»En el caso de que no le satisfaga la vida subterránea, puedo edificar para usted la Ciudad Variopinta, con casas de estilo geométrico, pero todas pintadas de colores puros, vivísimos. Usted también debe estar harto de los tonos grises y negros que dominan en las ciudades septentrionales o de aquel' excesivo blanco de las ciudades de Oriente. En ésta, ideada por mí, tendría usted, en cambio, palacios en laca rosa, casas de alquiler en verde montaña, edificios públicos en amarillo canario y, para los ricos, castillos argentinos o dorados.
»O también podría ofrecerle algo más nuevo y más higiénico: la Ciudad Pensil. Las calles se presentarían como filas de murallas altísimas; en la cima, donde ahora se hallan los tejados, habría grandes terrazas de tierra convertidas en jardines; en el centro de esos jardines surgirían
cottages
habitables. Las comunicaciones estarían aseguradas por medio de ascensores para los inquilinos, y para los viajeros, por medio de aeroplanos.
»Si tal ciudad le parece poco segura o incómoda he de proponerle la más original de todas: la Ciudad Camposanto. Ésta constituiría una práctica y sugestiva armonía entre la vida y la muerte. Las tumbas deberían ser espaciosas y aireadas con objeto de que pudiesen albergar juntos a los vivos y los difuntos. Las capillas de la nobleza podrían ser transformadas oportunamente en salas para banquetes en común y una parte del horno crematorio podría tener con ella a sus muertos, encajonados en los nichos de las paredes, y de ese modo se haría más agradable el culto a los difuntos. Aquí desearía como habitantes a los aficionados a Ana Radcliffe a Hoffmann y a Poe; no sería imposible reunir algunos millares para poblar esta ciudad, que sería única en el mundo. He pensado también que se podría construir en el centro, para palacio del Ayuntamiento, un esqueleto gigantesco de mármol amarillo. En la columna vertebral colocaría la escalera y el cráneo, enorme, serviría de sala: ¡imagínese los concejales asomándose por las cuencas vacías que servirían de ventanas, y al alcalde que se presenta, para hablar, a la multitud, asomándose por encima de los dientes convertidos en barandilla!
»¿O le gustaría más, tal vez, la Ciudad Titánica? Imagínese largas avenidas bordeadas de palacios altos como catedrales, estatuas de mármol blanco y veteado y, en medio de las calles, estatuas de colosos, inmóviles paseantes eternos. Luego, aquí y allí escalinatas anchísimas, infinitas, que se pierden en el cielo, y, arriba de todo, gigantes de bronce en actitud de salir por puertas más amplias que el Arco de la Estrella o de dirigirse hacia los altares vastos como plazas o hacia las agujas de cobre que parecen tocar las constelaciones. Ésta es una ciudad bastante costosa —se lo advierto antes—, pero más bella que un sueño de Piranesi o un poema de William Blake, superior a Nínive, a Persépolis y a todas las fantasías.
—¿Costaría?
—Al menos veinticinco mil millones —contestó breve y serio Sulkas Perkunas.
—Está bien. Me traerá dentro de un año los presupuestos, el plano en escala de diez mil, los prospectos y los dibujos panorámicos.
Y mientras decía esto, me puse en pie para despedir al peligroso proyectador de ciudades. Mr. Sulkas Perkunas, recogió en silencio sus papeles y añadió de pronto:
—Seré puntual.
Y apresuradamente, después de un conato de saludo, salió con furia de la habitación y del hotel.
Argel, 19 febrero
D
esde hace algunos días me sentí seguido por un monstruo tímido que no se atrevía a abordarme. Un jorobado enorme y cojo, con una cara palidísima, marcada de viruelas. Cada vez que me miraba poníase encarnado y entonces aquella cara parecía una máscara de barro cocido salpicada de manchas claras.
Esta mañana me hallaba solo, fuera de la ciudad, en la Bouzarea, para visitar al famoso morabito. cuando el monstruo apareció a mi lado y me habló:
No tema nada —me dijo—. Me presentaré en seguida: León Blandamour, industrial, licenciado en matemáticas, fundador de la Sociedad Internacional de Metapsíquica Aplicada. ¿Puede concederme diez minutos?
El jorobado sacó un sucio reloj de plata.
—Las nueve y treinta y seis.
Y, sin esperar mi consentimiento, añadió:
—Usted conoce sin duda los progresos de la Metapsíquica, evolución científica del anticuado espiritismo. Estoy seguro de que aceptará como probados los hechos supranormales que se producen en los experimentos llamados, impropiamente, sesiones mediumnímicas. Los más grandes hombres de ciencia del mundo, entre ellos su William James, lo han comprobado y admitido. No hay necesidad de creer en la reencarnación de los muertos para reconocer que, en determinadas circunstancias, por obra de hombres dotados de cualidades supranormales, ocurren hechos en apariencia maravillosos y que la vieja ciencia no sabe explicar. A usted, espíritu práctico, deseo exponer el principio que me ha llevado a fundar mi sociedad.
»Los hechos llamados espiritistas existen, pero nadie hasta ahora ha pensado en explotarlos, quiero decir, en aplicarlos a las necesidades de la vida práctica. Se trata, en pocas palabras, de introducir en la industria el ocultismo.
»Tome, por ejemplo, la telepatía. Es uno de los fenómenos más ciertos y comprobados ¿Por qué no puede servir, educando a los sujetos más idóneos, como complemento de la telegrafía sin hilos? Usted sabe seguramente que hay médiums que consiguen desprender y levantar, sin tocarlos, objetos pesados. ¿No podrían convertirse, oportunamente regulados, en motores vivientes? Hay otros que consiguen leer una carta encerrada en un sobre: podrían transformase en preciosos empleados para las oficinas de la censura y de la Policía. Otros médiums, todavía mucho más potentes, consiguen hacer pasar los objetos a través de las paredes, es decir que los desmaterializan de tal modo que los átomos puedan atravesar los más invisibles poros de un obstáculo sólido y luego los materializan nuevamente en la misma forma. He aquí nuevos horizontes para la industria científica del hurto.
»Hay luego médiums todavía más prodigiosos que consiguen emitir porciones de materia viviente llamada ectoplasma. En el estado de
trance
[3]
crean junto a sí miembros humanos y, a veces, criaturas enteras, de una materia casi fluida, pero observable, que los ignorantes llaman
espectros
. ¿Recuerda las famosas materializaciones antropomorfas de Katie King, la médium de Crookes? Durante muchos años he estudiado el problema de la conservación de los espectros y lo he conseguido finalmente. Hasta ahora estos fantasmas reales se disolvían al final de la sesión, con grave daño de la ciencia y también de la comodidad humana. Yo he conseguido hacerlos estables, duraderos y prácticamente inmortales. Si quiere le enseñaré uno, que desde hace casi un año habita en mi casa y me es infinitamente útil. Usted comprende que semejantes criaturas casi irreales, y, sin embargo, vivas e inteligentes, serían buscadísimas en todas partes de la tierra. Tener a su servicio un espectro de materia sutilísima, que puede penetrar donde nos está vedado, que puede ver y oír lo que para nosotros es oscuro y mudo, que puede aterrorizar a nuestros enemigos y ser la compañía de nuestras noches —intermediario anfibio entre este mundo y el otro, entre la vida y la muerte, entre el ser y el no ser—, disponer de un ser no engendrado como todos los demás, un seudoantropo servicial, al cual es permitido lo que a los otros está negado, sería un lujo inaudito, una fortuna indecible y milagrosa. Una sociedad anónima para la fabricación y conservación de los espectros proporcionaría fabulosos beneficios. La industria tiene ahora el dominio y el monopolio de todas las fuerzas de la naturaleza, a excepción de la más admirable de todas: el espíritu. Estas apariciones indecisas y efímeras, que hasta ahora han servido únicamente para satisfacer la curiosidad y la vanidad de los psicólogos y el hambre de misterio y de emoción de los ocultistas, pueden convertirse, con ventaja para todos, en instrumentos de progreso y de bienestar. El pueblo de los fantasmas, hasta ahora refractario, puede entrar a formar parte de la economía mundial. También el alma, para el hombre moderno, es exportable y comerciable. ¿Por qué no quiere ser el presidente de mi Consejo de Administración? Pocos millones bastarían para imponer a los grandes mercados el
trust
de los espectros estables y dóciles. Si tiene usted alguna duda, le haré conocer, hoy mismo, el primer producto auténtico obtenido con mi método. Espero que le gustará ponerlo a prueba. Es, según una impresión que no puedo controlar, un espectro del sexo femenino, pero ningún sonido sale de su boca, es decir, de aquella línea de sombra que remeda, sobre su rostro esfumado y casi gaseoso, la boca. Pero su capacidad de obediencia…
En este momento saqué a mi vez el reloj y lo mostré al jorobado.
—Las nueve y cincuenta y ocho. ¡No ha cumplido usted su palabra! ¡Buenos días!
Sin añadir nada más le volví la espalda y me dirigí rápidamente a mi automóvil, que me esperaba a pocos pasos del morabito.
Ginebra, 30 julio
H
e hecho publicar en algunos periódicos este anuncio:
“Deseo secretario poliglota, filósofo, célibe, paciente, nómada. Presentarse hasta el 20 de julio, Hotel
Mon Repos
, a las diez de la noche.”
Como desde hace algún tiempo sufro de insomnio, el examen de los candidatos me ayudará a pasar la noche.
Han venido sesenta y tres. Entre esos sesenta y tres, cuarenta y siete eran hebreos. He elegido un hebreo: el que me ha parecido más inteligente de todos.
El doctor Benrubi tiene todas las cualidades que pedía y algunas más en las que no había pensado. Es un joven bajo, con las espaldas un poco curvadas, las mejillas hundidas, los ojos profundos, los cabellos ya un poco blanquecinos, la piel de color de barro de pantano. Nació en Polonia, hizo los primeros estudios en Riga, se doctoró en Filosofía en Jena, en Filología moderna en París, ha enseñado en Barcelona y en Zurich. Tiene el aspecto pobrísimo y la expresión de un perro que teme ser apaleado, pero que sabe, sin embargo, que es necesario.
Le he preguntado, charlando, por qué los hebreos son, de ordinario, tan inteligentes y tan miedosos.
—¿Miedosos? Se refiere probablemente al coraje físico, material, bestial. En cuanto al espiritual, los hebreos no son únicamente valerosos, sino temerarios. No han sido nunca héroes a la manera bárbara, ni siquiera creo, en la época de David, pero han sido los primeros, entre todos los pueblos, que comprendieron que el verdadero trabajo del hombre consiste más bien en ejercitar la mente que en matar criaturas semejantes a ellos.
»Además, después de la Dispersión, los hebreos han vivido siempre sin Estado, sin Gobierno, sin Ejército; grupos esparcidos en medio de unas multitudes que les odiaban. ¿Cómo quiere que se desarrolle en ellos el heroísmo de los cruzados y de los
condottieri
?
»Para no ser exterminados, los hebreos tuvieron que inventar su defensa. Hallaron dos medios: el dinero y la inteligencia.
»Los hebreos no aman el dinero. Tres cuartas partes de su literatura, sin contar los Profetas, es la glorificación de los pobres. Pero los hombres se destruyen con el hierro y se compran con el oro. No pudiendo adoptar el hierro, los hebreos se protegieron con el oro, el metal más estético y más noble. Los florines fueron sus lanzas, los ducados sus espadas, las esterlinas sus arcabuces, y los dólares sus ametralladoras. Armas no siempre eficaces, pero cada vez más potentes, de siglo en siglo, a causa del cariz que toma la civilización. El hebreo convertido en capitalista por legítima defensa, se ha transformado, por culpa de la decadencia moral y mística de Europa, en uno de los amos de la tierra, contra su mismo genio y contra su voluntad. Primeramente le han obligado a ser rico, después han proclamado que la riqueza es lo principal de todo, de modo que, por voluntad de sus enemigos, el pobre de la Biblia y el recluso del Ghetto se ha convertido en el dominador de los pobres y de los ricos.
»Lo que fueron arneses de protección se convirtieron, con el tiempo, en instrumentos de venganza. Mucho más potente que el oro es, en opinión mía, la inteligencia. ¿De qué manera el hebreo pisoteado y escupido podía vengarse de sus enemigos? Rebajando, envileciendo, desenmascarando disolviendo los ideales del
Goïm
. Destruyendo los valores sobre los cuales dice vivir la Cristiandad Y de hecho, si mira usted bien, la inteligencia hebrea, de un siglo a esta parte, no ha hecho otra cosa que socavar y ensuciar vuestras más caras creencias, las columnas que sostenían vuestro pensamiento. Desde el momento en que los hebreos han podido vivir libremente, todo vuestro andamiaje espiritual amenaza caerse.
»El Romanticismo alemán había creado el Idealismo, y rehabilitado el Catolicismo; viene un pequeño hebreo de Dusseldorf, Heine, y, con su genio alegre y maligno, se burla de los románticos de los idealistas y de los católicos.
»Los hombres han creído siempre que política moral, religión, arte, son manifestaciones superiores del espíritu y que no tienen nada que ver cor la bolsa y con el vientre; llega un hebreo de Treviri. Marx, y demuestra que todas aquellas idealísimas cosas vienen del barro y del estiércol de la baja economía.
»Todos se imaginan al hombre de genio como un ser divino y al delincuente corno un monstruo; llega un hebreo de Verona, Lombroso, y nos hace tocar con la mano que el genio es un semiloco epiléptico y que los delincuentes no son otra cosa que nuestros antepasados sobrevivientes, es decir, nuestros primos carnales.
»A fines del ochocientos, la Europa de Tolstoi, de Ibsen, de Nietzsche, de Verlaine, se hacía la ilusión de ser una de las grandes épocas de la Humanidad; aparece un hebreo de Budapest, Max Nordau, y se divierte explicando que vuestros famosos poetas son unos degenerados y que vuestra civilización está fundada sobre la mentira.
»Cada uno de nosotros está persuadido de ser, en conjunto, un hombre normal y moral; se presenta un hebreo de Freiberg en Moravia, Sigmund Freud, y descubre que en el más virtuoso y distinguido caballero se halla escondido un invertido, un incestuoso, un asesino en potencia.
»Desde el tiempo de las Cortes de Amor y del Dulce Estilo Nuevo estamos habituados a considerar a la mujer como un ídolo, como un vaso de perfecciones; interviene un hebreo de Viena, Weininger, y demuestra científicamente y dialécticamente que la mujer es un ser innoble y repugnante, un abismo de porquería y de inferioridad.