Escuela de malhechores (3 page)

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Authors: Mark Walden

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Ciencia Ficción

Nero se volvió hacia Raven, alzando una ceja.

—¿Me está usted diciendo que para reducirlo del todo hicieron falta tres disparos, una dosis que bastaría para dejar a un chico inconsciente una semana entera, y que a pesar de eso ahora está plenamente recuperado? Casi parece más indicado para el programa de formación de esbirros. ¿Sabe si el coronel Francisco le ha echado un vistazo a su expediente?

—Sí, señor, pero el coronel dice que ha obtenido una puntuación demasiado alta en los test de inteligencia para ser admitido en el programa y que sería más adecuado incluirlo en el nivel Alfa —su expresión se endureció: al igual que al resto del personal de HIVE, le desagradaba tener que dar parte a Nero de una operación fallida—. Puede estar seguro de que lo mantendré bajo estrecha vigilancia.

—Ocúpese de que sea así, Natalia, y asegúrese de que el servicio de seguridad esté informado de esta aparente resistencia a las medidas habituales de apaciguamiento.

—Por supuesto, doctor. ¿Alguna otra cosa?

—No, ya puede retirarse. Infórmeme a mí directamente de cualquier actividad sospechosa relacionada con esos dos chicos.

—Sí, señor.

Y, dicho aquello, volvió a colocarse la máscara y se perdió entre las sombras de la cueva.

Capítulo 2

O
tto echó un vistazo a la sala en la que acababan de entrar. Los muros, fabricados con la misma roca negra pulimentada de antes, estaban sembrados de pantallas que mostraban mapas y gráficos. Sin embargo, lo que dominaba por completo la sala era su elemento central, una mesa enorme de una sola pieza. Debía tener diez metros de longitud y estaba fabricada con una madera oscura. En su centro estaban incrustados un puño de plata y un globo terráqueo iguales a los de la escultura de la entrada de la cueva. En torno a la mesa se distribuían dos docenas de sillas con altos respaldos de cuero negro; todas ellas, con la notable excepción del asiento que había en el extremo más alejado, estaban vacías.

Allí sentada, presidiendo la mesa, había una mujer vestida con un largo traje negro y un abrigo de pieles. Su aspecto resultaba tan raro como todo lo que Otto había visto aquel día. Tenía un rostro esquelético, con una piel fina, casi traslúcida, que se tensaba en torno a sus pómulos. Llevaba un monóculo en el ojo izquierdo y sostenía en alto una boquilla larga y fina que solo bajaba de vez en cuando para darle unos golpecitos y arrojar la punta incandescente del cigarrillo al cenicero que había en la mesa que tenía delante. Pero, desde el primer momento, lo que más sorprendía de aquella mujer era su pelo. Era simplemente enorme, como una gigantesca escultura curva de ébano. Se trataba de un peinado que requería los servicios de un arquitecto más que de un peluquero. Era un monumento a la laca: vasto, inmóvil, indestructible. Parecía que a la mujer le divertía verlos y sonreía como si estuviera al tanto de un chiste que todos los demás ignoraran. Cuando entró en la sala el último miembro del grupo, depositó la boquilla en el cenicero y se dirigió a ellos.

—Hagan el favor de entrar, chicos. Siéntense donde quieran —dijo, indicando con un gesto los asientos que había alrededor de la mesa.

El grupo se distribuyó en torno a la mesa y fue tomando asiento. Otto se apresuró a coger una silla que se encontraba hacia la mitad de la mesa y esperó mientras los demás iban ocupando sus puestos. Wing se acomodó a su lado.

—Bueno, así que ustedes son los Alfas de este año —dijo la mujer, mientras los últimos chicos ocupaban sus asientos. Volvió a sonreír; los rostros repartidos alrededor de la mesa la miraban expectantes—. Yo soy la condesa Sinistre, pero aquí todo el mundo me conoce como la condesa. A mí me ha correspondido el inmenso placer de ser la persona que les va a presentar su nueva vida en HIVE. Comenzaremos nuestra visita de hoy con una corta proyección, concluida la cual responderé a algunas de sus preguntas. Bueno, vamos a empezar.

La condesa hablaba con acento italiano. Su voz era acariciante, casi musical y saltaba a la vista que algunos de los miembros del grupo se sentían bastante más relajados al escucharla.

Las luces de la sala bajaron de intensidad, se oyó un runruneo y una pantalla descendió del techo en el lado de la mesa opuesto al de la condesa. En la pantalla figuraba de nuevo el símbolo que mostraba un puño estrellándose contra el globo terráqueo. El símbolo se desvaneció y lo reemplazó una imagen de la isla que acababan de sobrevolar, con el volcán humeante y aparentemente activo en el centro. Acto seguido, una voz en
off
con acento norteamericano comenzó a hablar:

—Bienvenidos a La Isla, un paraje tropical de ubicación secreta que sirve de sede a HIVE, un centro educativo único en su género y de gran prestigio internacional. Fundado a finales de los años sesenta por el doctor Nero como campo de entrenamiento para los líderes del mañana, el colegio HIVE cuenta con un ilustre historial. Hoy en día, en su cuarta década de existencia, dispone de unas instalaciones de tecnología punta, perfectamente equipadas para hacer posible que USTED gobierne el mundo del futuro.

La imagen cambió a un esquema que mostraba una sección transversal de la estructura interna de la isla. Otto advirtió de inmediato que lo que habían visto solo representaba una pequeña parte del complejo. El esquema, si es que era preciso, mostraba kilómetros y kilómetros de pasillos y cuevas que se distribuían en todas direcciones, partiendo de la cueva de acceso. Esa zona parecía ser el núcleo de todo el complejo, lo cual tenía sentido si el cráter al que habían accedido por el aire era la única vía de entrada y de salida. En el esquema, al menos, no se veía ninguna otra salida. A Otto el nombre de HIVE le pareció extrañamente adecuado.
[2]
El reportaje continuó:

—La máxima del doctor Nero siempre ha sido esta: «Se necesita a los mejores para preparar a los peores». Por eso, se ha marcado como objetivo reunir a los mejores profesores e instructores del mundo, poniendo a su disposición todos los medios necesarios para realizar su trabajo.

A continuación, el reportaje mostró una rápida sucesión de imágenes de aulas, laboratorios, galerías de tiro, un inmenso tanque de agua con varias aletas de tiburones asomando en la superficie, hileras de terminales de ordenador y, finalmente, para gran satisfacción de Otto, lo que parecía una inmensa y muy bien surtida biblioteca.

—La vida de nuestros alumnos está llena de diversión y emociones, en HIVE harán amigos para toda la vida.

Vino luego otra serie de videoclips. Esta vez mostraban a grupos de alumnos, la mayoría de ellos con aspecto de ser mayores que Otto, ocupados en todo tipo de actividades, a cual más insólita. Dos chicos practicaban esgrima, un muchacho hacía señas a un compañero para que echara un vistazo por un microscopio, dos chicas escalaban una pared de roca y, finalmente, un chico se dirigía a un compañero levantando el pulgar tras disparar a un blanco que quedaba fuera del campo visual con un arma que tenía toda la pinta de ser un rifle de rayos láser. Después de todo, pensó Otto, era posible que la vida en HIVE tuviera ciertos atractivos. Los amigos, como suele decirse, van y vienen, pero una potente arma de rayos láser es para toda la vida.

—Durante los próximos seis años, este centro será su nuevo hogar y, aunque el contacto con el mundo exterior en principio está prohibido, HIVE ha sido diseñado para ser el hogar perfecto lejos del propio hogar.

En la pantalla aparecían ahora imágenes de lujosas zonas residenciales, amplios espacios ajardinados y una toma aérea de una piscina centelleante situada en la base de una cueva, en la que se veían a lo lejos las figuras de varios alumnos que chapoteaban en ella. Más que un colegio, aquel lugar parecía un hotel tropical de cinco estrellas.

—En HIVE aspiramos a sacar lo mejor de todos y cada uno de nuestros alumnos. En un mundo como el actual, el fracaso no es una opción. Por eso contamos con un personal amable y profesional que siempre está dispuesto a motivar y a atender a los alumnos para ayudarles en su empeño de alcanzar las más altas cotas de excelencia.

Siguió luego una sucesión de escenas que mostraban a los guardias, ataviados con su característico mono de color naranja, guiando a alumnos desorientados, participando alegremente en sus diversiones, dando consejos sobre sus tareas a estudiantes de aspecto desconcertado y, finalmente, se vio a dos guardias provistos de sendos lanzallamas que encendían una barbacoa en torno a la cual aguardaban con gesto sonriente varios estudiantes provistos de platos de papel. Aquellos personajes no tenían demasiado que ver con los guardias que Otto había visto hasta entonces: parecían más bien modelos o actores cuidadosamente escogidos, como demostraba la total ausencia de cicatrices, huecos en la dentadura y parches en los ojos, todos ellos elementos que parecían ser parte consustancial del uniforme de los verdaderos guardias.

—La vida en HIVE está llena de emociones y plantea retos a diario, aportando un caudal de nuevas experiencias que sin lugar a dudas les proporcionarán la iniciación perfecta en una exitosa vida consagrada al mal.

Apareció una escena que mostraba al doctor Nero entregando un diploma a un estudiante al que estrechaba calurosamente la mano. La cámara retrocedió hasta mostrar toda la entrada de la cueva llena de gente aplaudiendo. Luego pareció remontarse por encima del complejo y finalmente volvió a quedar suspendida sobre la isla, en apariencia desierta. La voz en
off
regresó:

—HIVE, la escuela del mañana, hoy.

La imagen se fue fundiendo poco a poco con el logotipo del puño y el globo terráqueo, y las luces de la sala se encendieron.

—Bueno, chicos, ya han visto una muestra de lo que HIVE puede ofrecerles, ¿hay alguna pregunta? —la condesa recorrió la mesa con la mirada.

—Yo tengo una pregunta —era Wing el que había decidido romper el silencio—. ¿Por qué no se nos permite tener ningún contacto con el mundo exterior?

Otto había querido hacer esa misma pregunta, pero había permanecido en silencio, esperando a ver qué preguntaban los demás.

La condesa dirigió a Wing una amplia sonrisa.

—Pero, querido muchacho, ¿es que no entiende la necesidad de que un complejo de estas características permanezca en el más absoluto secreto? En el pasado tuvieron lugar algunos desafortunados incidentes que fueron consecuencia directa del incumplimiento, tan lamentable como innecesario, de las medidas de seguridad. La única forma de evitar que se repitan esos problemas es asegurarnos de que nadie pueda intentar desvelar la localización de HIVE, ya sea de forma voluntaria o involuntaria.

—¿Eso quiere decir que estamos aquí prisioneros? —replicó bruscamente Wing.

—La palabra
prisioneros
resulta tan cruda… —la sonrisa de la condesa pareció vacilar un poco—. Piense más bien que están muy protegidos.

Otto se preguntó si les estaban protegiendo a ellos del mundo exterior o si era más bien al contrario.

—¿Y qué pasa con nuestros padres? ¿No se estarán preguntando qué ha sido de sus hijos? —preguntó Wing.

—Conocen su situación, aunque no su localización exacta. Están ustedes aquí con su consentimiento —le explicó la condesa.

Al oír aquello, varios de los chicos que había en torno a la mesa parecieron conmocionados.

—¿Se nos permitirá hablar con ellos? —inquirió Wing.

—No, como ya les he dicho, no se permite ningún tipo de comunicación entre los alumnos y el mundo exterior. Eso incluye la comunicación con sus familias.

Resultaba evidente que a la condesa empezaba a impacientarle el insistente interrogatorio de Wing.

—Entonces, ¿cómo vamos a saber que es verdad que están al tanto de nuestra situación? —Wing parecía decidido a insistir en aquel punto.

La condesa le miró a los ojos.

—No me parece que sea necesario que sepa eso, ¿no cree? —inquirió, cambiando ligeramente el tono de voz.

Por un instante, Otto casi hubiera jurado que desde los mismos límites de su campo auditivo le llegaba el susurro de unas voces. Wing abrió la boca para decir algo, pero de inmediato un gesto de confusión se extendió por su semblante, como si se le hubiera olvidado lo que iba a decir.

—Tiene razón, condesa, no es necesario —su voz sonaba lejana y ausente.

—Bien, ¿alguien más quiere hacer una pregunta?

La condesa recorrió de nuevo la mesa con la mirada. A Otto le había dejado muy sorprendido el repentino silencio de Wing: el muchacho oriental estaba pálido y parecía desorientado. En vista de que no había nadie más dispuesto a hablar, Otto tomó la iniciativa.

—Sí, condesa, yo tengo una pregunta.

La mujer se volvió hacia él y le sonrió.

—¿Qué es lo que quiere saber, señor…? —hizo una pausa, esperando a que le dijera su nombre.

—Malpense. Otto Malpense —respondió.

La mujer le indicó que prosiguiera con un gesto.

—¿Se les permite alguna vez a los alumnos salir de la isla? —preguntó.

—De vez en cuando se realizan viajes de estudios y algunos de los alumnos más veteranos obtienen permiso para abandonar la isla durante cortos periodos de tiempo, siempre y cuando el doctor Nero lo considere adecuado, por supuesto —su tono dejaba traslucir que las preguntas sobre ese tema no eran bien recibidas.

Otto se preguntó qué razones se considerarían adecuadas para obtener un permiso para salir de la isla.

—¿Se ha fugado alguna vez alguien de aquí? —Otto no ignoraba que estaba tentando a la suerte al hacer una pregunta como esa, pero quería ver cómo reaccionaba la condesa.

—No se trata de fugas, sino de absentismo escolar, y eso es algo que aquí está muy mal visto, señor Malpense, muy mal visto —respondió con brusquedad la condesa, dando muestras de estar visiblemente enojada.

«Bueno, esto marcha», pensó Otto al advertir la irritación de la mujer.

—No ha respondido a mi pregunta. ¿Se ha escapado alguna vez alguien de…?

—Más vale que se ande con cuidado, señor Malpense —le interrumpió ella, cortándole en seco—, alguien podría pensar que no le entusiasma la idea de quedarse aquí con nosotros —una vez más sus ojos se entornaron—. No creo que tenga necesidad de saber nada más, ¿no le parece?

Vaya si la tenía, Otto quería hacer cientos de preguntas, pero de pronto fue como si todas se le hubieran borrado de la mente. Y otra vez sintió el mismo rumor de voces de antes. Miró a Wing, en cuyo semblante se dibujaba esa expresión de ligero desconcierto que suele tener una persona a la que se le ha olvidado algo y se esfuerza por recordar exactamente de qué se trataba.

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