Fantasmas del pasado (34 page)

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Authors: Nicholas Sparks

Dos días antes no habría ni soñado que pudiera sucederle algo similar, especialmente con un hombre al que casi no conocía. Ya había salido escaldada de más de una relación amorosa, y ahora se daba cuenta de que había evitado otras posibles situaciones dolorosas escudándose en la seguridad que le confería la soledad. Pero vivir una vida libre de riesgos no era precisamente vivir, y si tenía que cambiar, lo mejor era empezar cuanto antes. Después de ducharse, se sentó en el extremo de la cama, abrió la cremallera de la maleta y sacó un frasco de loción. Se aplicó un poco en las piernas y en los brazos y se masajeó los pechos y la barriga, saboreando la vitalidad que le transmitía en la piel.

No había traído ropa delicada; en sus prisas por abandonar el pueblo por la mañana, había agarrado lo primero que había encontrado en el armario. Rebuscó por la maleta hasta que encontró sus vaqueros favoritos. Estaban completamente desgastados, rasgados por las rodillas y por la parte de los talones. Pero de tanto lavarlos, el tejido se había vuelto más flexible y suave, y era consciente de que esos viejos vaqueros se adaptaban perfectamente a los contornos de su figura, acentuando sus formas. Al pensar que Jeremy se fijaría en ese detalle, se sintió emocionada como una quinceañera.

Se puso una camisa blanca de manga larga, sin introducirla en los pantalones por la cintura sino dejándola suelta, y luego la arremangó hasta los codos. Se plantó delante del espejo y se abrochó todos los botones menos uno que normalmente solía abotonarse, dejando entrever la parte superior del escote.

Se secó el pelo con un secador y se peinó con cuidado; luego le tocó la hora al maquillaje: se aplicó un leve toque de sombra en las mejillas, se perfiló los ojos con un lápiz delineador y se retocó los labios con una barra de carmín. Deseó tener un poco de perfume a mano, pero no había nada que pudiera hacer al respecto.

Cuando estuvo lista, se alisó la camisa delante del espejo en un intento de estar impecable, y se sintió satisfecha con su aspecto. Sonriendo, trató de recordar la última vez que había puesto tanto empeño en estar guapa.

Jeremy se hallaba sentado en la butaca, con las piernas cruzadas, cuando Lexie entró en la sala. Levantó la vista y, por un momento, pareció que iba a decir algo, pero se quedó mudo, contemplándola.

Incapaz de apartar la vista de Lexie, de repente comprendió por qué había sido tan importante para él volverla a ver. No le quedaba otra alternativa; sabía que estaba completamente enamorado de esa mujer.

—Estás… guapísima —logró susurrar finalmente con una voz ronca.

—Gracias —respondió ella, sintiéndose súbitamente presa de una emoción incontenible.

Sus miradas se encontraron; ninguno de los dos desvió la vista, y en ese instante, Lexie comprendió que el mensaje que se reflejaba en los ojos de Jeremy era el suyo.

Capítulo 15

Durante unos segundos ninguno de los dos fue capaz de moverse, hasta que Lexie suspiró y apartó la vista. Todavía temblando, levantó la botella de cerveza tímidamente.

—Creo que necesito otra cerveza —dijo con una sonrisa indecisa—. ¿Quieres una?

Jeremy se aclaró la garganta.

—No, gracias. Ya he cogido otra.

—Vuelvo en un minuto. De paso, echaré un vistazo a la salsa.

Lexie se dirigió a la cocina sintiendo un ligero temblor en las piernas, y se detuvo delante de los fogones. La cuchara de madera había dejado una marca de salsa de tomate en la encimera tras asirla para remover el contenido del cazo, y cuando terminó, volvió a colocarla en el mismo sitio. Después abrió la nevera, cogió otra cerveza y la depositó sobre la encimera, junto con las olivas. Intentó abrir el bote, pero sus manos temblorosas no se lo permitieron.

—¿Quieres que te eche una mano? — preguntó Jeremy.

Lexie levantó la vista, sorprendida. No lo había oído entrar, y se preguntó si sus sentimientos eran tan evidentes como ella los sentía.

—Si no te importa…

Jeremy agarró el bote de olivas, y Lexie observó cómo se le tensaban los músculos de los antebrazos mientras forcejeaba con la tapa del bote. Después, él se fijó en la cerveza que descansaba sobre la encimera, la abrió y se la pasó a Lexie.

No se atrevió a mirarla a los ojos, ni tampoco a pronunciar ninguna palabra. En el silencio de la estancia, Lexie contempló cómo él se apoyaba en la repisa. La luz estaba encendida, pero sin la tenue luz del anochecer que se colaba por las ventanas, parecía como si la luz de la lámpara que colgaba por encima de sus cabezas fuera más suave que cuando habían empezado a cocinar.

Lexie tomó un trago de su cerveza, saboreando el gusto, saboreando cada detalle de esa noche: su aspecto, cómo se sentía, y la forma en que él la miraba. Estaba lo suficientemente cerca como para poder tocar a Jeremy, y por un brevísimo instante tuvo la tentación de hacerlo, pero en lugar de eso, se dio la vuelta y se dirigió a la alacena.

Cogió una botella de aceite de oliva y otra de vinagre balsámico y vertió un poco de ambos contenidos en un cuenco pequeño, luego añadió sal y pimienta.

—Qué olor más delicioso —comentó él.

Cuando Lexie terminó de preparar el aliño, tomó el bote de olivas y las vertió en otro cuenco pequeño.

—Todavía queda una hora para la cena —comentó. Hablar parecía mantenerla serena—. Puesto que no esperaba compañía, sólo puedo ofrecerte olivas como aperitivo. Si fuera verano, sugeriría que saliéramos al porche, pero ahora hace demasiado frío. Además, supongo que deberías saber que las sillas de la cocina no son muy cómodas, que digamos.

—Entonces, ¿qué hacemos?

—¿Te parece bien si volvemos a sentarnos en la sala de estar?

Jeremy pasó delante, se detuvo ante la butaca y cogió la libreta de Doris; vio que Lexie depositaba las olivas en la mesita auxiliar y luego intentaba acomodarse en el sofá. Cuando se sentó a su lado, pudo oler el dulce aroma floral del champú que ella había utilizado. Desde la radio les llegaban las notas apagadas de una canción.

—¿Has estado ojeando la libreta de Doris?

Jeremy asintió.

—Sí, me la ha dejado esta mañana.

—¿Y?

—Sólo he podido echar un vistazo a las primeras páginas. Pero he de admitir que contiene muchos más detalles de los que esperaba encontrar.

—¿Ahora crees que predijo el sexo de todos esos bebés?

—No —contestó él—. Como ya te dije ayer, seguramente Doris sólo anotó los casos en los que acertó.

Lexie sonrió.

—¿Y no te has fijado en cómo están escritas esas fichas? Unas veces con lápiz, otras con bolígrafo. A veces incluso se puede intuir que tenía prisa; en cambio, en otras se explaya.

—No digo que la libreta no parezca convincente. Lo único que digo es que no puede predecir el sexo de los bebés con tan sólo coger a alguien por la mano.

—Ya, claro, si tú lo dices…

—No; porque es imposible.

—¿Te refieres a que estadísticamente es improbable?

—No, digo imposible.

—Muy bien, señor escéptico, allá tú. Cambiando de tema, ¿qué tal va tu historia?

Jeremy empezó a juguetear con la etiqueta de la botella de cerveza, como si pretendiera arrancarla.

—Muy bien. Aunque si me queda tiempo, me gustaría terminar de leer los diarios de la biblioteca, para ver si obtengo alguna anécdota que me sirva para ilustrar la historia.

—¿Has descubierto el motivo?

—Sí. Ahora lo único que tengo que hacer es demostrarlo. Espero que el tiempo se ponga de mi lado y colabore.

—Lo hará. Han dicho que habrá niebla durante todo el fin de semana. Lo he oído por la radio esta mañana.

—Perfecto. Pero la parte negativa es que la solución no resulta tan amena como la leyenda.

—Entonces, ¿ha valido la pena ir hasta Boone Creek?

Jeremy asintió.

—Sin ninguna duda. No me habría perdido este viaje por nada del mundo —declaró con voz susurrante.

Al oír su tono, Lexie comprendió exactamente a qué se refería, y se lo quedó mirando en silencio. Apoyó la barbilla en la mano y estiró una pierna sobre el sofá, complacida con ese ambiente íntimo, con lo deseable que él hacía que se sintiera.

—¿Y cuál es la solución? — preguntó, inclinándose levemente hacia delante—. ¿Puedes darme la respuesta?

La luz de la lámpara a su espalda la rodeaba de un halo difuminado, y sus ojos violetas brillaban debajo de sus oscuras pestañas.

—Prefiero mostrártelo —repuso él.

Lexie sonrió.

—Porque esperas que te lleve de vuelta al pueblo, ¿no es así?

—Correcto.

—¿Y cuándo quieres regresar?

—Mañana, si es posible.

Jeremy sacudió la cabeza, intentando no perder el control de sus sentimientos.

No deseaba echar a perder la velada, pero tampoco quería presionarla demasiado. Lo cierto era que deseaba algo más que rodearla con sus brazos.

—Tengo que ver a Alvin, un amigo. Es un cámara de Nueva York que se ha desplazado hasta el pueblo para realizar una filmación profesional.

—¿Va a ir a Boone Creek?

—Seguramente en estos precisos instantes ya debe de estar llegando al pueblo.

—¿Ahora? ¿Y no deberías estar allí para recibirlo?

—Probablemente —admitió él.

Lexie reflexionó sobre lo que él le acababa de contar y pensó en el enorme esfuerzo que él había hecho para llegar hasta Buxton ese día.

—De acuerdo —aceptó finalmente—. Hay un transbordador que sale a primera hora de la mañana. Estaremos en el pueblo a eso de las diez.

—Gracias.

—¿Y piensas filmar mañana por la noche también?

Jeremy asintió.

—Le he dejado una nota a Alvin indicándole que vaya al cementerio esta noche, pero mañana tendremos que filmar otros puntos del pueblo. Además, todavía existen algunos cabos sueltos que debo resolver.

—¿Y qué pasa con el baile en el granero? Pensé que íbamos a bailar juntos si resolvías el misterio.

Jeremy bajó la cabeza.

—Si puedo hacerlo, lo haré. Créeme. No hay nada que me apetezca más.

Nuevamente, el silencio se adueñó de la habitación.

—¿Cuándo te marcharás a Nueva York? — preguntó Lexie finalmente.

—El sábado. La semana que viene tengo una reunión, así que tendré que irme el sábado.

Lexie notó cómo se le encogía el corazón ante la noticia. A pesar de que sabía que tenía que suceder, le dolió escuchar la dura realidad.

—De vuelta a la vida bulliciosa, ¿eh?

Jeremy sacudió la cabeza.

—Mi vida en Nueva York no es nada glamurosa. Me paso la mayor parte del tiempo trabajando, o bien investigando o bien escribiendo, y te aseguro que son tareas solitarias, incluso diría que a veces pueden resultar demasiado solitarias.

Lexie enarcó una ceja.

—No intentes que sienta pena por ti, porque no lo conseguirás.

Él la miró fijamente.

—¿Y si te hablo de la bruja de mi vecina?

—Tampoco.

Jeremy soltó una carcajada.

—Pienses lo que pienses, no vivo en Nueva York por el bullicio. Vivo allí porque mi familia vive allí, porque me siento cómodo allí. Porque para mí es mi hogar, igual que Boone Creek lo es para ti.

—¿Sois una familia muy unida?

—Sí. Cada fin de semana nos reunimos en Queens, en casa de mis padres, para comer. Mi padre sufrió un ataque al corazón hace un par de años, por lo que tiene que ir con cuidado, pero le encantan esas reuniones familiares. Es muy divertido; la casa adopta un aire similar a un zoo: un puñado de críos corriendo arriba y abajo, mi madre cocinando en la cocina, mis hermanos y sus esposas charlando en el patio que hay en la parte posterior de la casa. Todos viven relativamente cerca entre sí, por lo que se ven con mucha más frecuencia que yo.

Lexie tomó otro trago mientras intentaba imaginar la escena

—Parece muy agradable.

—Lo es. Pero a veces resulta duro.

Ella lo miró con curiosidad.

—No te entiendo.

Él se quedó pensativo, haciendo girar la botella entre sus manos.

—A veces yo tampoco lo entiendo —dijo finalmente. Quizá fue la forma en que lo dijo lo que llevó a Lexie a quedarse callada. En medio del silencio, lo observó detenidamente, esperando que continuara.

—¿Alguna vez has soñado con alguna cosa, algo que anhelas con locura, y cuando crees que estás a punto de lograrlo, de repente pasa algo y se te escapa de las manos?

—Todo el mundo tiene sueños que no llegan a cumplirse —respondió ella con un tono suave.

Jeremy se encogió de hombros.

—Sí, supongo que sí.

—No estoy segura de comprender lo que intentas decirme —dijo ella para animarlo a proseguir.

—Hay algo que no sabes de mí —anunció Jeremy, levantando la cabeza y mirándola fijamente—. De hecho, es algo que jamás he contado a nadie.

Con esa confesión, Lexie notó que se le tensaban los hombros.

—Estás casado —dijo, echándose hacia atrás.

Jeremy sacudió enérgicamente la cabeza. — No.

—Tienes novia en Nueva York, una novia formal.

—Tampoco.

Cuando Jeremy no dijo nada más, a ella le pareció ver una sombra de duda en su rostro.

—No importa —musitó Lexie al final—, tampoco es de mi incumbencia.

Jeremy volvió a sacudir la cabeza y sonrió.

—Te has acercado en la primera intentona. Estuve casado. Y me divorcié.

Lexie había esperado una confesión más terrible; casi se echó a reír de alivio, pero la expresión sombría de Jeremy la detuvo.

—Se llamaba María. Éramos muy diferentes, y nadie entendía qué habíamos visto el uno en el otro. Pero más allá de las apariencias, compartíamos los mismos valores y creencias sobre las cosas importantes en la vida, e incluso nuestro deseo de tener hijos: ella quería cuatro; yo, cinco. — Jeremy vaciló cuando vio la expresión de Lexie—. Sé que son demasiados hijos para los momentos que corren, pero era algo a lo que ambos estábamos acostumbrados; ella también provenía de una familia numerosa, — Realizó una pausa—. Al principio no sospechamos que hubiera ningún problema, pero al cabo de seis meses ella todavía no se había quedado embarazada, así que decidimos someternos a unas pruebas. Ella demostró ser fértil, pero yo no. No nos dieron ninguna razón, ninguna respuesta posible; tan sólo que es una de esas cosas que a veces suceden. Cuando ella lo supo, decidió divorciarse. Y ahora… Quiero decir, amo a mi familia, me encanta pasar los fines de semana con ellos, pero cuando estamos todos juntos, siempre pienso en la familia que jamás llegaré a tener. Sé que puede parecer extraño, pero supongo que deberías comprender lo importante que era para mí, lo mucho que deseaba tener hijos.

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