Fantasmas del pasado (6 page)

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Authors: Nicholas Sparks

Jeremy no sabía qué contestar. No era la típica pregunta que le hacian a menudo, especialmente como respuesta a una petición sobre direcciones.

—No, no me ha pasado nunca —se aventuró a articular finalmente.

El propietario sacó un trapo sucio del bolsillo y empezó a limpiarse las manos grasientas.

—Me parece que usted no es de aquí. Lo digo por su acento.

—Soy de Nueva York —aclaró Jeremy.

—Ah, he oído hablar mucho de esa ciudad, pero nunca he estado allí —comentó mientras observaba el Taurus que Jeremy conducía—. ¿Es suyo ese coche?

—No, es de alquiler.

El individuo asintió con la cabeza, y no dijo nada más durante un rato.

—Siento insistir en el cementerio, pero ¿puede indicarme cómo llegar hasta allí, por favor? — lo acució Jeremy.

—Ah, sí. ¿Cuál de ellos?

—Creo que se llama Cedar Creek.

El propietario lo observó con curiosidad.

—¿Y para qué quiere ir a ese lugar? Si no hay nada interesante. Hay otros cementerios más agradables al otro lado del pueblo.

—Ya, pero es que estoy interesado precisamente en ése.

El hombre no pareció escucharlo.

—¿Tiene algún familiar enterrado ahí?

—No.

—Usted debe de ser uno de esos magnates de los negocios, ¿no? ¿No estarán pensando en construir un complejo turístico o unos grandes almacenes en esos terrenos?

Jeremy sacudió la cabeza decididamente.

—No, no soy un hombre de negocios. Soy periodista.

—A mi mujer le encantan los grandes almacenes. Y los complejos turísticos también. No estaría mal construir uno.

—Ah —dijo Jeremy, preguntándose cuánto tiempo más se prolongaría ese diálogo sin sentido—. Ojalá pudiera ayudarle, pero no tengo nada que ver con los promotores inmobiliarios.

—¿Necesita gasolina? — preguntó Tully desplazándose hasta la parte posterior del coche.

—No, gracias.

Pero el hombre ya estaba desenroscando el tapón.

—¿Premium o normal?

Jeremy sacó la cabeza por la ventana y la giró para mirarlo, armándose de paciencia.

—Normal, supongo.

Después de llenar el depósito, el propietario se quitó la gorra y se pasó la mano por el pelo mientras se acercaba nuevamente; a la ventanilla del conductor.

—Si tiene algún problema con el coche, no dude en venir a verme. Puedo arreglar las dos clases de coches, y por un módico precio, además.

—¿Las dos clases?

—Extranjeros y de los nuestros —replicó—. ¿A qué pensaba que me refería?

Sin esperar la respuesta, el hombre sacudió la cabeza, como si pensara que Jeremy era un poco idiota.

—Me llamo Tully, ¿y usted?

—Jeremy Marsh.

—¿Y me ha dicho que es anestesista?

—Periodista.

—No tenemos ningún anestesista en el pueblo, pero hay unos cuantos en Greenville.

—Ah —repuso Jeremy, sin preocuparse por corregirlo—. De todos modos, volviendo a lo de la dirección a Cedar Creek…

Tully se frotó la nariz y desvió la vista hacia la carretera. Luego volvió a mirar a Jeremy.

—Bueno, ahora no verá nada. Los fantasmas no aparecen hasta que se hace de noche, si es eso lo que busca.

—¿Cómo?

—Los fantasmas. Si no tiene a ningún pariente enterrado en ese cementerio, entonces seguramente está aquí por lo de los limusinas, ¿no?

—¿Ha oído hablar de los fantasmas?

—Pues claro. Yo mismo los he visto con mis propios ojos. Pero si quiere verlos, tendrá que ir a la Cámara de Comercio y Comprar una entrada.

—No me diga que es necesario pagar para verlos.

—Hombre, no se puede entrar así por las buenas en una casa ajena, ¿no le parece?

Jeremy necesitó unos instantes para comprender sus palabras.

—No, claro —convino finalmente—. Se refiere a la «Visita guíada por las casas históricas» y a la «Gira por el cementerio encantado», ¿verdad?

Tully miró fijamente a Jeremy, como si pensara que estaba hablando con la persona más obtusa sobre la faz de la Tierra.

—Pues claro que estoy hablando de la gira. ¿A qué otra cosa cree que me refería?

—No estoy seguro —balbuceó Jeremy—. Y ahora, si me hace el favor de indicarme cómo llegar hasta…

Tully sacudió la cabeza con obcecación.

—De acuerdo, de acuerdo —contestó, como si de repente hubiera decidido tirar la toalla. A continuación señaló hacia el pueblo—. Tiene que regresar por donde ha venido, atravesar el pueblo, luego seguir por la carretera principal hasta llegar a un cruce a unos seis kilómetros de donde se acaba la carretera principal. Gire a la derecha y continúe hasta que llegue a una bifurcación, y siga hasta llegar a casa de Wilson Tanner. Gire a la derecha, donde hay un coche abandonado, siga un poco más adelante, y ya verá el cementerio.

Jeremy asintió.

—De acuerdo.

—¿Está seguro de que me ha entendido?

—Un cruce, la casa de Wilson Tanner, un coche abandonado —repitió como un robot—. Muchas gracias por su ayuda.

—No hay de qué. Encantado de servirle. Me debe siete dólares y cuarenta y nueve céntimos por la gasolina.

—¿Acepta tarjetas de crédito?

—No. Nunca me han gustado esos cacharros. No soporto que el gobierno me controle, que sepa cada movimiento que hago. Mi vida es sólo mía y de nadie más.

—Pues eso es un problema —repuso Jeremy mientras buscaba su billetero—. He oído que el gobierno dispone de espías por todos lados.

Tully asintió como si fuera totalmente consciente de ello.

—Supongo que ustedes, los médicos, lo tienen peor. Precisamente eso me recuerda que…

Tully continuó parloteando sin parar durante los siguientes quince minutos. Jeremy aprendió bastantes cosas acerca de las inclemencias del tiempo, los ridículos edictos del gobierno, y cómo Wyatt —el propietario de la otra gasolinera del pueblo— timaría a Jeremy si a éste se le ocurría ir allí a repostar, ya que manipulaba la calibración de los surtidores de gasolina tan pronto como el camión de la compañía petrolera Unocal desaparecía de vista. Pero básicamente se dedicó a escuchar los problemas que Tully tenía con la próstata, que lo obligaba a levantarse de la cama por lo menos cinco veces cada noche para ir al baño. Le pidió la opinión a Jeremy, puesto que era médico. También se interesó por el Viagra.

Después de embutirse tabaco en la boca un par de veces más, un coche se detuvo al otro lado del surtidor de gasolina, y Tully se vio obligado a interrumpir su charla. El conductor abrió el capó, Tully echó un vistazo al interior, manoseó algunos cables, escupió a un lado y le aseguró al individuo que podía arreglarlo, pero que tendría que dejarle el coche por lo menos una semana porque en esos momentos estaba muy ocupado. Parecía como si el desconocido ya esperase esa respuesta, y un momento más tarde estaban los dos enfrascados en una charla sobre la señora Dungeness y la anécdota de una comadreja que se había colado en su cocina la noche anterior y se había comido toda la fruta del frutero.

Jeremy aprovechó la oportunidad para escabullirse. Se detuvo en el bazar para comprar un mapa y un paquete de postales con los lugares más destacados de Boone Creek, y acto seguido se dirigió hacia el cementerio por una carretera sinuosa que lo llevó hasta los confines del pueblo. Por arte de magia encontró primero el cruce y luego la bifurcación, pero lamentablemente no vio la casa de Wilson Tanner. Reculó un poco y finalmente descubrió un estrecho sendero de gravilla prácticamente oculto entre la maleza que había crecido desmesuradamente a ambos lados.

Condujo lentamente y con precaución por la superficie minada de socavones hasta que el camino empezó a despejarse. A la derecha ha vio un poste que anunciaba que se estaba acercando a la colina de Riker's Hill —un enclave famoso por haber sido escenario de uno de los combates de la guerra civil— y escasos momentos después se detuvo delante de la verja de la entrada de cementerio de Cedar Creek. Riker's Hill, la única colina en esa parte del estado, sobresalía como una majestuosa torre a su espalda. Cualquier cosa habría sobresalido en ese paraje totalmente plano, tan plano como las platijas de las que hablaban los pescadores en el programa de radio.

Rodeado por columnas de ladrillo y una herrumbrosa valla de hierro forjado, el cementerio de Cedar Creek se asentaba en un pequeño valle, dando la impresión de hundirse lentamente. Los terrenos estaban bañados por la sombra de una veintena de robles con los troncos revestidos de musgo, pero el enorme magnolio en la pequeña explanada central dominaba toda la escena. Las raíces se desplegaban por encima de la tierra, alejándose del tronco, como si de unos dedos artríticos se tratara.

A pesar de que el cementerio debió de haber sido un reducto lindado y apacible antaño, en esos momentos el aspecto que tenía era de absoluto abandono. El sendero que nacía detrás de la verja estaba anegado de lodo, con unas acanaladuras profundas originadas por el agua de la lluvia, y finalmente desaparecía debajo de una tupida alfombra de hojarasca. Los escasos tramos parcialmente cubiertos de césped parecían estar fuera de lugar. Por todos lados se podían ver ramas caídas, y el terreno ondulado le recordó a Jeremy el romper de las olas en una playa. Las malas hierbas crecían por doquier, sin ninguna clase de concierto entre las lápidas, que estaban resquebrajadas.

Tully tenía razón. No había nada que apreciar en ese lugar. Pero para ser un cementerio maldito —especialmente uno que acabaría saliendo por televisión—, era más que perfecto. Jeremy sonrió. El lugar parecía como si hubiera estado diseñado en los mismísimos estudios de Hollywood.

Salió del coche y estiró las piernas antes de ir en busca de la cámara de fotos que guardaba en el maletero. La brisa era fría, aunque sin propiciar las dentelladas árticas de la brisa de Nueva York. Aspiró profundamente y se impregnó del aroma de los pinos y de la hierba. Por encima de su cabeza unos cúmulos se desplazaban lentamente por el cielo, y un halcón solitario planeaba en círculos a lo lejos. Las laderas de Riker's Hill aparecían moteadas de pinos, y en los campos que se extendían en la base de la colina avistó un granero de tabaco abandonado y cubierto por kudzú al que le faltaba la mitad del tejado de hojalata. Se estaba derrumbando hacia un lado, y daba la impresión de que una leve ráfaga de viento sería suficiente para derribarlo al suelo sin compasión. Aparte del ruinoso edificio, no había ningún otro vestigio de civilización.

Jeremy oyó el chirrido de la verja cuando la empujó para abrirla; a continuación empezó a andar por el sendero enlodado. Contempló las lápidas que surgían a ambos lados del camino y se preguntó cómo era posible que no incluyeran ninguna inscripción, pero entonces se dio cuenta de que las inclemencias del tiempo y el paso de los años se habían encargado de borrar los grabados originales. Las pocas que llegó a vislumbrar databan de finales de 1700. Más arriba había una cripta prácticamente destruida. El techo y las paredes se habían desmoronado, y por debajo de los escombros, en medio del camino, asomaba un monumento hecho añicos. Después descubrió otras criptas derrumbadas y más monumentos caídos. Jeremy no vio ninguna prueba de vandalismo, sino de decadencia —si bien grave— natural. Tampoco parecía que hubieran enterrado a nadie en ese lugar en los últimos treinta años, lo cual explicaría por que tenía ese aspecto completamente abandonado de la mano de Dios.

Se detuvo debajo de la sombra del magnolio, preguntándole qué aspecto tendría ese lugar en una noche cerrada con una densa bruma. Probablemente pondría la piel de gallina a cualquiera, y eso debía de ser lo que provocaba que la gente imaginaba cosas insólitas. Pero ¿de dónde provenían las luces extrañas? Dedujo que los fantasmas eran simplemente el reflejo de la luz, convertida en un prisma de un mágico color azul, de las finas gotas de agua que se formaban en la niebla, aunque no vio farolas ni ninguna otra clase de iluminación en todo el recinto. Tampoco advirtió señales de algún riachuelo en Riker's Hill que pudiera ser el posible causante del efecto luminoso. Supuso que podían proceder de la luz de los focos de los automóviles, pero solo distinguió una única carretera cercana, y la gente se habría dado cuenta de esa simple conexión bastante tiempo atrás.

Tenía que conseguir un buen mapa topográfico del área, además del mapa de carreteras que acababa de comprar. Quizás en la biblioteca local podrían prestarle alguno. En cualquier caso, pasaría por la biblioteca para consultar la historia del cementerio y del pueblo. Necesitaba saber cuándo fue la primera vez que se detectaron las luces; eso podría aportarle alguna idea sobre su origen. Por supuesto, había pensado pasar un par de noches en el cementerio, si la niebla se dignaba a cooperar.

Durante un rato deambuló por el cementerio tomando fotos por aquí y por allá. No serían las que publicaría; le servirían como puntos de referencia en caso de que consiguiera fotos más antiguas del cementerio. Deseaba contrastar los cambios acaecidos a lo largo de los años, y de paso averiguar cuándo —o por qué— se habían desmoronado las criptas y los monumentos. También tomó una foto del magnolio. Sin lugar a dudas, era el ejemplar más grande que jamás había visto. Su tronco ennegrecido estaba totalmente arrugado, y dos de las ramas que colgaban desmayadamente lo habrían mantenido ocupado —a él y a mus hermanos— durante muchas horas en sus años infantiles. Si no hubieran estado rodeados de muertos, claro.

Mientras se dedicaba a revisar las fotos que había tomado con la cámara digital para asegurarse de que ya tenía suficientes, con el rabillo del ojo vio algo que se movía.

Apartó la cámara y vio a una mujer que avanzaba con paso decidido hacia él. Iba ataviada con unos pantalones vaqueros, unas botas y un jersey de color azul celeste que hacía conjunto con el enorme bolso que llevaba colgado del hombro. Su melena castaña le llegaba hasta los hombros, y su piel, de un ligero color aceitunado, hacía innecesario el uso de maquillaje; pero fue el color de sus ojos lo que lo cautivó: desde la distancia parecían casi violetas. Fuera quien fuese esa muchacha, había aparcado el coche justo detrás del suyo.

Por un momento imaginó que se acercaba para pedirle que se marchara de ese lugar. Quizá habían declarado ruinoso el cementerio y ahora no se podía entrar en esos terrenos por temor a que alguien resultara herido. Aunque a lo mejor su visita se debía a una simple coincidencia. Ella continuó caminando hacia él.

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