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Authors: Pamela Sargent

Tags: #Histórico

Gengis Kan, el soberano del cielo (75 page)

La corte había comido cordero y había bebido los vinos más fuertes, los que se dejaban fuera en botellas para que los espíritus puros se separaran del agua congelada. Las tañedoras de laúd los habían deleitado y las esclavas Han habían danzado para ellos, pero Yisui había visto más alegría en los banquetes funerales. Las historias de guerra de Mukhali casi no habían logrado sacar al Kan de su melancólico silencio. La risa de Borchu y Jelme era forzada, en tanto que Ogedei y Tolui bebían más de lo acostumbrado.

Temujín había convocado a sus cuatro Khatun al banquete. Yisui tomó un sorbo de vino. Tal vez otra persona hablara primero; había visto que otros paseaban la mirada del Kan a sus hijos, como si esperaran para formularle la misma pregunta. Tal vez Temujin escuchara a Ogedei o a Tolui; siempre había demostrado por ellos más afecto que por sus otros hijos. Khulan podría haber pronunciado esas palabras sin ofenderlo, pero la mujer Merkit lucía su expresión habitual, tranquila y distante. Subotai o Jebe empezarían pronto a relatar viejas historias, y entonces ya no habría oportunidad de decir nada. El Kan se inclinó hacia Mukhali; Yisui respiró hondo.

—¿Puedo hablar, esposo? —preguntó.

—Puedes hacerlo —respondió Temujin sin volverse.

—El Kan cruzará altas montañas y anchos ríos —empezó Yisui—. Los que lo han ofendido se ahogarán en sangre, y el llanto de sus esposas e hijas será música para nuestros oídos. —Podía interrumpirse allí y no decir más. Él sonreía, pero había entrecerrado los ojos. Hizo una buena pausa, y continuó—: Sin embargo, cualquier hombre, hasta el más grande de todos, es mortal.

Los murmullos se extinguieron, los laúdes callaron. Yisui ya no podía volverse atrás.

—Casi no soporto hablar de esto —dijo—, pero si el gran árbol cae, ¿qué ocurrirá con los pájaros que anidan en sus ramas? ¿Hacia dónde volarán si no tienen quien los guíe? Tienes cuatro hijos nobles y valientes, pero ¿cuál de ellos será tu heredero? No soy la única que se hace esta pregunta, sino también todos tus súbditos. Rogamos conocer tu voluntad.

Los ojos de él eran duros como piedras. La castigaría por haber hablado de su muerte, por arrojar esa sombra sobre la campaña inminente.

—No doy la bienvenida a estas palabras —dijo el Kan en voz baja.

La sangre huyó del rostro de Yisui. Él no la castigaría ahora, sino que dejaría que aguardase aterrada el castigo.

—Pero has hablado con valor, Yisui —prosiguió el hombre—. Ni mis hermanos ni mis hijos, ni siquiera Borchu o Mukhali se habrían atrevido jamás a preguntarme esto.

Yisui se sintió aliviada. No la mataría.

—Mi Yasa decreta que un "kuriltai" debe elegir al próximo Kan —dijo Temujin—, pero mis Noyan tienen que conocer mi voluntad. —Jochi y Chagadai lo miraban fijamente—. Tú eres mi hijo mayor, Jochi. ¿Qué tienes que decir?

Jochi abrió la boca; de repente, Chagadai se puso de pie de un salto.

—¿Por qué te diriges a él? —preguntó.

—¡Padre me pidió que hablara! —gritó Jochi.

—¿Quién es Jochi? —aulló Chagadai—. Solamente un bastardo que encontraste en territorio Merkit. ¡Él no merece el trono!

Los grandes ojos pardos de Bortai se llenaron de consternación y furia. Jochi cogió por el cuello a Chagadai.

—¡No tienes derecho a llamarme bastardo! —gritó—. Tú no eres mejor que yo… ¡Te desafío ahora mismo! ¡Demuéstrame que eres mejor arquero y me cortaré el pulgar! ¡Si puedes vencerme en la lucha, no me levantaré del suelo!

Chagadai rio despectivamente.

—Qué bien luchas con palabras. No eres más valiente que el chacal con olor a orina que te engendró, y que huyó de los ejércitos de mi padre…

Jochi lo golpeó en el mentón. Chagadai cayó sobre una mesa. Se levantó y rodeó con las manos el cuello de Jochi. Mukhali saltó sobre él e inmovilizó sus brazos. Borchu subió a otra mesa y se lanzó sobre Jochi, arrojándolo al suelo. Los dos hijos de Kan se insultaban mutuamente mientras los generales luchaban por contenerlos. Yisui observó mientras los cuatro se debatían entre los platos rotos y desparramaban la comida.

—¡Basta! —gritó Mukhali, abrazando a Chagadai para inmovilizarlo—. Chagadai, siempre has respetado la ley, ¿acaso ella te dice que debes pelear con tu hermano?

—¿Acaso la ley dice que un bastardo debe gobernar?

Jochi soltó un juramento. Borchu lo sujetaba fuertemente con sus brazos.

—¡Escuchadme! —gritó Borchu—. Yo cabalgué con vuestro padre cuando éramos muchachos, cuando todas las tribus luchaban entre sí y no había seguridad en ninguna parte. Jochi, ¿quieres que vuelvan esos tiempos? Chagadai, ¿despreciarás a la madre que te dio la vida?

Jochi dejó de debatirse. Chagadai lo miró enfurecido, mostrando los dientes en una mueca de desprecio. Bortai tenía el rostro muy pálido cuando miró a su esposo; Temujin permanecía en silencio. Castigaría a sus hijos, pensó Yisui, y después a ella por haber provocado aquel enfrentamiento.

—Vuestro padre derramó sangre por nosotros —continuó Borchu—, y luchó por nosotros, aun cuando no tenía otra almohada que su brazo y nada para beber excepto su propia saliva. Y vuestra madre permaneció a su lado, y os dio de comer cuando su propio estómago estaba vacío. ¿Acaso tú y Jochi no salisteis del mismo vientre? ¿Cómo podéis insultar a la noble mujer que os dio la vida?

Temujin alzó una mano; todos se volvieron hacia él.

—Chagadai —dijo suavemente—, Jochi es mi hijo mayor, y te prohíbo que digas otra cosa.

Chagadai hizo una mueca despectiva.

—Estoy dispuesto a admitir que es mi hermano, pero nada más.

Jochi se levantó y se acercó a él; Borchu lo contuvo.

—Una hermosa exhibición de sentimientos fraternales —gritó Mukhali mientras cogía a Chagadai por la coleta—. He visto más amor entre chacales que luchaban por un cadáver podrido.

—Silencio —dijo Temujin—. Según parece, tendré que volver a deciros lo que ya sabéis. Un puñado de flechas firmemente atadas no puede quebrarse. Una flecha sola se quiebra con facilidad. Si uno de vosotros vuelve a levantar la mano contra el otro, perderéis vuestra fuerza. —Seguía hablando con suavidad, pero su voz llenaba la tienda—. Cuando estaba solo y sin amigos y únicamente tenía a mi lado a mis hermanos uno de ellos se volvió contra mí y reclamó mi lugar para sí. Muy pronto sirvió de alimento a los chacales.

Chagadai se puso tenso; el enorme cuerpo de Jochi tembló. Yisui sabía que el Kan hablaba en serio, que estaba dispuesto a matar a sus propios hijos si amenazaban la unidad de su "ulus". Un hombre capaz de eso seguramente podría aplastar fácilmente a una esposa cuya pregunta había producido tanta violencia en su corte.

Chagadai miró a su hermano mayor y luego se irguió.

—Somos tus hijos mayores —dijo, haciendo una mueca de disgusto mientras hablaba—. Ahora está claro que los Noyan no podrían elegir a ninguno de nosotros dos. Yo no le juraría lealtad, y él tampoco a mí, pero ambos hemos jurado servir a nuestro padre el Kan y a quien lo suceda. —Miró a Ogedei y a Tolui—. Ogedei es tu tercer hijo. Elígelo a él.

—¿Es también tu deseo, Jochi? —preguntó Temujin.

Jochi bajó la cabeza.

—Mi hermano menor ha hablado por mí. Si no puedo ser Kan, al menos así no tendré que someterme a él. —Se estremeció mientras miraba hacia el trono—. Quiero decir que con gusto serviré a Ogedei.

—¿Los dos le ofreceréis vuestro juramento? —preguntó el Kan. Ambos hermanos asintieron—. No lo olvidéis. Pondré bajo vuestra autoridad a los pueblos que antes servían a Altan y a Khuchar. Cuando los miréis quiero que recordéis lo que les ocurrió a sus jefes cuando olvidaron ei juramento que me habían hecho. —Se retrepó en el trono—. La tierra es vasta. Vuestros campos de pastoreo serán grandes y vuestros campamentos estarán muy lejos el uno del otro, de modo que no tendréis necesidad ni oportunidad de luchar entre vosotros. Honrad a Ogedei como Gran Kan y podréis gobernar las tierras que yo conquiste y os encomiende.

Chagadai y Jochi volvieron a sentarse. El rostro del Kan se suavizó al mirar a Ogedei. Yisui recobró el ánimo; Ogedei, el de buen corazón, se ocuparía de que ella y Yisugen no fueran separadas si el Kan caía en Khwarezm.

—Bien, Ogedei —dijo Temujin—, tus hermanos te quieren como Kan, y yo mismo estoy de acuerdo con ellos. ¿Qué tienes para decir?

Ogedei se levantó. Su rostro fuerte y sus ojos pálidos eran muy parecidos a los de su padre, pero su sonrisa y sus ojos eran más amables.

—¿Qué puedo decir? —Alzó su copa, derramando unas pocas gotas de vino—. ¿Puedo negarme a obedecer a mi padre? Haré cuanto esté en mi mano para no defraudarlo. Si mis hijos y nietos se vuelven tan perezosos que sus flechas ya no aciertan en el flanco de un gran alce, algún otro de tus descendientes podrá reemplazarlos. —Algunos hombres rieron—. Es todo cuanto tengo que decir.

—Entonces es mi deseo que los Noyan te elijan a ti —. El Kan hizo una pausa—. Tolui, habla tú ahora.

—Apoyaré a Ogedei —dijo Toloui con su voz alta e infantil—. Seré el látigo que le recuerde todo lo que olvide. Lucharé a su lado en cada batalla.

—Muy bien —masculló Temujin—. Todos vosotros recordaréis lo que se ha dicho hoy. —Miró a Yisui; todavía seguía observándola cuando los otros reanudaron el banquete.

—Ogedei siempre fue tu favorito —dijo Bortai mientras arrojaba un abrigo dentro de un baúl—. Podrías haber hecho tu elección en cuanto Yisui habló. —Recogió una túnica—. Fue muy valiente al mencionar el tema de tu sucesión.

—Su preocupación por sí misma alimentó su coraje —dijo Temujin desde la cama—. Yisiu prevé mi fin con demasiada antelación… alguna vez tendré que castigarla por eso. —Puso un cojín debajo de su cabeza—. Mis consejeros me han hablado de los sabios de Khitai que conocen el secreto para prolongar la vida. Pretendo convocar a uno de esos sabios. Esperemos que pase mucho tiempo antes de que mi hijo me suceda en el trono.

Bortai buscó otra túnica.

—Deja eso —dijo Temujin—, y ven a la cama.

Ella cerró el baúl y se acercó a él.

—Estoy enfadada contigo, esposo. —Pronunció estas palabras en voz baja, para que las esclavas que dormían junto a la entrada no las escucharan—. Si hubieses expresado antes tu voluntad, Jochi y Chagadai no habrían peleado entre ellos. Dejaste que Chagadai me avergonzara, que dijera abiertamente lo que los demás sólo se atreven a murmurar. Tendrías que haber dicho que querías que Ogedei accediera al trono. Eso es lo que siempre quisiste.

—Fue mejor que Chagadai lo dijera. —El Kan cruzó los brazos sobre el pecho—. Yo sabía que él se opondría cuando consulté a Jochi. No podía elegir a Chagadai sin demostrar que lo que la gente murmura sobre Jochi es cierto, y elegir a cualquiera de los dos habría dividido mi "ulus". Pero ahora está todo arreglado; fue Chagadai quien ofreció deponer su reclamo, y Jochi estuvo de acuerdo. —Temujin la miró—. Sabía que posiblemente tuvieran que zanjar la disputa con una pelea, y Jochi es bastante robusto para romperle el cuello a Chagadai. Tendría que haber muerto por haber matado a uno de mis hijos. Y eso también habría acabado con el problema.

—Qué sabio eres, Temujin —dijo Bortai—. Me preguntó cómo podría arreglarse tu pueblo sin ti.

—Tal vez no tenga que hacerlo si el sabio de Khitai me revela sus secretos, pero Ogedei servirá. Todos los hombres lo quieren, y tiene a su esposa para aconsejarlo. Doregene es suficientemente ambiciosa para ocuparse de que él conserve el trono. Y Tolui protegerá a su hermano de cualquiera que trate de aprovecharse de la buena disposición de Ogedei.

Temujin pensaba que los sobreviviría a todos; por eso le había perdonado a Yisui que hubiera formulado esa pregunta. Pero el poderoso roble caería algún día, y no importaba que hubiese muchas naciones bajo sus ramas.

—Diré a Khasar y a Temuge que te consulten a menudo en mi ausencia —dijo el Kan—, y que presten atención a tus consejos.

—Se las arreglarán bien sin ellos.

—Pero se las arreglarán mejor con ellos. ¿Esperabas que te llevara conmigo en esta campaña?

—No tengo ninguna esperanza. —Bortai se quitó la túnica y la dejó caer al suelo—. Estoy contenta de permanecer tan lejos de esta guerra como me sea posible. —Terminó de desvestirse y se acostó, cubriéndose con la manta hasta el mentón—. Tú en cambio ansías esta guerra.

—Hice todo lo que pude por evitarla.

—Sé cuál es la verdad. Sólo te contuviste para ver cuál era la voluntad de los espíritus. Ahora estás obligado a combatir, y tendrás que esperar para atacar a los Kin. Pero en realidad no lo lamentas; las guerras contra nuevos enemigos renuevan tu vida.

—Un hombre disfruta más de la vida cuando todos sus enemigos están muertos.

—Por supuesto. Antes tenías tantos que no sé cómo lograste sobrevivir. Ahora no creo que pudieras vivir sin enemigos a los que combatir.

Él la abrazó.

—Hablas como una anciana, Bortai.

Ella suspiró.

—Soy una anciana.

104.

El caballo de Kulgan galopaba delante de ella. Khulan chasqueó el látigo sobre el pescuezo del animal mientras su hijo iba a todo galope hacia la ribera. El muchacho sofrenó el caballo de golpe, y éste se encabritó.

Khulan se acercó a él. Los caballos se revolvieron nerviosos cuando la mujer se inclinó para acariciar la mejilla de su hijo; él evitó el contacto.

Se alejaron del río. Unos jinetes se acercaban al campamento; entre ellos estaba el Kan. En el terreno plano y herboso que se extendía más allá del círculo de tiendas de Khulan, dos grupos de muchachos lanzaban al aire con palos un esqueleto de animal. El esqueleto salió lanzado y aterrizó a varios pasos de los muchachos; éstos corrieron hacia él. Kulgan hubiera querido pasar el día con ellos, aunque había estado fuera apacentando los caballos durante casi un mes. De pequeño, siempre había querido estar con ella; ahora se pasaba casi todo el tiempo con sus medio hermanos y sus amigos, lejos de la mujer.

El Kan y los hombres que lo acompañaban se habían detenido a observar el juego de los muchachos. Temujin no le había avisado que vendría a su "ordu". En ocasiones, el Kan aparecía cuando ella ya dormía. En la cama, hacía con Khulan las cosas que había aprendido con las otras mujeres. Ella sabía que Temujin disfrutaba cuando se resistía, de modo que aceptaba todo sin quejarse. A veces le hacía daño, diciéndole cuánto la amaba en el mismo momento en que la mujer lloraba de dolor.

Khulan había creído que el Kan acabaría por cansarse de una esposa que no le respondía ni le proporcionaba el placer de dominarla. Pero no había resultado así.

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