Experimento maligno (5 page)

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Authors: Jude Watson

—¿Qué te motiva de tu trabajo? —le preguntó Qui-Gon. Mientras hablaban, el Jedi examinó lo que le rodeaba sin que se dieran cuenta. Era una habilidad Jedi. Para Zan Arbor, Qui-Gon tenía la mirada fija en ella.

—¿Que qué me motiva de mi trabajo? —repitió ella asombrada—. Eso es obvio.

Suelo de piedra. Largas mesas metálicas de laboratorio. Archivos pulcramente ordenados en un escritorio. Sensores, ordenadores, equipo clínico en la pared.

—En absoluto. A cada científico le mueven razones distintas —dijo Qui-Gon, dando unos pasos para estirar las piernas. Nil le seguía de cerca—. Algunos, sólo por investigar..., necesitan saber cómo funcionan las cosas. Algunos quieren ser recordados, que algún descubrimiento lleve su nombre. Algunos piensan en los otros y quieren ayudarles. ¿Qué clase de científica eres tú?

Sólo una salida: una puerta de duracero. Un cerrojo de seguridad a un lado. Necesitaría un código para salir. O su sable láser. Por supuesto, tendría que deshacerse de Nil también.

—¿Por qué no me lo dices tú? —ella le miraba divertida mientras cruzaba los brazos, siguiendo los movimientos de él—. ¿De qué clase soy yo?

—Ninguna —dijo él—. Tus ambiciones son aún mayores, me temo.

—¿Te temes? ¿Qué tienen de malo las grandes ambiciones?

Qui-Gon se detuvo y se puso frente a ella.

—Buscas lo que no se puede conocer y quieres controlar lo incontrolable. Semejante esfuerzo está condenado al fracaso.

Un ligero temblor en los labios de ella le indicó que la había hecho enfadar.

—Lo que tú digas —dijo ella, haciendo un gesto de desprecio con la mano—. Da igual. Estoy acostumbrada a que me subestimen. No tienes ni idea de lo que soy capaz.

—Todo lo contrario —dijo Qui-Gon sombrío—. Sé muy bien hasta dónde eres capaz de llegar para obtener lo que deseas.

—Muy bien —dijo ella, de nuevo divertida—. Eres un digno oponente, Qui-Gon Jinn.

—No soy un oponente —respondió él—. ¿Acaso no soy tu sujeto de investigación?

—Me da la impresión de que no estás sujeto a nada —dijo ella, con la misma débil sonrisa en el rostro.

Nil la miró y le dirigió a Qui-Gon una mirada de puro desprecio.

Está celoso
, se dio cuenta Qui-Gon.
Quizá pueda servirme de ello.

Zan Arbor debió de arrepentirse de la suavidad de su tono, porque se dio la vuelta y retomó la brusquedad inicial.

—Y ahora vamos con tu parte del trato.

Se sentó frente a un monitor.

—Implanté sensores en tu cuerpo cuando te curé las heridas. Estoy esperando. Usa la Fuerza.

—Necesito fortaleza para usar la Fuerza...

—Deja de retrasarlo —soltó ella.

Qui-Gon estaba débil, pero sabía que podía invocar a la Fuerza y que la encontraría. No podía demostrarle a Zan Albor lo mucho que dependía de la Fuerza.

Miró una carpeta que había sobre la mesa. Usando la Fuerza, hizo que se deslizara rápidamente y que se cayera al Suelo con un estruendo.

—¡Un truquito digno de un estudiante de primero! —dijo Zan Arbor en tono burlón—. ¡No me sirve de nada!

Bien
.

—No puedo hacer más —dijo Qui-Gon.

—¡Mentiroso! —ella saltó de la silla—. ¡Cómo te atreves a desafiarme! ¿No te das cuenta de que estás en mis manos?

—Hicimos un trato. Tú me darías una hora de libertad si yo accedía a la Fuerza. Y así lo he hecho. No creo que tengas derecho a enfadarte —dijo Qui-Gon con firmeza.

Ella se acercó a él.

—Yo... mando... aquí —le escupió en la cara—. No te olvides.

Chasqueó los dedos hacia Nil.

—Llévale de vuelta a la cámara.

—Ya veo que no tienes palabra —dijo Qui-Gon, mientras Nil le agarraba.

—No juegues conmigo, Qui-Gon Jinn —respondió ella enfadada—. Sé exactamente lo fuerte que eres. Crees que puedes engañarme, pero siempre estaré un paso por delante de ti. ¿Acaso no entiendes todo lo que ya sé? Negociaste por tu libertad sin tener nada. Así que no obtendrás nada de mí.

Encantado de usar la fuerza bruta contra Qui-Gon, Nil le empujó bruscamente hacia la cuadrada superficie de la cámara. Las paredes transparentes comenzaron a alzarse.

—La cantidad de esfuerzo que emplees para invocar la Fuerza será la cantidad de tiempo de libertad que te será otorgada —le dijo Jenna Zan Arbor—. Piénsalo.

El vapor se elevó a su alrededor mientras las paredes le rodeaban. Qui-Gon sintió que la desesperación, como las paredes que le encerraban, empezaba a elevarse.

Te necesito, Obi-Wan. Encuéntrame pronto.

Capítulo 8

Obi-Wan y Astri fueron en el transporte técnico hasta Sorrus. El planeta era grande, con varias zonas climáticas. En su vasta superficie había escarpadas cordilleras, enormes desiertos y grandes ciudades. Las grandes acumulaciones de agua eran escasas, y un complejo sistema de irrigación se extendía por toda la superficie en una intrincada serie de vías de agua y tuberías.

El piloto del transporte aterrizó en Yinn La Hi, una de las tres capitales. Obi-Wan le dio las gracias por llevarles. El piloto contempló la ciudad.

—Que tengáis buena suerte. Espero que sepáis adónde vais.

—A una región desértica llamada Arra —le dijo Obi-Wan, cogiendo su equipo de supervivencia—. ¿Los sorrusianos son amistosos?

El piloto sonrió burlón.

—Mucho. Mientras no les hables...

Obi-Wan entendió las palabras del piloto al cabo de un rato. Les preguntó a tres peatones dónde podían encontrar un transporte hasta Arra, pero los sorrusianos le ignoraron.

—Qué sitio más encantador —dijo Astri—. Ya veo de dónde sacó Reesa On su irresistible personalidad. Obi-Wan vio un poco más adelante una estación de transporte. En ella, un empleado tras un mostrador de información les dijo que se dirigieran a un transporte aéreo público que hacía una parada en una estación en el desierto de Arra.

Aunque era obligatorio facilitar billetes gratuitos a los Jedi que viajaban por la galaxia, en Sorrus no se hacía efectiva semejante cortesía. Astri y Obi-Wan pagaron sus asientos con los pocos créditos que tenían.

El viaje hasta el desierto duraba unas horas. Las ciudades estaban cada vez más distantes, y el paisaje comenzó a ser abrupto. Volaban sobre una cordillera. En una ladera había verdes praderas; en la otra, desierto. Las dunas se extendían hasta donde se perdía la vista, sin una planta verde. Lo único que veía Obi-Wan eran rocas.

El transporte se detuvo en una desolada plataforma de aterrizaje. Obi-Wan y Astri fueron los únicos en salir.

La nave se elevó y desapareció. Se quedaron de pie en la plataforma y contemplaron el océano de arena. El viento les sacudía en la cara, y se pusieron las capuchas.

—¿Y ahora qué? —preguntó Astri.

—Tengo las coordenadas del último emplazamiento de la tribu —dijo Obi-Wan—. En marcha.

—Estoy empezando a pensar que esto va a ser una pérdida de tiempo —dijo Astri mientras intentaba seguir el paso a Obi-Wan—. Es probable que no encontremos la tribu.

—Es demasiado pronto para preocuparse —respondió Obi-Wan.

Pero él tampoco estaba seguro. No había señales de vida por ninguna parte, ni siquiera vegetación. ¿Quién podría sobrevivir en un terreno tan agreste? Quizá la tribu se hubiera trasladado.

Caminaron hasta un desfiladero cerca de las faldas de la cordillera. Las coordenadas coincidían con la información que Tahl le había proporcionado, pero no había señales de la tribu. Obi-Wan avanzó con dificultad por la arena en busca de alguna pista.

—Si han pasado por aquí, es obvio que ya se han marchado —dijo Obi-Wan. Pateó una piedra—. No sé cómo pueden sobrevivir aquí. No hay agua, ni comida.

—Yo no estaría tan segura —Astri se agachó y le enseñó la parte de la piedra que había permanecido pegada al suelo. Estaba cubierta de una sustancia verdosa. Ella sonrió—. ¿Tienes hambre?

Obi-Wan sonrió y se giró para escudriñar la ladera del desfiladero.

—Puede que haya cuevas en las paredes del cañón.

Astri entrecerró los ojos.

—Quizá se refugien ahí durante la parte más calurosa del día.

—Merece la pena mirar —asintió Obi-Wan.

De repente, un sonido agudo y estremecedor cortó el aire. Obi-Wan no sabía si era el viento, o alguna criatura extraña.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Astri con miedo.

El miró alrededor, buscando movimiento. Se llevó la mano al sable láser. Percibía peligro, pero no sabía desde dónde.

La Fuerza se arremolinaba a su alrededor, latiendo al ritmo de la arena en movimiento. Vio que algo se movía en las alturas, volando hacia él desde las paredes del desfiladero. De repente, las sombras se multiplicaron.

No eran sombras. Sorrusianos. ¡Obi-Wan y Astri estaban siendo atacados!

Obi-Wan saltó hacia atrás cuando un sorrusiano se abalanzó directamente hacia él. Iban armados con instrumentos que él no había visto nunca. Estaban hechos de hueso y afilados en los extremos. Sus atacantes los hacían girar tan rápido que apenas los distinguía. Eran diez..., once..., doce atacantes. Una superioridad aplastante.

Desacostumbrada al combate, Astri se tambaleó hacia atrás, con el pánico en el rostro al ver a tantos sorrusianos.

Se llevó la mano a la vibrocuchilla.

Obi-Wan tenía que moverse rápidamente para cubrir a Astri. Saltó y giró, cortando limpiamente por la mitad el arma de su oponente.

—¡Quédate detrás de mí, Astri! —gritó él. Dio unos pasos hacia atrás, cortando con su vibrocuchilla a un atacante que le venía por la derecha.

Obi-Wan sajó el arma de otro sorrusiano y saltó para proteger a Astri de otros tres que avanzaban desde varias direcciones.

La vibrocuchilla de Astri bajó sobre la afilada hoja del arma de un sorrusiano, cortándola en dos. Agarrando el sable láser con fuerza, Obi-Wan giró y despachó a dos oponentes con un barrido de arriba abajo, seguido por un rápido revés. Se apoyó sobre una rodilla y seccionó el arma del tercero.

Los otros habían visto de lo que era capaz el sable láser y comenzaron a retirarse. Obi-Wan se sintió aliviado al darse cuenta. No quería hacer daño a los miembros de la tribu. De ese modo perdería cualquier posibilidad de cooperación.

Uno de los indígenas vestidos con túnica soltó un grito agudo, como un graznido. Simultáneamente, el resto de la tribu soltó las armas.

—No traemos problemas a tu pueblo —dijo Obi-Wan al sorrusiano que había alzado la mano—. Hemos venido para ayudar.

—Nosotros no ayudamos a los extraños.

Hubo una apagada exclamación de asombro cuando Obi-Wan desactivó el sable láser.

El líder sorrusiano caminó alrededor de Obi-Wan y Astri. Dijo algo en un dialecto que Obi-Wan no comprendió. Sus gestos indicaban que ellos esperaban encontrarse con algo digno de robar y que estaban decepcionados.

Obi-Wan abrió la mochila.

—Tengo cápsulas alimenticias —sacó un puñado de cápsulas que desaparecieron rápidamente. Una hembra se las dio a los niños.

Obi-Wan observó a la tribu comiendo con fiereza. No le quedaba casi nada para complacerles. Deseó haber traído más comida. Astri distribuyó también rápidamente sus raciones.

Obi-Wan se acercó al líder, que había rechazado las raciones y observaba a la tribu comer.

—¿Por qué os quedáis aquí si os estáis muriendo de hambre? —preguntó Obi-Wan—. Al otro lado de las montañas hay un valle fértil.

El líder no dijo nada. Obi-Wan temió que el férreo silencio sorrusiano fuera impenetrable, pero el jefe debió de pensar que le debía una respuesta después de que Obi-Wan les hubiera regalado comida.

—¿Piensas que nos quedamos aquí por elección propia? —él negó con la cabeza—. Hubo una época en la que en este desierto también había verdes praderas. Cultivábamos y teníamos de sobra para alimentarnos. Era una vida difícil, pero hecha para nosotros. Y entonces, hace diez años, construyeron esa presa. Desviaron el agua desde nuestras tierras. Los inviernos han sido difíciles desde entonces, uno tras otro. La poca tierra que nos quedaba para cultivar se ha secado.

—¿Y entonces por qué os quedáis?

—Hemos intentado trasladarnos a tierras más fértiles, pero somos rechazados constantemente por otras tribus. Estamos demasiado débiles para tomar la tierra por la fuerza.

—¿Y el gobierno de Sorrus no os ayuda? El planeta tiene un sistema de irrigación...

El líder soltó una carcajada.

—Fue el gobierno de Sorrus el que construyó la presa. Y lo peor de todo es que nuestra tribu lo aprobó en una votación. Nos dijeron que nos beneficiaría. Pero para que nos legara la irrigación tendríamos que sobornar a los funcionarios.

Los miembros de la tribu comenzaron a retroceder hacia las paredes del cañón.

—Hemos venido buscando a alguien —dijo Astri al jefe de la tribu.

Él no respondió, pero mantuvo la mirada fija en la vasta extensión arenosa.

—Emplea el alias de
Reesa On
—dijo Obi-Wan—. Es una cazarrecompensas. Es más o menos del tamaño de mi compañera, pero lleva la cabeza afeitada. Tenéis que conocerla. Procede de vuestra tribu.

El jefe no respondió.

—Por favor, ayudadnos —dijo Astri lentamente—. Las vidas de nuestros seres queridos están en peligro.

El jefe se alejó andando.

Astri le siguió con la mirada y con una expresión de angustia en el rostro.

—Haz que nos lo diga, Obi-Wan. No podemos rendirnos.

No, no podían rendirse; pero ¿qué podían hacer?

Un niño sorrusiano algo más joven que Obi-Wan se acercó a ellos.

—Sé a quién estáis buscando —les dijo—. Sé su nombre y cosas sobre ella. Os las puedo contar.

Obi-Wan le miró con gesto astuto.

—¿Y qué quieres a cambio?

El chico señaló al sable láser de Obi-Wan.

—Esto.

Ningún Jedi se separaba jamás por voluntad propia de su sable láser. Obi-Wan invocó a la Fuerza. Centro su atención en la mente del chico.

—Admiras el sable láser, pero no quieres poseerlo —dijo Obi-Wan—. Nos darás esa información a cambio de nada.

El chico puso gesto de asombro.

—Pues no. Te lo acabo de decir. O hacemos un trato o nada.

No dejaba de sorprenderle. Justo cuando él empezaba a confiar en sus habilidades Jedi, algo le recordaba que no era más que un aprendiz. No podía acceder a la Fuerza con la seguridad de Qui-Gon. No podía influir sobre el chico.

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