Girl 6 (2 page)

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Authors: J. H. Marks

Girl 6 debía tomar una rápida decisión y convencerse de que lo que iba a hacer no significaba nada.

Sintió un cosquilleo de rubor al desabrocharse la blusa. ¿Qué dirían sus padres? Aunque..., no tenían por qué enterarse. Y necesitaba el trabajo. Se mentalizó para no pensar en ellos.

En sus clases de arte dramático habían abordado el tema del desnudo, que tenía un lugar en la carrera de todo actor. Había intervenido en una versión escolar de
Hair
y una amiga suya trabajó en una revista en Broadway. Tenía poco que perder y mucho que ganar.

Girl 6 se desabrochó la blusa y le mostró los senos al director.

El director enfocó el rostro de la joven y luego dirigió la cámara hasta sus pechos, en los que se detuvo unos instantes.

—Eso es. Quieta. Ni pestañee.

Inadvertidamente, Girl 6 acababa de pasar por encima de sus principios. De pronto comprendió que había exhibido su cuerpo de un modo inaceptable para ella.

El director fue a darle las gracias por haber participado en la audición. Ella permaneció sentada y lo ignoró. Tuvo que hacer un esfuerzo para dominarse. Le latía el corazón aceleradamente, la cabeza le daba vueltas y las lágrimas porfiaban por brotar. Pero no le iba a dar al director el gusto de verla tan afectada.

Girl 6 concentró toda su energía en sobreponerse. Se levantó y se abrochó la blusa maquinalmente. Fingió no ver que el director le tendía la mano y enfiló hacia la puerta sin dignarse mirarlo.

Otra joven, a quien Girl 6 no conocía, se cruzó con ella al entrar en el salón de audiciones. Girl 6 no pudo contener más el llanto. Las lágrimas le mancharon el maquillaje y deformaron su rostro.

Las otras chicas que aguardaban desviaron la mirada o la ignoraron, como si temieran que los sentimientos de la joven que acababa de salir pudieran perturbar los suyos. Eran profesionales —o así se consideraban— y, si aquella joven no era capaz de sobreponerse a la fuerte presión de las audiciones, peor para ella. Si Girl 6 no daba la talla... una menos con quien competir para hacerse con el papel que todas ansiaban. De manera que... tanto mejor.

Por supuesto, no todas aquellas jóvenes reaccionaron igual. En realidad, fueron sólo unas cuantas. Pese a la coraza con la que protegían la imagen que querían dar de sí mismas y, al margen de fríos razonamientos, les pareció preocupante que aquella joven saliese con lágrimas en los ojos.

Lo sentían por ella. A ningún actor le gustaba ver a un compañero sufrir un revés. Y aun lo sentían más al pensar en lo que pudiera depararles la suerte cuando llegase su turno.

Girl 6 se cruzó también con dos amigas de una academia de arte dramático, que la vieron tan afectada que no se atrevieron más que a dirigirle un convencional saludo.

Girl 6 traspuso la puerta de la oficina, cruzó el vestíbulo de sucias baldosas de mármol blanco y aguardó el ascensor, sola y humillada.

CAPÍTULO 2

Girl 6 iba a pie por las calles del centro de Manhattan, asombrada del ingente número de personas que acababan de hacer un alto en el trabajo para salir a almorzar.

Para la mayoría, el trabajo era una pesada carga, algo que había que soportar hasta que llegase el liberador fin de semana. Si podían escurrir el bulto, lo escurrían. Si les tocaba la lotería, ya podía estar uno seguro de que su primer impulso sería llamar al jefe y mandarlo a hacer puñetas.

¿Cuántos soñarían con lo mismo? ¿Cabía una fantasía más corriente? ¿Cuántos tendrían ya preparado el texto de la cartilla que pensaban leerle? ¿Cuántos habrían imaginado que arramblaban con todos los papeles, y demás efectos, que su celoso jefe tuviera en el despacho? ¿Cuántos habrían fantaseado con agarrar al jefe por la camisa, meterle el miedo en el cuerpo y recuperar el control de sus propias vidas?

Para Girl 6, en cambio, el trabajo era algo completamente distinto. Aunque le tocase la lotería, no cejaría en su empeño de trabajar. Aunque tuviese todo lo que pudiera soñar, no abandonaría la escena.

Llegar a ser actriz, trabajar regularmente y tener éxito colmaba sus aspiraciones.

El trabajo no era una carga para una actriz. Era algo ansiado y acariciado, precisamente porque era muy difícil conseguirlo.

Girl 6 no envidiaba al oficinista que no dejaba de lamentarse de las exigencias de su empleo. Lo que sí envidiaba era no tener que estar siempre en busca de trabajo.

A lo largo de veinte manzanas, Girl 6 pasó frente a las innumerables agencias de publicidad, locales de grupos de aficionados, cafés de moda y salas de audiciones que se alineaban desde Flatiron District al centro de Manhattan.

Era un largo camino, sobre todo para recorrerlo en Nueva York en un día tan frío. Pero el metro no era gratuito y tenía que ahorrar en todo.

Para Girl 6, pasear por las calles de Manhattan era una de las mejores maneras de matar el tiempo y, normalmente, hubiese disfrutado del paseo a pesar del frío.

Sin embargo, aquel día no se fijó en la gente, ni en la atractiva arquitectura de los edificios de Park Avenue, ni tampoco en que, junto a la estación Grand Central, rodaban exteriores para una producción de televisión. Ni siquiera se fijó en los hombres con los que se cruzaba.

«¡Lo mato!» Eso era en lo único que pensaba Girl 6, que no había estado tan furiosa en toda su vida.

Le iba a armar tal escándalo a Murray que creería que había perdido el juicio, hasta el punto de hacerlo dudar del buen olfato y del ojo clínico de los que tanto presumía.

Cuando ella terminó sus estudios en la Universidad de Nueva York, el agente Murray le firmó un contrato para representarla durante un año después de haberla visto actuar en Chelsea con un grupo del Sindicato de Actores que representaba
The Seagull.
Girl 6 hacía el papel de Nina y la elogiaron en la reseña del periódico local, el
Chelsea-Clinton News.

Un productor de videoclips, que vivía en la calle Veintiuno, la vio y la eligió de «adorno» para un vídeo musical. Murray oyó hablar de ella, olió dinero y la contrató. Incluso la invitó a una opípara comida en Tavern on the Green. También intentó acostarse con ella, claro está, pero cuando Girl 6 le dijo que tenía novio, que lo tenía desde la infancia, que era
ranger
de las Fuerzas Especiales del Ejército, y que tenía un carácter de mil demonios, Murray lo dejó correr.

Una de las claves del éxito de Murray a lo largo de los años era la tenacidad. Y no dejaba de preguntarle por su novio, temeroso de que no tardaran en asignarle un destino de peligrosa proximidad.

Lo que Murray ignoraba era que el tal novio no existía, que no era más que producto de la imaginación de Girl 6 y eficaz protección para su persona.

Aunque Murray se ajustaba como anillo al dedo al cliché del agente neoyorquino, y pese a sus vulgares actitudes, le había proporcionado a la joven bastante trabajo. Pero eso era agua pasada y aquel día Murray había conseguido enfurecerla de verdad.

Girl 6 iba por la calle Cuarenta y cuatro, cruzó la Tercera Avenida y se detuvo casi en la esquina a Lexington, frente a un edificio de color blanco, de fachada agrietada y mugrienta, en el que se encontraba la oficina de su representante.

Un vigilante de seguridad, que durante el día tenía otro empleo, despertó de su cabezada al verla pasar. Girl 6 le dirigió una sonrisa bastante amable —dado su estado de ánimo— y él desnudó con los ojos su casi perfecto cuerpo. El obeso vigilante de seguridad tendría ahora material de refresco para sus ensoñaciones.

Sentado tras el mostrador, el vigilante se sumió en una adormentada pero erótica fantasía en la que participaban Girl 6, su esposa y el cura del pueblo de México del que procedía. Luego, al volver a su casa del Bronx, su fantasía hincaría de rodillas a su esposa, que le pediría a Dios el perdón de los pecados de su esposo.

Mientras subía en el ascensor, cuyo interior era de plástico recubierto de «paneles de madera», Girl 6 no iba precisamente muy dispuesta a perdonar a Murray.

Abrió la puerta de cristal esmerilado de la oficina y pasó, como una furia, frente a la antipática abejita cuarentona que Murray tenía por secretaria.

Irrumpió en el santuario de Murray, que, en aquellos momentos, se adecentaba la boca con hilo dental. En la mesa, sobre un blanco papel parafinado, había restos de un grasiento sandwich de ternera en conserva con mostaza.

—¿Por quién me has tomado, Murray? ¿Por qué no me lo advertiste?

Murray retiró el hilo dental de entre sus dientes y escupió a la papelera un ensangrentado trocito de algodón.

—Si te lo hubiera dicho, no habrías ido. ¿Qué tal lo has hecho? ¿Los has dejado... «boquiabiertos»?

Girl 6 no estaba de humor para seguirle la corriente como de costumbre.

—¡No me había sentido tan humillada en toda mi vida! —le replicó.

Murray tampoco estaba para andarse por las ramas.

—¡Déjate de bobadas! Quieres ser una estrella, una actriz. Pues bueno, ¿y qué? Les has enseñado las tetas. ¿Qué pasa? ¡Cualquiera diría! ¿Acaso te ha pedido que echarais un polvo? Pero, a lo que interesa: ¿te han dado el papel o no?

Girl 6 esperaba que, como mínimo, Murray sintiese cierto embarazo, cierto arrepentimiento.

—Me he largado.

Murray sintió retortijones y ganas de eructar. Acababa de tomar un sorbo de su desventada dosis matinal de Alka Seltzer.

Allí tenía a aquella chica, a la que él representaba, no precisamente muy sobrada de historial, que se permitía rechazar un trabajo. Había hecho tres llamadas telefónicas para que la admitiesen en la audición y no le hacía la menor gracia haber perdido el tiempo.

—¿Te has largado? Consigo que te vea el director de Hollywood que está más en candelera y tú lo plantas. ¿Sabes qué te digo? Que quizá deberías orientarte por otro camino. Puede que otro lo haga mejor que yo. No hace falta que me devuelvas el dinero que me debes. Así no vamos a ninguna parte. Tengo demasiado trabajo para perder el tiempo.

Que un agente te dejase, por más amablemente que lo hiciera, era difícil de encajar. Sin embargo, en aquellos momentos, a Girl 6 no le importaba demasiado. Murray no se preocupaba por ella de la manera que ella creía que debía hacerlo. Y se puso furiosa.

—Quizá tengas razón, Murray. Te devolveré el dinero en cuanto pueda.

Murray estaba harto de oír la misma canción y, aunque Girl 6 era una buena chica, la verdad era que no contaba con recuperar su inversión. Además, no había gastado con Girl 6 ninguna fortuna. De haberse acostado con ella hubiese sido distinto. Habría gastado bastante en flores, cenas, ropa, regalos y hoteles. La pérdida económica era bien poca cosa para la mentalidad de Murray, que, antes de que Girl 6 saliese por la puerta, ya pensaba en contratar a otra encantadora joven.

CAPÍTULO 3

Girl 6 tendría que ocuparse personalmente de conseguir audiciones hasta que encontrara otro representante.

Durante la semana siguiente, Girl 6 se pateó las calles de Nueva York. Estuvo en numerosas agencias de publicidad y trató de ver a varios productores y agentes teatrales.

Por lo general, los representantes eran quienes gestionaban las audiciones, así que estar sin agente era un obstáculo para Girl 6.

Los jefes de reparto que no la conocían le recordaban que toda gestión debía hacerse a través de un agente. En algunas ocasiones daba con alguna persona más comprensiva, que le aceptaba la foto y le prometía tenerla en cuenta si surgía algo. La mayoría de las veces la recibían como a una aficionada que trataba de quemar etapas como fuese.

Quienes ya la habían visto actuar en el teatro, o en audiciones, la recibían bien. Pero el hecho de que Murray no hubiese querido seguir con ella los ponía en guardia. Nadie concebía que ella lo hubiese dejado de manera voluntaria, por la sencilla razón de que aún no era lo bastante conocida para permitírselo. Distinto habría sido que hubiese cambiado de representante.

No tener agente inducía a pensar que podía ser una chica problemática. ¿Tendría mal carácter? ¿Se las daría de
prima dona?

En las agencias «cazatalentos» la recibían con mayor amabilidad, aunque la tratasen de un modo más superficial. Tales agencias siempre andaban en busca de caras nuevas y atractivas. Sin embargo, tampoco tenían la menor prisa por contratar a alguien que no trabajaba.

La cosa habría cambiado si Girl 6 hubiese podido incluir en su curriculum que había hecho un
spot
publicitario, o un pequeño papel en una obra teatral prestigiosa.

Para Girl 6 las perspectivas inmediatas no eran muy prometedoras. Los agentes podían permitirse esperar a ver cómo se desenvolvía. En cuanto vieran que Girl 6 estaba a punto de lograr algún papel por su cuenta, se apresurarían a contratarla.

Día tras día, Girl 6 terminaba agotada de tanto buscar empleo.

Se había prometido no volver a trabajar de camarera. Había trabajado en la hostelería desde que iba al instituto. Y de camarera trabajó también mientras iba a la facultad, y durante cierto tiempo cuando hubo terminado los estudios.

Los pocos papelitos que había logrado hacer la animaron a dejar definitivamente ese tipo de trabajo, pues, aunque siempre se había ganado bien la vida y, a veces, muy bien, Girl 6 consideraba que no merecía la pena tanto sacrificio. No le gustaba la manera que tenían los clientes de tratar a quienes les servían. La mayoría no se hubiese atrevido a hablarle a un extraño del modo en que le hablaban a ella y al resto del personal.

Parecía existir un tácito acuerdo para que todo empleado o empleada tuviese que cumplir con algo más que tomar nota de lo que querían los clientes y traérselo de la cocina. Para muchos de los clientes de Girl 6, ella era como una especie de asistenta, alguien que tenía que hacer exactamente lo que le pidieran, y a quien pagaban para aguantar toda clase de impertinencias.

Cualquier imbécil podía entrar en el restaurante, pedir mesa y llevar a mal a traer a una persona por el precio de una hamburguesa. Bien barato. Y sin opción a replicar. Si la camarera se quejaba, el
maitre
tendría que intervenir y ceñirse a lo de que el cliente siempre tiene razón.

Si al cliente de marras lo servía una joven atractiva, había muchas posibilidades de que se añadiese injuria al daño, por así decirlo. De manera que hacía ya bastante tiempo que Girl 6 había tomado la decisión de morir de hambre antes que volver a servir mesas.

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