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Authors: Jude Watson

Experimento maligno (6 page)

—Venga. ¿Qué dices? —los ojos ávidos del niño estaban posados sobre el sable láser de Obi-Wan, que estaba firmemente fijado en su cinturón.

De repente le golpeó la duda. No podía regalar su sable láser; eso era impensable. Pero ¿y si era la única forma de salvar a su Maestro?

Se sintió presionado por siglos de tradición Jedi y por su propia angustia. El dilema le dejaba sin respiración. No podía hablar. No tenía opción.

Y mientras, su Maestro podía estar muriendo.

Capítulo 9

La siguiente vez que le dejó salir del tanque, Qui-Gon se quedó alarmado del alivio que llegó a sentir. Creía que ella había cambiado de opinión. Volvió a caer sobre el suelo del laboratorio. Y no se levantó hasta que estuvo seguro de que podía mantenerse en pie.

Vestida de blanco una vez más, con el pelo rubio recogido hacia atrás, la científica le contempló con ojos brillantes.

—Me has decepcionado.

A Qui-Gon le costó sonreír débilmente.

—Vaya tragedia.

—No te estás debilitando tan rápidamente como los otros. No sé por qué.

—Siento decepcionarte. ¿Quieres que intente morirme más deprisa?

Nil avanzó unos pasos, con la mirada hostil fija en Qui-Gon. Le golpeó con la empuñadura de una pistola láser.

—¡No bromees con Madame!

—¿Vas a ayudarme esta vez para que la libertad te dure un poco más? —preguntó Zan Arbor cortante.

—Si voy a ayudarte, necesitaré fortaleza. Tengo que utilizar mis músculos —dijo Qui-Gon—. Si pudiera dar un paseo por fuera del laboratorio...

Ella negó con la cabeza.

—Imposible.

—Si quieres que use la Fuerza, ¿por qué me debilitas? —preguntó Qui-Gon—. Cuando el cuerpo se debilita, su capacidad para conectarse con la Fuerza también disminuye.

—Lo sé —soltó Zan Arbor. Fue apresuradamente de un lado a otro del laboratorio—. Lo descubrí enseguida. Pero necesito analizar tu sangre. Estoy segura de que en ella hay una forma de controlar la Fuerza. ¡Pero no la encuentro! Si consigo descubrir más propiedades de la Fuerza, y cómo se utiliza, podré empezar a descifrar exactamente lo que es.

Qui-Gon no quería enfadarla, sólo distraerla. Quería que se olvidara del tiempo que él llevaba fuera de la cámara.

—¿Qué hay de tu otra investigación? —preguntó él—. ¿Merece la pena abandonarlo todo por saber más sobre la Fuerza? Has salvado a muchos seres en la galaxia. Tienes renombre.

—Estoy harta del renombre —dijo Jenna Zan Arbor, enrabietada como una niña—. ¿Qué me han dado por él?

—Respeto —contestó Qui-Gon—. Y saber que has obrado bien con otros seres.

—Hubo una época en la que eso me parecía importante —dijo Zan Arbor amargamente—. Ahora ya no. Nunca dejé de luchar en el Senado para que me financiaran las investigaciones. Nunca dejé de convencer a líderes medio ineptos para que realizaran pruebas de mis vacunas. Nunca dejé de pasarme interminables horas intentando que alguien patrocinara mis proyectos. ¡Debería haber estado trabajando! Soy demasiado valiosa como para perder el tiempo.

—Eso es cierto —dijo Qui-Gon—. No había pensado en esas dificultades —Qui-Gon se dio cuenta de que Jenna Zan Arbor estaba consumida por su propio talento. A ese tipo de seres les gustaba hablar de sí mismos. Si tenía cuidado y no la hacía enfadar, podría quedarse más tiempo fuera de la cámara y aprender más sobre ella. Su única esperanza de escape estaba en comprender a su captora.

—Nadie piensa en las dificultades —dijo Zan Arbor dando unos pasos hacia delante y hacia atrás—. Cuando una ola de hambre asoló Rend 5 y yo creé biológicamente un alimento nuevo para dar de comer a todo el planeta, ¿recibí una recompensa? Cuando el virus Tendor devastó todo el sistema Caldoni y mi vacuna supuso la cura de millones de seres, ¿qué recibí a cambio? No lo suficiente. Y aprendí la lección.

—¿Qué aprendiste? —Qui-Gon se dio cuenta de que Nil contemplaba a Zan Arbor con adoración. No estaba concentrado en vigilar a Qui-Gon.

—Que no debo depender de la galaxia para el reconocimiento de mi grandeza —dijo Zan Arbor—. Tengo que depender de mí misma para recaudar los fondos que necesito. Una ola de hambre aquí, una epidemia allá... ¿qué importan? Enfermarán, pasarán un poco de hambre. Y pagarán por la cura.

—No lo entiendo —dijo Qui-Gon.

Zan Arbor no le respondió directamente.

—Hay moralidad en la galaxia, pero yo todavía no la he visto —musitó ella—. He visto codicia, violencia, pereza. Si lo ves de ese modo, les hago un favor. Reduzco poblaciones y les hago un favor.

Qui-Gon vio tras el velo de sus palabras una verdad que le desconcertó. Se esforzó por ocultar su disgusto. Tenía calma en la voz, incluso cuando formuló la siguiente pregunta.

—¿Así que introduces un virus en una población para luego poder curarlo?

Pero Zan Arbor debió de percibir algo en su tono.

—Me olvidé por un momento de la moralidad Jedi. A ti eso te parece mal.

—Estoy intentando entender tus razones —dijo Qui-Gon—. Eres una brillante científica. Es difícil seguir los giros de tus pensamientos.

La respuesta pareció encantar a Jenna Zan Arbor.

—Evidentemente, enfoqué los problemas desde el punto de vista científico. Utilicé modelos. Calculé cuántas muertes causarían el pánico en una población. Y entonces introduje un virus en cierta cantidad y esperé a que se multiplicara. Cuando moría una determinada cantidad de gente, el líder se ponía en contacto conmigo. Entonces yo fingía trabajar en el antídoto que ya tenía preparado. Cuando estaban desesperados y dispuestos a abrirme las arcas del tesoro, yo se lo entregaba. Así que ya ves, no había muertes innecesarias.

Los ojos de Zan Arbor brillaban con el resplandor del orgullo. Qui-Gon se dio cuenta de que todo lo que estaba diciendo tenía sentido para ella. Se dio cuenta de que estaba loca.

—¿Pero eso facilitaba o dificultaba la situación?

—¡Oh tú, grandeza! —soltó Nil.

Zan Arbor no pareció darse cuenta del piropo.

—Tuve que hacerlo, entiéndelo —dijo ella a Qui-Gon—. El misterio que reside en el corazón de la Fuerza es la mayor incógnita que he investigado. Necesitaba fondos para esa investigación. Si llego al núcleo de la Fuerza, llegaré al núcleo del poder. Al corazón de la existencia misma.

—Y cuando lo hagas ¿qué vendrá después? —preguntó Qui-Gon.

—Por fin tendré todo el poder que necesito —dijo ella—. entonces los amigos que he dejado atrás comprenderán que si hice sacrificios... fue... por una buena razón.

Qui-Gon percibió cierto tono de duda.

—¿Te refieres a Uta S'orn?

—Ella es mi amiga. Siempre me ha apoyado. Estuvo a mi lado en el Senado. Por supuesto, estoy agradecida —Jenna Zan Arbor parecía indecisa por primera vez—. Pero uno puede dejar que la gratitud interfiera con la ciencia.

—Así que cuando descubriste que su hijo era sensible a la Fuerza, viste un camino para profundizar en tu investigación —supuso Qui-Gon.

—¡Él accedió desde el principio! —gritó Jenna Zan Arbor—. Hubiera hecho cualquier cosa por dinero. No se dio cuenta del compromiso que suponía. Era un sujeto de investigación científica. Debería haber sabido que eso implicaba algunos riesgos...

—Pero él no esperaba morir —dijo Qui-Gon.

—Yo tampoco —dijo ella rápidamente—. ¿Qué clase de vida se ha perdido? Una vida de dolor. Uta sufrió por su hijo durante cada minuto mientras estuvo vivo. Y esa situación no ha cambiado mucho.

—Así que piensas que ella lo entenderá —dijo Qui-Gon.

Tras la frialdad de Zan Arbor, él percibió angustia.

—Tiene que hacerlo. Es lógico.

—Seguro que será una conversación muy interesante —afirmó Qui-Gon en tono neutro.

—Ya es hora de que utilices la Fuerza —dijo ella de repente, como si se arrepintiera de sus palabras—. Y esta vez, quiero ver algo más que un simple movimiento de objetos.

Qui-Gon invocó a la Fuerza. Cerró los ojos y la sintió a su alrededor, sintió cómo le conectaba con todos los seres vivos de allí y del resto del planeta... donde quiera que estuviese. La reunió en el interior de su cuerpo para poder sanarse...

Y sintió una llamada de respuesta.

Había alguien más allí. ¿Sería Obi-Wan? Qui-Gon se concentró, reuniendo la Fuerza a su alrededor.

No, no era Obi-Wan. Era otra persona. Zan Arbor tenía otro cautivo allí, alguien sensible a la Fuerza. Y fuera quien fuese, estaba muy debilitado.

Oyó un pitido y abrió los ojos. Zan Arbor estaba frente al ordenador, agachándose para estudiar el monitor.

—Excelente —dijo ella.

Él dejó escapar la Fuerza. Ella se giró y le miró enfadada.

—Estoy cansado —dijo él.

—Entonces no te importará volver a tu cámara para descansar —soltó ella.

Pues sí, le importaba. Pero no tanto como antes. Había alguien más. La próxima vez que saliera, estaría preparado para luchar.

Capítulo 10

Antes de que Obi-Wan pudiera hablar o moverse, Astri dio un paso adelante.

—¿Para qué quieres el sable láser? —preguntó al chico.

Él levantó la barbilla.

—¿Qué más da?

—¿Y si lo quieres para utilizarlo contra nosotros? —le desafió Astri—. ¿Cómo íbamos a dártelo en ese caso?

—¡No quiero mataros! —protestó el chico.

Astri le contempló.

—Pero quieres encontrar comida para tu familia y para tu tribu. Y crees que si tuvieras esta arma, podrías vencer a la tribu del otro lado de la montaña.

El chico miró con codicia el sable láser.

—He visto de lo que es capaz esa arma.

—Tu plan tiene dos inconvenientes —dijo Astri con tranquilidad—. El primero es que tienes que entrenar durante años para poder utilizar un sable láser. ¿No es cierto, Obi-Wan?

Él asintió.

—E incluso así te quedaría mucho por aprender.

—Así que no llegarías a ninguna parte —concluyó Astri—. Excepto quizás a mutilarte un pie. El segundo inconveniente es que no resolvería tu problema. Incluso si llegaras a luchar con esa tribu y a ganar, lo que es muy poco probable, por cierto, conseguirías comida para una semana un mes a lo sumo; pero seguiríais pasando hambre cuando la comida se acabara. Tendrías que luchar de nuevo. Y entonces la otra tribu ya estaría preparada para el contraataque.

El chico la miró arisco.

—¿Y qué? Seguiría teniendo el sable láser. Podría luchar de nuevo.

—Aun así, no vamos a regalarte un arma tan poderosa porque sí —dijo Astri—. Tendríamos que llegar a un acuerdo.

Obi-Wan la miró fijamente.
¿Tendríamos?
Él no había dicho ni una palabra.

Astri le ignoró.

—Si nos dices lo que sabes, cocinaré un plato delicioso para ti y tu familia. Os enseñaré dónde encontrar comida y cómo prepararla para que no volváis a pasar hambre.

El chico se rió.

—¿Me enseñarás a ser cocinero?

—Te enseñaré a alimentar a tu tribu —corrigió Astri—. No para una semana o para un mes, sino para siempre. Y si no lo consigo, te daremos el sable láser de mi amigo.

Obi-Wan la miró fijamente. Él no estaba de acuerdo con eso. Ella se llevó un dedo a los labios.

El chico se quedó mirando el amplio paisaje de arena.

Ni un ser vivo, nada que creciera a la vista. Sonrió lentamente.

—Trato hecho.

—De acuerdo —asintió Astri—. Corre a buscar algo en lo que meter comida y empezaremos.

***

El nombre del chico era Bhu Cranna. Les siguió mientras Astri y Obi-Wan avanzaban trabajosamente por la arena.

—Espero que sepas lo que estás haciendo —murmuró Obi-Wan.

—Tú te ocupas del sable láser y yo de la comida —Astri se fue a la sombra de la pared del desfiladero. Donde la arena se juntaba con la roca, ella comenzó a cavar. Se levantó con un poco de moho morado.

—Parece delicioso —dijo Obi-Wan indeciso.

Ella sonrió y se lo dio a Bhu.

—Ya verás.

Durante la siguiente hora, Obi-Wan y Bhu siguieron a Astri, cumpliendo sus instrucciones mientras extraían el moho de las rocas y cavaban para encontrar raíces. Astri cortó la carne de una planta espinosa y extrajo el jugo que salía de su interior. Entraron a gatas en una caverna para recoger los hongos que crecían en las grietas de las rocas.

Obi-Wan sufría por el retraso, pero algo le decía que la información sobre
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era crucial para encontrar a Qui-Gon. Sólo esperaba que el plan de Astri funcionara.

—Cuando empecé a ocuparme de la cocina en la cafetería, diseñé un plan —explicó Astri mientras le quitaba las espinas a la planta carnosa que había troceado—. Cada semana preparaba platos típicos de algún planeta de la galaxia. Por suerte, Sorrus fue uno de esos planetas. Lo elegí porque es muy grande, y hay muchos sorrusianos viajando por la galaxia.

—¿Y si es su propia comida, por qué no saben prepararla ellos mismos? —preguntó Obi-Wan señalando las plantas y las setas que habían recogido.

—Porque hasta hace poco teníamos cultivos —intervino Bhu—. Y hasta hace poco teníamos agua.

Astri asintió.

—En el desierto de Tira, al otro lado de Sorrus, nunca han tenido agua, así que viven de lo que crece en la arena.

Supuse que aquí habría el mismo tipo de plantas. Y así es —cogió una raíz enredada—. Esto se llama raíz turu. Cruda tiene un sabor repugnante, pero si se cocina bien, es deliciosa.

Obi-Wan contempló dudoso la planta.

—No puedo creer que las vidas de Qui-Gon y Didi dependan de una raíz. ¿De verdad puedes conseguir que todo esto sepa bien?

—Tú mira.

Astri machacó las raíces hasta hacer una pasta. Dejó que las setas se secaran al sol. Aplastó trocitos de hoja y raíces y los mezcló con especias. Luego comenzó a asar por aquí, a remover por allá y a reunir los distintos elementos en un mismo plato.

Cuando la comida estuvo preparada, Astri se la sirvió al chico y a su familia. Resultó que Bhu era el hijo del jefe de la tribu, Goq Cranna. Fue el primero en probar la comida, catando cada cosa por separado y masticando sin expresión. El chico y su madre esperaban, mirándole expectantes. Obi-Wan se dio cuenta de que estaba aguantando la respiración.

—Está rico —el padre miró encantado a Astri—. ¿Dónde encontraste estas cosas?

—Yo te lo enseñaré —dijo Bhu.

—Y yo puedo enseñaros aún más —añadió Astri—. Pero ahora debéis contarnos todo lo que sepáis sobre
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