Sarah se dirigió hacia la puerta, pero antes se quedó mirando al comandante, que seguía observando el cuerpo de Earhart. Estaba completamente quieto, un gesto triste le cruzó el semblante.
—Fue todo un personaje, ¿verdad? —preguntó él, sin dejar de mirar.
—En mi opinión, una de las mujeres más valientes de todos los tiempos. —Sarah se quedó pensando un momento y luego añadió—: Comandante, ¿ha conocido al viejo artillero que está en la puerta Dos?
—Campos, si no recuerdo mal.
—Hace unos diez años o más, un miembro de nuestro grupo se fue de vacaciones a Japón y le ajustó las cuentas a ese tipo de la yakuza, a quien encontraron después ahorcado en su apartamento. La persona que fue de vacaciones a Japón ese año fue Artillero Campos.
Collins se volvió y miró a Sarah, pensando en si la visita a esta cámara acorazada habría sido una forma deliberada de mostrar el valor de mujeres como Earhart y de viejos como el sargento de artillería, o si había sido una simple casualidad. Empezó a sospechar que Sarah era una persona que había que tener en cuenta.
—En todo caso, el mes que viene mandarán su cuerpo de vuelta a Hawai. Lo hemos preparado todo para que un profesor de la Universidad Estatal de Colorado y un miembro de la Universidad de Tokio encuentren a la señora Earhart. Los dos estudiosos han demostrado que la teoría que vincula a Earhart con los japoneses es cierta, así que se merecen encontrar el cuerpo una vez lo devolvamos. —Sarah miró una vez más el cadáver—. Amelia se merece algo mejor que esto —dijo señalando el recipiente de cristal.
Después de que Jack saliera de la cámara, Sarah cerró la puerta y el sistema de seguridad se accionó automáticamente. Luego caminó unos treinta metros antes de detenerse frente a una puerta más grande y robusta. Esperó a que Collins llegara hasta allí antes de pasar la tarjeta de acceso por el lector. En vez de deslizarse hacia arriba o lateralmente, esta emitió un pequeño clic y se movió apenas un par de centímetros.
Sarah abrió la puerta y entró; simultáneamente, las luces se encendieron de forma automática.
Jack se quedó impresionado al ver las cuadernas de metal de un barco. Era bastante largo, tendría unos cien metros de eslora, calculó instintivamente. La popa se perdía de vista en el fondo de la inmensa cámara. Distinguió la chapa del casco que cubría la tercera parte del barco y los inmensos remaches de metal que lo mantenían unido en una sola pieza.
Sarah le pidió que la siguiera por una enorme escalera de metal que estaba adherida al casco y por la que se podía alcanzar la cubierta superior y recorrer la totalidad del hallazgo. Cuando llegaron a lo más alto, Collins vio que más cubiertas de metal, que formaban lo que un día fue una bodega, conducían a una estructura más alta que parecía la torreta oxidada de un submarino, si bien, esta torreta estaba rodeada en su parte superior por varias placas pegadas a los lados. Grandes agujeros carcomidos por la herrumbre permitían ver el interior de la nave, donde se habían instalado algunos aparatos eléctricos para la iluminación. Collins fue capaz de distinguir algunas palancas e indicadores recubiertos de óxido.
—Parece un submarino —dijo.
Sarah no respondió; asintió con la cabeza y avanzó a lo largo de la pasarela. Llegó hasta la altura de la popa y señaló un compartimento al que se le había hecho un corte transversal que permitía contemplar el interior.
—¿Ve esas cosas que hay en el suelo que parecen cajas?
Jack siguió la dirección del dedo y descubrió varios cientos de objetos rectangulares con forma de caja.
—Sí, ¿qué son?
—Baterías. Es un submarino eléctrico, comandante.
—¿De la segunda guerra mundial? Nunca he visto uno con una proa como esta. En los años cuarenta no construían proas con un diseño esférico.
—No, no lo hacían. Nuestros submarinos más avanzados en la segunda guerra mundial fueron los Gato y los Balao, que fueron utilizados en la campaña contra los japoneses en el Pacífico —añadió Sarah sonriendo.
—Entonces, ¿de qué fecha es este artefacto?
—Se adelantó un poco a su tiempo. Si le digo 1871, ¿me creerá?
Jack miró a Sarah como si estuviera completamente loca.
—Esto es lo que sabemos: la nave fue descubierta en las costas de Terranova en 1967. Estaba totalmente cubierta por el barro y en las mismas condiciones que está ahora. Hemos podido confirmar que funcionaba a través de la energía eléctrica y, según nuestros ingenieros, bajo el agua alcanzaba los 26 nudos, una velocidad muy superior a la de nuestros submarinos durante la guerra y casi comparable a los actuales. La tripulación rondaba los cien hombres y contaba con unos torpedos, bastante rudimentarios, que eran disparados por aire a presión. Por razones obvias, permanecen almacenados en otra cámara acorazada. Llevaba un espolón en la proa que todavía no ha sido recuperado, pero sabemos que se encontraba allí porque el soporte donde iba colocado permanece aún en la estructura acristalada. Tenía un morro de cristal hecho de cuarzo para poder ver debajo del agua. Es igual que la nave que Julio Verne describe en
Veinte mil leguas de viaje submarino
.
—No puede ser verdad.
—Comandante, lo único que le puedo decir es que aquí está. Usted decide. Los motores eléctricos son, en muchos aspectos, más avanzados y eficientes que los que tenemos hoy en día. Hemos tenido a gente de Electric Boats, de la General Dynamics, que asegura que es un modelo de eficiencia.
—¿No me diga que se trata del Nautilus?
—No, no se lo digo, porque sabemos cómo se llama en realidad. Hace cinco años descubrimos la placa identificadora cubierta por el barro, más a popa de la sala de control. Se llama Leviatán. El senador sospecha que es posible que el señor Verne diseñara su nave inventada después de ver una de verdad. No es más que pura especulación, pero es una buena teoría.
—¿Y la tripulación? —preguntó Jack.
—Se hundieron con la nave. Las pruebas de carbono 14 hablan de alrededor de 1871, pero su desaparición pudo tener lugar en los quince años posteriores a que fuera botada. Sabemos que fue construida en 1871 porque la fecha está grabada en los mandos. Eso, sumado a las pruebas de datación, equivale a que podemos estar seguros —dijo Sarah, luego se quedó dudando un momento—. Solo se encontraron treinta y seis restos humanos dentro del submarino. Pero por el número de literas sabemos que la dotación de la nave estaba cerca de la centena.
—Es increíble —dijo Collins, mirando el esqueleto oxidado.
—Hemos recogido todos los datos posibles. La Institución Oceanógrafica Woods Hole lleva los últimos treinta años trabajando en esto.
Collins reconoció el nombre del prestigioso centro oceanográfico.
—¿Son parte integrante del Grupo?
—Algunos de sus miembros han sido informados de nuestra existencia y colaboran con nosotros como asesores. Les hemos facilitado ciertas cosas… —Sarah se quedó callada un momento para suscitar su interés—. Y están en deuda con nosotros.
Collins captó la indirecta. Sabía que uno de los integrantes de la Institución Oceanográfica Woods Hole era el oceanógrafo Robert Ballard, el descubridor de los restos del Titanic. Así que hizo un gesto con la cabeza y no dijo nada.
Sarah empezaba ya a encaminarse a la siguiente cámara acorazada que pretendía visitar cuando algo imprevisto los interrumpió.
—Atención, todos los jefes de departamento diríjanse inmediatamente a la sala de conferencias, todos los jefes de departamento diríjanse a la sala de conferencias. Queda activado el código Uno. Comandante Collins, pónganse en contacto con la extensión 117, contacte con la extensión 117.
—Nunca había escuchado esa señal desde que estoy aquí —le explicó—. Esa es la voz del director y el código Uno es la alerta de un Evento, de uno bien importante. Hay un teléfono ahí mismo. —Señaló en dirección a un muro cerca de una de las cámaras acorazadas.
Jack descolgó el auricular y marcó el número 117, luego miró a Sarah, que se había quedado lívida. Escuchó un pitido y luego la voz de Alice.
—Comandante, reúnase con el señor Everett en el nivel siete. Él le mostrará el camino hasta la sala de conferencias, y dese prisa, el director Compton va a informarles de un asunto de máxima importancia —dijo Alice a toda prisa y colgó.
—Lo siento, Sarah, tengo que irme corriendo. —Se volvió hacia el pasillo circular y los ascensores que había más allá.
—Claro. ¡En el ascensor, pulse el botón rojo, en el que pone «exprés», así no habrá paradas hasta llegar al nivel siete! —le gritó para que la oyera, mientras lo veía desaparecer entre las cámaras acorazadas.
Activado código Uno
. A Sarah le recorrió un escalofrío ante esas tres palabras. Había oído rumores acerca de lo que significaban. Activado código Uno: la posibilidad de un Evento de los que alteran el rumbo de la civilización…
Montañas de la Superstición, Arizona
14.50 horas
El sonido del pequeño motor hizo que Buck afilara las orejas. Los dos pares de ojos miraron la llanura del desierto que se extendía a su derecha. El viejo percibió la pequeña polvareda e hizo un gesto de hartazgo con la cabeza.
—Ese maldito crío se va a partir la crisma con ese cacharro un día de estos —dijo en voz alta mientras se encaminaba otra vez hacia las montañas.
El ruido se hizo más intenso y el viejo vio por fin el
quad
de cuatro ruedas de color rojo y a su pequeño conductor. El ciclomotor todoterreno pasaba zumbando por los viejos derrubios, saltando de un lado a otro. El piloto se percató de la presencia de Gus y Buck y se dirigió hacia ellos, saludando una y otra vez con una de las dos manos. Mientras se acercaba, el chico no advirtió que había una hendidura más profunda que las demás. Su rueda delantera cayó sobre la grieta y se clavó en la arena, solo llevaba una mano en el manillar, así que corría una situación de grave peligro. Desde el lugar en el que estaba, Gus solo pudo ver la parte de atrás de la máquina elevándose en el aire y una nube de arena y polvo que ocultó el tremendo accidente que parecía haber tenido lugar.
—¡Ese hijo de puta lo ha hecho, se ha partido la crisma! —gritó al tiempo que soltaba las riendas de Buck y salía corriendo hacia el lugar donde era posible que se encontrara el cadáver del muchacho. El mulo echó a correr tras él con el consiguiente ruido de botes, sartenes y palas.
Al llegar, descubrió al muchacho despatarrado y sentado en el suelo, intentando quitarse el casco rojo. Aparte del polvo que lo cubría por completo y el rastro de sangre procedente de la nariz en el labio superior, parecía que estaba vivo. Gus saltó al pequeño arroyo, evitando las ruedas delanteras del
quad
, que todavía seguían girando.
—Maldita sea, William. Te has pegado una buena, chaval. —Gus pasó los brazos por debajo del muchacho y lo ayudó a levantarse.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Billy Dawes cuando pudo por fin quitarse el casco.
—¿Que qué ha pasado? Que has salido volando por los aires, idiota, eso es lo que ha pasado. —Gus lo miró de arriba abajo mientras seguía sosteniéndolo.
—Joder —dijo el chico mientras se quitaba el polvo de la cara y de la ropa.
Tilly lo soltó y dio un paso atrás para ver mejor al chico. No parecía que tuviera nada roto. La pequeña motocicleta parecía en buen estado. Para estar del todo seguro, Buck, que había bajado al antiguo arroyo sin que se dieran cuenta, empujó al muchacho con su hocico, haciéndolo caer contra la motocicleta.
—¡Eh! —gritó el muchacho—, ¿por qué has hecho eso? —le preguntó al mulo, que optó por hacerse el inocente.
Gus ayudó al muchacho, de once años de edad, a levantarse y le quitó el polvo de encima. Billy se quedó mirando a Buck y le dijo que no con la cabeza. El mulo movió las orejas.
—Y vigila esa boca, muchacho. Seguro que a tu madre no le hace gracia que te hagas tan malhablado como el viejo Gus.
—No, seguramente me frotaría bien la boca con una pastilla de jabón.
—¿Sabe tu madre que estás aquí? —preguntó el viejo, entrecerrando el ojo izquierdo y acercándose más a Billy.
El chico se limpió la sangre de la nariz y el labio, y sonrió a Gus. Su silencio fue de lo más elocuente.
—Muchacho, ¿acaso no sabes lo peligroso que es este desierto? ¿Qué habría pasado si te llegas a romper las piernas y no está aquí el viejo Gus para ayudarte?
—Pero no me las he roto —protestó el joven Billy. Luego adoptó un gesto meditabundo—. No le dirás a mi madre que estaba aquí, ¿verdad?
Gus hizo como que se lo estaba pensando y luego le dio la espalda al chico.
—No sé… te has pegado una buena. Tienes sangre y todo.
—No es para tanto, Gus, de verdad, nunca tengo accidentes. Sé conducir por aquí, tú lo sabes.
Gus ladeó la cabeza para que Billy pensara que le estaba dando vueltas al asunto.
—De acuerdo, pero móntate en ese trasto y vete donde está tu madre —dijo Gus, señalando el
quad
, que estaba tirado en el suelo.
—¿No puedo ir un rato contigo y con Buck? Ya sabes cómo se pone el bar los viernes. Allí lo único que hago es estorbar.
Gus miró hacia los lados y alzó la vista al sol de mediodía, sin prestar mucha atención a la petición de Billy. Se quitó el pañuelo y se secó otra vez el sudor de la frente. Luego se volvió a poner el sombrero y miró hacia las montañas que tenía enfrente, a unos tres kilómetros de distancia. No sabía muy bien por qué, pero ese día le parecía que tenían un aspecto muy raro. Movió un poco la cabeza hacia los lados, para ver si la extraña sensación se desvanecía.
—Cada día estoy más senil —murmuró para sí.
—¿Cómo dices, Gus? —preguntó el muchacho, y dejó por un momento de sacudirse el polvo para comprobar qué le pasaba a su viejo amigo.
Gus se giró y miró hacia Billy, luego sonrió y el sol se reflejó en su dentadura falsa.
—No me hagas caso. Bueno, supongo que no pasará nada porque nos acompañes un rato. Pero cuando yo te diga, te vas para tu casa, ¿trato hecho? —dijo, ofreciéndole la mano sin quitarse el guante.
Billy le estrechó la mano y en su rostro se dibujó una sonrisa tan grande como la del gato de Cheshire. Entre los dos levantaron el
quad
, y Gus hizo que Buck se pusiese en marcha. Pero las montañas volvían a atraer su atención. En silencio, le devolvían la mirada, como retándole a que se acercara.