Fundación y Tierra (56 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

—Es una práctica, Un excecisio. ¿Se dice así?

—No del todo. Ejercicio.

—Sí, Jemby decía siempre que yo debía adiestrar mis…, mis…

—¿Lóbulos transductores?

—Sí, Y fortalecerlos. Así, cuando sea mayor, daré energía a todos los robots. Incluso a Jemby.

—Fallom, ¿quién daba energía a todos los robots, si no lo hacías tú?

—Bander —respondió ella con toda naturalidad.

—¿Conocías a Bander?

—Claro. Lo vi muchas veces. Yo había de ser el próximo jefe de la finca. La finca Bander se convertiría en la finca Fallom. Así me lo dijo Jemby.

—¿Quieres decir que Bander iba a tu…?

La impresión hizo que la boca de Fallom se abriese en una O perfecta. Luego, habló con voz entrecortada:

—Bander nunca venía a…, —La criatura se quedó sin aliento y jadeó un poco. Después dijo—: Yo veía la imagen de Bander.

—¿Cómo te trataba Bander? —preguntó Bliss con una cierta vacilación.

Fallom la miró, ligeramente confusa.

—Bander me preguntaba si necesitaba algo, si estaba cómoda. Pero Jemby permanecía cerca de mí a todas horas, de modo que nunca necesitaba nada y siempre me sentía cómoda.

Agachó la cabeza y miró el suelo fijamente, Después, se tapó los ojos, con las manos.

—Pero Jemby se quedó parado, Creo que fue porque Bander… se paró también.

—¿Por qué dices eso? —preguntó Bliss.

—He estado pensando en ello, Bander daba energía a todos los robots, Si Jemby se paró, y con él todos los demás, debió ser porque Bander se detuvo. ¿No es así?

Bliss no respondió.

—Pero cuando me llevéis de nuevo a Salaria —prosiguió Fallom—, yo daré energía a Jemby y a todos los demás robots, y volveré a ser feliz.

Estaba sollozando.

—¿No eres feliz con nosotros, Fallom? ¿Al menos un poco? ¿Alguna vez?

Fallom levantó la cara surcada de lágrimas y le tembló la voz cuando sacudió la cabeza y respondió:

—Quiero a Jemby.

Bliss, angustiada y compasiva, abrazó a la criatura.

—¡Oh, Fallom, cuánto me gustaría que pudieses reunirte de nuevo con Jemby!

De pronto, se dio cuenta de que también ella estaba llorando.

Pelorat entró y, al encontrarlas en aquella actitud, se detuvo en seco.

—¿Qué sucede?

Bliss se desprendió del abrazo de Fallom y buscó un pañolito para enjugarse los ojos. Después, movió la cabeza.

—Pero, ¿qué sucede? —repitió Pelorat con expresión preocupada.

—Descansa un poco, Fallom —dijo Bliss—. Ya pensaré algo para que te sientas mejor. Recuerda que… te quiero tanto como Jemby.

Agarró a Pelorat de un codo y lo arrastró consigo al cuarto de estar mientras decía:

—No es nada, Pel. Nada.

—Se trata de Fallom, ¿verdad? Todavía añora a Jemby.

—Terriblemente. Y nada podemos hacer para remediarlo. Yo puedo decirle que la quiero…, y es verdad. ¿Cómo se puede dejar de querer a una criatura tan inteligente y amable? Porque es terriblemente inteligente. Trevize piensa que demasiado. Ella vio a Bander, ¿sabes?, o mejor dicho, vio su imagen ológrafa. Sin embargo, su recuerdo no la conmueve; es muy fría a ese respecto, y yo comprendo la razón. Lo único que les unía era el hecho de que Bander fuese el dueño de la finca y Fallom le sucedería. No había ninguna otra relación.

—¿Comprende Fallom que Bander era su padre?

—Su madre. Si hemos convenido en que Fallom debe ser considerada femenina, también debe serlo Bander.

—Sea como fuere, querida Bliss, ¿es Fallom consciente de esa relación de parentesco?

—No sé si comprendería lo que significa. Desde luego, puede que lo sepa, pero no me lo ha dado a entender. Sin embargo, Pel, ha deducido mediante la lógica que Bander murió, pues comprendió que la desactivación de Jemby debía ser el resultado de la pérdida de energía, y como Bander era quien la suministraba… Eso me espanta.

—¿Por qué, Bliss? —dijo pensativamente Pelorat—. A fin de cuentas, no es más que una inferencia lógica.

—Pero puede sacar otra deducción lógica de aquella muerte. Con unos moradores tan aislados y longevos, las muertes deben ser pocas y muy distantes las unas de las otras en Solaria. La experiencia de la muerte natural tiene que ser muy limitada para cualquiera de ellos y quizá nula para los niños solarianos de la edad de Fallom. Si ésta sigue pensando en el final de Bander, empezará a preguntarse por qué murió, y el hecho de que su muerte se produjera cuando había unos forasteros en el planeta, esto la llevará a establecer la obvia relación de causa y efecto.

—¿Que nosotros matamos a Bander?

—Nosotros no fuimos quienes lo matamos, Pel. Fui yo.

—Ella no podría adivinarlo.

—Pero yo tendría que decírselo. Está resentida contra Trevize, y éste es claramente el jefe de la expedición. Ella daría por descontado que él es el responsable de la muerte de Bander, ¿y cómo iba yo a permitir que Trevize fuese culpado injustamente?

—¿Y qué importancia tendría, Bliss? La niña no siente nada por su pa…, por su madre. Sólo por Jemby, su robot.

—Pero la muerte de la madre significó también la de su robot. A punto estuve de reconocer mi responsabilidad. Sentí la fuerte tentación de hacerlo.

—¿Por qué?

—Quería explicárselo a mi manera. Para conseguir apaciguarla, anticipándome a que ella descubriese el hecho mediante un proceso lógico que la llevaría a la conclusión de que aquella acción no estuvo justificada.

—Pero lo estuvo. Fue en defensa propia. Si tú no hubieses actuado, todos habríamos muerto casi instantáneamente.

—Esto es lo que yo le habría dicho, pero no tuve valor para explicárselo. Temí que no me creyese.

Pelorat sacudió la cabeza.

—¿Crees que habría sido mejor que no la hubiésemos traído con nosotros? —preguntó suspirando—. Esta situación hace que te sientas desgraciada.

—No —dijo Bliss irritada—, no digas eso. Habría sido muchísimo más desgraciada si hubiese tenido que recordar ahora que habíamos permitido que una criatura inocente fuese despiadadamente asesinada a causa de lo que nosotros habíamos hecho.

—El mundo de Fallom es así.

—Bueno, Pel, no caigas en la manera de pensar de Trevize. Los Aislados son capaces de aceptar estas cosas y no pensar más en ellas. En cambio, el objetivo de Gaia es salvar vidas, no destruirlas…, ni permanecer impávida mientras otros lo hacen. Todos sabemos que toda vida debe tener un fin, para que otra vida pueda perdurar, pero nunca de una manera inútil, jamás sin una finalidad. La muerte de Bander, aunque inevitable, es una carga muy dura de soportar; la de Fallom habría sido totalmente insoportable.

—Bueno —dijo Pelorat—, supongo que tienes razón. Y en todo caso, no he venido a verte por el problema de Fallom. Se trata de Trevize.

—¿Qué le ocurre?

—Me siento preocupado por él, Bliss. Está esperando determinar cómo es la Tierra realmente, y dudo mucho que pueda aguantar esa tensión.

—Yo no temo por él. Supongo que posee una mente firme y estable.

—Todos tenemos un límite. Escucha: el planeta Tierra es más cálido de lo que él esperaba; así me lo dijo. Supongo que piensa que no puede haber vida con tanto calor, aunque trata de convencerse de lo contrario.

—Tal vez tiene razón. Quizá la Tierra no es demasiado cálida para que pueda haber vida en ella.

—También confiesa que es posible que el calor se deba a una corteza radiactiva, pero también se niega a creerlo. Dentro de un día o dos estaremos lo bastante cerca para que sepamos, de manera indiscutible, lo que hay de verdad en todo el asunto. ¿Y qué pasará si la Tierra es radiactiva?

—Tendremos que aceptarlo como un hecho.

—Pero…, no sé cómo decirlo, cómo expresarlo en términos mentales. ¿Qué pasará si su mente…? —Se interrumpió torciendo el gesto.

Bliss esperaba. Después acabó el pensamiento de Pelorat.

—¿Si su mente se desbarata?

—Sí. Podría ocurrirle. ¿Y no deberías hacer algo para fortalecerle? ¿Para mantenerle sereno y bajo control, por decirlo así?

—No, Pel. No puedo creer que sea tan frágil; además, existe una firme decisión gaiana de no intervenir en su mente.

—Pero ahí está la cuestión precisamente. Él tiene ese poco corriente «acierto», o como quieras llamarlo. La impresión causada por el fracaso de su proyecto en el momento en que parece que va a realizarlo tal vez no destruya su cerebro, pero sí su «don de acertar». Es un don extraordinario. ¿No puede ser, al mismo tiempo, extraordinariamente frágil?

Bliss reflexionó durante un momento. Después, se encogió de hombros.

—Bueno, quizá sea mejor que no lo pierda de vista.

Durante las treinta y seis horas siguientes, Trevize se dio cuenta vagamente de que Bliss, y Pelorat con menos insistencia, tendían a seguirle los pasos. Sin embargo, aquello no resultaba extraño en una nave tan reducida como la suya; además, tenía otras cosas en las que pensar.

Ahora, sentado ante el ordenador, advirtió que ellos estaban en la puerta. Los miró, con expresión vacía.

—¿Y bien? —preguntó, sin levantar la voz.

Pelorat respondió, bastante torpemente:

—¿Cómo estás, Golan?

—Pregúntaselo a Bliss —dijo Trevize—. Me ha estado mirando durante horas. Debe de estar escrutando mi mente. ¿No es cierto, Bliss?

—No, no lo es —respondió ella serenamente—, pero si crees que puedes necesitarme, trataré de prestarte ayuda.

—No. ¿Por qué habría de necesitarla? Y ahora, dejadme en paz. Los dos.

—Por favor, dinos lo que pasa —pidió Pelorat.

—¡Adivínalo!

—Se trata de la Tierra…

—Sí. Lo que todos se empeñaban en decirnos era la pura verdad. Trevize señaló la pantalla, donde la Tierra presentaba su lado oscuro y estaba eclipsando el sol. Era un círculo compacto y negro contra el cielo estrellado, con su circunferencia marcada por una quebrada curva anaranjada.

—Ese color anaranjado, ¿es el de la radiactividad? —preguntó Pelorat.

—No. Sólo es la luz del sol refractada a través de la atmósfera. Si la atmósfera no fuese tan nubosa, verías un círculo compacto de color naranja. No podemos ver la radiactividad. Las diversas radiaciones, incluso los rayos gamma, son absorbidas por la atmósfera. Sin embargo, producen radiaciones secundarias, relativamente débiles, pero que el ordenador puede detectar. Son invisibles a simple vista, pero el ordenador puede producir un fotón de luz visible por cada partícula u onda de radiación que recibe y dar a la Tierra un falso color. Mira.

Y el círculo negro adquirió un débil y borroso tono azul.

—¿Cuánta radiactividad hay allí? —preguntó Bliss en voz baja—. ¿La suficiente para que no pueda existir vida humana?

—Ni de ninguna otra clase —dijo Trevize —El planeta es inhabitable. La última bacteria, el último virus, desaparecieron hace tiempo.

—¿Podemos explorarlo? —preguntó Pelorat—. Con trajes espaciales quiero decir.

—Durante unas pocas horas antes de que caigamos irremediablemente enfermos a causa de la radiación.

—Entonces, ¿qué vamos a hacer, Golan?

—¿Hacer? —Trevize miró a Pelorat con la misma cara inexpresiva—. ¿Sabes lo que me gustaría hacer? Llevaros a ti y a Bliss…, y a la chiquilla, a Gaia, y dejaros allí para siempre. Después, volvería a Términus a devolver la nave. Luego, me gustaría dimitir del Consejo, lo cual haría muy dichosa a la alcaldesa Branno. Una vez hecho todo eso, me gustaría vivir de mi pensión y dejar que Galaxia se apañase. Me tendrían sin cuidado el «Plan Seldon», la Fundación, la Segunda Fundación y Gaia. Que elija Galaxia su camino. Durará mientras yo viva, y lo que ocurra después me importa un comino.

—Estoy seguro de que no piensas lo que dices, Golan —dijo ansiosamente Pelorat.

Trevize le miró con fijeza durante unos instantes y luego lanzó un largo suspiro.

—No, no lo pienso, pero ¡cuánto me gustaría hacer lo que acabo de decirte!

—Olvídalo. ¿Qué harás?

—Mantener la nave en órbita alrededor de la Tierra, descansar, superar la mala impresión que todo esto me ha causado y pensar lo que voy a hacer a continuación. Salvo que…

—¿Qué?

—¿Qué es lo que podré hacer a continuación? —estalló Trevize—. ¿Qué más hay que pueda buscar? ¿Qué más hay que pueda encontrar?

XX. El mundo próximo

Durante cuatro comidas sucesivas, Pelorat y Bliss habían visto a Trevize sólo en aquellas ocasiones. El tiempo restante, había permanecido en la cabina-piloto o en su habitación. Mientras comían, él guardaba silencio. Mantenía apretados los labios y comía poco.

Sin embargo, mientras hacían la cuarta comida, parecióle a Pelorat que Trevize había perdido parte de su desacostumbrada gravedad. Pelorat carraspeó dos veces, como si se dispusiese a decir algo pero desistiese de ello. Por último, Trevize lo miró.

—¿Y bien? —dijo.

—¿Lo… lo has pensado ya, Golan?

—¿Por qué lo preguntas?

—Pareces menos malhumorado.

—Pues no es así, pero he estado pensando. Y mucho.

—¿Podemos saber qué? —preguntó Pelorat.

Trevize miró unos instantes en la dirección de Bliss. Ésta mantenía la mirada fija en el plato y guardaba un prudente silencio, como si estuviese segura de que Pelorat podría llegar más lejos que ella en un momento tan crucial.

—¿No sientes tú curiosidad también, Bliss? —preguntó Trevize.

Ella levantó los ojos un momento.

—Claro que sí.

Fallom dio un golpe con el pie a la pata de la mesa.

—¿Hemos encontrado la Tierra? —dijo.

Bliss le apretó un hombro y Trevize no le prestó atención.

—Debemos partir de un hecho fundamental. Toda la información referente a la Tierra ha sido eliminada en varios mundos. Esto nos lleva, indefectiblemente, a una conclusión: se está ocultando algo acerca de la Tierra. Sin embargo, sabemos, por propia observación, que la Tierra es letal por su radiactividad, por lo que todo lo que pueda haber en ella ha quedado automáticamente escondido. Nadie puede aterrizar en ella y, desde esta distancia, cuando estamos muy cerca del borde exterior de la magnetósfera y no deberíamos arriesgarnos a acercarnos más, nada podemos encontrar.

—¿Estás seguro de ello? —preguntó suavemente Bliss.

—He pasado mucho tiempo con el ordenador, analizando la Tierra todo lo que he podido. No hay nada. Más aún, siento que no hay nada. Entonces, ¿por qué han sido destruidos los datos referentes a ella? Seguramente, lo que debe permanecer oculto lo está con mucha más eficacia ahora que nadie puede sospechar de qué se trata, y es inútil cuanto puedan pensar los humanos sobre este tesoro particular.

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