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Authors: David Lynn Golemon

Tags: #Ciencia Ficción, Intriga

Collins vio en la pantalla del monitor a unas cincuenta personas trabajando en un centro de procesamiento informático de última generación.

—Estos hombres y mujeres, especialmente formados y que cuentan con la autorización del Grupo y del gobierno de los Estados Unidos, recopilan la información de excavaciones arqueológicas, hallazgos de todo tipo, informes de sucesos extraños, mitos, leyendas, historias, nuevos descubrimientos, e introducen todos esos datos en el Cray, donde son analizados y catalogados según la importancia histórica o paleolítica. Luego, en caso de que sea necesario, enviamos equipos sobre el terreno, ya sea como parte de otra organización o directamente como integrantes de nuestro Servicio Nacional de Parques; nuestro sistema de parques está muy bien considerado en muchísimos países extranjeros. La información obtenida se usa para entender mejor de dónde venimos, y, lo que es más importante, en ocasiones también sirve para ver hacia dónde vamos. Solo los directivos fundadores de las compañías más importantes y ciertos rectores universitarios tienen algún indicio acerca de nuestra existencia, y aun así, se trata de un grupo muy reducido.

—¿Y dónde encajo yo…? —preguntó Collins.

El senador torció el gesto.

—A lo largo de los años, especialmente desde el final de la primera guerra mundial, hemos perdido a más de un centenar de nuestros hombres y mujeres en el campo de operaciones —explicaba Lee mientras cabeceaba—. Verá, comandante, están los que o bien no quieren compartir la información que permanece oculta, o bien creen que es lo suficientemente valiosa como para eliminar a cualquiera que se interponga en su camino a la hora de conseguirla y de conservarla. Y ahí es donde entran usted y sus hombres, como equipo de seguridad para las operaciones sobre el terreno y las infiltraciones; además, y hablando con franqueza, me aproveché de los apuros por lo que pasa actualmente para hacer que viniera cuanto antes, ya que da la sensación de que usted ahora mismo es una patata caliente que nadie se atreve a intentar pelar.

Collins intentó decir algo, pero fue interrumpido por la mano alzada del senador, que se levantó lentamente de su silla de respaldo alto e hizo un gesto al comandante para que lo siguiera. Cojeando, se acercó a una pantalla mucho más grande que la que mostraba las imágenes de la sala de ordenadores. Mientras lo seguía, Collins se dio cuenta de que el senador parecía algo más viejo de lo que había pensado en un primer momento.

—Su historial en los dos conflictos del Golfo es lo que justifica su presencia aquí, comandante. La labor que realizó en la primera guerra de Iraq, el rescate del tripulante del A-6 Intruder, fue verdaderamente reseñable —dijo el senador sonriendo—. Evidentemente, le gustan las situaciones peligrosas. —Lee se quedó mirándole directamente a los ojos, esperando alguna reacción de Collins—. Y ahora la parte más difícil. Pese a haber sido distinguido con tres estrellas de plata y con una medalla al honor, su carrera en el Ejército regular está prácticamente acabada. Pero, como le he dicho antes, el presidente no le guarda ningún rencor y sabe que es usted un soldado de verdad, por eso nos lo ha enviado. Con nosotros podrá seguir en activo y continuar su carrera de una forma que valga la pena.

Collins se giró y observó a Lee. Fuera de la Casa Blanca, que él supiera, solo una docena de personas sabía que su unidad había rescatado al piloto del avión derribado. Y nadie estaba al tanto de su reciente consejo de guerra después de la reunión con el presidente, los jefes del Estado Mayor y los directores del FBI y de la CIA. Tenía suerte de poder tener un trabajo, después de todo. Fuesen quienes fuesen, Lee y Compton tenían muchos contactos, y más importantes que los estrictamente necesarios como para hacerlo venir hasta este lugar, dondequiera que estuviesen. Así que podía estar seguro de que la oferta iba en serio: los ojos de Lee no mentían cuando hablaba de la importancia de todo el asunto.

—Lo mejor, comandante Collins, será mostrarle los frutos de nuestro trabajo en el Grupo, y señalar luego cómo expertos como usted y como muchos otros han ayudado a que pudiéramos reunir las maravillas que está a punto de contemplar. —Lee se detuvo un instante y luego se volvió hacia Jack. Miró al soldado profesional de arriba abajo y luego, clavando los ojos en él, le preguntó—: ¿Es usted un hombre religioso, Jack?

—No, señor —respondió enseguida fijando la mirada en el único ojo del senador—. Nunca he tenido el tiempo o la necesidad.

El senador esbozó una sonrisa, pero su rostro reflejó una tristeza que hizo a Jack cuestionarse el porqué de la pregunta.

—Es como si me estuviera viendo a mí mismo hace muchos años. —Lee toqueteó la cicatriz que le recorría el rostro por debajo del parche de su ojo derecho—. Perdí mucho tiempo demostrándome a mí mismo que Dios no existía, cuando no era por la idea de Dios por lo que tenía que preguntarme. La pregunta adecuada es: ¿Qué está dispuesto para nosotros? La respuesta es que lo que hay dispuesto se halla quizá oculto en nuestro pasado. Ahora estamos aquí, ¿hubo algo que nos ayudó? ¿Los elementos se combinaron porque sí? ¿Fue una casualidad natural que hayamos llegado hasta aquí sin exterminarnos los unos a los otros?

—Quizá seamos lo suficientemente inteligentes como para saber hasta dónde podemos llegar. Sin necesidad de dioses; quizá, como usted dice, todo sea una casualidad —replicó Collins.

El senador se rió por primera vez desde que habían empezado a hablar, luego se detuvo y volvió a mirar a Collins.

—Muchacho, es como si usted leyera mis pensamientos de hace sesenta años —dijo, mientras pulsaba uno de los botones.

En la pantalla, una foto fija se puso en marcha ante la mirada del comandante. El enfoque automático controlado por ordenador realizó el ajuste necesario para que la imagen pudiera verse correctamente. En la pantalla se veía una estancia inmensa en cuyas paredes había lo que parecían ser cámaras acorazadas excavadas en la roca.

—La única persona que puede ver lo que pasa en esta estancia es nuestro jefe, el presidente de los Estados Unidos —Lee titubeó un momento—, quien, para bien o para mal, sigue siendo también su jefe.

Collins asintió mientras contemplaba con interés lo que se veía en la pantalla. Algunas de las cámaras acorazadas eran enormes, alcanzaban los cincuenta metros de altura; otras solo levantaban un par de metros del suelo. Las más grandes contaban con escaleras a los lados; algunas tenían partes acristaladas incrustadas en las puertas de acero. El comandante pudo ver también multitud de cámaras de seguridad que grababan todo lo que sucedía en el enorme pasillo.

—El presidente visita esto a menudo, igual que han hecho todos sus predecesores desde Franklin Delano Roosevelt. Este lugar ha sido siempre su rincón favorito. Y antes de esto, Woodrow Wilson y Hoover venían mucho a nuestra primera instalación en Virginia.

—Está bien, senador, soy todo oídos —afirmó Collins.

—Así me gusta, Jack —dijo Lee al tiempo que pulsaba otro botón del mando. Collins supuso que la imagen que aparecía pertenecía al interior de una de las cámaras de mayor tamaño. El plano se oscureció un momento mientras un hombre con una bata blanca bajaba por una pasarela.

»El Grupo cuenta con más de un centenar de técnicos informáticos, treinta y cinco arqueólogos en plantilla, veinticinco extraordinarios químicos y biólogos, dos teóricos en física cuántica, cuatro astrofísicos, cinco forenses especializados en su campo, cien hombres y mujeres de seguridad procedentes tanto del Ejército como de la Armada, las Fuerzas Aéreas y los marines, y doce geólogos. —Lee tomó aire y continuó—: Y eso sin contar a los carniceros, panaderos y fabricantes de candelabros —dijo mientras sonreía—. Son los mejores del país, Jack. Reciben una formación continua bajo la dirección de profesores del Instituto Tecnológico de Massachusetts, de las universidades de Harvard, Cambridge y Princeton, de los laboratorios
Jet Propulsion
y de otras instituciones de gran prestigio. En el Grupo Evento aunamos todos los esfuerzos posibles, comandante Collins, y, desde los cocineros hasta los jefes de área, todos tienen derecho a seguir desarrollando sus capacidades. No son marionetas lo que queremos, ni tampoco lo que necesitamos.

—¿Quién paga todo esto?

Garrison Lee rió y dijo:

—Me temo que por culpa de eso nos hemos labrado algunos enemigos. Nuestro presupuesto sale de los fondos de las demás agencias del gobierno federal, si bien son fondos ocultos que nadie sabe dónde van a parar. Nuestra agencia tapadera, los Archivos Nacionales, son los que se llevan los palos, pero se las arreglan bastante bien.

—Me puedo imaginar lo que dirán las otras instituciones del gobierno —aventuró Collins.

—Nuestro trabajo es más importante. —El senador golpeó con el bastón en la pantalla para que Collins volviera a prestar atención a la cámara. Las puertas permanecían cerradas y parecían gigantescas y extremadamente seguras.

—Eso parece material del mando norteamericano de Defensa Aeroespacial, en la montaña Cheyenne —dijo Collins fijándose en la pantalla.

Collins observó el ojo azul claro del anciano; mientras hablaba no dejaba de atender a la pantalla y nunca se volvía a mirarlo, como si estuviera totalmente concentrado en relatar adecuadamente la historia, como si tratara de imaginarla o de vivirla para poder así contarla de la forma correcta. Jack sabía que ese era el anzuelo que estaba preparando para él. La envejecida mano del senador seguía apuntando con el bastón hacia la enorme pantalla recubierta de plástico.

—Yo mismo me pongo a mirar a menudo esta cámara —dijo con cierta parsimonia—. Lo que ve usted aquí, comandante, fue el primer Evento, lo que nosotros llamamos la expedición Lincoln. —El senador hizo una pausa y se quedó observando la pantalla. Las facciones de su rostro apenas dejaban entrever lo que sentía—. Hay mucha documentación al respecto: diarios y cuadernos de vuelo, testimonios de primera mano que cuentan la increíble historia de su descubrimiento y adquisición.

Por fin se volvió hacia el comandante y una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro.

—Me transmite una sensación de paz que es difícil de describir, o a lo mejor es que me estoy haciendo viejo —dijo, riendo entre dientes.

Jack no añadió ningún comentario; se quedó mirando el ojo del senador, buscando alguna señal de impostura.

Garrison Lee pulsó con el extremo del bastón otro de los botones del panel de control. Collins vio que otra imagen aparecía en la pantalla, estaba tomada probablemente desde el techo de la cámara acorazada, la imagen lo cogió completamente por sorpresa. No sabía con certeza qué era aquello que estaba viendo, pero se trataba de algo enorme y sin duda extremadamente antiguo. El aspecto desvencijado confería un aire sobrenatural al gigantesco objeto. Collins se acercó a la pantalla sin darse cuenta. Un recuerdo remoto pero al mismo tiempo familiar empezó a rondarle por la cabeza. ¿Era una idea borrosa y distante, o era un recuerdo real? Quizá se trataba de algo que había contemplado de niño, pero cuantos más esfuerzos hacía por recordar, más se alejaba de su mente; iba y venía como si fuera un
déjà vu
, dejando apenas un fugaz rastro en su conciencia. Jack frunció el ceño y se concentró aún más en la imagen de la pantalla.

Lee dio un paso atrás para admirar lo que se veía dentro de la cámara acorazada. Un ir y venir de operarios oscilaba alrededor del objeto. Algunos utilizaban instrumental que Collins no había visto nunca antes; otros tomaban notas en tablillas con sujetapapeles, y otros se ocupaban de los voluminosos sistemas de análisis colocados contra la pared del fondo. El inmenso objeto parecía haber estado hecho de vigas de madera que se hubieran petrificado mucho tiempo atrás. Las vigas tenían forma curva y se inclinaban desde lo alto de uno de los extremos describiendo un ángulo hasta llegar al otro extremo, que tenía un aspecto mucho más deteriorado. Mientras miraban, un grupo de tres hombres se encontraba en el interior del enorme artefacto. Habían establecido allí un pequeño laboratorio y analizaban alguna sustancia que Collins no se atrevía ni a imaginar. Jack miró con más atención en la parte exterior. En el lateral había unos agujeros enormes y lo que Collins supuso que era un suelo algo inclinado, ¿o se trataba de una cubierta? Le dio la impresión de que se encontraba ante alguna de las partes de una embarcación. Las planchas petrificadas que una vez fueron de madera estaban dispuestas de la misma manera que una cubierta. Debía de medir unos cien metros, y daba la sensación de que le faltaba una mitad, como si se tratara de los restos de un naufragio. Collins seguía impresionado por lo antiguo que parecía aquel artefacto, pero la sensación de que había algo que sabía y que no lograba recordar seguía martilleando en su cabeza. No podía evitar que se le pusiera la carne de gallina cuando miraba aquel misterioso objeto.

—¿Qué es eso? —preguntó Collins señalando a aquella cosa tan extrañamente familiar.

—¿No lo sabe, Jack? —preguntó el senador sin dejar de sonreírle—. Bueno, lo cierto es que nosotros tampoco. Existen muchas opiniones, pero una cosa sí sabemos: no podemos decirle al mundo que está en nuestro poder; mucha gente sentiría una gran conmoción, y no sabemos qué reacciones podrían producirse.

Collins siguió estudiando la imagen mientras el anciano la miraba también con deleite.

—Le muestro el contenido de esta cámara acorazada por dos razones, comandante. La primera: este fue el primer Evento. La segunda: es una muestra de la importancia de la contribución militar sobre el terreno. Y créame, Jack, el terreno es ahora mucho más peligroso de lo que era en tiempos del presidente Lincoln.

Los ojos de Collins no se apartaban del único ojo del senador. Jack asintió pero no dijo una sola palabra.

—Todo empezó en 1863 —retomó Lee mirando aún al comandante, antes de volver su mirada de nuevo hacia la pantalla—. Tras la batalla de Gettysburg, cuando la victoria se decantó al fin del lado de la Unión, un inmigrante noruego, profesor en Harvard, convenció al presidente de los Estados Unidos, Abraham Lincoln, de emprender una expedición a lo que en aquel entonces era el imperio otomano.

El senador se detuvo, le dio la espalda a la pantalla, y, cojeando, se dirigió hasta la silla que se encontraba detrás del escritorio de Niles.

—Esta reunión entre el profesor y el presidente dio lugar a una tregua entre el norte y el sur de la que no hablan los libros de historia, y sobre la que no encontrará ninguna documentación en los Archivos Nacionales, a menos que consulte el nuestro —explicó Lee, y luego añadió—: Se organizó un encuentro a través de la oficina del entonces secretario de estado de Estados Unidos, William Seward, y la expedición se puso en marcha, formada por seiscientos efectivos, tanto soldados de la Unión como prisioneros confederados, y seis buques de guerra.

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