Fantasmas del pasado (15 page)

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Authors: Nicholas Sparks

—Sólo una semana, más o menos. He venido porque quiero escribir un artículo…

—Lo sé —lo interrumpió Hopper—. Pero quería confirmarlo. Me gusta charlar con los forasteros que tienen intención de quedarse unos días en nuestro pueblo.

Hopper recalcó la palabra «forasteros», haciendo que Jeremy sintiera que ser forastero era como una especie de pecado. No creía que pudiera aplacar la hostilidad del oficial con ningún comentario, así que se limitó a asentir.

—Ah.

—He oído que piensa pasar muchas horas en la biblioteca.

—Bueno, supongo que debería…

—Ya veo —murmuró el ayudante del sheriff, interrumpiéndolo de nuevo.

Jeremy asió la taza de café y tomó un sorbo, intentando ganar tiempo.

—Lo siento, oficial, pero lo cierto es que no sé qué le pasa.

—Ya veo —volvió a repetir Hopper.

—¡Eh, Rodney! ¡Deja en paz a nuestro huésped! — gritó el alcalde desde la otra punta de la sala—. Es un invitado especial, que ha venido para escribir un artículo sobre las costumbres locales.

El ayudante del sheriff no parpadeó ni apartó la vista de Jeremy. Por alguna razón, parecía completamente enojado.

—Sólo estoy charlando con él, alcalde.

—Pues deja que el señor Marsh disfrute de su desayuno —lo amonestó Gherkin al tiempo que se levantaba de la mesa. Luego saludó con la mano—. Ven, Jeremy; aquí hay un par de personas que quiero que conozcas.

Hopper siguió mirando a Jeremy con cara de pocos amigos mientras éste se levantaba y se dirigía a la mesa del alcalde.

Cuando estuvo lo suficientemente cerca, Gherkin lo presentó a los dos hombres que compartían mesa con él. Uno debía de ser el abogado más esquelético del condado, y el otro era un espécimen de médico sumamente grueso, que trabajaba en el hospital de la localidad. Ambos parecieron examinarlo con la misma mirada despectiva que el ayudante del sheriff; con reservas, como se solía decir. Entretanto, el alcalde se deleitaba explicando lo contentos que estaban todos en el pueblo con la visita de Jeremy. Se inclinó hacia los otros dos y asintió de forma conspirativa.

—Quizá salgamos en
Primetime Live
—susurró Gherkin.

—¿De veras? — exclamó el abogado. Jeremy pensó que ese individuo parecía un esqueleto andante.

Jeremy empezó a balancearse, apoyando todo el peso de su cuerpo en un pie y luego en el otro de forma alternativa.

—Bueno, como ayer intentaba explicarle al señor alcalde…

Gherkin le propinó una fuerte palmada en la espalda, interrumpiéndolo rápidamente.

—¡Qué ilusión aparecer en un programa de tanta audiencia! — exclamó Gherkin.

Los otros asintieron con expresión solemne.

—Y hablando del pueblo —agregó repentinamente el alcalde—, tengo el placer de invitarte a una cena privada esta noche, con un reducido grupo de amigos. Nada especial, no creas, pero puesto que sólo estarás unos días, me gustaría que conocieras a algunas de las personas más destacadas de la localidad.

Jeremy levantó los brazos.

—No es necesario…

—¡Bobadas! — espetó Gherkin—. Es lo mínimo que podemos hacer. Y recuerda, algunas de las personas que invitaré han visto esos fantasmas con sus propios ojos, así que tendrás la oportunidad de recoger sus vivencias de primera mano. Probablemente sus historias te provocarán pesadillas.

Jeremy enarcó una ceja. El abogado y el médico lo observaban expectantes. Cuando Jeremy vaciló, el alcalde aprovechó para zanjar el tema.

—¿Te va bien a las siete? — inquirió.

—Sí… Supongo que sí —convino Jeremy—. ¿Dónde será la cena?

—Ya te lo comunicaré más tarde. Supongo que pasarás el día en la biblioteca, ¿no?

—Seguramente sí.

Gherkin esbozó una mueca, haciéndose el gracioso.

—Entonces supongo que ya habrás conocido a nuestra adorable bibliotecaria, la señorita Lexie.

—Así es.

—Es realmente encantadora, ¿no te parece?

Por el tono, Jeremy interpretó que se refería a otra serie de posibilidades, algo más en la línea de los típicos comentarios que los hombres suelen hacer sobre las mujeres en los vestuarios de los gimnasios.

—La verdad es que me ha ayudado muchísimo —se limitó a decir Jeremy.

En ese momento Rachel los interrumpió.

—¿Te dejo el desayuno en la mesa, cielo?

Jeremy miró al alcalde, como solicitándole permiso para marcharse.

—Ya hablaremos más tarde. ¡Ah, y que aproveche! — dijo Gherkin al tiempo que lo saludaba con la mano.

Jeremy se dirigió nuevamente a su mesa. Afortunadamente el ayudante del sheriff se había marchado, y Jeremy se dejó caer en la silla con pesadez. Rachel depositó el plato delante de él.

—Que aproveche. Le he pedido al cocinero que te prepare la tortilla con mucho cariño, porque vienes de Nueva York. ¡Me encanta ese lugar!

—¿Has estado ahí alguna vez?

—No. Pero siempre he querido ir. Parece tan… glamuroso y excitante.

—Deberías ir. No hay ninguna otra ciudad igual en el mundo.

Ella sonrió, con aire coquetón.

—Pero bueno, señor Marsh… No me digas que me estás invitando.

La mandíbula de Jeremy se abrió involuntariamente.

—¿Cómo?

Sin embargo, Rachel no pareció darse cuenta de su expresión pasmada.

—Bueno, quizás acepte tu oferta —proclamó ella—. Ah, y otra cosa: estaré encantada de enseñarte el cementerio la noche que quieras. Normalmente acabo de trabajar a las tres de la tarde.

—Gracias. Lo tendré en cuenta —balbuceó Jeremy.

Durante los siguientes veinte minutos, mientras Jeremy desayunaba, Rachel pasó por su mesa al menos una docena de veces, rellenando cada vez su taza con un chorrito de café y sonriéndole efusivamente.

Jeremy se encaminó hacia su coche, recuperándose de lo que se suponía que debía de haber sido un desayuno apacible. El ayudante del sheriff. El alcalde. Tully. Rachel. Jed.

Desde luego, esas pequeñas localidades en Estados Unidos podían ofrecer un sinfín de experiencias difíciles de digerir, incluso antes del desayuno.

A la mañana siguiente pensaba tomar café en cualquier otro sitio menos en el Herbs, aunque la comida fuera de primera. Y, tenía que admitir, era mejor de lo que había esperado. Tal y como Doris le había comentado el día previo, todo parecía fresco, como si los ingredientes procedieran directamente del huerto.

Sin embargo, mañana tomaría el café en otro sitio. Y tampoco pensaba hacerlo en la gasolinera de Tully, suponiendo que allí sirvieran café. No deseaba perder el tiempo en una conversación de la que no pudiera escapar cuando tenía cosas que hacer.

De repente se detuvo, sorprendido. «¡Cielo santo! Pero si estoy empezando a pensar como ellos», se dijo, sacudiendo la cabeza.

Sacó las llaves del coche de su bolsillo y reanudó la marcha. Por lo menos había conseguido acabar de desayunar. Echó un vistazo al reloj; ya casi eran las nueve. Perfecto.

Lexie se sorprendió a sí misma mirando por la ventana de su despacho en el momento exacto en que Jeremy Marsh aparcaba el coche delante de la biblioteca.

Jeremy Marsh. No podía dejar de pensar en él, por más que intentara concentrarse en su trabajo. Y ahí estaba de nuevo, esta vez vestido de un modo más informal, como si pretendiera pasar más desapercibido entre los lugareños, supuso ella. Y de algún modo lo había conseguido.

Bueno, ya era suficiente. Tenía que trabajar. Su despacho estaba abarrotado de cajas de libros, apiladas unas sobre las otras tanto en posición vertical como horizontal. Un archivador de acero gris emplazado en una de las esquinas era el único mobiliario que descollaba en la estancia, aparte de una mesa y de una silla típicamente funcionales. El despacho carecía de elementos decorativos, simplemente por falta de espacio. Había montones de papeles apilados por doquier: en los rincones, debajo de la ventana, en una silla apartada en una esquina. Y su mesa también estaba sepultada por enormes pilas de papeles, con todo aquello que consideraba urgente.

Había que presentar el presupuesto a final de mes, y tenía que repasar un montón de catálogos de diversos editores para realizar el pedido semanal. Además, todavía debía encontrar al ponente para la cena que organizaba la asociación de los Amigos de la Biblioteca en abril, así como planear todo lo referente a la «Visita guiada por las casas históricas» —en la que la biblioteca intervenía por ser uno de los edificios más emblemáticos del pueblo—, y apenas le quedaba tiempo para hacerlo todo. Contaba con dos empleados a jornada completa, pero había aprendido que era mejor no delegar temas importantes. Los empleados sabían recomendar los títulos más recientes y ayudaban a los estudiantes a encontrar lo que necesitaban, pero la última vez que permitió que uno de ellos decidiera qué libros debían solicitar, acabó con seis títulos diferentes sobre orquídeas, ya que, por lo que averiguó más tarde, ésa era la flor favorita del empleado que realizó el pedido. Previamente, antes de sentarse delante del ordenador, había intentado planificar sus tareas para ese día, pero no lo había conseguido. No importaba lo mucho que intentara concentrarse, sus pensamientos se desviaban hacía Jeremy Marsh. No quería pensar en él, pero Doris había dicho lo suficiente como para despertar su curiosidad.

«No es como te lo imaginas.»

¿Qué significaba eso? La noche anterior, cuando había intentado que Doris fuera más específica, su abuela se había cerrado en banda, como si no hubiera dicho nada. No volvió a mencionar la vida amorosa de Lexie durante el resto de la noche, ni tampoco a Jeremy Marsh. Las dos evitaron el tema: hablaron sobre el trabajo, sobre personas conocidas, sobre cómo se perfilaba la «Visita guiada por las casas históricas» para el siguiente fin de semana. Doris presidía la Sociedad Histórica local, y la visita era uno de los grandes eventos del año, aunque no precisara de una gran planificación. Prácticamente se trataba de mostrar la misma docena de casas que elegían cada año, además de cuatro iglesias y de la biblioteca. Mientras su abuela se afanaba por hablar sobre esas cuestiones, Lexie no podía dejar de pensar en su misteriosa declaración.

«No es como te lo imaginas.»

¿A qué se refería? ¿Al típico urbanita? ¿A su faceta mujeriega? ¿A alguien que sólo buscaba echar una cana al aire? ¿Alguien que se mofaría del pueblo tan pronto como se marchara de allí? ¿Alguien en busca de una historia sensacionalista, dispuesto a cualquier cosa por conseguirla, aunque ello supusiera hacer daño a alguien durante el proceso?

¿Y por qué demonios le preocupaba eso? Sólo se quedaría unos pocos días, y luego desaparecería y todo volvería a su cauce, afortunadamente.

Ya se había enterado de los cotilleos que circulaban por el pueblo. Y en la panadería donde se detenía cada mañana a comprar un mollete había oído a un par de mujeres hablar sobre él. Decían que gracias a ese periodista el pueblo se haría famoso, que las cosas mejorarían considerablemente, sobre todo para los comerciantes. Cuando la vieron, la avasallaron con mil y una preguntas acerca de él y emitieron sus propias opiniones sobre si finalmente descubriría el motivo de las misteriosas luces.

Algunos creían realmente que las luces eran producto de los fantasmas, pero otros no. El alcalde, por ejemplo, Gherkin enfocaba el tema desde un ángulo diferente; veía la investigación de Jeremy como una especie de apuesta. Si Jeremy Marsh no encontraba la causa, sería bueno para la economía del pueblo, y ésa parecía la opción por la que apostaba el alcalde. Después de todo, Gherkin sabía algo que sólo unos pocos conocían.

Además de los estudiantes de la Universidad de Duke y del historiador local —quien parecía haber encontrado una explicación plausible, según la opinión de Lexie—, por lo menos otros dos individuos o grupos de personas no vinculadas con el pueblo habían investigado el misterio sin éxito. Gherkin había invitado a los estudiantes de la Universidad de Duke para que realizaran una visita al cementerio, con la esperanza de que tampoco encontraran una respuesta lógica. Y no se podía negar que desde entonces se había incrementado el número de visitantes a la localidad.

Lexie consideró que igual debería haber mencionado esa cuestión al señor Marsh. Pero puesto que él no había preguntado, ella no había visto la necesidad de darle ninguna explicación. Estaba demasiado ocupada intentando contrarrestar los claros intentos de ese seductor para ligar con ella y, al mismo tiempo, dejarle claro que no se sentía atraída por él. Tenía que aceptar que era encantador, pero eso no cambiaba su firme determinación de ser fuerte y no dejarse llevar por las emociones. Lo cierto era que se había sentido francamente aliviada cuando lo perdió de vista el día anterior.

Y entonces Doris soltó ese maldito comentario, que esencialmente venía a decir que pensaba que Lexie debería darle una oportunidad y conocerlo mejor. Pero lo que más la incomodaba era la certeza de que Doris no habría dicho nada si no hubiera estado absolutamente segura de que no se equivocaba. Por alguna razón que desconocía, su abuela había visto algo especial en Jeremy.

A veces odiaba las premoniciones de Doris. Aunque, claro, no tenía por qué escucharla. Después de todo, ya había sido cortés con ese forastero, y ahora estaba a punto de bajar a recibirlo de nuevo. A pesar de su determinación, tenía que admitir que se sentía un poco apabullada con todo ese asunto. Mientras seguía sumida en esas cavilaciones, oyó el chirrido de la puerta de su despacho al abrirse.

—Buenos días —saludó Jeremy al tiempo que asomaba la cabeza—. Me ha parecido ver luz debajo de la puerta.

Lexie dio media vuelta en su silla giratoria y se fijó en que él se había quitado la chaqueta y la llevaba colgando del hombro.

—Ah, hola —dijo ella educadamente—. Estaba intentando sacarme un poco de trabajo de encima.

Jeremy agarró la chaqueta con las dos manos.

—¿Hay algún perchero donde pueda colgar esto? En la sala de los originales no hay espacio.

—Deme, ya se la guardaré yo. Hay un colgador detrás de la puerta.

Jeremy entró en el despacho y le entregó la chaqueta. Ella la colgó junto a la suya en la ristra de colgadores que pendía detrás de la puerta. Jeremy examinó el despacho con curiosidad.

—¿Así que éste es tu laboratorio, eh? Desde aquí gestionas la biblioteca.

—Así es —confirmó ella—. No hay demasiado espacio, pero es más que suficiente para organizarlo todo.

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