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Authors: David Lynn Golemon

Tags: #Ciencia Ficción, Intriga

Derry se aclaró la garganta y dijo:

—Nave no identificada, somos cazas de la Marina de los Estados Unidos. Se está aproximando a una zona de exclusión aérea, por lo que le ordenamos que se identifique y que cambie el rumbo hacia el oeste inmediatamente, cambio.

Ryan agitó la cabeza con gesto escéptico mientras escuchaba a Derry repetir dos veces más el mensaje. Tuvo claro que ese objeto no se sentiría amenazado por dos pequeños aviones. Mientras se acercaba, un gran orificio irregular se hacía cada vez más grande en la parte de atrás del platillo.

—Derringer, parece que a esa cosa le han hecho un agujero.

—Vampiro, mantén la posición y ten el dedo preparado sobre el gatillo, puede que tengamos… Esto es peligroso. Es una amenaza de algún tipo. Voy a mirar más de cerca.

Ryan se quedó observando mientras el F-14 de Derringer empezaba a avanzar hacia el platillo gigante. Aceleró muy suavemente hacia delante, consciente de que su compañero no se daría cuenta. Se quedó mirando cómo el Tomcat de su jefe de vuelo se iba acercando a la nave. El enorme caza empezó a temblar al verse succionado por la estela que dejaba tras de sí el platillo.

—Vampiro, está pasando algo en esa nave. Parece como si estuvieran arrojando algo, ¿lo ves?

Ryan vio lo que parecía una especie de líquido que fluía de varios agujeros más pequeños de los compartimentos situados en la popa de la nave.

—Lo veo, pero me resulta difícil de creer —contestó Ryan.

Buque de guerra de los Estados Unidos Carl Vinson

480 kilómetros al norte

Los hombres hablaban en voz baja mientras observaban lo que sucedía en sus pantallas. En los últimos minutos, mientras esperaban nuevas informaciones, la temperatura había aumentado diez grados. La mayoría nunca había experimentado una sensación de impotencia semejante.

—¿Qué tenemos ahí, Derringer? —preguntó Harris. No hubo respuesta.

—¡Capitán en cubierta! —dijo de pronto a voz en grito uno de los soldados.

Harris se volvió para ver al capitán del Vinson dejar fuera su escolta de marines mientras entraba en el oscuro centro de control de combate. Harris interpretó la dura expresión de su rostro como un signo de la preocupación que el capitán sentía por la seguridad su barco.

—Descansen, continúen con su labor. ¿Qué dice el Range Rider, capitán?

—No hay respuesta aún, debe de ser cosa de las interferencias o algún tipo de obstrucción, todavía no lo sabemos con certeza. El Alerta I debería estar en posición dentro de tres minutos, capitán.

—Entiendo. Siga intentando ponerse en contacto con ellos —ordenó el capitán, mientras se sentaba en el asiento habitualmente reservado para Harris. El oficial al mando de uno de los barcos de guerra más importantes jamás construidos se quedó observando cómo sus hombres cumplían sus deberes. No hizo ningún comentario. El único signo de preocupación se manifestó en la forma de cerrar los ojos y escuchar las repetidas llamadas que en vano se remitían al Range Rider.

—Señor, la señal del Range Rider aparece y desaparece en el radar. Cuando el aparato desconocido desaparece, ellos también. Sea cual sea el campo electromagnético que esa nave emite, está ocultando también a nuestros cazas.

Ahora Harris, al asomarse por encima del hombro del operario, no veía nada en el verdoso barrido del radar. A continuación, dos pequeños puntos y uno que mediría al menos cien metros o más de diámetro, aparecían en un barrido para desaparecer en el siguiente.

—Cuatro cuarenta y aproximándose —anunció el operario de radar.

—Quiero saber el estado de todas las unidades de combate —dijo el capitán, al tiempo que se ponía en pie y se encaminaba hacia el puente, dando a entender que lo que deseaba era ser informado en ese mismo instante, mientras se ponía en movimiento. Arriba se escuchaban los rugidos de la catapulta de vapor y el ruido de los neumáticos que indicaban que otro F-14 se elevaba hacia el cielo.

—Todos los barcos están preparados para el combate, capitán. Las defensas aéreas han despegado y los sistemas de apoyo de proximidad están preparados para ser utilizados —respondió Harris. Se refería a los cañones automáticos Phalanx de 20 mm y a los misiles Sea Sparrow, que constituían una parte importante de la protección inmediata de la que disponía el portaaviones. Si bien su verdadera fuerza era el crucero Shiloh, con su avanzado sistema de misiles de defensa.

El capitán escuchó el informe cuando paró junto a la trampilla y después subió al puente de mando. Harris lo vio marcharse y se quedó frotándose las sienes, sentado de nuevo en su silla. Pese a estar tan cerca de aguas territoriales, la amenaza era palpable. Claro que barcos no muy distintos a este estaban también en aguas amigas cuando comenzó el bombardeo de Pearl Harbor.

—¿Sigue sin haber comunicación con el Range Rider? —preguntó Harris.

—Se ha recuperado la comunicación.

—Señor, tenemos otra nave no identificada detrás del Range Rider, a seiscientos cuarenta kilómetros por detrás de la primera y acercándose a gran velocidad. La señal de este contacto es muy potente.

Harris saltó de la silla y observó cómo el segundo contacto se acercaba al primer objeto y a los F-14 que iban tras de él.

—El segundo contacto se acerca a Mach 2,5 —dijo una segunda voz, con más fuerza que la primera.

—¿Qué demonios está pasando aquí? —dijo Harris mientras agarraba el teléfono directo con el puente de mando.

El Marginado, el oficial de radar de Ryan, detectó otra señal en su pantalla.

—Tenemos una nueva incorporación, posiblemente hostil, viniendo por nuestras seis y aproximándose a mucha velocidad.

—Cuéntame.

—No puedo calcular su distancia y velocidad, va demasiado rápido —dijo Chávez a punto de perder los nervios.

—Maldita sea, ¿has oído eso, Derringer? —preguntó Ryan.

—Recibido, Vampiro, ¿dónde diablos están los aviones de alerta? —dijo Derry, buscando en el cielo los dos Tomcats que debían de llegar en cualquier momento.

Ryan no contestó; en ese momento su F-14 dio una sacudida que lo lanzó contra su arnés. Su Tomcat perdió cien metros de altitud después de que una forma borrosa y plateada le pasara por encima. Las alas del caza temblaron sin control durante un instante y el morro descendió en picado. Estaban atrapados en la estela de un segundo platillo que se dirigía a toda velocidad en dirección al primero. Varias luces de emergencia se iluminaron en el cuadro de mandos del Tomcat. Ryan forcejeó con la palanca de mando y aumentó la velocidad para intentar recuperar altitud. Entonces, una extraña luz verdosa impactó sobre la cúpula de la cabina y un inquietante resplandor inundó el interior del caza. El silbido de los motores del Tomcat cesó al mismo tiempo que se encendía la luz que indicaba un fallo en el motor. El piloto rojo de emergencia del primer motor se encendió, luego el del segundo. En la cabina reinó un silencio sepulcral solo roto por una voz computerizada que advertía de la pérdida de sustentación; el alarmante silencio que se escuchaba afuera resultaba tan atronador como el anterior ruido de los motores. Gracias al entrenamiento recibido, Ryan no se dejó llevar por el pánico y empezó a actuar de manera automática. Forcejeó otra vez con la palanca de mando, empujándola hacia delante y luego a la izquierda; durante todo el proceso pudo escuchar un suave zumbido que parecía provenir del exterior de la nave.

—¡Parada imprevista! Range Rider II ha cascado; repito, el motor se ha parado —gritó Ryan—. ¡Mayday! ¡Mayday!

—Joder —dijo Henry desde el asiento de atrás, con una tranquilidad casi excesiva, mientras apretaba los dientes.

Ryan llevó hacia delante la palanca de mando mientras soltaba los pedales que controlaban el timón del Tomcat, dejando que la nave controlara automáticamente la rotación a la que se veía expuesta. Esto provocó que el Tomcat se colocara con el morro hacia abajo, en posición recta, para coger velocidad y que la aeronave se precipitara hacia el mar como una flecha.

—Intentando reiniciar el motor —dijo Ryan, manteniendo el control de su voz.

El Tomcat llevaba incorporado un generador activado por aire que se usaba en este tipo de emergencias. El torrente de aire accionaba las aspas, y estas encendían un generador que suministraba la suficiente energía a la nave como para volver a arrancar los motores sin ninguna ayuda exterior. Al menos ese era el sistema diseñado por los ingenieros. Esta era una situación para la que se recibía entrenamiento pero con la que ningún piloto se enfrentaba fuera del programa de simulación. El fortísimo silbido del aire en el exterior de la cabina estaba a punto de volverse insoportable.

Derry escuchó el mensaje de angustia de su piloto de apoyo mientras caía en picado hacia el mar. Con el pulgar pulsó el mando que liberaba el seguro de los misiles SideWinder, pero no consiguió desbloquearlos. Estaba a punto de echarse hacia delante para intentar ver por dónde venía el próximo ataque, cuando su Tomcat fue lanzado hacia delante como si se tratara de un juguete. La sección de cola recibió una fuerte presión hacia abajo, lo que provocó que el morro se elevara. Los dos estabilizadores verticales se resquebrajaron como si fueran de porcelana. Un segundo antes de que las llamas incendiaran la cabina, Derringer vio que la segunda nave chocaba contra su avión. El F-14 Tomcat se desintegró en cien mil pedazos a causa de la potencia y la velocidad del impacto. El viento dispersó en todas direcciones los restos de la nave, que fueron dejando un humeante rastro en la caída hacia su sepulcro de agua.

Otra misteriosa luz, azulada esta vez, surgió del segundo platillo y envolvió al primero. Las dos naves quedaron recubiertas por una gigantesca esfera de color azul plateado.

USS Carl Vinson

—Hemos perdido contacto con las dos naves enemigas, señor.

Harris no hizo ningún comentario. Vio que la señal de uno de sus cazas se iluminaba de pronto en la pantalla. Estaba perdiendo altitud a toda velocidad.

—Señor, el Range Rider II tiene problemas, los dos motores están apagados —dijo el operador de radio, cuando por fin escuchó las llamadas angustiadas de Ryan.

—¿Dónde demonios está el jefe del Range Rider? preguntó Harris.

—Solo tenemos al Rider II, señor. Nuestro Alerta I está a punto de llegar al punto de intercepción.

—¿Y los dos objetivos no aparecen? —preguntó Harris.

—No, señor. Han desaparecido por completo. El Shiloh también lo verifica.

El centro de control de combate quedó en silencio mientras Harris se dirigía hacia el teléfono con el puente de mando, pero volvió a dejarlo en su lugar al escuchar el anuncio de que despegaban los helicópteros de rescate. Se quedó callado. Acercó la mano a la barbilla y cerró los ojos pensando en qué demonios habría pasado.

El Tomcat cae a demasiada velocidad
, pensó Ryan. Por dos veces había intentado encender los motores sin obtener ningún resultado. El panel de control seguía funcionando, pero, por razones que no alcanzaba a comprender, los motores GE no se encendían. El avión no podía hacer otra cosa que desplomarse.

—Ya, Henry, tenemos que largarnos. —Ryan accionó uno de los controles y dejó que el generador interno alimentara el sistema de armamento.
Por lo menos esto funciona
, pensó. Seleccionó a toda prisa el Phoenix con su palanca de mando y recibió un objetivo intermitente. Ryan apretó el gatillo y un sentimiento de satisfacción lo invadió cuando el misil Phoenix salió disparado de la lanzadera central del Tomcat.

Henry Chávez agarró el asa de color amarillo que había encima de su asiento y tragó saliva.

—¡Eyección! ¡Eyección! ¡Eyección! —gritó tres veces, y cerró los ojos.

Cuando Chávez tiró del mando, la cúpula salió disparada provocando un fuerte estallido. La fuerza de la eyección lo lanzó fuera del caza, a más de ciento cincuenta kilómetros por hora. La plancha que se desplegó al activarse el mecanismo cubrió su casco y su cabeza, así que el alférez Chávez no llegó nunca a ver la pieza de avión que acabaría con su vida. Un pedazo de aluminio proveniente del Range Rider I impactó contra su rostro, y quedó alojado en la parte posterior de su cráneo.

La mente de Ryan no paraba de dar vueltas mientras su paracaídas se desprendía del asiento eyectable. No pensaba en otra cosa que no fuera su propia supervivencia. Trató de darse la vuelta y finalmente divisó la estela que el Phoenix iba dejando en el cielo hasta que impactó con el segundo platillo e hizo saltar en pedazos una sección de su parte trasera. El platillo perdió altitud durante un instante pero rápidamente recuperó el control y desapareció, junto con el primer platillo, entre las nubes que había en dirección noreste.

Cuando Ryan miró a su alrededor supo que Derry estaba muerto. El ruido de los impactos en el agua revelaba los puntos donde se precipitaban los restos de la nave de su superior. Aparte de los dos paracaídas que se acercaban lentamente hacia el mar, el cielo estaba despejado. Ryan observó que el paracaídas de Chávez se balanceaba hacia delante y hacia atrás con torpes movimientos y se dio cuenta de que los brazos del alférez colgaban sueltos a los lados. El teniente cerró los ojos, consciente de lo que aquel paracaídas sin rumbo significaba.

Capítulo 2

Ciento sesenta kilómetros al este de Apache Junction, Arizona

7.50 horas

Augustus Simpson Tilly había vivido en este desierto desde el final de la guerra de Corea. Su mulo, Buck, lo había acompañado la tercera parte de ese tiempo, y junto con las montañas que exploraban, los dos se habían convertido en una leyenda en esa región. Los paisanos, dependiendo de la edad, se referían a él como «el viejo Gus» o «el viejo chiflado». El viejo sabía que lo llamaban así, pero realmente no le importaba. Escuchaba los murmullos y las risas poco discretas que surgían a su paso en el asador del Cactus Roto, en Chato's Crawl, al lado de la carretera que conducía a Apache Junction. Julie Dawes, la dueña del bar, hacía callar a los parroquianos, invitaba a Gus a una cerveza y le decía que aquella gente no sabía de lo que hablaba. Pero Gus, en el fondo de su corazón, era consciente de la imagen que proyectaba en los demás: un viejo sucio y canoso con todos los años de su vida reflejados en el rostro, un rostro que había visto infinidad de cosas horribles.

En Corea, Gus había sobrevivido a la Reserva de Chosin, un prolongado y olvidado valle que los libros de historia siempre intentan eludir. Fue uno de esos sucesos que marcó la historia del Ejército y del cuerpo de los marines para siempre. Gus tuvo que superar el haber tenido que atar con correas los cuerpos de sus mejores amigos a los laterales de los tanques para poder sacarlos de aquel valle helado y mortal. Vio a muchos hombres, entre ellos sus compañeros, perecer bajo el frío y la nieve. Fue una época terrible y desalentadora. Después de haber visto lo que era capaz de hacer el ser humano, Gus prefirió la compañía de Buck. Perseguir la leyenda de la recóndita mina de oro oculta y repleta de riquezas no era la única razón para escoger el desierto: le gustaba vivir allí porque nunca pasaba frío. Podía quejarse en voz alta del calor infernal, pero ese mismo calor alcanzaba partes de su ser a las que, durante aquellos espantosos días de frío en Corea, creyó que el sol nunca volvería a tener acceso. El desierto se había convertido en su mejor amigo durante los últimos cincuenta años, su refugio en un mundo que era mucho mejor sin su presencia.

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