Tackle, situándose a la izquierda de Wing.
Block se movió en dirección opuesta con el aparente propósito de rodearle. Procurando no hacer ruido, Otto cogió del suelo el tubo que había tirado Wing. Los dos esbirros cargaron al mismo tiempo. Wing dio un salto en el aire y su pie cortó en seco la embestida de Block, propinándole un golpe en la barbilla que le tiró de espaldas al suelo. Tackle intentó agarrar a Wing cuando su colega se desplomó, pero Wing se agachó y lanzó un puñetazo idéntico al primero, pero dirigido esta vez al otro sobaco de su contrincante. Una vez más, el gigantón aulló de dolor y retrocedió apresuradamente. Wing avanzó hacia Tackle, que al parecer seguía intentando que sus brazos obedecieran las órdenes más básicas.
—Déjalo ya, no quiero hacerte más daño —dijo Wing con calma mientras se acercaba a Tackle, que retrocedía ante él.