Escuela de malhechores

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Authors: Mark Walden

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Ciencia Ficción

 

Otto Malpense, un joven superdotado —capaz de sabotear el discurso del primer ministro británico—, es secuestrado por unos desconocidos para se trasladado a HIVE, una organización internacional oculta en una isla infranqueable y cuyo diabólico objetivo es dominar el mundo.

Allí conocerá a Wing, a Laura, a Shelby… Por sus talentos extraordinarios y sus historiales de fechorías, han sido seleccionados para formar parte de la primera y única escuela especializada en la instrucción de malhechores. Solo cuando hayan completado su formación podrán abandonar el centro; pero Otto y sus compañeros se negarán a colaborar con sus captores, tratarán de eludir el sofisticado sistema de seguridad e intentarán huir de la isla.

Mark Walden

Escuela de malhechores

HIVE 1

ePUB v1.0

01.01.12

Título original:
H.I.V.E. Higher Institute of Villainous Education

Mark Walden, 2006

Traducción: Borja García Bercero

ePub base v2.1

Para Sarah y para Megan, por siempre

Capítulo 1

O
tto se despertó sobresaltado al sentir que el mundo entero se inclinaba por debajo de él. Abrió los ojos y, entornándolos debido a la súbita claridad, se quedó de piedra al ver que la superficie del océano pasaba como una exhalación unos pocos metros más abajo. Tardó unos segundos en darse cuenta de que estaba mirando por la ventanilla de una aeronave, un helicóptero, a juzgar por el ruido sordo pero persistente de unos rotores que llegaba desde arriba.

—¿Dónde estoy? —se dijo en un susurro mientras contemplaba la vasta extensión de mar abierto.

—Buena pregunta —al oír aquella voz serena, Otto se llevó un buen susto y se volvió hacia un chico oriental bastante alto que llevaba un buen rato sentado en silencio a su lado—. Y espero obtener respuesta para ella dentro de no mucho tiempo —el muchacho miraba a Otto con semblante tranquilo—. ¿No podrías arrojar tú un poco más de luz sobre nuestra situación actual?

Su voz no dejaba traslucir ninguna emoción, si acaso una leve curiosidad.

Aparentaba ser bastante más alto que Otto y llevaba sus largos cabellos oscuros cuidadosamente recogidos en una coleta, un hecho que contrastaba vivamente con el cabello de Otto, corto, puntiagudo y blanco como la nieve desde el día en que nació. El chico vestía una camisa holgada de lino, unos pantalones y unas pantuflas de seda negra. Otto aún llevaba el jersey, los vaqueros y las deportivas que eran las últimas ropas que recordaba haberse puesto.

—Lo siento —dijo Otto, frotándose las sienes—. No tengo ni la menor idea de dónde estoy ni de cómo he llegado hasta aquí. Lo único que sé es que tengo un espantoso dolor de cabeza.

—En tal caso, parece que los dos hemos sido sometidos al mismo tratamiento —respondió su compañero de viaje—. El dolor de cabeza se te pasará pronto, pero sospecho que tu memoria reciente te va a resultar tan esquiva como a mí.

Otto comprobó que tenía razón. Por mucho que se concentrara, solo conseguía obtener unos recuerdos muy vagos de los acontecimientos que le habían conducido a su situación actual. Conservaba la imagen de una figura oscura que de pie en un umbral y con la mano alzada le apuntaba con algo, pero después de eso ya no había nada más.

Otto concentró su atención en inspeccionar más detenidamente su nuevo entorno. Una mampara de plástico transparente los separaba de dos pilotos con uniformes negros que había en la cabina del aparato. Uno de ellos se volvió hacia el compartimiento de atrás y, al ver que Otto ya se había despertado, hizo un comentario inaudible al copiloto.

Otto no solía ponerse nervioso con facilidad, pero no pudo evitar que un hormigueo de inquietud le recorriera todo el cuerpo.

Trató de soltar la hebilla del arnés que lo tenía sujeto al asiento, pero al dispositivo no le dio la gana de abrirse. Tampoco es que fuera a ir a ninguna parte. Aun suponiendo que consiguiera soltarse, adonde iba a ir si mirara donde mirara lo único que se veía era la monótona superficie del océano. Al parecer, no podían hacer otra cosa que permanecer atados a sus asientos y ver adonde les conducía aquel misterioso viaje.

Otto escudriñó a través de la mampara, buscando alguna señal de su posible destino. En un primer momento, lo único que vio fue el océano que se extendía interminable ante ellos, pero luego divisó algo en el horizonte. Era como un volcán que se alzara en medio del océano, una elevada columna de humo negro que ascendía desde una cima truncada, pero, a la distancia a la que se encontraba, era difícil distinguir cualquier otro detalle.

—Es el primer atisbo de tierra desde que me desperté hará casi una hora —dijo el oriental. También él había divisado la isla que se veía en lontananza—. Me huelo que nos estamos aproximando a nuestro destino.

Otto asintió con la cabeza: el helicóptero se dirigía directamente a la isla y en la cabina los pilotos parecían muy atareados accionando interruptores y ajustando mandos, como si se estuvieran preparando para tomar tierra.

—Puede que cuando lleguemos allá obtengamos alguna respuesta —dijo Otto, mientras seguía escudriñando la isla, que cada vez se veía más grande.

—Sí —respondió el otro chico, sin dejar de mirar al frente—. No me gusta estar en ascuas y siento mucha curiosidad por saber qué interés puede tener alguien en recoger un cargamento como este y transportarlo a una distancia tan grande. Me parece razonable desconfiar de los motivos de unas personas que se dedican a raptar a la gente de esta manera.

El helicóptero redujo rápidamente la distancia que lo separaba de la isla y no tardó en pasar como una exhalación por encima de las copas de los árboles de la jungla que rodeaba el pico volcánico. Al acercarse al centro de la isla, el aparato se elevó en el aire para escalar las laderas de aquel volcán, en apariencia activo, y luego se internó en las negras nubes de humo que envolvían la cumbre. De inmediato, Otto se dio cuenta de que no podía fiarse de las apariencias. De haberse tratado de una verdadera columna de humo volcánico, el helicóptero habría quedado reducido a cenizas en unos pocos segundos, pero, en lugar de eso, aminoró la marcha, permaneció un instante suspendido en el aire y luego comenzó a descender hacia la hirviente maraña de nubes.

Mientras el helicóptero continuaba su descenso a ciegas, Otto sintió de nuevo un estremecimiento. Allí abajo tenía que haber algún lugar donde aterrizar, se dijo para tranquilizarse. El oriental, entretanto, permanecía impasible en su asiento, con las manos enlazadas tranquilamente sobre su regazo y sin que pareciera importarle la naturaleza del lugar en donde se proponían aterrizar. El aparato seguía con su lento descenso, pero ahora una luz difusa que llegaba desde abajo iluminaba las oscuras nubes, que empezaban a disiparse a ojos vistas. De pronto salieron de la nube y Otto pudo contemplar por la ventanilla la extraña visión que tenía debajo.

A sus pies había una enorme plataforma bañada de luz y dominada por una pista de aterrizaje, en torno a la cual se arremolinaban decenas de hombres. Todos parecían llevar cascos y monos de color naranja y se afanaban en preparar el inminente aterrizaje del helicóptero.

—Parece que nos estaban esperando —comentó el muchacho oriental mirando por la ventana—. Puede que al fin obtengamos las respuestas que buscábamos —añadió, como si aquello fuera la cosa más normal que le hubiera ocurrido nunca.

El helicóptero se detuvo en la pista de aterrizaje dando un suave bote. Los arneses de los chicos hicieron clic y se desabrocharon de golpe. Algunos de los hombres vestidos con monos de color naranja se acercaron a ellos. Otto se fijó en que a la altura de la cadera llevaban pistoleras colgadas.

Mientras los guardias se acercaban, el chico oriental se volvió hacia Otto y le dijo:

—Yo me llamo Wing Fanchú. ¿Cómo debo llamarte a ti?

Solo un poco sorprendido por aquella pregunta tan directa, Otto respondió:

—Malpense… Otto Malpense.

Uno de los guardias abrió la puerta del lado de Otto y le indicó con un gesto que bajara. Mientras plantaba los pies en el suelo de hormigón de la pista, Otto comenzó a apreciar la verdadera escala de aquel hangar oculto. En torno a la plataforma se alineaba ordenadamente una docena de relucientes helicópteros negros, idénticos al que les había conducido hasta allí y cuyas superficies mates parecían absorber la luz de los focos que iluminaban la pista. La presencia de unos guardias de expresión adusta, formados a intervalos regulares alrededor de la plataforma, convenció a Otto de que, al menos de momento, sería mejor hacer lo que les dijeran sus nuevos anfitriones. Wing, por su parte, inspeccionaba el nuevo entorno con la misma expresión de leve curiosidad de antes. Si le sorprendía en lo más mínimo aquella extravagante instalación, no lo dejaba traslucir en absoluto.

—Suban por esas escaleras y diríjanse a la entrada principal —les ordenó en tono áspero el guardia—. Una vez dentro, recibirán nuevas instrucciones.

Otto miró en la dirección que se le indicaba y vio que en la pared de la caverna había labrada una amplia escalera que conducía a unas puertas de acero gigantescas. Mientras los dos muchachos se dirigían hacia la escalera, Otto no paraba de preguntarse qué podría ocultarse tras una entrada tan imponente como aquella. De pronto, se oyó un chirrido y, al alzar la vista, vio deslizarse dos enormes paneles que amenazaban con cerrar la entrada del cráter de la pista de aterrizaje y dejarlos encerrados dentro. Ahora la única iluminación era la que proporcionaban unos focos dispuestos en el tejado de la plataforma, y cuando los dos paneles se cerraron del todo con un ominoso crujido, Otto se estremeció.

Una vez que llegaron a lo alto de las escaleras, los dos chicos se dirigieron hacia las pesadas puertas de metal, que habían empezado a abrirse con un estruendo sordo. Accedieron a otra cueva, menos grande que la del hangar del cráter, pero igual de impresionante. El suelo era de un mármol negro muy pulido y en los muros de roca de la caverna, que estaban recubiertos con enormes planchas de la misma piedra negra y brillante, se abrían varias puertas de acero reluciente y aspecto macizo. El extremo opuesto de la sala estaba dominado por una imponente escultura de granito que representaba un globo terráqueo rajado y astillado por el impacto de un puño gigantesco. En su base había un pedestal en el que figuraban grabadas las siguientes palabras: «Q
UIEN GOLPEA PRIMERO
…».

Delante de la escultura había un estrado bajo con un atril central. En torno a él se agrupaban cerca de veinte chicos que cuchicheaban nerviosos. Todos parecían tener más o menos la misma edad de Otto y bastaba mirarlos para darse cuenta de que se sentían tan confundidos e inquietos como lo estaba él; solo que Otto conseguía disimularlo mejor. Distribuidos a intervalos regulares a lo largo del perímetro de la sala, había varios guardias que los vigilaban atentamente. Otto no perdió la calma y aprovechó la oportunidad para estudiar con mayor detenimiento a los guardias. Tenían pinta de matones a sueldo, pero, sorprendentemente, parecían bastante disciplinados. Todos llevaban una gran cartuchera en la cadera y Otto estaba convencido de que no tendrían ningún reparo en hacer uso de aquellas armas si fuera necesario. O, cosa más preocupante, aunque no lo fuera.

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