—Señor presidente —comenzó Niles, de pie mirando a la cámara.
—Buenas tardes, doctor Compton, ¿qué me tiene preparado hoy mi grupo favorito?
—Señor, en primer lugar, quiero disculparme por molestarle durante su estancia en Camp David. Sabemos que le gusta gozar de cierta privacidad cuando no está usted en la Casa Blanca.
—Para nada, doctor, de hecho me acaba de salvar de tener que comerme unos perritos calientes carbonizados y unas hamburguesas medio crudas. —El presidente miró hacia los lados con un gesto de complicidad—. Mis hijas están haciendo una barbacoa. —La gente reunida en Nevada se rió educadamente ante el comentario.
—Es posible que esto le quite un poco el apetito, señor —intervino el senador Lee.
—Senador Lee, qué agradable sorpresa, ¿qué tal está?
—Yo estoy bien, pero tenemos unas noticias algo inquietantes.
—Los escucho.
—Me imagino que habrá sido informado del incidente que ha tenido lugar en el Pacífico —aventuró Lee.
—Así es, ha sido una tragedia.
—¿Lo ha informado ya la Marina de los detalles, señor presidente?
—Aún no. El departamento de la Marina me ha asegurado que me remitirán los informes preliminares mañana por la mañana —dijo el presidente, reclinándose en el sofá.
—El Grupo Evento le enviará alguna información que quizá la Marina no le facilite, y no por falta de voluntad. Llegó a nuestras manos de forma accidental.
—¿De qué información se trata? ¿Y por qué no la envían a través de la Agencia de Seguridad Nacional o de la CIA? De esa manera no pondríamos al Grupo en una situación comprometida.
—Creemos que de momento es mejor que esta información quede lo más restringida posible. Además, tenemos algunas conjeturas que creemos que pueden interesarle.
El presidente se quedó pensando un segundo, luego miró a la cámara.
—Soy todo oídos, señor Lee, pero no me resulta cómodo que no quieran incluir a la Marina en esto. Podemos decir que la información llegó a través de la Agencia de Seguridad Nacional y proteger así la fuente.
—Creo que lo entenderá usted enseguida, señor. —El anciano dudó un instante—. Hemos intentado remitir algunas preguntas a la Marina, como podrá dar fe aquí el director Compton, pero nos han dado con la puerta en las narices.
—Estoy acostumbrado a mediar en disputas territoriales, senador.
—Señor presidente, tenemos… o más bien, tengo un problema con la forma en que la Marina está llevando esta situación.
El presidente permaneció mirándose las manos.
—Sabe que le he dado mucha libertad de acción al Grupo, senador, pero si la información que me envían no es lo suficientemente preocupante, voy a tener que ponerme del lado de la Marina en este asunto. Se trata de su fuerza aérea, han perdido varios efectivos. No entiendo por qué una agencia hermana debe ser la que decida en algo que es estrictamente competencia de la Marina, a no ser que desee compartir información que puedan tener en su poder. —El presidente parecía más animado que hacía un momento.
—Para ganar tiempo, será el director Compton el que le explicará lo que sabemos, y luego podremos hablar de nuestras… —rectificó de nuevo— de mis sospechas.
El presidente torció el gesto y movió la cabeza hacia los lados.
—Como ya les he dicho, lo único de lo que me están apartando ahora mismo es de la idea que mis hijas tienen de lo que es una barbacoa. Continúe, doctor Compton, por favor.
Compton les pidió a Collins y a Everett que lo ayudaran a mover el caballete a una posición donde el hombre que estaba en Camp David pudiera verlo mejor.
Collins se dio cuenta de que Lee se sentaba junto a la pared, en un lugar desde donde podía ver la presentación, pero que estaba bastante apartado. Alice se sentó a su lado y empezó a reprenderle por algo. Él masculló por lo bajo mientras ella irguió y se quedó en silencio.
Cuando Niles hubo terminado de informar al presidente acerca del incidente con el platillo, Collins fue hasta su silla y se quedó mirando la pantalla. Los otros se acomodaron en sus asientos y miraron las nuevas carpetas que había repartido uno de los ayudantes de Niles.
Cuando miraron a la pantalla, el presidente había desaparecido.
—A lo mejor lo hemos asustado —comentó el senador, para romper el silencio que reinaba en la sala.
Todos rieron en voz baja. Al cabo de unos segundos, el presidente reapareció en la imagen. Se sentó en el sofá con las gafas de leer sobre la nariz. Sin levantar la vista, dijo:
—El almirante Raleigh, en el cuartel general del comando del Pacífico, coincide en el diagnóstico acerca de sus fotografías. Ha habido un superviviente y, según el almirante, la historia que cuenta es bastante impresionante. Una historia que encaja con las imágenes que ustedes han aportado. —El presidente levantó la vista del documento que acababa de recibir del Grupo Evento por fax.
—¿Qué hay del superviviente, señor presidente? ¿Tiene el comandante del comando del Pacífico planes de retenerlo?
—Está sometido a cuarentena y se le ha trasladado a Miramar.
Niles Compton miró hacia la cámara y la imagen del presidente que había detrás de ella.
—Señor, nos gustaría entrevistar a ese soldado en cuanto fuera posible.
—Eso no puede ser, por lo menos de momento, Niles. Agradezco la ayuda del Grupo en este asunto, pero es su historia. ¿Me entiende, verdad?
Lee volvió a ponerse de pie y esbozó una sonrisa arrebatadora.
—Señor presidente, usted sabe que no se lo pediría si no hubiera un motivo, y sabe también que no soy un hombre al que le gusten las frivolidades. Usted tiene ahora ese documento en las manos y sabe que una vez más vamos a impresionarle, a dejarle atónito. Y que al final tendrá que ceder a los deseos del Grupo. ¿Y por qué? Primero, porque usted sabe que no la vamos a joder, y segundo, porque somos su ojito derecho.
El presidente de los Estados Unidos soltó una risotada. Arrojó el documento que le habían enviado a la mesa de centro en la que apoyaba los pies, y se recostó sobre los cojines del sofá. Miró por encima de las cámaras hacia la pantalla.
—Me lo temía, maldita sea. Parece un tigre a punto de saltar. Pues esta vez me inclino por decir que no, viejo del demonio —dijo el presidente, tratando de demostrar convicción—. Niles, le di el puesto de director para que lo mantuviera alejado de mí, y no está cumpliendo para nada con eso.
—Es como mi portavoz, señor presidente.
Lee se quedó mirando a la cámara, torció el gesto y se apoyó pesadamente en el bastón.
El presidente de los Estados Unidos parecía indignado.
—Qué hijo de puta —dijo, bromeando, entre dientes—, sabes de sobra que os tengo demasiado mimados.
La gente alrededor de la mesa estaba lista, al igual que el presidente de los Estados Unidos. Nadie en la sala de conferencias, excepto Niles y Alice, sabían que esta sería la última petición en toda regla que el senador Garrison Lee haría a un presidente en activo; ganara o perdiera esta última discusión, su tiempo se había terminado. La carrera del descubridor de innumerables tesoros de carácter histórico, del hombre que había reescrito buena parte de la historia del mundo, iba a concluir con una conversación con el presidente acerca de un platillo volante.
—Señor presidente, señoras, señores, tienen ustedes ante sus ojos una carpeta con documentos que no aparecen en ningún ordenador del mundo y que, por lo que respecta al Grupo Evento, ni siquiera existen. Ninguno de ustedes, excepto Niles, los ha visto nunca.
Los hombres y mujeres presentes en la habitación se miraron unos a otros. El presidente seguía atento la comunicación.
—El tantas veces negado y bien conocido incidente del 3 de julio de 1947 sucedió de verdad. El incidente Roswell fue una realidad, los hechos sucedieron de la siguiente manera: ese día un objeto volador no identificado cayó sobre el escarpado condado ganadero de Lincoln, Nuevo México, cerca del pequeño pueblo de Roswell. En ese momento se creyó que no había habido supervivientes. Ese 3 de julio, al amanecer, un ganadero llamado Mac Brazel y un muchacho de siete años de edad, su vecino, Dee Proctor, fueron a investigar qué era lo que había causado el enorme estruendo que habían escuchado la noche anterior. En un terreno, propiedad del ganadero, encontraron lo que fue descrito como los restos de un avión siniestrado. Según la declaración de Brazel: «Debía de tratarse de un bombardero o algo parecido, porque había restos esparcidos por toda la zona». —El senador hizo una pausa. Miró al hombre de Camp David y pudo ver que estaba escuchando con atención.
Mientras Lee hablaba, dieciocho pantallas planas de plasma se encendieron a lo largo del círculo que formaba la sala de conferencias. Las imágenes de archivo de Mac Brazel y de la zona del accidente de Roswell aparecieron con una claridad cristalina. El presidente contempló las mismas imágenes en Camp David en uno de los laterales de su pantalla.
—Brazel se llevó a casa algunos restos del siniestro y se puso en contacto con el sheriff del condado, quien a su vez se lo notificó a la base del Grupo 509 de Bombarderos de la Fuerza Aérea del Ejército de los Estados Unidos en Roswell, que en aquel momento era la única base del mundo que contaba con armamento atómico. El oficial de Inteligencia de la base, el comandante Jesse Marcel, fue enviado junto a otro hombre a investigar el suceso.
En ese momento, varios de los monitores mostraron imágenes en las que se veía a un sonriente comandante del Ejército del Aire junto a varios oficiales de la policía militar en medio de un polvoriento campo lleno de restos de chatarra.
—Marcel regresó a la base con varias piezas de origen desconocido e informó de todo a su comandante. En ese mismo momento, la estación de radio de KSWS, en Roswell, empezó a emitir información a todo el mundo acerca del extraño accidente, pero la emisión fue cortada, seguramente por el FBI. Pero la cosa no acabó ahí. —El senador se sirvió un vaso de agua de una jarra y le dio un trago—. El 8 de julio, el oficial encargado de las relaciones públicas del 509 ordenó a un alférez llamado Walter Haut emitir un comunicado de prensa. —Todos pudieron ver la fotocopia del famoso titular de prensa—. Eso provocó el enfado de alguna gente con muchos galones, y de no ser por la intervención del presidente Truman y del Grupo Evento, ciertas facciones internas de los Estados Unidos estaban dispuestas a actuar contra nuestros propios ciudadanos con tal de ocultar el hecho de que un ovni se había estrellado realmente en nuestro territorio.
—¿A qué se refiere con «actuar contra nuestros ciudadanos», senador? —preguntó el presidente.
—A lo que eso supone, señor: que los militares y quien fuera que estaba al mando en aquella época estaban dispuestos a eliminar a seres humanos para conservar el secreto. Yo lo sé bien. Estuve en Roswell cuando eso sucedió —dijo Lee con tristeza.
—¿Dónde están los restos de la nave actualmente? —preguntó Celia Brown.
—No lo sabemos. El convoy que transportaba los restos al Centro Evento desapareció en algún lugar entre Nuevo México y Nevada. No se pudo encontrar nada. Y eso incluye a diez de mis mejores hombres de seguridad y a un muy buen amigo, el doctor Kenneth Early.
—¿No se han descubierto posteriormente rastros de ese material? —preguntó el presidente.
—La investigación que el presidente Truman encargó al FBI mostró indicios de que algunos restos podían haber aparecido en Fort Worth, Texas, y después en la base Wright de la Fuerza Aérea, en Ohio. Para cuando el FBI se personó en las dos bases, el material había desaparecido, así como las personas que habían informado de la aparición de los extraños restos.
Alrededor de la mesa se oyeron numerosos comentarios en voz baja. Collins observaba al presidente en la pantalla de televisión, fijándose en los cambios en la expresión de su comandante en jefe. No todos los días se entera uno de que ha aparecido un platillo volante en tu territorio y que luego se ha evaporado sin dejar rastro.
—Dígame, ¿tiene alguna idea o, al menos, alguna sospecha acerca del asunto? —preguntó el presidente.
—Sí, señor, pero es algo que me gustaría hablar con usted y con mi nuevo jefe de seguridad, el comandante Jack Collins. El presidente Eisenhower declaró confidencial el informe del FBI en 1957.
—El director del FBI debería estar presente en esa reunión, y quizá los chicos de la otra orilla también —sugirió el presidente, refiriéndose a la CIA. Por fin había visto a Jack entre las demás personas sentadas a la mesa de reuniones. Se quedó observándolo un momento, luego pasó su mirada por el resto de asistentes.
—Sí, señor —contestó Lee, y se dio cuenta enseguida de que tenía que retomar el tema que les ocupaba—. Ahora, por favor, abran todos sus carpetas. Señor presidente, usted tiene la misma información en los documentos que le hemos mandado por fax. Cedo la palabra al director Compton.
Niles volvió a ponerse de pie.
—A partir de los datos proporcionados por el senador, hemos podido confeccionar un cálculo bastante riguroso de la trayectoria de vuelo del aparato de julio de 1947. —Niles sacó una página de la carpeta y la mostró.
Los demás siguieron la explicación en sus propias copias. En la parte de atrás de la sala, una lámina hecha de plástico, de tres metros de ancho y dos de largo, descendió desde un hueco oculto en el techo y los cuatro monitores de plasma que había detrás se apagaron. La novedosa tecnología de imágenes holográficas, una nueva composición de cristal líquido inducido por la luz y rodeado por dos láminas de plástico transparente, se puso en funcionamiento, reflejando el diagrama que Niles sostenía en la mano. Uno de sus ayudantes en el Centro Informático había configurado el programa tras ser avisado de que iba a tener lugar esta reunión informativa. El resultado era una imagen lo suficientemente detallada como para mostrar el movimiento de las nubes y el resplandor de la luz sobre las ciudades que aparecían en el mapa.
—Venezuela, América del Sur, 23.50 horas aproximadamente, 2 de julio de 1947. Los factores meteorológicos han sido agregados por ordenador a partir de los datos registrados por el Servicio Meteorológico Nacional. Ese día, la tripulación de un avión de una compañía aérea panameña, que había despegado de Panamá capital en dirección oeste, informó de la presencia de un objeto no identificado al control aéreo venezolano. «Tenía forma redonda y se movía a gran velocidad». A las 23.55 horas exactamente, el Ejército de los Estados Unidos registró otra comunicación en Panamá, la cual provenía de un crucero de batalla británico que se encontraba a poca distancia de la costa. Decía lo siguiente: «Buque de Su Majestad Royal Fox: Un objeto no identificado, volando a poca altura, ha pasado por encima del buque de Su Majestad, provocando quemaduras al personal que había en cubierta. Se cree que el objeto debía de estar averiado, ya que los marineros vieron salir humo de la parte trasera del extraño aparato».