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Authors: David Lynn Golemon

Tags: #Ciencia Ficción, Intriga

El asesino, vestido de negro, agachó la cabeza mientras el doctor Early exhalaba su último aliento, luego se puso en pie y comenzó a dar órdenes.

A los demás integrantes del convoy militar les esperaba el mismo destino fatal. Desaparecerían junto con el cargamento recogido en una pequeña base aérea del desierto de Nuevo México y se convertirían en una leyenda, en un misterio que obsesionaría al país durante sesenta años y que conformaría el máximo caso de ocultación y encubrimiento de la historia de los Estados Unidos.

En medio de la arena del desierto, junto con la sangre de los muertos y los desaparecidos, el incidente Roswell acababa de nacer.

Capítulo 1

Océano Pacífico

923 kilómetros al sur del canal de Panamá

El buque de guerra estadounidense Carl Vinson surcaba suavemente las tranquilas aguas del Pacífico; su gigantesca estructura se abría paso a quinientos doce kilómetros de la costa de Sudamérica, dejando una arremolinada estela de seres vivos e incandescentes colores tras sus enormes hélices de bronce.

El superportaaviones Nimitz volvía a casa tras seis meses de misión en la zona central y sur del Pacífico. Su puerto de matrícula estaba en Bremerton, Washington, y allí esperaban expectantes la mayoría de las familias el regreso de los hombres y mujeres que formaban la tripulación. Los inmensos motores lo propulsaban a una velocidad de veintiséis nudos.

En la cubierta del Vinson se preparaba el traslado del caza y del bombardero a sus bases respectivas, en Miramar y en Oakland, que tendría lugar durante la tarde del día siguiente. Los únicos aviones que estaban en el aire esa mañana eran los de la patrulla aérea de combate del portaaviones, también conocida como PAC, que volaban a veinte mil pies de altura, a unos cien kilómetros de distancia. La mañana estaba resultando tranquila y sin incidentes para los dos formidables Grunman F-14 Tomcats, cuando recibieron la primera llamada proveniente del Vinson, cuyo indicativo era «Ponderosa».

—Range Rider, aquí Ponderosa. ¿Me recibe? Cambio.

El capitán de corbeta Scott
Derringer
Derry llevaba bajado su visor mientras observaba el amarillento círculo que formaba el sol de la mañana y que le recordaba al golfo Pérsico y a las misiones en Iraq. Mientras accionaba el botón transmisor en la palanca de mando, miró ligeramente a su izquierda, estableciendo contacto visual con su piloto de apoyo y alegrándose de que siguiera en posición; no le quedó ninguna duda de que estaría escuchando también al Carl Vinson.

—Ponderosa, aquí el jefe del Range Rider, os recibo alto y claro, cambio.

—Range Rider I, tenemos un contacto intermitente a mil doscientos ochenta kilómetros al sur y acercándose. La información proviene del Contrabandista, no del Ponderosa. Nosotros aún no tenemos contacto. Cambio.

Derry frunció los labios debajo de la máscara. «Contrabandista» era el indicativo del crucero lanzacohetes que escoltaba al Carl Vinson. El buque de guerra estadounidense Shiloh, con su sistema de seguimiento y de control de disparo de Aegis, podía suministrar mejor inteligencia aérea que el pesado portaaviones, así que a la información que proporcionaba se le daba siempre la máxima prioridad.

Derry volvió a echar un vistazo rápido a su piloto de apoyo. Su compañero balanceó ligeramente las alas del caza para indicar que había recibido la comunicación.

—Range Rider, recibido, Ponderosa. Informe de cualquier cambio en la naturaleza del objetivo al jefe de patrulla, cambio.

—Recibido, jefe de patrulla. Ponderosa informará. Permanezca alerta a TAC 3, Contrabandista seguirá controlando. Cambio —contestó el Vinson.

Derry pulsó el botón de transmisión dos veces como señal de que había recibido la información.

—¿Ves alguna cosa, Pete? —le preguntó a su oficial de radar (o RIO), Pete Klipp.

—Negativo, jefe, de momento no tengo nada a la vista.

Derry levantó el visor de su casco y una vez más volvió a mirar a su piloto de apoyo, el teniente J. G. Jason Ryan, a quien llamaban Vampiro, que seguía volando con suavidad, como siempre hacía cuando ponía su F-14 a la misma altura que el de su capitán.

—¿Tu RIO detecta algo, Vampiro?

—Negativo, jefe, no tenemos nada —contestó Ryan.

—Entendido. Vamos a ver qué descubrimos —dijo Derry.

Los dos cazas giraron lentamente hacia el sur y ganaron altura.

En el centro de control de combate del Carl Vinson había tan poca luz que solo se veía la silueta de los operarios rodeados por un halo luminoso de diversos colores proveniente de las pantallas que cada uno controlaba. Una de esas pantallas estaba conectada con el radar aéreo del buque de guerra Shiloh.

—¿Nada todavía? —preguntó el capitán de corbeta Isaac Harris.

El especialista en radar ajustó la amplitud de banda del monitor y miró de reojo a su superior; un gesto de confusión se apoderó de su rostro.

—Aparece y desaparece, señor; se ve claramente y luego nada. En el siguiente barrido vuelve a aparecer, tan grande como una casa, y luego se desvanece.

—¿Se han hecho revisiones? —preguntó Harris.

—Todas correctas, señor; el Shiloh también informa de que sus sistemas funcionan perfectamente, todo está listo.

Harris se frotó la barbilla y se enderezó.

—Esto es muy extraño. —Luego, inclinándose hacia delante, preguntó—: ¿Cambia de dirección?

—Negativo, sigue rumbo en línea recta hacia el Vincent —contestó el técnico.

En ese mismo momento, varios de los operadores de radar, sonar y comunicaciones se reclinaron en sus asientos y observaron las pantallas con cierta preocupación. Harris apretó el hombro del joven operador y volvió a su asiento, una gran silla de vinilo de color rojo montada sobre un pedestal desde el que podía ver toda la sala. Descolgó el teléfono, instalado en uno de los laterales de la silla, que comunicaba con el puente de mando y se quedó mirando con gesto adusto a sus operarios hasta que todos volvieron la vista a sus pantallas.

—Capitán, aquí Harris en el centro de control. Tenemos una situación complicada en nuestro perímetro de defensa. —Esperó un momento a que el capitán del Carl Vinson respondiera.

—Sí, que despegue el Alerta I y que todas las unidades se preparen para el combate.

—Preparados para el despegue del Alerta I —se escuchó arriba, en la enorme cubierta. El mensaje fue repetido y después se dio una orden que hizo que todos los tripulantes, tanto en cubierta como en bajo cubierta, se pusieran en movimiento.

—¡Zafarrancho de combate, zafarrancho de combate! ¡Diríjanse todos a sus puestos, diríjanse todos a sus puestos! Esto no es un simulacro, repito, esto no es un simulacro.

Desde la catapulta número uno, sin los cinturones abrochados aún, el piloto saludó al capitán en cubierta que estaba al mando del despegue. Recostó firmemente la cabeza y la espalda en el respaldo de su asiento de eyección y se apoyó en los lados de la cúpula del Tomcat. El primero de los dos cazas Grumman rugió con toda su fuerza mientras el sistema de reacción lo catapultaba hacia el aire. Poco después, el segundo F-14 lo siguió con el sistema de postcombustión a toda potencia.

Después de que el destructor USS Cole recibiera un ataque por sorpresa el 12 de octubre de 2000 en el golfo Pérsico, los buques de guerra estadounidenses habían empezado a tomarse muy en serio la cuestión de la seguridad. Y seguro que para los terroristas acabar con un símbolo como un portaaviones de clase Nimitz era una fantasía en toda regla.

—Recibido, Ponderosa, entendido. Alerta I ha despegado. Aquí Range Rider, corto y cierro. —Derry giró la cabeza un poco a la izquierda después de confirmar la recepción de la llamada del Carl Vinson—. Es hora de actuar, Vampiro. —No hubo una respuesta verbal al jefe de vuelo, un par de señales del transmisor de Ryan fueron suficientes para expresar que estaba listo—. Vamos a ver qué es lo que hay ahí fuera —dijo Derry.

Los dos cazas F-14 accionaron las cámaras de postcombustión, y un chorro de combustible JP-4 explotó en la tobera de descarga de los inmensos motores turbofan GE-400, con lo que las nacelas en la campana de escape se abrieron dejando escapar los gases, y generando así cincuenta y cuatro mil libras de empuje. El control por ordenador hizo que las alas de los dos Tomcats comenzaran a levantarse hasta alinearse con el fuselaje de aluminio que vibraba a medida que se acercaba a una velocidad supersónica. Los dos Tomcats, con las alas replegadas, rugían en el cielo, mientras sus cubiertas se calentaban con la fricción provocada por el aire.

—¡Lo tengo! —dijo el alférez Henry Chávez, también conocido como el Marginado, el copiloto de Ryan—. Está a ochocientos kilómetros y acercándose.

—Ahora sí lo tenemos —informó Derringer por la red de seguridad. Los dos aviones sabían que sus transmisiones eran seguidas por el Carl Vinson y por todas las naves de la fuerza operativa 277.7.

—Ese hijo de puta es enorme —dijo el Marginado, y luego añadió—: Maldita sea.

—¿Qué ocurre? —preguntó Ryan.

—Ese cabrón se ha evaporado ante mis ojos, ha desaparecido como si nunca antes hubiera estado.

—Derringer, ¿has oído eso?

—Nosotros tenemos lo mismo: la última lectura era a cinco sesenta y acercándose. Mantened los ojos bien abiertos.

—Recibido.

Cuando sintió la fuerza de los dos enormes motores empujándolo contra el asiento, Ryan se centró en sus pensamientos. Las piernas y el pecho de su mono de vuelo se fueron llenando de aire, mientras toda la sangre le subía al cerebro.

—Ahí está otra vez. Maldita sea, esa cosa es enorme —repitió el Marginado.

—Atento, necesito velocidad de aproximación, no comentarios.

—Ha vuelto a salir del campo de acción. La última velocidad de aproximación era de cuatro mil ochocientos kilómetros por hora. Va a toda mecha, la altitud es la misma, deberíamos ver el objetivo en cualquier momento, un poco a la izquierda y a unos dos mil pies por debajo de nosotros.

Dos mil pies es muy cerca
, pensó Ryan.

—Derringer, recomiendo subir otros tres mil, quizá necesitemos un margen de seguridad más amplio.

Derry negó con la cabeza.

—Negativo, Vampiro, sígueme y mantén la boca cerrada; concéntrate en encontrar al fantasma, cambio.

Ryan también dijo que no con la cabeza, sabía que estaban demasiado bajos. Las posibilidades de un choque frontal eran muy elevadas como para ignorarlas, pero por el momento lo único que podía hacer era obedecer a su jefe de vuelo.

—Tengo algo que parpadea… Dios mío, ¿qué es eso? —preguntó el oficial de radar de Derry bajando la voz hasta convertirla en un susurro.

Ryan examinó el mar que tenían frente a ellos sin ver nada.

—¿Lo tienes? —preguntó.

—¡Vampiro, a la izquierda, elévate! —gritó Derry por la radio.

El tono de voz que llegaba hasta los auriculares del casco de Ryan era de pánico. Nunca había oído a su superior perder la compostura, por lo que se elevó y giró inmediatamente sin pedir más detalles. Era el que mejores reflejos tenía de todo el escuadrón. El avión se ladeó hacia la izquierda y ganó altura gracias a la acción de los alerones y del motor.

—Ponderosa, Ponderosa, tenemos un avión desconocido dentro de nuestra posición —dijo Derry.

—Range Rider, aquí Ponderosa, podemos ver su nave, pero no el avión desconocido; confirme de nuevo. Cambio.

Ryan finalizó su giro un poco más tarde de lo que hubiera deseado. Cuando recuperó plenamente el sentido, tras haberse sometido a una fuerza de la gravedad extrema debido a su maniobra, volvió a examinar el área hasta que encontró a su jefe de vuelo unos quince kilómetros por delante de él, ligeramente a la derecha. El Tomcat de Derry no era la única nave que había en el cielo. De la impresión, sus ojos se abrieron como platos, mientras asimilaba plenamente lo que estaba viendo.

—Vampiro, ¿estás detrás de mí? —preguntó Derry por la radio.

Ryan podía oír la respiración de su oficial de radar. Era uno de esos ruidos al que uno se acostumbra hasta dejar de prestarle atención, pero ahora sonaba como si alguien lo hubiera amplificado.

—Recibido, Derringer, estoy aquí. No te acerques demasiado a esa cosa —dijo Ryan mientras miraba al objeto más increíble y terrorífico que había contemplado en su vida.

—Tengo que verlo más de cerca, Vampiro, quédate detrás de mí a las seis —ordenó Derry.

Jason Ryan, subteniente de la Armada de los Estados Unidos, sabía que lo que su jefe de vuelo iba a intentar era algo muy peligroso, pero lo único que podía hacer era observar cómo el Tomcat de Derry se aproximaba hacia el platillo volante.

Los dos súper Tomcats estaban a un kilómetro y medio del ovni. La forma era tal y como siempre habían imaginado que sería si alguna vez veían uno. Esas imágenes, junto a algunas otras, fueron pasando por la mente de los tripulantes de los dos aviones. La nave tenía forma circular, como si fueran dos platos enfrentados el uno contra el otro. Era plateada y no parecía poseer ningún tipo de luces anticolisión. Derry calculó que alcanzaba los ciento treinta metros de diámetro y los quince de altura en su parte central. Las palabras volvieron a sonar en los auriculares y su atención se fijó de nuevo en el momento presente.

—He perdido el contacto con el Vincent —dijo el oficial de radar.

—¿Quieres decir que hemos perdido el contacto de repente? —preguntó Derry.

—No aparece nada, señor. O el Vinson se ha desconectado o somos nosotros los que hemos dejado de transmitir.

—A nosotros nos pasa lo mismo —dijo Ryan por la radio.

—Está bien, seguiremos el procedimiento estándar. Intentaremos contactar. Si no hay respuesta, haremos un disparo de advertencia. No podemos dejar que esa cosa se acerque a menos de quinientos kilómetros del Ponderosa, ¿está claro?

—Recibido —contestó Ryan. En los treinta segundos anteriores, un mensaje en su casco le había informado de que los misiles Sidewinder estaban desbloqueados y determinando la posición del objetivo. Y lo que era incluso mejor, Ryan sabía que las cámaras adheridas a la panza y a las alas de su aeronave estaban grabando todo aquello. Como medida añadida, y debido a su tamaño y a que desconocía el material del que estaba hecha la extraña nave, Ryan se aseguró de preparar también un misil de mayor calibre: un Phoenix de largo alcance.

Derry sabía que su estrategia adolecía de varios puntos débiles. No sabía qué alcance podían tener las armas de aquella cosa, ya que su capacidad era un absoluto misterio. El cálculo de trazar en el aire una línea a quinientos kilómetros de distancia del portaaviones que no debía ser cruzada era una pura suposición. Si se tratara de un avión ordinario, la distancia máxima que podía alcanzar cualquier misil antibuque que no fuera de fabricación estadounidense era de ciento sesenta kilómetros. El misil antibuque Exocet, de fabricación francesa, tristemente famoso tras hundir el Sheffield en la guerra de las Malvinas, era el arma elegida por la mayoría de las naciones rebeldes que podían resultar una amenaza. Pero esta cosa no era un vehículo cualquiera.

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