Fundación y Tierra (36 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

Cuando estuvo en la Academia Naval, había tenido que recibir, como todos los cadetes, un ligero latigazo neurónico, para conocer sus efectos.

Ahora, pensaba que no necesitaba perfeccionar su conocimiento.

El robot activó el arma y, por un instante, Trevize se puso dolorosamente rígido; después, se relajó poco a poco. También el látigo estaba descargado.

El robot miró a Trevize fijamente y, después, arrojó ambas armas a un lado.

—¿Cómo han sido descargadas de energía? —preguntó—. Si son inútiles, ¿por qué las llevan?

—Estoy acostumbrado a su peso y nunca me las quito aunque estén descargadas —explicó Trevize.

—Eso es absurdo —dijo el robot—. Todos estáis bajo custodia. Seguiréis detenidos para un interrogatorio ulterior y, si los gobernantes lo deciden, os desactivaremos. ¿Cómo se abre esta nave? Tenemos que registrarla.

—No os serviría de nada —dijo Trevize—. No la comprenderíais.

—Si no nosotros, los gobernantes la comprenderán.

—Tampoco ellos.

—Entonces, tú se lo explicarás para que lo entiendan.

—No lo haré.

—Serás desactivado.

—Mi desactivación no os dará ninguna explicación, y creo que seré desactivado aunque me explique.

—Continúa —murmuró Bliss—. Estoy empezando a descubrir el funcionamiento de su cerebro.

El robot hacía caso omiso de Bliss. ¿Sería obra de ella?, Pensó Trevize y esperó furiosamente que fuese así.

Fijando siempre su atención en Trevize, el, robot continuó:

—Si creas dificultades, te desactivaremos en parte. Te haremos daño y, entonces, nos dirás lo que deseemos saber.

—¡Espera, no puedes hacer eso! —gritó Pelorat de pronto con voz entrecortada—. ¡No puedes hacer eso, guardián!

—Sigo instrucciones detalladas —replicó pausadamente el robot

Puedo hacerlo. Desde luego, procuraré dañaros lo menos posible para obtener la información.

_ Pero no puedes. En absoluto. Yo soy un forastero, y también lo son mis dos compañeros. Pero este niño —y Pelorat miró a Fallom, al cual todavía tenía en brazos —es un solariano. El os dirá lo que tenéis que hacer, y debéis obedecerle.

Fallom miró a Pelorat con unos ojos que estaban abiertos pero parecían vacíos.

Bliss sacudió vivamente la cabeza, pero Pelorat la miró sin dar señales de comprenderla.

El robot miró a Fallom unos instantes.

—El niño no tiene importancia. No posee lóbulos transductores.

—Todavía no los ha desarrollado del todo —dijo Pelorat jadeando —pero los tendrá con el tiempo. Es un solariano.

—Un niño, pero si no tiene desarrollados los lóbulos transductores del todo, no es solariano. No estoy obligado a cumplir sus ordenes, ni a librarle de todo mal.

—Pero se trata del hijo del jefe Bander.

—¿Cómo lo sabes?

Pelorat tartamudeó, como hacía a veces cuando estaba sobrexcitado:

—¿Qué… qué otra cosa po… podría ser en esta propiedad?

—¿Cómo sabes que no hay una docena?

—¿Has visto tú otros?

—Yo hago las preguntas.

En aquel momento, el robot desvió su atención al tocarle el brazo uno de sus acompañantes. Los dos que había enviado a la mansión regresaban corriendo, pero con zancadas un poco irregulares.

Hubo un silencio hasta que ambos llegaron y uno de ellos habló en lengua solariana. Los otros cuatro parecieron perder su elasticidad y, por un momento, dio la impresión de que se debilitaban, casi como si se estuviesen deshinchando.

—Han encontrado a Bander —dijo Pelorat antes de que Trevize pudiese imponerles silencio.

El robot se volvió lentamente.

—El jefe Bander ha muerto. —La voz del robot sonó estropajosa—. Por la observación que acabáis de hacer, habéis demostrado que conocíais el suceso. ¿Cómo lo supisteis?

—¿Cómo podíamos saberlo? —pregunto Trevize, desafiante.

—Sabíais que estaba muerto. Sabíais que lo encontraríamos. ¿Cómo ibais a saberlo, a menos que hubieseis estado allí; a menos que fueseis vosotros los que pusisteis fin a su vida?

La pronunciación del robot estaba mejorando. Había soportado y estaba dominando la impresión.

Entonces dijo Trevize:

—¿Cómo hubiésemos podido matar a Bander? Con sus lóbulos transductores podría habernos destruido en un instante.

—¿Cómo es posible que sepáis lo que pueden o no pueden hacer los lóbulos transductores?

—Tú los has mencionado hace un momento.

—Sólo los mencioné; no describí sus propiedades ni sus poderes.

—Tuvimos ese conocimiento en sueños.

—No es una respuesta plausible.

—Tampoco lo es el que nosotros causásemos la muerte de Bander.

—Y en todo caso —añadió Pelorat—, si el jefe Bander ha muerto, el jefe Fallom gobierna en su finca ahora. Éste es el jefe, y tenéis que obedecerle.

—Ya he dicho que un niño con los lóbulos transductores subdesarrollados no es un solariano —replicó el robot—. Por consiguiente, no puede ser sucesor. Otro sucesor, de la edad adecuada, será enviado tan pronto como informemos de la triste noticia.

—¿Qué será del jefe Fallom?

—No hay ningún jefe Fallom. Éste no es más que un niño, y tenemos exceso de niños. Será destruido.

—¡No os atreveréis! —dijo Bliss enérgicamente—. ¡Es un niño!

—No soy yo —repuso el robot —quien lo hará necesariamente, y tampoco tomaré esa decisión. Esto corresponde al consenso de los gobernantes. Sin embargo, como la época tiene exceso de niños, sé muy bien qué decisión tomarán.

—No. No puede ser.

—La muerte será indolora. Pero otra nave está llegando. Es importante que entremos en la que fue mansión de Bander y montemos un consejo holovisado que designará un sucesor y decidirá lo que hay que hacer con vosotros. Dadme el niño.

Bliss arrancó el semicomatoso cuerpo de Fallom de los brazos de Pelorat. Sujetándolo con fuerza y tratando de equilibrar su peso sobre el hombro, dijo:

—No toquéis a este niño.

Una vez más, el robot extendió rápidamente un brazo y avanzó para agarrar a Fallom. Bliss se apartó a un lado, iniciando su movimiento mucho antes de que el robot empezase el suyo. Sin embargo, el robot continuó andando, como si Bliss estuviese todavía delante de él. Después, doblándose con rigidez hacia delante sobre las puntas de los pies, cayó de bruces. Los otros tres permanecieron inmóviles, con la mirada desenfocada.

Bliss estaba sollozando, en parte de rabia.

—Casi había alcanzado el método adecuado de control, pero él no me dio tiempo. No tuve más remedio que atacar, y ahora los cuatro están desactivados. Subamos a la nave antes de que la otra aterrice. Me encuentro demasiado débil para enfrentarme a otros robots en estos momentos.

Quinta parte: Melpomenia
XIII. Alejándose de Solaria

Partieron de estampía. Trevize había recogido sus inservibles armas y abierto la puerta neumática, y todos se habían precipitado en el interior do la nave. Hasta que se hubieron elevado, Trevize no se dio cuenta de que también se habían llevado a Fallom.

Quizá no hubiesen podido escapar a tiempo si los solarianos no hubieran tenido unas aeronaves tan relativamente primitivas. La que se acercaba había empleado un tiempo excesivo en descender y aterrizar.

En cambio, el ordenador de la
Far Star
no tardó casi nada en hacer despegar verticalmente la nave gravítica.

Y aunque la eliminación de la interacción gravitatoria y, por ende, de la inercia, anuló los que en otro caso habrían sido insoportables efectos de la aceleración inherente a un despegue tan veloz, no anuló los de la resistencia del aire. La temperatura del casco se elevó con mucha más rapidez de lo que las normas de navegación habrían considerado aconsejable (y en realidad las condiciones de la nave).

Al elevarse, pudieron ver que la segunda nave solariana aterrizaba y que otras se estaban acercando. Trevize se preguntó cuántos robots habría sido Bliss capaz de dominar y decidió que nada hubiesen podido hacer de haberse quedado quince minutos más en la superficie.

Una vez en el espacio (o casi en el espacio, pues todavía les rodeaban débiles volutas de atmósfera planetaria), Trevize dirigió su nave al lado oscuro del planeta. No estaba lejos, pues habían abandonado la superficie cuando el crepúsculo se acercaba. En la oscuridad, la
Far Star
se enfriaría con más rapidez y continuaría elevándose en una lenta espiral.

Pelorat salió de la habitación que compartía con Bliss.

—El niño está ahora durmiendo normalmente. Le hemos enseñado a usar el retrete y lo ha entendido en seguida.

—No es extraño. Debía tener instalaciones parecidas en la mansión.

—Yo no vi ninguna, y la estuve buscando —dijo Pelorat—. Después, deseaba llegar a la nave cuanto antes.

—Como todos nosotros. Pero, ¿por qué trajimos al niño a bordo?

Pelorat se encogió de hombros, como disculpándose.

—Bliss no quiso dejarlo allí. Era como salvar una vida a cambio de la que había quitado. No puede soportar…

—Lo sé.

—La constitución de ese niño es muy rara —comentó Pelorat.

—Al ser hermafrodita, es, lógico —dijo Trevize.

—Tiene testículos, ¿sabes?

—Poco podría hacer sin ellos.

—Y algo que sólo puedo describir como una vagina muy pequeña.

Trevize hizo una mueca.

—¡Qué asco!

—No, Golan —protestó Pelorat—. Está adaptado a sus necesidades.

Sólo produce un óvulo fecundado, o un pequeñísimo embrión, desarrollado después en laboratorio y cuidado, diría yo, por robots.

—¿Y qué ocurre si falla el sistema robótico? En tal caso, dejarían de producirse jóvenes viables.

—Cualquier mundo se hallaría en graves dificultades si su estructura social se rompiese.

—Tratándose de los solarianos, no me causaría un gran pesar.

—Bueno —dijo Pelorat—, confieso que no parece un mundo muy atractivo, al menos para nosotros. Pero sólo por su gente y su estructura social, tan diferentes de las nuestras, mi buen amigo. Pero quítale su gente y sus robots, y tendrás un mundo que…

—Que se desintegraría como está empezando a desintegrarse Aurora. ¿Cómo está Bliss?

—Temo que agotada. Ahora duerme. Lo ha pasado muy mal, Golan.

—Tampoco yo me he divertido mucho.

Trevize cerró los ojos y decidió que no le vendría mal dormir también un poco y que lo haría en cuanto estuviese seguro de que los solarianos no tenían capacidad espacial, Hasta ese momento, el ordenador no había informado de objeto artificial alguno en el espacio.

Pensó con amargura en los dos planetas Espaciales que habían visitado, con perros hostiles en uno de ellos, hermafroditas solitarios y hostiles en el otro, y sin que en ninguno de los dos hubieran podido hallar el menor indicio sobre la situación de la Tierra. Fallom era lo único que habían sacado de la doble visita.

Abrió los ojos. Pelorat seguía sentado al otro lado del ordenador y le observaba solamente.

—Hubiésemos tenido que dejar allí a ese niño solariano —dijo Trevize con súbita convicción.

—¡Pobrecillo! —exclamo Pelorat—. Lo habrían matado.

—Aun así —dijo Trevize—, pertenecía a aquel planeta. Forma parte de aquella sociedad. Si lo hubiesen ejecutado porque sobraba, es que había nacido para eso.

—Una opinión muy despiadada, querido amigo.

—Sólo racional. Nosotros no sabemos cómo hay que cuidarlo, y es posible que sufra más y muera de todos modos. ¿Qué come?

—Supongo que lo mismo que nosotros, viejo. En realidad, el problema es qué comeremos nosotros. ¿Cómo andamos de provisiones?

—Muy bien. Incluso teniendo en cuenta nuestro nuevo pasajero.

Pelorat no pareció muy entusiasmado.

—Es una dieta muy monótona —dijo—. Hubiésemos tenido que embarcar algunos artículos en Comporellon…, a pesar de que su cocina distaba mucho de ser excelente.

—No podíamos hacerlo. Recuerda que salimos de allí a toda prisa, lo mismo que de Aurora y, en particular, de Solaría. Pero, ¿qué importa un poco de monotonía? Estropea el placer, pero conserva la vida.

—¿Podríamos conseguir provisiones frescas, si fuese necesario?

—Desde luego, Janov. Con una nave gravítica y motores hiperespaciales, la galaxia es un lugar pequeño. En pocos días, vamos a cualquier parte. Pero la mitad de los mundos de la Galaxia han sido alertados para que traten de descubrir nuestra nave; por eso, prefiero mantenerme alejado de ellos durante un tiempo.

—Supongo que tienes razón. Sin embargo, Bander no parecía interesado en la nave.

—Probablemente, no tuvo conciencia de ella siquiera. Supongo que hace mucho tiempo que los solarianos renunciaron a los vuelos espaciales. Su mayor deseo es que les dejen solos, y difícilmente podrían disfrutar de la seguridad del aislamiento si viajasen por el espacio y anunciasen su presencia.

—¿Qué vamos a hacer ahora, Golan?

—Hemos de visitar un tercer mundo —dijo Trevize.

Pelorat sacudió la cabeza.

—A juzgar por los dos primeros, no espero gran cosa de éste.

—Tampoco yo, de momento; pero, en cuanto haya dormido un poco haré que el ordenador fije nuestra ruta hacia el tercer mundo.

Trevize durmió mucho más de lo que se habría propuesto, pero esto importaba poco. A bordo de la nave, jamás era de día ni de noche, en el sentido natural de estas palabras, y el ritmo circadiano nunca funcionaba a la perfección. Medían las horas a la manera convencional, y no era raro que Trevize y Pelorat (y Bliss en particular) estuviesen un poco descentrados en lo tocante a la regularidad natural de la comida y del sueño.

Trevize pensó incluso, mientras rascaba los platos (la necesidad de conservar el agua hacía aconsejable rascar los platos en vez de lavarlos), en dormir un par de horas más; pero cuando se volvió, vio a Fallom, desnudo como él.

No pudo evitar echarse hacia atrás, lo cual, en la zona angosta de Personal, significaba que parte de su cuerpo tendría que chocar con algo duro. Lanzó un gruñido.

Fallom le estaba mirando con curiosidad y señalando el pene de Trevize con el dedo. Dijo algo incomprensible, pero la actitud del niño revelaba un sentimiento de incredulidad. Para su propia tranquilidad, Trevize no tuvo más remedio que taparse el pene con las manos.

—Saludos —dijo Fallom entonces, con su voz aguda.

Trevize se sorprendió ligeramente al oír que el niño hablaba en galáctico, pero las palabras habían sonado como aprendidas de memoria.

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