Authors: John Darnton
—Quizá hable con nosotros y nos cuente algo.
—¿Te refieres a una confesión en el lecho de muerte? No me parece demasiado probable.
Tizzie se preguntó si aquel comentario era una alusión a su padre. Decidió que no lo era. Le había contado a Jude lo que su padre le había revelado: que la muerte del padre de Jude no fue un accidente. La noticia le había dejado muy trastornado.
—¿Qué me dices del otro tipo del FBI? ¿Cómo se llama?
—Ed no sé cuántos. Ed Brantley, creo.
—Podrías llamarlo.
—Sería un tiro a ciegas. Sabe Dios de qué lado está.
—Ya, pero tú confiabas en Raymond, y Raymond confiaba en él.
—Y Raymond está muerto.
—Es verdad, tienes razón. —Tizzie bebió un sorbo de café y dijo—. Jude, tenemos que hacer algo. No podemos quedarnos de brazos cruzados.
Jude fue a contestar, pero en aquel momento un joven se sentó a una mesa que estaba lo bastante próxima como para oírlos. Llevaba una cazadora de cuero negro, pantalones ajustados y guantes de cuero negro con los dedos recortados. Lucía todo tipo de anillos y collares de plata; tenía el negro cabello enmarañado y su oreja izquierda tenía el borde cubierto de imperdibles y pendientes de plata. Al sentarse, todo él tintineó.
Jude se dijo que el joven no tenía aspecto de agente federal. Pero nunca se sabe. La muerte de Raymond había hecho que todos sus temores resucitaran.
Por el rabillo del ojo, Jude vio una figura familiar a través de la ventana. Era Skyler. Viéndolo aparecer así, caminando por la acera, Jude pudo hacer una rápida y casi objetiva evaluación de su sosia. Los andares eran muy parecidos a los suyos: paso desenvuelto, cabeza erguida. Lo que más lo impresionó fue advertir que Skyler se sentía ya a sus anchas en las calles de la ciudad, lo rápidamente que se había adaptado a aquel nuevo mundo. Jude se preguntó si él, en su lugar, lo habría hecho igual de bien.
Al divisar a Skyler, Tizzie lo escrutó con gran atención. Últimamente, cada vez que se encontraba con él, lo examinaba con detenimiento, tratando de discernir si parecía más viejo en algún sentido. No pudo saber si era así.
Skyler entró en el local, los vio, los saludó con la mano y fue a sentarse con ellos. Llevaba un ejemplar del
Mirror
y sonreía satisfecho.
—He encontrado algo —anunció.
—¿El qué? —preguntó Tizzie.
—Primero, lo primero.
Pidió una taza de café, y cuando se la sirvieron, le dio un largo trago.
—Comprendo la afición que le tenéis a este mejunje. En la isla nos lo tenían prohibido.
—Muy bien, tipo listo —dijo Jude—. ¿De qué se trata?
—¿Has visto tu periódico?
—No, y me revienta que la gente lo llame «mi periódico». ¿Cuál es la gran noticia?
—Página sesenta y cuatro.
Skyler le tendió el diario. El titular de primera página hacía referencia a un sex shop que había abierto a dos manzanas de la Mansión Gracie, y rezaba: EL ALCALDE CALIENTE CONTRA LA PORNOGRAFÍA.
Buscó la página 64 y no tardó en encontrar la gacetilla en una columna dedicada al chismorreo.
REUNIÓN DE GENIOS
Nueva York.— Los Jóvenes Dirigentes en pro de la Ciencia y la Tecnología en el Nuevo Milenio anunciaron ayer que iban a celebrar el primer congreso de su historia. El grupo, formado por los mejores pesos pesados del mundo del intelecto, celebrará su reunión en el DeSoto Hilton de Savannah, Georgia, el próximo martes. Si había pensado usted tomarse allí sus vacaciones y su coeficiente intelectual es de menos de 150, tal vez deba pensarlo mejor.
—Mierda —exclamó Jude.
El joven sentado en las proximidades alzó la vista y los miró sorprendido por la imprecación.
—Han convocado una reunión y utilizan el periódico de Tibbett para anunciarla.
—Vayamos a tu habitación —dijo Tizzie.
Mientras pasaban entre las mesas, el joven agarró a Jude por el brazo .y lo miró con nublados ojos.
—Oye, tío, los dos sois igualitos —dijo, arrastrando ligeramente las palabras—. ¿Pertenecéis a algún grupo de rock?
—Sí —respondió Jude.
—¿Cómo se llama?
—Xerox.
En la habitación de Jude, en el cuarto piso del hotel Chelsea, Tizzie y Skyler permanecían sentados en la cama, mientras Jude, ante el escritorio, tecleaba en el ordenador portátil. A través del espejo de la pared, por encima de su cabeza, podía ver a sus compañeros, las partes inferiores de sus cuerpos decapitados, sentados en el borde de la cama. Tecleó su contraseña y se conectó con Nexis. En la pantalla apareció la página de búsqueda.
Probó en primer lugar con los nombres «Savannah» y «Jóvenes Dirigentes». Nada. El Grupo no se había reunido allí con anterioridad o, si lo había hecho, la noticia no apareció en los periódicos. De todas maneras, en la gacetilla del
Mirror
se decía que era su primer congreso.
Durante veinte minutos, introdujo sin éxito distintas combinaciones.
—Bueno, ¿cuál es el problema? —preguntó Skyler—. Sabemos dónde estarán el martes. No tenemos más que ir allí.
—Desde luego —dijo Jude—. Pero... ¿y luego qué? Lo que buscamos es su cuartel general, el nido de víboras completo. Intentamos encontrar una colonia de clones, y no daremos con ella en el Hilton.
—Y tú crees que está en algún lugar próximo a Savannah. Los podemos seguir.
—Sí, pero ¿a quién seguimos? Nosotros somos tres, y ellos dos docenas. Llegarán de todos los rincones del país. No podremos vigilarlos a todos. Además ellos saben cuál es nuestro aspecto, recuerda al juez. Así que no podemos permitir que nos vean. Debemos espiarlos sin que adviertan nuestra presencia.
Jude volvió al ordenador. Durante media hora, probó con otras combinaciones de palabras, pero el resultado siempre fue el mismo: cero documentos encontrados.
Masculló una maldición y se volvió hacia sus compañeros. En los ojos de Tizzie advirtió que se le acababa de ocurrir algo.
—Tengo una idea —dijo—. Prueba con «Savannah» y «Samuel Billington».
Jude supo que era una buena idea aun antes de pulsar las teclas, y lanzó una exclamación de alegría cuando vio aparecer el documento. Era un breve artículo procedente del
Atlanta Journal and Constitution
, del 12 de septiembre de 1992. Se trataba de una nota acerca de la venta de una vieja base militar situada a cien kilómetros de Savannah. Un congresista de Georgia, P. J. Clarkson, había conseguido que se aprobase una ley especial que autorizaba que la base, abandonada hacía años, pasase a manos de un particular. El comprador fue Samuel T. Billington.
—Clarkson es el tipo al que reconociste en la sala del Congreso —dijo Jude—. Forma parte del grupo. Y, una vez más, Billington pone el dinero. Él entregó la propiedad al Laboratorio.
—Todo encaja —dijo Tizzie—. Hemos encontrado el nido de víboras del que hablabas.
La alegría de Jude se vio mitigada en cierto modo por algo que vio a través del espejo. Cuando alzó la vista hacia los cuerpos sin cabeza, advirtió que Tizzie tenía la mano sobre la rodilla de Skyler. Aunque no exactamente sobre la rodilla, sino más bien sobre el muslo.
En realidad, se dijo Jude, la mano reposaba probablemente sobre el punto en el que se hallaba la marca de géminis de Skyler.
Tizzie alquiló un coche en el aeropuerto de Savannah y los tres se dirigieron hacia las afueras de la ciudad, pasando ante una serie de bases militares. Tomaron por Ogeechee Road y cruzaron los pantanos que bordeaban el Aeródromo Militar Hunter. Treinta kilómetros más adelante, se desviaron por la Ruta 144 y dejaron atrás el aeródromo. Al llegar a la Ruta 119, giraron a la derecha, en dirección a Fort Stewart.
«Posibilidad de carreteras cerradas», advertía el mapa, y el aviso era exacto. En un par de puntos sendas barricadas impedían el paso. Se dirigían hacia la base anexa que, en los tiempos en que Jude estaba en el Ejército, recibía el nombre de Stewart II, una zona secreta que, durante años, no apareció en ningún documento asequible al público general. Sin embargo, puesto que la base había sido abandonada y había pasado a manos privadas, sus planos podían conseguirse a través del Cuerpo de Ingenieros Militares. A primera hora de aquella mañana, Jude había obtenido un juego de planos del grosor de la guía telefónica de una pequeña población. Ahora sentado en el coche, le indicaba a Tizzie la ruta.
Tuvieron que seguir otros treinta kilómetros en dirección norte, hasta la 280 y luego enfilaron en dirección oeste, atravesando las pequeñas poblaciones de Pembroke, Groveland y Daisy, para tomar al fin en dirección sur, hacia Midway. Estaban entrando en la región militar por la puerta trasera.
—Tuerce aquí —dijo Jude.
No había señales, pero el agudo ángulo del desvío era una indicación, lo mismo que el asfalto ligeramente elevado, lo cual sugería una sólida construcción y un adecuado sistema de drenaje: aquella carretera estaba pensada para soportar los grandes pesos de los transportes militares y era recta como el cañón de un fusil. Tras recorrer dos kilómetros y medio, llegaron a un bosque de pinos. Un camino de tierra se desviaba a la izquierda y desaparecía entre los árboles. Se metieron por él, escondieron el coche y caminaron entre los pinos hasta llegar a un campo cubierto por hierba de más de un palmo de altura.
En el centro se hallaba la base militar. El perímetro estaba protegido por una cerca metálica con alambre de espinos en la parte superior, por lo que apenas podían ver los edificios.
—Y ahora ¿qué? —preguntó Tizzie—. Si disponen de algún sistema de seguridad, por ínfimo que sea, no podremos llegar ni siquiera hasta la cerca.
Jude lanzó un gruñido, sacó unos prismáticos y miró por ellos moviéndolos lentamente de izquierda a derecha y de arriba abajo.
—Por lo poco que veo, no parece que exista mucha actividad —comentó—. Junto a la entrada principal hay una garita de vigilancia, pero no alcanzo a ver si hay alguien dentro.
Enfocó los prismáticos en los agudos dientes del alambre de espinos.
—La cerca parece fuerte. Y no tiene aberturas.
—¿Hay luces? —preguntó Skyler.
—No estoy seguro. No se ven farolas de alumbrado. Pero podría haber focos en el suelo. Y, si vamos a eso, quizá la cerca esté conectada a una alarma. En los planos vi un centro de seguridad, y había una nota acerca de los sistemas de alarma.
—Estupendo —comentó Tizzie—. ¿Alguna idea?
—En los planos aparecía una entrada trasera. Y, si no recuerdo mal, había un panel de controles a cosa de siete metros de la cerca. Eso está en el otro extremo del campo, así que es imposible verlo desde aquí. Si logramos introducir a una persona en el perímetro, podría abrirnos la puerta.
—Meter a una persona es tan difícil como meter a tres —dijo ella.
—Lo sé. Ya se nos ocurrirá algo. Sólo necesitamos algo de tiempo.
—No disponemos de tiempo. Hoy es lunes. Mañana el Laboratorio se reúne en Savannah. Sin duda, sus miembros vendrán aquí. Y una vez se encuentren en el interior del cercado, podrán hacer lo que les plazca. No podremos impedírselo.
—¿Por qué no me dices algo que yo no sepa?
Aquel comentario era propio de Raymond. Lo echaba de menos, sobre todo en esos momentos en los que no les habría venido nada mal disponer de un aliado del FBI.
—Volvamos a Savannah —dijo Jude—. Allí podremos inspeccionar los planos y echarle un vistazo a ese hotel.
Apenas hubieron regresado al bosque, oyeron el motor de un automóvil en el camino. Echaron a correr y, tras la corta carrera, se tumbaron sobre el suelo y miraron. El coche, un Ford Taurus, avanzaba lentamente y se detuvo frente a la puerta principal. Un hombre salió de la garita, se inclinó sobre la ventanilla del conductor y dijo algo. Luego retrocedió un paso, la portezuela del coche se abrió y un hombre se apeó. Los dos fueron hasta la parte posterior del vehículo y el conductor abrió el maletero para que el otro lo inspeccionase. El guarda alargó la mano y tocó algo.
Tizzie tiró de la manga de Jude.
—Pásame los prismáticos —dijo—. Aprisa.
Se los quitó de la mano y los alzó en el momento en que el conductor volvía junto a la portezuela.
—Enséñame la cara —murmuró—. Enséñame la cara, maldita sea.
El guarda abrió la puerta y el hombre hizo intención de regresar al interior del vehículo. La suerte quiso que se quedara unos momentos apoyado en la portezuela, hablando un poco más con el guarda.
Cuando salieron del bosque, y mientras avanzaban por el camino de tierra, Tizzie explicó por qué se había puesto tan nerviosa.
—Lo he reconocido. Es el médico que estaba examinando a la vieja preñada del hospital. Su apellido es Gilmore —dijo colocándose entre Jude y Skyler y tomando a uno y a otro del brazo—. Y yo que creía que ya nada podía extrañarme...
Pasaron la noche en el Planters Inn de Savannah. A la mañana siguiente, tras un desayuno de huevos con beicon, Tizzie se fue en busca de una tienda de suministros médicos, mientras Jude y Skyler vigilaban el DeSoto, un edificio de catorce pisos que se alzaba en la calle Liberty. No se atrevían a entrar en el vestíbulo y se apostaron por turnos en distintos puntos de la acera de enfrente.
Skyler estaba en una cafetería, bebiendo café tras café y sin quitar ojo a la fachada del hotel cuando vio que un coche se detenía en la rampa circular de acceso del DeSoto. Del vehículo se apeó el juez, a quien Skyler reconoció inmediatamente, ya que no era sino una versión envejecida de Raisin. El hombre le pareció sorprendentemente frágil cuando traspuso con paso inseguro la puerta principal. Skyler se dirigió a un teléfono público y llamó al móvil de Jude, quien se encontraba a tres manzanas de distancia y regresó a toda prisa. No alcanzó a ver al juez, pero llegó a tiempo de contemplar un desfile de otros recién llegados.
«La verdad es que ya no parecen jóvenes dirigentes», se dijo Jude, mientras los coches y los taxis se detenían ante la entrada y de ellos se apeaba una sucesión de hombres y mujeres aparentemente de mediana edad, aunque vestían atavíos juveniles.
Tizzie regresó en el coche y lo estacionó frente al hotel. Los dos hombres montaron en el vehículo y Jude, tras ponerse unas gafas oscuras, se acomodó en el asiento del acompañante, mientras Skyler lo hacía en la parte de atrás. Ver al doble de Raisin había sumido al joven en el silencio. Cogió los planos de la base, localizó el edificio que buscaba, el hospital, y lo estudió detenidamente. Sólo con que uno de ellos lograra entrar en el perímetro cercado podrían...