Evento (17 page)

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Authors: David Lynn Golemon

Tags: #Ciencia Ficción, Intriga

—Sí, tienes razón, pero imagínate lo que este país podría llegar a hacer con un espécimen de ese animal. Nuestros soldados ya no tendrían que morir enfrentándose con desquiciados en cualquier lugar del mundo. Tenemos que descubrirlo, lo tenemos que descubrir. —El viejo alargó la mano y tomó la de su hijo.

El joven soltó aire por la boca y dio unas palmaditas en la mano de su padre.

—Nos encargaremos de ello. Si vuelve a suceder y podemos hacernos con algo, ya sea más tecnología o el mismo animal, el gran beneficiario será nuestro país. Tal y como dices, quizá podamos aprovechar la situación, o a ese animal, a favor de los Estados Unidos y en contra de nuestros enemigos, ya sea aquí o en el exterior —dijo, después se quedó mirando el techo y volvió a dar unas palmaditas en la mano de su padre.

El joven soltó la mano de su progenitor, se dio la vuelta y se fue. El anciano se dejó caer lentamente en el asiento afelpado de la silla de ruedas. Luego, agachó su envejecida cabeza, hizo girar la silla y volvió a observar lo que había allí expuesto. Su mirada se fijó en los contenedores de los cuerpos de las tres formas de vida alienígenas; una sonrisa enfermiza se le dibujó en el rostro al tiempo que dirigía la vista a la jaula que había albergado al animal que había sido traído aquí en concreto. Era muy posible que esa criatura hubiera vuelto a este planeta, y que esta vez estuviera viva.

Sabía que su hijo quería descubrir los secretos que el animal traía consigo. Pero todo se echaría a perder si Lee llegaba primero. Todo el conocimiento que podía desprenderse de una especie tan magnífica podría malograrse por culpa de ese
boy scout
.

Dio unas palmaditas a la caja que contenía la garra y sonrió todavía más.

—Más te vale ir con cuidado, senador Lee, si de verdad han vuelto y tienen éxito esta vez, puede que haya algo ahí fuera que te haga entender sin ningún género de dudas el porqué del miedo ancestral que el hombre siente ante la oscuridad.

Los Ángeles, California

21.40 horas. Hora del Pacífico

El hombre se sentó ante el escritorio tallado procedente de la Rusia de los zares y examinó la cruz recubierta de oro que acababa de llegar a sus manos. Alcanzaba el medio kilo de peso. Con una lupa de joyero examinó las esmeraldas de color verde que adornaban la parte central de la cruz. Sonriendo, se quitó la lupa del ojo derecho y giró la silla hacia el enorme cristal, desde donde podía contemplar la ciudad de Los Ángeles desplegándose hacia el oeste hasta llegar al océano Pacífico. La casa de Mulholland Drive había sido pagada al contado gracias a algunas baratijas como la que tenía ahora en las manos. Su mirada transitó de las luces de la ciudad hasta la piscina que bordeaba uno de los lados de la casa hasta llegar justo debajo de su ventana. Sostuvo la cruz contra el azul de la piscina y apreció el brillo de las esmeraldas.

—La cruz del padre Corinto —susurró. La misma cruz que el cura había encargado fabricar para bendecir a los soldados españoles que habían participado en el asalto y saqueo del Perú. El padre Corinto había sido uno de los integrantes de la expedición capitaneada por Francisco Pizarro.

Un débil golpe en la puerta del estudio lo sacó de su ensoñación. El hombre colocó la cruz sobre el escritorio y la cubrió con una tela satinada.

—¿Sí? —dijo, molesto por la interrupción de lo que debía ser un momento de tranquilidad.

Un hombre con el pelo rapado abrió la puerta y se quedó allí de pie. Iba bien vestido, con una chaqueta negra deportiva y una camiseta de nylon del mismo color.

Henri Farbeaux, excoronel del Ejército francés y antiguo miembro de la Comisión de Antigüedades francesa, miró de arriba abajo al estadounidense y le hizo un gesto para que entrara.

El hombre se acercó hasta llegar a la piel de león que se desplegaba en el suelo frente al escritorio del francés y sacó una carpeta de manila.

Farbeaux se quedó quieto mirando la carpeta. Luego descubrió la cruz y volvió a examinarla.

—¿Qué es eso? —preguntó, dejando ver que la interrupción no había sido de su agrado.

—Es un informe del Black Team sobre la infiltración llevada a cabo en las dependencias de General Dynamics. —El hombre siguió tendiéndole pacientemente la carpeta.

—Ah, el ingeniero de sistemas —dijo mientras volvía a dejar la cruz y tomaba en sus manos la carpeta.

—Podemos presionarle, es muy poco cuidadoso. En solo tres días hemos descubierto que tiene una amante. Héctor ha realizado el acercamiento inicial y nuestro amigo arquitecto se ha mostrado dispuesto a ayudar a Centauro a lograr los planos del proyecto del sistema LTYO.

Farbeaux había estado más de seis meses intentando descubrir algo con lo que pudiera chantajear al ingeniero responsable de LTYO; luego Hendrix había enviado a sus Hombres de Negro para que lo ayudaran, y en solo cinco días habían logrado resultados. Sin duda, la agente cuyo nombre en clave era Héctor era muy buena consiguiendo información oculta de gente bien situada.

Héctor
, pensó, al tiempo que sonreía recordando a Hendrix y su capacidad para bautizar a los integrantes del Black Team con nombres de la antigüedad clásica. Pero bueno, a pesar de los exagerados nombres en clave, obtenían resultados. El LTYO, el Láser Táctico de Yodo Oxigenado, el nuevo juguete que Centauro quería conseguir. Mientras General Dynamics necesitaría años de pruebas para lograr la aprobación del gobierno, Hendrix sabría encontrar los atajos necesarios y conseguiría tener un prototipo que enseñar al gobierno en un plazo de seis a ocho meses. Otro sistema de armamento que la compañía podría adjudicarse como propio.

Farbeaux firmó el informe y le devolvió la carpeta al hombre que respondía al estúpido nombre de Aquiles.

—Supongo que usted y su equipo se marcharán después de esto.

—Depende de las órdenes que recibamos de Nueva York.

Un zumbido casi inaudible surgió de la chaqueta de Aquiles, quien, sin dejar de mirar al francés, sacó un pequeño transistor y se lo llevó a la oreja. Hendrix le había advertido en muchas ocasiones acerca de Farbeaux. No se le debía tomar a la ligera. Era un oportunista y no pertenecía oficialmente a la familia Centauro, por lo que debía ser sometido a vigilancia.

—Aquiles.

—Tengo a Nueva York por la línea segura de la oficina —dijo la voz.

Farbeaux hizo como si no oyera al compañero que había abajo y continuó examinando la cruz que tenía sobre el escritorio.

—Tengo el informe. Comunícale a Nueva York que se le será enviado por un canal seguro.

Por el rabillo del ojo, Farbeaux vio cómo el hombre se ponía nervioso al tiempo que su interlocutor decía algo que el francés no podía alcanzar a oír.

—¿Hendrix en persona? —murmuró frente al intercomunicador—. Enseguida bajo —dijo rápidamente, y se volvió a meter el transistor en el bolsillo.

—Si me disculpa, voy a enviar esto a la oficina de Nueva York —dijo Aquiles al tiempo que se daba la vuelta y se marchaba a toda prisa.

Farbeaux levantó al fin la vista a tiempo para verlo cerrar la puerta.

—Idiota —murmuró, y dejó a un lado la valiosa cruz; luego se agachó y con una llave abrió el cajón inferior derecho.

Los integrantes del Black Team estaban invitados en su casa mientras durara la ayuda en la operación Pomona. Habían traído consigo su propio sistema de comunicaciones, pensando que su software era invulnerable, cosa que era prácticamente cierta, si bien lo que Henri tenía pinchado no era su sistema de comunicaciones sino a uno de sus hombres.

En el cajón había una cajita, un regalo que se había hecho mientras trabajaba para el gobierno francés; la puso sobre la mesa y la abrió. Dentro había dieciséis pequeños monitores alineados en tres filas. Seleccionó «Despacho planta baja» y en el monitor apareció la imagen en color que recogía una cámara encajada en un conducto de la calefacción que recorría el techo. Uno de los Hombres de Negro caminaba de un lado a otro de la mesa sobre la que estaba el sistema telefónico de seguridad. Farbeaux sonrió, accionó un conmutador que había en la parte inferior de la caja y fue comprobando las distintas perspectivas que podía registrar la cámara. La imagen se desplazó suavemente hacia la puerta y se quedó allí parada. Luego conectó el sistema láser que había instalado en la parte inferior de la cámara y accionó el rayo invisible. A continuación, puso en marcha el pequeño aparato de grabación y comprobó que el pequeñísimo disco de apenas cinco centímetros de diámetro estaba girando.

Farbeaux vio que Aquiles entraba en la oficina y, sin prestar atención a su inquieto compañero, se dirigía hacia el aparato descodificador que había sobre la mesa. Si alguien se conectaba al sistema con la intención de espiar lo que decían, en vez de palabras tan solo escucharía pitidos sin sentido. Pero eso no le preocupaba en absoluto al francés, que veía ahora cómo Aquiles descolgaba el teléfono. Rápidamente ajustó la cámara y apuntó con el láser al oído de su invitado, mientras este se sentaba en la silla que había detrás de la mesa. Farbeaux ajustó el rayo unos pocos centímetros hacia abajo al tiempo que la cámara ampliaba la imagen. El láser apuntaba ahora exactamente contra el auricular del teléfono. La conversación sería grabada una vez el sistema Centauro hubiera descifrado la voz que venía del otro lado.
Cuanto más listos se creen, más fácil resulta sortear un sistema de seguridad empleando el sistema más sencillo posible
, pensó.
Basta con escuchar a escondidas, como si pusieras un vaso contra la pared de al lado
. Activó el sistema en modo automático, de forma que el punto del auricular receptor quedó registrado y la cámara no dejaba de seguirlo en todo momento.

—Es de mala educación ocultar secretos a tus anfitriones, Aquiles —dijo mientras se reclinaba en la silla a esperar.

Cuando la conversación que tenía lugar en el piso de abajo terminó, una luz parpadeó de forma intermitente. Mientras veía a Aquiles salir de la habitación, Farbeaux pulsó un botón que apagaba todo el sistema. A continuación sonrió, apretó el mando de reproducción desde el inicio y se colocó unos auriculares en los oídos. Escuchó los silbidos y ruidos que el filtro generaba al descodificar la llamada, haciendo que la voz del otro lado sonara como una grabación ralentizada de la voz de Darth Vader.
Cuánto dramatismo
, pensó sonriendo. Luego pudo oír a quien sin duda era Hendrix llamando a uno de sus chicos.

—Aquiles —dijo el hombre desde el piso de abajo.

—Tengo un encargo para vuestro equipo. El francés no debe enterarse —dijo Hendrix.

Farbeaux escuchó con los ojos cerrados, casi sin respirar.

—Sí, señor.

—Tiene que ver con Salvia Purpúrea, así que tiene la máxima prioridad. En su origen, los Black Team fueron creados para esta operación, ¿entendido?

—A la perfección —contestó el hombre desde el piso de abajo.

—En el bar Costa de Marfil de Las Vegas va a aparecer un hombre. Es nuestro principal efectivo en un tanque de pensamiento similar al nuestro. Debe ser eliminado inmediatamente, ¿está claro?

—Sí, señor, ¿cómo se llama el sujeto en cuestión?

—Reese, Robert Reese. Quiere vender información relacionada con nuestro expediente Salvia Purpúrea. No la necesitamos, y por desgracia tampoco lo necesitamos ya a él; aunque no se haya dado cuenta, no nos cabe duda de que puede ponernos en una situación comprometida. Es preciso que desaparezca sin dejar rastro. Puede que sepa algo acerca de las desapariciones del Grupo Evento de 1947. No nos lo podemos permitir, no podemos arriesgarnos a que Lee y Compton descubran nada, ¿entendido?

—Sí, señor, reuniré a mi equipo y nos desplazaremos a Las Vegas lo antes posible.

—No le digan a Legión cuál es el destino al que se dirigen, el francés puede olerse algo. A pesar de tantos años de colaboración, no nos hemos asegurado su lealtad.

—Sí, señor, no es difícil de manejar —dijo Aquiles.

—No se le ocurra, repito, no se le ocurra infravalorar a ese hombre. Tiene una gran cantidad de recursos, conoce bien al Grupo y no es fácil de amedrentar. ¿Ha recibido el pago por el trabajo en Silicon Valley?

—Sí, señor, ahora mismo está admirando la cruz.

—Estupendo, así ese cabrón estará ocupado mientras hacéis vuestro trabajo en Las Vegas.

—¿Qué hay del informe de la consecución de la operación de General Dynamics? —preguntó Aquiles.

—No corre prisa, no resulta prioritario. La operación Reese tiene preferencia, ¿está claro? Saque a su Black Team de ahí sin perder tiempo.

—Sí, señor.

La conexión se cortó.

Farbeaux se quitó los auriculares, volvió a meter la caja mágica en el cajón y lo cerró con llave. ¿Salvia Purpúrea? ¿Reese? El único efectivo del que tenía constancia en Las Vegas era esa rata del Grupo Evento que trabajaba con Compton y Lee. ¿Qué podía ser tan valioso como para quemar a alguien como él? ¿Qué era eso de Salvia Purpúrea?

Farbeaux se levantó, cogió la cruz del padre Corinto, la envolvió con cuidado en una tela de satén negro y la volvió a poner en la caja fuerte que tenía en la pared. Luego, del cajón del escritorio, extrajo una caja hecha de madera de nogal, la abrió y cogió una pistola Glock 9 mm. Sacó también un pequeño cilindro que había junto al arma. A continuación, introdujo el silenciador en el bolsillo de la chaqueta y la pistola en una funda que guardaba también en el cajón. El teléfono que había sobre la mesa comenzó a sonar.

—¿Sí? —dijo Farbeaux.

—Mi equipo ha recibido instrucciones de abandonar el estado durante uno o dos días —informó Aquiles.

—Muy bien, a ver si así puedo realizar mi investigación sin más interrupciones.

—Sí, señor.

Sabía que había algo que asustaba a la compañía que lo financiaba y que, fuera lo que fuera esa Salvia Purpúrea, tenía algo que ver con el Grupo Evento. Por eso Reese se había convertido en un lastre; por eso y por la información que tenía sobre la desaparición de algunos integrantes del Grupo Evento en 1947.

Tendría que averiguar qué era exactamente lo que estaba en juego. No iba a permitir que lo dejaran al margen de un Evento que podía beneficiar a Henri Farbeaux. Miró el reloj y se puso la chaqueta. Al Black Team le costaría un rato organizarse y conseguir un vuelo comercial a Las Vegas. Si se daba prisa podría llegar antes que ellos. Llamó a su piloto y ordenó que se preparara para un vuelo desde el aeropuerto internacional de Los Ángeles hasta el McCarran en Las Vegas. Llegaría antes que ellos y averiguaría qué es lo que hacía que estuvieran tan histéricos en Nueva York.

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