Estúpidos Hombres Blancos (27 page)

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Authors: Michael Moore

Tags: #Ensayo

Rob Simmons, CT

Heather Wilson, NM

Cap 11. LA PLEGARIA DEL PUEBLO

Creo que fue santo Tomás de Aquino quien una vez observó: «No hay nada como la propia mierda para darse cuenta de lo que uno apesta.»

En julio de 2001, Nancy Reagan, que velaba el lecho mortuorio de su esposo las veinticuatro horas del día, mandó a Washington DC a los antiguos guardaespaldas de éste, Michael Deaver y Kenneth Duberstein, con un mensaje privado para George W. y a los dirigentes republicanos. El partido se hallaba dividido respecto de la investigación sobre células madre, cuyo objetivo es utilizar células de embriones humanos descartados para tratar enfermedades degenerativas como el Alzheimer (el mal que padecía el ex presidente Reagan) y para encontrar curas de otras afecciones crónicas. Los fanáticos antiabortistas (entre los que se cuentan los Bush y los Reagan) que han controlado el partido durante décadas exigieron que se detuviera la investigación embrionaria, por más sufrimiento que sus resultados pudieran ahorrar.

George se inclinaba por la prohibición de dichas investigaciones, alegando, en esencia, que esos embriones muertos eran seres vivos. Supongo que temía que las mujeres se dedicaran a fertilizar sus óvulos para fecundar, abortar y luego vender los fetos a los científicos. Tal es la fantasía desmedida de los conservadores majaretas que dirigen el país.

Ahora, no obstante, empezaba a verse un atisbo de cordura. Algunos conservadores, como Tommy Thompson y Connie Mack, habían anunciado que aprobaban la investigación sobre células madre, declarando que el procedimiento no equivalía en absoluto a exterminar vidas humanas. De repente, en los medios de comunicación no se hablaba de otra cosa que del motín conservador, y los abanderados del Derecho a la Vida reanudaron las hostilidades contra el flujo de la razón.

George se quedó tan pancho, más preocupado por la marca de pasta de dientes del primer ministro británico que por cambiar su estandarte antiabortista.

Entonces llegó el mensaje de Nancy. La viuda en ciernes pidió a Bush que cambiara de parecer y aprobara, financiara y abanderara la investigación sobre células madre. La investigación, según le transmitió a través de sus recaderos, podía salvar la vida de Ronnie o de los futuros Ronnies que padecían Alzheimer, Parkinson y otras enfermedades terribles. Nancy había ido modificando su posición en relación con el aborto en años recientes y finalmente osaba dar un paso al frente para afirmar que un embrión no es un ser humano.

En ese momento, la escena se trasmutó por completo. El lema de la sede pasó a ser: QUE SE JODAN LOS FETOS, SALVEMOS A RONNIE.

Y los principios del pequeño Bush se hundieron más rápidamente que cualquiera de sus empresas. La Casa Blanca pasó a decir que no había nada malo respecto de «cierto tipo» de investigación sobre células madre. En televisión, Bush dejo de decir que un embrión humano era un ser humano de pleno derecho.

Después de décadas de darnos la lata con la cantaleta de que «la vida humana se origina en el momento de la concepción», los mismos individuos que habían dejado por los suelos el derecho al aborto decían ahora que esos «bebés nonatos» no eran más que tejido embrionario muerto, que podría ser útil para prolongar la vida de cuatro millonarios.

Los próceres republicanos de todo el país se unieron al clamor en pro de la investigación sobre células madre. El senador Orrin Hatch lideró la ofensiva, manifestando que «no se trata de destruir la vida humana, sino de facilitarla». Hasta su anciano colega Strom «sólo en casos de incesto o violación» Thurmond se mostró de acuerdo: «La investigación sobre células madre podría tratar y curar potencialmente enfermedades como la esclerosis múltiple, el Alzheimer, el mal de Parkinson, afecciones cardíacas, varios tipos de cáncer, diabetes... Soy favorable a esta ciencia pionera y respaldo la financiación gubernamental de la misma», aseveró el hombre cuya hija, curiosamente, sufre diabetes.

No hay nada tan adorable como un hipócrita reaccionario y desacomplejado. Se pasan la vida amargando la existencia de los demás, pero basta con que algún mal penetre en sus hogares para que manden sus valores al garete y recurran al asidero que dé mejores resultados. Dedican todas sus energías a impedir que negros, mujeres y gays salgan adelante, pero en el momento en que alguien de su familia parece hundirse, todo esfuerzo es poco para salvar a esa personita tan especial.

Reagan, Bush, Cheney, Lott y toda su caterva de santones son responsables de décadas de legislación cruel concebida para castigar a los pobres, encarcelar a los enfermos (toxicómanos) y privar ilegalmente de derechos a los desesperados, Pero, en ese momento en que topan con un apuro impensable, adoptan la compasión de San Francisco y la piedad de la madre Teresa.

Los ricos y poderosos asumen como misión propia la contaminación de nuestro aire, el envenenamiento de nuestra agua, la expoliación de nuestros bienes y la denegación de asistencia, pero cuando sus propias acciones los amenazan, son los primeros en aspirar a cambiar las cosas.

Me alegro. Espero que consigan todo lo que desean. Si hace falta que les ocurra una desgracia personal para entrar en razón, que así sea. En definitiva, a pesar de sus casas con siete cuartos de baño y sus garajes atestados de Bentleys, son humanos como nosotros. Y cuando uno de sus seres queridos yace en cama ensuciando inopinadamente los pañales, meándose en las sábanas y balbuceando como tantas almas en pena cuya asistencia social han recortado de los presupuestos federales, entonces todos parecemos iguales y esta nación discapacitada hace realidad por fin sus ideales de equidad y justicia.

Así que, gracias al infortunio de Ronald Reagan, vamos a conseguir algo de financiación pública para la investigación sobre células madre y quizás hallemos una cura para el Alzheimer y quién sabe qué otra enfermedad. Así funciona el cotarro. Nuestro querido ex líder, que ayudó a arruinar las vidas de millones de mujeres al considerar que sus embriones eran seres vivos, ahora pasa por un mal trago del que quizá se libre, y, gracias a que las hordas conservadoras lo consideran un santo, es posible que millones de estadounidenses se vean finalmente aliviados de sus padecimientos.

Este fenómeno —el cambio oportunista de opinión de quienes se convierten en víctimas— se está dando en todos los ámbitos. En Nueva York, el alcalde republicano Rudy Giullani, que se opuso durante años a que el municipio financiase la asistencia sanitaria de niños desprovistos de seguro médico, cambió de parecer en cuanto le diagnosticaron un cáncer. «Debo admitir —explicó un humilde Giuliani a la prensa— que una vez que conocí el diagnóstico, empecé a ver muchas cosas bajo una nueva luz.»

También Dick Cheney. De buenas a primeras, comenzó a bloquear cualquier iniciativa antigay por parte de la Casa Blanca. ¿Por qué? Porque su hija es lesbiana. ¿Qué postura mantendría si no este rodillo de las causas sociales? Los sarasas y maricones pasan a ser personas cuando resulta que duermen bajo nuestro mismo techo. El día en que su hija salió del armario, Dick Cheney dejó por un momento de ser un republicano opulento para mostrarse como ser humano y como padre. Cuando uno es el afectado, cuesta seguir comportándose como un capullo.

De este modo, he llegado a la conclusión de que la única esperanza de procurar en este país ayuda a los enfermos, protección a las víctimas de la discriminación y una vida mejor a los que sufren, consiste en rezar para que los poderosos se vean afligidos por las peores enfermedades y desgracias. Está garantizado que cuando uno de los suyos está en peligro de muerte todos los demás podemos salir ganando.

Por todo ello, he escrito una plegaria para acelerar la recuperación de todos los necesitados, pidiéndole a Dios que castigue a todos los líderes políticos y tiburones financieros con alguna forma de enfermedad letal. Ya sé, no está bien pedir una cosa semejante a Dios, pero me gustaría pensar que Él no sólo es justo y caritativo, sino que también tiene un refinado sentido de la ironía. No creo que le deba incomodar en exceso inyectar cierto dolor a aquellos que han abusado del planeta y de las criaturas que lo habitan.

Se llama «Plegaria para afligir a los acomodados con tantos males como sea posible». Después de todo, la historia nos dice que Dios disfruta de vez en cuando con unos buenos castigos a la vieja usanza, ¿y qué mejor que castigar a estos burros de tez blanca que nos han metido en este berenjenal?

Por favor, rece esta plegarla conmigo cada mañana, preferentemente antes de la apertura de Wall Street. No importa la religión que profese, si es que profesa alguna. Se trata de una plegaria universal, portátil y no conlleva la donación de limosna alguna.

La mitad de los estadounidenses morirá de sida en breve. Doce millones de niños en Estados Unidos no comen debidamente. Texas sigue ejecutando a inocentes. El tiempo se acaba. Inclinen sus cabezas y únanse a mí.

PLEGARIA PARA AFLIGIR A LOS ACOMODADOS

Señor (Dios, Alá, Yahvé, Buda, Fred, quien sea):

Te suplicamos, ser misericordioso, que asistas a los que sufren hoy por cualquier razón que Tú, la naturaleza o el Banco Mundial hayan considerado oportuna. Nos damos cuenta, Padre que estás en los cielos, de que no puedes curar a todos los enfermos de golpe; eso vaciaría los hospitales que las buenas monjas han fundado en tu nombre. Y aceptamos que Tú, el Omnisciente, tampoco puedes erradicar todo el mal que hay en el mundo, pues tal eventualidad te dejaría sin trabajo.

Querido Señor, te pedimos más bien que inflijas a cada miembro de la Cámara de Representantes horribles cánceres de cerebro, pene y colon, en el orden que sea. Te rogamos, estimado Padre, que todos los senadores del Sur se conviertan en adictos a las drogas y sean encarcelados de por vida. Te suplicamos que los hijos de los senadores del Medio Oeste se hagan homosexuales, lo más afeminados posible. Confina a los hijos de los senadores del Este en una silla de ruedas y a los del Oeste en una escuela pública. Te imploramos, ¡oh Dios misericordioso!, que del mismo modo en que convertiste a la mujer de Lot en estatua de sal, conviertas a todos los ricos en pobres sin techo y liquides todos sus ahorros, activos y fondos de inversión. Apártalos de sus posiciones de poder y que desciendan al valle tenebroso de la asistencia social. Condénalos a una vida en las cadenas de comida rápida y a tener que sortear a los cobradores del frac. Deja que escuchen los gemidos de los inocentes, sentados en los asientos de en medio de la fila 43 del vagón de tercera clase, y que sientan el rechinar de los dientes cariados y podridos de los 108 millones de estadounidenses que no gozan de seguro dental.

Padre celestial, rogamos que todos los líderes blancos (especialmente los ex alumnos de la Universidad Bob Jones), convencidos de que a los negros les va estupendamente, se despierten mañana con una piel más negra que la pez para que puedan gozar de las bondades de ser negro en Estados Unidos y recoger los frutos que depara dicha condición. Humildemente, pedimos que tus ungidos, los obispos de la Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana, se vean castigados con el lastre de tener ovarios y embarazos no deseados, así como, con un panfleto sobre el método Ogino.

Finalmente, estimado Señor, te pedimos que Jack Welch
[19]
;cruce a nado el río Hudson, profusamente contaminado por obra suya, que fuerces a los ejecutivos de Hollywood a ver sus propias películas una y otra vez, que obligues a Jesse Helms
[20]
a besar a un hombre, que enmudezcas a Chris Matthews, que le quites el resuello a Bill O'Reilly
[21]
y que reduzcas a cenizas a todos aquellos que fuman en mi despacho. Ah, y desata una plaga de langostas que anide en el peluquín de Trent Lott.

Ojalá escuches nuestras plegarlas, Oh Rey de Reyes, que estás en lo alto y nos vigilas tan bien como puedes, visto el hatajo de imbéciles que somos. Concédenos un alivio contra la miseria y el sufrimiento. Sabemos que los hombres a los que castigaras se apresurarán en liberarse de su infortunio y ello, a su vez, nos liberará a nosotros del nuestro.

Así te lo rogamos, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (esa especie de fantasma). Amén.

Cap 12. HASTA NUNCA, TALLAHASSEE

Tengo que hacer una confesión.

Soy el responsable de la «presidencia» de George W Bush. Yo, Michael Moore, podría haberla evitado. Al no haberlo hecho, he conseguido cabrear a mucha gente y el país está para el arrastre.

Por eso me escondo.

Escribo este capítulo desde mi búnker de los bosques del norte de Michigan, en un lugar recóndito del paralelo 45. Los lugareños dicen que me hallo en un punto equidistante del Ecuador y del Polo Norte, pero para mí es como estar en ninguna parte.

Ya he dejado de pensar en cómo vamos a salvar al país o al Planeta; mi única preocupación ahora es salvar el pellejo.

Todo empezó en Tallahassee, Florida.

Mi presencia en la capital del estado de Florida no tenía nada que ver con el circo mediático que se instaló allí durante treinta y seis días a raíz de las elecciones de 2000. Aquel espectáculo lamentable iba estrictamente dirigido a quienes no habían tenido bastante con los escándalos de O. J. Simpson y Lewinski y necesitaban desesperadamente contemplar cómo se abría otra purulenta llaga de la nación. No fue eso lo que me llevó a Tallahassee, ni permanecí en la ciudad durante todo ese tiempo. Aterricé quince días antes de las elecciones y allí tuve un encuentro matutino inesperado con el gobernador del estado, Jeb Bush. Él y yo a solas en una callejuela oscura del centro de la ciudad, con sus gorilas acechando, listos para convertirme en el dónut del desayuno.

Mi presencia en Florida se debía a mi voluntad de impedir que su hermano ganara las elecciones y prevenir el desastre que se cernía sobre nosotros derrotando al enemigo. El nombre de la película es
¡Veinte segundos en Tallahassee!

Pero era una misión destinada al fracaso.

Como resultado de mis acciones, ya no sé a quién debería temer más: a los ejecutivos del petróleo que dirigen la gran empresa conocida como Estados Unidos de América desde el despacho oval o a los progres perturbados que desean mi cabeza porque creen que yo fui el cerebro de la campaña de Nader, y que yo...

VALE, VALE. ES VERDAD. FUI YO, Y NADIE MÁS. ES CULPA MíA ¿EN QUÉ ESTARíA PENSANDO? ¿DE VERDAD TENIA TANTAS GANAS DE CONOCER A SUSAN SARANDON? Dios, perdóname y he causado un daño irreparable al país, esta maravillosa nación de psicópatas idealistas y contables que no desean más que poder conducir sus furgonas Chevrolet por entre los cultivos frutales, cuya única exigencia es la de que algún día se les explique la diferencia entre «Parcialmente nuboso» y «parcialmente soleado», que sólo pretenden lograr un contrato óptimo de minutos gratis en su teléfono móvil para recibir la llamada in extremis de sus hijos desde el colegio para que mamá contacte con CNN y negocie los derechos del metraje de la carnicería que están filmando en ese mismo instante.

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