Fuera de la ley (78 page)

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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Asustada, me toqué con la lengua la cicatriz del interior del labio y rememoré el instante en el que un desconocido me arrinconaba contra la pared. Inmediatamente después, recordé el olor a incienso vampírico, y el doloroso deseo de ser mordida, de sentir sus dientes dentro de mí, y el miedo a no conseguir resistirme. No era el recuerdo de Ivy, sino del asesino de Kisten. Pero no había nada que me permitiera identificarlo, solo el terror a ser obligada a algo que no quería hacer.

El corazón me latía con fuerza y, cuando levanté la vista, descubrí que Ivy se encontraba en el otro extremo del santuario, con los ojos negros, intentando resistirse «1 deseo que mi miedo había despertado en ella.

—Lo siento —susurré conteniendo la respiración para ralentizar el pulso. Al verla así, me pregunté cómo íbamos a lograr vivir en la misma iglesia sin despertar mutuamente nuestros instintos. Llevábamos un año intentándolo, y no solo no ayudaba, sino que había empeorado las cosas.

Ivy cogió los restos del pastel de encima del piano y, moviéndose con una rapidez vampírica, pasó junto a mí y se adentró en el pasillo.

—No pasa nada.

Entonces me quedé escuchando mi respiración y conté hasta diez. Lentamente, agarré el cuenco de gominolas del juego que había organizado mi madre para la fiesta y la seguí. Encontré a Ivy apoyada sobre el fregadero, con una ligera expresión de resentimiento, mientras el pastel reposaba sobre la encimera.

—Rachel, tienes que dejar de comerte la cabeza o lo echarás todo a perder —dijo su voz de seda gris con la lluvia de fondo—. La cuestión no es si pode­mos hacerlo, sino si podremos vivir con la idea de no haberlo intentado. —A continuación alzó los ojos, que habían adquirido un estable tono marrón, pero que mostraban un atisbo de dolor—. No tienes que disculparte cada vez que sientes que, accidentalmente, has hecho algo inapropiado. Da la sensación de que te sintieras culpable, y no tienes por qué. Simplemente eres tú misma. Déjame que cargue con mi parte de responsabilidad. Solo tienes que darme tiempo para recuperarme, ¿de acuerdo? Y quizá podrías volver a ponerte perfume.

Yo parpadeé, sorprendida de que estuviera hablando conmigo en vez de rehuirme.

—¡Oh, sí! Claro. Ummm, lo siento.

Ella soltó un bufido y agarró el papel de aluminio para empezar a envolver el pastel, dando a entender que era mejor dejarlo. Mientras nos poníamos a recoger la cocina en silencio, tuve la sensación de que todo había cambiado. Habíamos dejado de andar con pies de plomo, y nos comportábamos casi como si hubiéramos reco­brado la serenidad, conscientes de que nunca sucedería nada entre nosotras y que podíamos concentrarnos en llevarnos bien. No obstante, cuando las cosas empezaban a relajarse, era cuando nuestra relación se volvía más complicada. Suspirando, me giré hacia el batir de las alas de pixie que provenía del pasillo.

—¡Eh! Creo que Al te está esperando —dijo Jenks colocándose entre noso­tras y, por un instante, el miedo se apoderó de mí. Ivy inspiró lentamente, sus pupilas ligeramente dilatadas se encontraron con las mías.

—No puedo verlo pero, en esa línea luminosa, la temperatura ha bajado unos tres grados de golpe —añadió el pixie. Luego vaciló, y su expresión se volvió recelosa cuando se dio cuenta de que nos encontrábamos a más de dos metros de distancia—. ¿Interrumpo algo? —preguntó.

—No —respondí con rotundidad. ¿
Qué demonios le habrá traído hasta aquí
?
Pensaba que tenía la noche libre
—. ¿Sigue lloviendo?

Comportándose como el entrometido que era, Jenks rodeó a Ivy.

—¿Estás segura? —insistió, riendo—. Porque da la impresión de que…

—He dicho que no —insistí dirigiéndome a la puerta trasera, sintiendo que la inseguridad se apoderaba de mí. ¿
Quién iba a pensar que me iría a siempre jamás de buena gana
?—. Ivy y yo estábamos considerando la posibilidad de que hablara con Ford. Para ver si recuerdo alguna otra cosa.

La vampiresa se encontraba justo detrás de mí con el señor Pez. Entonces abrí la puerta y descubrí que la lluvia se había convertido en una tenue neblina. Luego miré a mi beta y después a ella.

—¿Ivy?

—Deberías llevarte al pez —dijo tendiéndomelo con la mirada caída—. Úsalo como si fuera un canario. Si él puede soportar la toxicidad de siempre jamás, tú también podrás.

Consciente de que era mucho más sencillo aceptar que ponerme a discutir, lo cogí. Entonces estornudé y tuve que agarrar la pecera con fuerza para no volcarla.

—¡Ya voy! —grité sabiendo que Al me estaba metiendo prisa. ¡Como si el tiempo no fuera ya suficiente para incitarme!

Seguidamente hice un gesto con el dedo hacia el jardín aparentemente va­cío, y Jenks se me pegó a la oreja. No podía ver a Al, a menos que utilizara mi segunda visión, pero lo más probable es que él sí que me viera a mí.

—Entonces, ¿quieres que te pida cita con Ford? —preguntó Jenks dubitativo.

¡
Ah, sí
!, pensé guiñando lo ojos mientras consideraba la idea. Quería saber quién había matado a Kisten e intentado someterme, pero me daba un miedo atroz. Leyendo en la húmeda noche que el dolor todavía era muy reciente, Ivy sacudió la cabeza.

—Primero, déjame ver lo que puedo averiguar. Alguien tiene que saber algo.

En aquel momento, al miedo que sentía por mí misma se unió el que sentía por ella.

—No. Puedo hacerlo —dije—. Quienquiera que lo hiciera, se trata de un no muerto, y resulta mucho más seguro que yo pase dos horas en el diván de Ford que tú tengas que involucrarte en sus sucios asuntos.

El perfecto rostro de Ivy se contrajo a modo de protesta, pero antes de que pudiera decir nada, volví a estornudar. ¡
Maldita sea
! ¡
Ya voy
!

Desde el hombro de Ivy, Jenks rezongó.

—¡Como si Ivy tuviera algún problema en curiosear un poco por los bajos fondos! No nos pasará nada. Kisten no me tenía a mí para guardarle las espaldas.

Ambos me miraban con determinación, y yo solté un suspiro.

—De acuerdo —accedí, y estornudé de nuevo—. Tengo que irme.

Cabrón impaciente. Aquello era tan odioso como tener esperando a tu chico fuera de casa sin parar de sonar el claxon.

Entonces agarré con fuerza al señor Pez y empecé a bajar las escaleras. El olor del marchito jardín era muy fuerte, y mis tobillos empezaron a mojarse. Tras de mí, oí que Jenks le preguntaba algo a Ivy.

—Ya te lo explicaré luego —le susurró ella.

—¡Chicos! —grité por encima del hombro—. ¡Siento dejaros con todo este lío!

Dios, me sentía como si me fuera de campamento.

—¡No te preocupes!

Delante de mí se encontraba la línea luminosa y, conforme me acercaba, ac­tivé mi segunda visión. Como sospechaba, Al estaba justo encima, moviéndose nerviosamente con los faldones de la chaqueta al viento. La lluvia no lo tocaba, y cuando me detuve tímidamente para echar un último vistazo a la iglesia, me miró con expresión interrogante. No era el miedo lo que hizo que me diera la vuelta, sino la satisfacción.

El templo estaba cubierto por una neblina rojiza por el efecto del solapamiento con siempre jamás, pero como todavía no había pisado la línea, todavía podía ver a Ivy y a Jenks en el escalón más alto, protegiéndose de la lluvia. Ivy tenía un brazo apoyado en su cintura, aunque, cuando me vio mirarla, lo dejó caer. No estaba dispuesta a agitar la mano para despedirse, pero sabía que, en el fondo, sentía verme marchar, y que tanto ella como Jenks, estarían muy preocupados mientras estuviera fuera. Jenks, apoyado en su hombro, despedía unas chispas plateadas y supuse que, probablemente, estaría contándole alguno de sus chistes verdes. Habían encontrado el modo de darse fuerza el uno al otro, y yo volvería muy pronto.

Yo me despedí con la mano, me coloqué un mechón de pelo detrás de la oreja y me giré hacia Al con decisión. El demonio aguardaba con impaciencia, y me hizo un desagradable gesto, como si me estuviera preguntando dónde estaba el problema. Sin embargo, a pesar de que me dirigía a siempre jamás, ya no tenía miedo.

Ya no le debía ningún favor a Newt, y estaba convencida de que me dejaría en paz a no ser que yo fuera a por ella. Y eso no iba a suceder jamás. Había hecho un pacto infernal con un demonio pero, a cambio, había obtenido una jugosa recompensa: la seguridad de los que amaba, y la mía propia. Con ayuda de Jenks, había conseguido robar algo que había permanecido inaccesible durante toda la historia de siempre jamás, y había sobrevivido al desenlace. Había salvado al imbécil de Trent y, con un poco de suerte, también saldría con vida de aquello. El bebé de Ceri y, por extensión, todos los elfos, saldrían adelante. Sin duda, lo mejor de todo era lo que estaba dejando atrás, segura de que iba a volver.

Tenía mi iglesia y tenía a mis amigos. Tenía una madre que me amaba, y una especie de padre que, a pesar de ser un coñazo, le iba a devolver la felicidad. Con todo eso, ¿qué importancia tenía que mis hijos, si alguna vez los tenía, fueran demonios? Quizá mi madre tenía razón. Tal vez había alguien ahí fuera capaz de comprender que, si lo poníamos en una balanza, las ventajas superaban a los inconvenientes. Y, ¿quién sabe?, para cuando encontrara a alguien así, qui­zá habría mejorado tanto mis capacidades que ni siquiera Newt se atrevería a ponernos un dedo encima.

Por primera vez en mucho tiempo, sabía quién era y adonde iba. Y en aquel preciso instante, me dirigía… Me dirigía, felizmente, hacia siempre jamás.

KIM HARRISON, nació y creció en el Medio Oeste de Estados Unido. Después de licenciarse en Ciencias, se mudó a Carolina del Sur, donde vive desde entonces. Ha sido galardonada con premios como el PEARL y el Romantic Times, y figura de manera habitual en la lista de superventas de
The New York Times
.

Sus relatos han sido publicados junto con los de algunas de las mejores del género: Meg Cabot y Stephenie Meyer.

Sus novelas incluyen
Bruja mala nunca muere
,
El bueno, el feo y la bruja
,
Antes bruja que muerta
,
Por un puñado de hechizos
,
Por unos demonios más
y
Fuera de la ley
, además de otros cuatro títulos, que también han alcanzado el número 1 en ventas en EE. UU.

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