Fuera de la ley (73 page)

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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

—No. Te daré una noche libre a la semana. El resto del tiempo lo pasarás conmigo.

Entonces pensé en Trent. Podía largarme de allí en ese mismo momento, pero no podría convivir con el sentimiento de culpa.

—Te concederé un periodo de veinticuatro horas a la semana. Un día con su noche correspondiente. Lo tomas o lo dejas.
Maldita sea, Trent. Me debes un gran favor
.

—Dos —objetó, y yo reprimí un escalofrío. Lo tenía entre la espada y la pared, tras haberle ofrecido su libertad y el estatus que le otorgaría tener un discípulo. Aun así, podía negarse, y ambos nos quedaríamos con las manos vacías. Además, todavía esperaba conseguir algo más de él antes de que ce­rráramos el trato.

—Una —respondí ciñéndome a mi primera oferta—, y quiero que me enseñes a saltar las líneas inmediatamente. No voy a permitir que me dejes tirada sin posibilidad de volver a casa.

Un atisbo de curiosidad asomó a sus ojos. No se trataba de lujuria, ni tampoco de satisfacción ante las perspectivas, pero no conseguía adivinar a qué obedecía.

—De acuerdo, pero pasaremos el tiempo como yo lo estime convenien­te —dijo. A continuación me dirigió una mirada lasciva que borró por completo la emoción profunda que había visto en él—. Como me venga en gana —añadió pasándose la lengua por sus rojizos labios.

—Nada de sexo —le dije mientras el corazón me latía con fuerza—. Si estás pensando en acostarte conmigo, olvídalo. —Había llegado el momento de sol­tarlo. Ahora o nunca—. Y quiero que me retires tu marca —le espeté—. Gratis. Considéralo una especie de prima por la firma del contrato.

En ese momento sus labios se separaron y se rio durante un buen rato, hasta que se dio cuenta de que estaba hablando en serio.

—Si lo hiciera, solo te quedaría la marca de Newt —respondió divertido—. Si quisiera reclamarte, tendría prioridad sobre mí. Siempre jamás no resulta un lugar muy recomendable cuando uno se encuentra en una situación de… vulnerabilidad.

De acuerdo. En eso tiene razón. Tendré que recular un poco.

—Entonces, tendrás que comprarle mi marca —dije, temblando por dentro—, y luego quitármela. Si quieres que sea tu discípula, necesito ciertas garantías.

Su rostro se ensombreció y durante un rato se quedó pensativo. Entonces me asusté de veras al descubrir que su semblante adoptaba una diabólica ex­presión de placer.

—Solo si me devuelves mi nombre… Madame Algaliarept. Si lo haces, acepto el trato.

Al oírle pronunciar los términos del pacto sentí un estremecimiento, pero esta vez no me importó que lo viera. Su sonrisa se volvió aún más amplia, no obstante, considerando que no tendría que negociar con Newt nunca más, ni arriesgarme a que me invocaran en el círculo de Al, no era un mal acuerdo. Para ninguno de los dos.

—No recuperarás tu nombre hasta que no haya desaparecido la marca de Newt —repliqué.

Él me miró y después se giró hacia la claridad del horizonte mientras los cristales ahumados de sus gafas se volvían aún más oscuros.

—Está a punto de salir el sol —susurró distante, y yo contuve la respiración sin saber si estaba de acuerdo o no.

—Entonces, ¿vamos a hacerlo? —pregunté. En el otro extremo del parque había un hombre haciendo
footing
, y su perro no paraba de ladrarnos.

—Una pregunta más —dijo concentrándose de nuevo en mí—. Quiero que me cuentes cómo te sentiste cuando estuviste encerrada en una burbuja como un demonio.

El recuerdo hizo que se me crispara el rostro.

—Fue odioso —dije, y a él se le escapó un pequeño murmullo que le surgió de lo más profundo, de algún lugar que solo él conocía, y donde albergaba sus pensamientos—. Me pareció degradante y que un gusano como Tom tuviera el control sobre mí consiguió sacarme de quicio. Deseaba… aterrorizarlo de tal manera que no volviera a hacerlo nunca más.

La expresión de Al cambió cuando me di cuenta de lo que acababa de decir y me llevé una mano al pecho. ¡Maldita sea! Lo comprendía. No me lo había preguntado porque no supiera cómo me había sentido, sino para que me diera cuenta de que éramos iguales. ¡
Por favor, Dios mío
! ¡
Ayúdame
!

—No vuelvas a hacérmelo —dijo—. Nunca más.

El estómago se me encogió. Me estaba pidiendo que confiara en él fuera de un círculo, y era la cosa más terrorífica que había tenido que hacer en toda mi vida.

—De acuerdo —susurré—. Como quieras.

Al se quedó mirando la burbuja de siempre jamás que tenía sobre la cabeza, y se arrancó la cinta de los puños.

—Ven aquí.

En ese preciso instante, la luz rebosó desde detrás del borde de tierra que rodeaba Cincinnati. El círculo que había dibujado en el suelo seguía allí, pero Al no. Temblando, bajé la barrera de siempre jamás y enfoqué con mi segunda visión. Luego tomé aire y, tras ponerme de pie en la línea, lo encontré justo allí, donde lo había dejado, sonriéndome con la mano extendida. A su alrededor, o mejor dicho, a nuestro alrededor, se encontraba la ciudad derruida, con pedazos de pavimento salpicados por la maleza que sobresalían de la tierra formando extraños ángulos. No había ni rastro de los puentes o de los estanques. Tan solo hierba seca y una neblina rojiza. Mientras el viento arenoso me golpeaba el rostro, preferí no mirar tras de mí, en dirección a los Hollows.

Estaba de pie sobre una línea, en equilibrio entre la realidad y siempre jamás. Podía ir en cualquier dirección. Todavía no era suya.

—Un día a la semana —dije con las piernas temblorosas.

—Te daré la marca de Newt a condición de que me devuelvas mi nombre —dijo Al agitando los dedos como si necesitara que los cogiera para cerrar el trato. Yo alargué la mano y, en el último momento, el guante de Al se esfumó y me encontré a mí misma agarrando su mano. Reprimí el impulso de retirarla, sintiendo las duras callosidades y el calor. Ya no había vuelta atrás. A partir de ese momento solo tendría que afrontar las sorpresas conforme se presentaran.

—¡Rachel! —se oyó gritar junto con el ruido de la puerta de un coche al cerrarse—. ¡Dios! ¡No!

Era la voz de mi madre, y sin soltar la mano de Al, me giré, incapaz de ver nada.

Al tiró de mí hacia sí y, aturdida, sentí que me rodeaba la cintura con el brazo con actitud posesiva.

—Demasiado tarde —susurró removiéndome los mechones de pelo por encima de las orejas, y saltamos.

33.

El salto a través de la línea me golpeó como un cubo de agua helada. En un primer momento sentí como si hubiera recibido una incómoda bofetada y, acto seguido, el impacto se transformó en la sensación de encontrarte calada hasta los huesos, chorreando, y en un lugar en el que no quieres estar. Me sentía como si me hubiera hecho añicos, evidentemente, por culpa del impacto, y a continuación mis pensamientos se comprimieron formando una bola que rodeó mi alma para mantenerla unida, esa era la parte húmeda y deprimente. El hecho de que fuera yo, y no Al, la que mantuviera unida mi alma, fue una sorpresa para ambos.

Bien
, sentí el pensamiento rencoroso, casi preocupado de Al, que ondulaba la superficie de la burbuja protectora que, de algún modo, había construido alrededor de mi psique. Y entonces sentí que recuperaba mi forma.

Una vez más sentí el cubo de agua helada que golpeaba mis pensamientos cuando Al tiró de mí para sacarme de la línea. Intenté ver cómo lo hacía, pero no saqué nada en claro. Aunque, al menos, había conseguido evitar que mis pensamientos se desplegaran por todo el continente a través del entramado de líneas luminosas, la sustancia elástica que, si Jenks estaba en lo cierto, evitaba que siempre jamás se desvaneciera.

En el momento en que mis pulmones terminaron de formarse, solté un grito ahogado. Mareada, caí al suelo, apoyando las manos y las rodillas.

—¡Au! —exclamé mientras echaba un vistazo a la sucia baldosa blanca. Entonces alcé la cabeza al escuchar un sonido martilleante. Nos encontrábamos en una amplia sala llena de hombres trajeados, algunos de pie y otros sentados en sillas de color naranja, esperando.

—Levántate —gruñó Al tirando de mí con fuerza.

Yo me puse en pie sintiendo que los brazos y las piernas me flojeaban hasta que logré mantener el equilibrio. Estupefacta, me quedé mirando a aquella gente airada, vestida de los estilos más variopintos. Al me obligó a ponerme en marcha y me quedé boquiabierta cuando me di cuenta de que habíamos apa­recido justo encima de lo que parecía el emblema de la AFI. ¡Maldita sea! ¡Si incluso se parecía a la recepción de la Agencia Federal del Inframundo! Excepto por los demonios, claro está.

Sintiéndome irreal y fuera de lugar, me giré hacia donde debería haberse encontrado la puerta de salida, pero descubrí solo una pared blanca y más demonios esperando.

—¿Estamos en la AFI? —farfullé.

—Se trata de una especie de broma. Por lo visto, a alguien le pareció gra­cioso —respondió Al con voz tensa y un acento impecable—. Será mejor que te quites de ahí encima, a menos que quieras llevarte un codazo en la oreja.

—¡Dios! ¡Qué peste! —exclamé echándome la mano a la nariz mientras tiraba de mí para que subiera a un amplio escalón.

Al comenzó a andar a grandes zancadas y con la cabeza bien alta.

—Es el hedor de la burocracia, mi querida bruja piruja, y la razón por la que elegí dedicarme a los recursos humanos cuando todavía era un mocoso.

Habíamos llegado a un grupo de imponentes puertas de madera. Junto a ellas había dos hombres uniformados (demonios, a juzgar por sus ojos), con expresión aburrida y pinta de idiotas. Probablemente también en siempre jamás tenían idiotas, como en todas partes. Detrás de nosotros escuché un creciente murmullo de fastidio que me recordó a cuando intenté colar trece artículos en una línea que solo permitía doce.

—¿Número? —preguntó el que parecía más espabilado de los dos, y Al se acercó a la puerta.

—¡Eh! —exclamó el otro, despertándose de repente—. Se supone que de­berías estar en la cárcel.

Al le dedicó una sonrisa forzada mientras su mano, cubierta por el guante blanco, agarraba con fuerza la manivela de madera, que había sido cuidadosamente tallada para darle la forma de un cuerpo desnudo y retorcido de mujer.
Genial
.

—Y a tu madre le hubiera gustado que hubieras nacido con un cerebro —res­pondió abriendo la puerta de golpe y golpeándole con fuerza en toda la cara.

Al ver el revuelo que se estaba organizando, intenté recular, pero Al me agarró del brazo y echó a andar con decisión, con la barbilla bien alta, dando grandes zancadas con sus zapatos de hebilla, y ondeando los faldones de terciopelo.

—¡Vaya! ¡Tú sí que sabes cómo tratar a los funcionarios! —dije medio jadeando, mientras intentaba seguirle el ritmo. No tenía ninguna intención de entretenerme. Yo misma había irrumpido más de una vez en diferentes despa­chos, y había que moverse deprisa para dejar atrás a los idiotas que adoraban los trámites burocráticos y encontrar a alguien lo suficientemente inteligente como para apreciar a las personas que tenían el valor de colarse. Alguien que deseara con todas sus fuerzas una distracción y la oportunidad de dejar las cosas para otro momento. Alguien como… En ese momento eché un vistazo a la placa de la puerta delante de la que se había detenido Al. Alguien como Dallkarackint. ¡Caray! ¿Por qué los demonios siempre tenían nombres tan raros?

Un momento. Dalí, Dallkarackint
… ¿
No es ese el tipo delante del que Al quería arrojar mi cadáver
?

Al abrió la puerta, me empujó al interior, y la cerró de una coz para aislar­nos de la barahúnda que se había formado en el pasillo. De pronto sentí un pellizco de inquietud en mi conciencia y me pregunté si habría echado la llave. La idea se volvió aún más plausible cuando me di cuenta de que los golpes en la puerta se prolongaban, en lugar de dar paso a un horrible y enorme demonio con la nariz rota.

Con los ojos entrecerrados intenté recobrar el equilibrio sobre la… ¿
arena
? Estupefacta, levanté la vista mientras lo que debía de ser la imitación de una brisa que olía a algas marinas y a ámbar quemado agitaba mis cabellos. Me encontraba sobre la arena abrasadora y bajo la ardiente luz del sol. La puerta se había transformado en una pequeña caseta de playa y una pasarela de madera cruzaba de derecha a izquierda en dirección a un horizonte bañado de olas, y en las aguas cristalinas se adentraba un muelle de madera cubierto por un dosel. Al fondo había una larga plataforma sobre la cual había un hombre sentado detrás de un escritorio. Evidentemente, se trataba de un demonio, pero tenía el aspecto de un atractivo director ejecutivo rondando los cincuenta que, en vez de llevarse el portátil de vacaciones, había optado por coger la mesa de su despacho. Delante de él, sobre una tumbona erguida, había una mujer vestida con un sari color violeta. La luz del sol, que penetraba en diagonal por debajo del dosel que cubría de sombra la mesa, se reflejaba en el espejo adivinatorio que tenía en el regazo. ¿Su familiar, quizá?

—¡Uau! —exclamé incapaz de abarcarlo todo con la vista—. Esto no es real, ¿verdad?

Al se pasó la mano por encima del terciopelo para retirar las arrugas y me subió a la pasarela de un tirón.

—No —respondió mientras comenzábamos a caminar ruidosamente por los tablones de madera—. Hoy es viernes, y los empleados tienen permiso para vestirse con ropa informal.

¡
Dios mío
! ¡
El sol que se introduce bajo el toldo incluso calienta
!, pensé con­forme llegábamos al muelle y empezábamos a caminar por él. Supuse que, si eras un demonio y poseías un poder ilimitado, era normal crear la ilusión de estar en las Bahamas mientras trabajabas en la oficina. Al volvió a tirar de mí cuando me detuve a mirar el agua para ver si había peces, y yo solté un grito cuando sentí un potente resplandor cayendo en cascada sobre mí.

—Por allí —me tranquilizó Al, y yo le di un empujón para que me quitara las manos de encima—. ¡Por cierto! ¿No podías haberte puesto algo un poco más decente? Cuando uno se presenta ante el tribunal, debe vestirse adecuadamente.

El pulso se me aceleró cuando me di cuenta de que llevaba la ropa de cuero que solía ponerme para trabajar, las botas que utilizaba para patear algún que otro culo y el pelo recogido con un elástico. No obstante, el pañuelo violeta que llevaba en la cintura era nuevo.

—Si estás intentando hacerte el simpático conmigo, tal vez no sea el mejor modo —dije a Al cuando el tipo de detrás del escritorio se reclinó sobre su silla con expresión de fastidio al vernos, y la mujer retiró la mano del espejo.

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