—¿Y qué pasa con los miles de universitarios que han estado trabajando tan duro? —Intervino el director de campaña—. ¿Qué pasa con las decenas de miles que asistieron a los mítines en los que hablasteis tú y Ralph? Se trata de su primera experiencia electoral y resulta que el candidato por el que lo dieron todo arroja la toalla antes de llegar al final. No les podemos hacer esto. Los convertiríamos en adultos cínicos que jamás volverían a implicarse en política. No hay duda de que su opinión era razonable. La última cosa que yo deseaba era incrementar las hordas de cinicos que han perdido todo interés en ejercer su derecho al voto.
—Sin embargo —observé—, ¿no habría un modo de presentar la operación como una victoria de los verdes, de Ralph, de todos los que han trabajado para él? Al conseguir un cambio de posiciones por parte de Gore, habríamos logrado un éxito insospechado. Es como el caso de aquel partido ultraconservador de Israel cuyos cinco escaños en la Kneset son siempre necesarios para formar un gobierno de mayoría. El partido que hace mayores concesiones a su programa consigue sus votos. Si se unen a los liberales para formar gobierno, sus seguidores ni se enfadan ni los acusan de venderlos. Al contrario, pues con sólo cinco votos han logrado salirse con la suya.
«Caramba, qué profundo —me dije—. Aquí estoy, enseñando teoría política a 30.000 pies de altura.» —Mike —contestó una voz al teléfono—. ¿Te has vuelto loco? Esto no es la Kneset. Estás en Estados Unidos y las cosas funcionan de otro modo. Crucificarán a Ralph si respalda a Gore, y a éste también lo crucificarán si cambia sus posiciones a estas alturas. Nada de eso va a suceder.
Les aseguré que lo comprendía. También les recordé que no se trataba de que Ralph abandonara, sino de transferir el voto a Gore en los estados indecisos. De este modo, Gore contraería con él una deuda que tendría que saldar una vez que estuviera en la Casa Blanca y, así, no sólo tendríamos un pedazo del pastel, sino que además nos lo podríamos comer.
Nadie parecía interesado en el pastel.
Les di las gracias y colgué, poniendo fin a mi llamada de 140 dólares. Entonces, me repantigué en mi butaca y pedí mi primera copa aérea en la vida. Volando sobre Texas, me quedé dormido.
Lo que sucedió el 7 de noviembre de 2000 pasará a relatarse en los libros de historia. Nader contaba con el 6 % de la intención de voto en Florida según las encuestas realizadas en la víspera de mi llegada. Un día después de mi partida, había bajado hasta un 4 %. En el día de las elecciones cayó hasta el 1,6 %. Eso representaba 97.488 votos. ¿Sería razonable suponer que 538 de estos votantes habrían cambiado su voto si hubieran sabido que con ello se daba la vuelta a los resultados? Por supuesto.
De todas maneras, me sorprende que todos los que siguen enojados con Nader no hayan dirigido su rabia contra otros candidatos de izquierdas presentes en Florida. David McReynolds, del Partido Socialista, consiguió 622 votos; James Harris, del Partido Socialista de los Trabajadores, obtuvo 562; Monica Moorehead, del Partido Mundial de los Trabajadores, logró 1.804. Seguro que entre todos estos votantes también podían encontrarse 538 que se habrían tapado la nariz y habrían votado por Gore de haber sabido que Bush y sus amigotes iban a amañar las elecciones.
Para mí la culpa es de esta última candidata. Lo único que he aprendido de los años noventa es que la culpa es siempre de Monica. Así que culpen a Monica. No culpen a Ralph. ¡Y NO ME CULPEN A Mí!
O quizá deberían hacerlo. Los demócratas insisten en atribuir tanto poder a los naderitas que quizá deberíamos asumirlo. ¡Sí, fuimos nosotros! Somos Thor todopoderoso y omnisciente. Lo arrasaremos todo a nuestro paso y os reduciremos a ceniza.
No fuimos nosotros quienes abandonamos al Partido Demócrata, fuisteis vosotros los que nos abandonasteis a todos los que confiábamos en que los demócratas creían en algo, como la lucha por los derechos de los trabajadores. Pero os dio por hacer manitas con los republicanos y no nos quedó otra opción que votar por Nader. Así hace las cosas Thor.
De modo que os negamos el acceso a la Casa Blanca. Os echamos de Washington. Y lo volveremos a hacer. Tenemos más de 900 asociaciones verdes en los campus de Estados Unidos. Más de 200.000 voluntarios entusiastas se han apuntado a nuestra lista de envíos por correo. Ganamos veintidós comicios en las elecciones de 2000 que se sumaron a otros cincuenta y tres verdes elegidos que ocupaban distintos cargos en todo el país. Desde el pasado mes de noviembre, los verdes han ganado otros dieciséis escaños, que suman un total de noventa y un cargos elegidos por sufragio. Cinco ciudades de California son gestionadas por alcaldes del Partido Verde. Y el número de votantes que dieron su apoyo a Nader en 2000 aumentó en un arrollador 500 % respecto de 1996.
Se trata de un movimiento que está creciendo. Y no estamos hablando únicamente del Partido Verde. Yo ni siquiera soy miembro. Existen millones de personas que ya no quieren saber nada de demócratas y republicanos y que aspiran a una alternativa real. Ése es el motivo por el que un luchador profesional ganó las elecciones a gobernador de Minnesota y por el que el único congresista de Vermont es un independiente (al igual que uno de sus senadores). Surgirán más independientes en los años próximos; no hay manera de detener esta corriente avivada por la desvergüenza de republicanos y demócratas.
Así que sálvese quien pueda. Voy a salir de mi búnker. Estoy harto de limitarme a «sobrevivir», de comerme la mierda de los quejicas que jamás osan dar un paso en pro de los desposeídos, exponiéndose a un arresto o a un porrazo en la cabeza, dedicando unas pocas horas de su tiempo cada semana a ejercer de verdaderos ciudadanos: el mayor honor de que uno puede gozar en una democracia.
Quisiera que todos nosotros nos encarásemos con nuestros miedos y dejáramos de actuar como si nuestro mero objetivo en la vida fuera el ir tirando. Esta modalidad de «supervivencia» va destinada únicamente a los acomodaticios o a los concursantes varados en una isla desierta. Nosotros no estamos varados. Tenemos iniciativa. Los malos no son más que un hatajo de estúpidos hombres blancos, y nosotros somos muchos más que ellos. Basta con saber usar nuestro poder.
Todos merecemos algo más.
Quizá lo peor de tener a un presidente que nadie eligió es que, cuando se avecina una crisis nacional, debemos preguntarnos a qué intereses sirve. Dado que no gobierna por voluntad del pueblo sino por robo electoral, ¿no resulta más seguro suponer que «el pueblo» no se halla entre las prioridades del «presidente» George W. Bush?
A las 8.45 de la mañana del 11 de septiembre de 2001, Estados Unidos sufrió el peor ataque de su historia en su propio suelo por parte de enemigos extranjeros. Visto que los detalles de lo que sucedió ya son tan conocidos como los del 7 de diciembre de 1941 y los del 1 de septiembre de 1939, no me voy a extender sobre el número de aviones utilizados, la cantidad de víctimas mortales o las múltiples llamadas telefónicas de adiós por parte de seres queridos que viajaban en los aviones que los terroristas suicidas estrellaron en el World Trade Center y en el Pentágono.
Lo que sí desearía hacer, ahora que me acerco al final de este libro, es formular una serie de puntillosas preguntas a nuestro Comandante en jefe, quien, por haber sido designado por los amigos de papá en el Tribunal Supremo, piensa que no tiene que responder a nada. Aquel día murieron 3.000 personas y hay algo en dicha tragedia que a mí y a un montón de gente más no nos acaba de cuadrar.
Así que, señor Bush, ¿podría aclararme estas cuestiones?:
1. ¿Es verdad que la familia Bin Laden ha estado suministrando fondos a la familia Bush durante más de veinte años? Según el
New York Times
, su primera empresa petrolera (Arbusto, fundada en 1979) fue parcialmente financiada por los Bin Laden. El clan saudí invirtió en el Grupo Carlyle, la empresa de George padre que tiene vínculos muy importantes con la industria de defensa de Estados Unidos. Creo que una coincidencia tan extraordinaria merece una explicación.
2. Usted dice que Osama bin Laden fue el cerebro de los atentados del 11 de septiembre. Sin embargo, hay noticias de que, por entonces, este «maleante» estaba en tratamiento de diálisis a causa de una insuficiencia renal. ¿Nos está usted diciendo que un hombre conectado a una máquina de diálisis en una cueva de Afganistán supervisó toda la operación?
3. En 1997, cuando usted era gobernador del estado, la BBC emitió un reportaje sobre los líderes talibanes de Afganistán que volaron a Houston, Texas, para reunirse con ejecutivos de la petrolera Unocal con el fin de discutir la construcción de un gasoducto en Afganistán. Uno de los informes de viabilidad del proyecto fue encargado a Enron, la compañía que más dinero donó a sus campañas para gobernador y presidente. Halliburton fue una de las empresas designadas para construirlo. Por entonces, el presidente de la empresa era Dick Cheney, actual vicepresidente de Estados Unidos ¿Por qué acogió el estado de Texas a estos representantes de un gobierno terrorista? ¿Qué pasó con el acuerdo para construir el gasoducto?
4. Según el
Times
de Londres, en los días y semanas que siguieron al 11 de septiembre, usted permitió que un avión privado saudí sobrevolara Estados Unidos para recoger y sacar del país a una docena de miembros de la familia Bin Laden. No se llevaron a cabo interrogatorios policiales ni del FBI, como tampoco se convocó a un gran jurado para determinar si estos parientes podían poseer información valiosa. Por el contrario, mientras el resto del país tenía que quedarse en tierra y el caos se apoderaba de la nación, usted encontró tiempo para asegurarse de que los Bin Laden estuvieran a salvo. ¿Nos puede explicar a que viene esa premura? ¿Por qué recibieron los saudís y los Bin Laden este trato de favor?
5. Al menos quince de los diecinueve secuestradores procedían de Arabia Saudí. Pero usted bombardeó Afganistán. ¿Fue un error de puntería? ¿O resultaba algo aventurado ir a por un país que suministra el 25 % de nuestra gasolina y que alberga a tantos socios de papá? Sólo trato de conocer el verdadero valor de las 3.000 vidas perdidas ¿A cuántos metros cúbicos de gas natural equivalen?
6. Tan pronto como acabó su campaña para tomar el control de Afganistán, usted instaló a un antiguo asesor de una petrolera como «jefe del gobierno interino». Luego, colocó a un ex consejero de Unocal como nuevo embajador en el país y, al cabo de pocos meses, se firmó el acuerdo para construir el gasoducto antes mencionado. Ahora que ya tiene lo que quería, ¿pueden regresar las tropas? Hay que formular estas preguntas a George W. Bush, pero ¿quién lo hará? ¿Quién exigirá las respuestas? ¿La prensa perezosa y complaciente que pertenece a unos pocos millonarios que contribuyeron a la campaña de Bush? ¿O el supuesto partido de la oposición, que pasa el rato tratando de emular a los republicanos y que está financiado por los mismos millonarios? ¿Qué esperanza puede haber para nosotros si no somos capaces de formular estas preguntas elementales? Con el fin de disimular el olor a gato encerrado, la administración Bush se ha servido alegremente de los ataques del 11 de septiembre como pretexto para empezar a trocear nuestra constitución y eliminar nuestras libertades civiles. No hay mejor momento para hacerlo: el pueblo vive bajo un estado de terror y nadie está seguro de dónde vendrá el próximo ataque.
Los británicos saben lo que significa vivir bajo este tipo de temor. Explotan unas cuantas bombas en Londres y el gobierno se reviste de toda suerte de poderes especiales para hacer lo que le place con el fin de combatir el «terrorismo». Nadie parece tener tiempo para preguntar acerca del terrorismo instigado por el gobierno o su relación con las muertes y la destrucción que se producen en nuestro entorno. ¿Cuántos irlandeses han sido arrestados y condenados injustamente? ¿Cuántos irlandeses fueron asesinados por operativos del gobierno británico? Quizá nunca lo sepamos. ¿Eso es una sociedad libre y abierta?
Y ahora nos toca la guerra de Bush contra el terrorismo. Qué fantástica excusa para distraernos a todos de los verdaderos problemas que hay en el mundo. Tony Blair, un clon perfecto de Bill Clinton, ha encontrado un nuevo gran amigo en George W. Bush. Quizá sea sencillamente porque le gusta parecer un genio cada vez que se le ve a su lado. ¿Quién puede reprochárselo? Mientras Bush chapurrea un inglés que se desvía inopinadamente hacia dialectos ignotos, Blair se limita a sonreír. El señor Blair nos haría un gran favor si borrara esa sonrisa de su cara y le dijera a Bush que no piensa respaldar ninguna otra aventura de los amigos de papá en pos de todo el petróleo del mundo.
George Orwell acertó con 1984. Casi todos recordamos al «Gran Hermano», pero hoy día resulta mucho más relevante la coincidencia de que el Líder se vea obligado a costear una guerra permanente. Necesita que los ciudadanos vivan en estado de constante temor hacia el enemigo con el fin de que le concedan todo el poder que desea: como la gente quiere sobrevivir, renuncia de buena gana a sus libertades. Naturalmente, el único modo de conseguir esto es convenciendo al pueblo de que el enemigo está en todas partes y de que su amenaza es inminente.
Funcionó en la novela y funciona hoy. Lo único que detendrá esta dinámica es el rechazo tajante a las mentiras que nos cuentan. No es momento de abandonar. No debemos olvidar que somos más que ellos. Siempre hemos tenido el poder y así seguirá siendo pero hay que echar mano de él sin temor.
CAPíTULO 1. UN GOLPE A LA AMERICANA
La información acerca de la esposa de Jeb Bush y su roce con el Servicio de Aduanas puede encontrarse en «Gov. Jeb Bush: Florida Republican is Younger, Taller, and More Partisan than George W», de Marcia Gelbart (The Hill, 30 de julio de 2000).
La investigación sobre las listas expurgadas de votantes apareció en «Florida's "Disappeared Voters": Disfranchised by the GOP», de Gregory Palast (The Nation, 5 de febrero de 2001); «How the GOP Gamed the System in Florida», de John Lantigua (The Nation, 30 de abril de 2009; «Florida Net too Wide in Purge of Voter Rolls», de Lisa Getter (Los Angeles Times, 21 de mayo de 2001); y «Eliminating Fraud -Cir Democrats?», de Anthony York (Salon.com, 8 de diciembre de 2000).
La prohibición de votar en algunos colegios electorales se comenta en «Contesting the Vote: Black Voters; Arriving at Florida Voting Places, Some Blacks Found Frustration», de Mireya Navarro y Somini Sengupta (The New York Times, 30 de noviembre de 2000); y también en «Irregularities Cited in Fla. Voting; Blacks Say Faulty Machines, Poli Mistakes Cost Them Their Ballots», de Robert. E. Pierre (Washington Post, 12 de diciembre de 2000).