Goma de borrar (31 page)

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Authors: Josep Montalat

—Estoy empapada —se quejó Mamen.

—¡Desgraciados! —gritó Gus, protegido en la acera por el alféizar, mientras las chicas empezaron a correr.

—¡Venga, déjalo! ¡Vámonos! —dijo Tomás, yendo por la acera tras ellas.

—Ja, ja, ja —se reían ahora todos, un poco más alejados, mientras iban corriendo.

—He quedado bien empapado. Y el agua debía de ser de la nevera —comentó Tito, tiritando.

—Menos mal que llevo este disfraz —dijo Cobre, desde el interior de la cabeza de gorila.

—Pues has tenido suerte; a nosotras nos han dejado completamente mojadas y así vestidas, sólo con estas ropas, no veas... —decían las chicas, vestidas de africanas sexys.

—Ja, ja, ja —se rio él—. Encima os habéis desteñido con el agua. Parece que tengáis sarna —acabó diciéndoles, al reparar en el deshecho color del maquillaje.

Al día siguiente, hacia las dos, Mamen, desde la casa de sus  padres, llamó a Cobre por teléfono y lo pilló en la cama, durmiendo. Se despertó al oír los timbrazos, pero cuando llegó abajo ya habían colgado. Entró en el cuarto de baño y volvió a sonar el teléfono. Esta vez lo pudo coger a tiempo. Era Mamen, que llamaba de nuevo. Le dijo que se encontraba muy mal. Que entre el frío de tanto rato en el desfile, con tan poca ropa, y el agua que les tiraron, había cogido un fuerte resfriado y creía que tenía fiebre, se quedaría en la cama, y no iría a la fiesta de disfraces de Alain. En todo caso, al día siguiente, el domingo, si se encontraba mejor lo llamaría para poder verse. Finalmente, le dijo que fuera él a la fiesta.

—Me sabe mal ir sin ti —respondió Cobre.

—Ve tú, cariño, si te encuentras bien, ya te fastidié el día de la fiesta del «Fin de Año adelantado». Yo estoy fatal.

—Pobre cariñito mío, con la ilusión que te hacía ir con el disfraz que te habías hecho.

—Ve tú, pirulín, y baila por mí. ¡Achíisss! —estornudó Mamen.

—Ya sabes que no me gusta bailar, pero me pasaré un rato —le respondió, no queriendo volver a perderse una fiesta del francés—. Prometí a Alain que iría, pero estaré sólo un rato. Yo también lo he pillado un poco —mintió para tranquilizar a su novia—. Venga, ahora métete en la cama que te oigo estornudar. Tómate un «Frenadol» o algo así.

—Mi padre me ha dado unas pastillas que dice que van muy bien —explicó la chica.

—Vale, perfecto. Métete en la cama y mañana te llamaré para ver cómo estás.

A Cobre no le supo mal tener que ir solo a la casa del francés. No le agradó marcharse de la otra fiesta y, recordando el desmadre que vio, esta vez no se la quería perder. Además, le había prometido a Alain llevarle diez gramos de cocaína, y no era de las personas que olvidaban las promesas... a veces incluso las cumplía, si había dinero por en medio, claro. La cantidad de droga le daba indicios de que también esta vez, al igual que en la anterior, habría mucha animación.

Después de darse una ducha y a punto de vestirse, volvió a sonar el teléfono. Lo cogió. Oyó al otro lado un barullo de palabras conocidas.

—¿Juanjo? ¿Eres Juanjo?

—Hjiiii. Oiooo. Haanjoo.

Si ya era difícil entenderse con él, más lo era por teléfono. Juanjo le pedía un gramo de cocaína. Lo citó para que a las cuatro se pasase por su casa a recogerlo.

A las tres y media, después de comer, volvió a sonar el teléfono. Esta vez la que llamaba era Sindy desde Holanda. Le dijo que podían hacer la transacción de la venta de la cocaína que ella había negociado y que debía estar en el puerto de Barcelona a las siete y media de la tarde. Cobre intentó cambiarlo para el día siguiente, pero no era posible; debía ser «hoy mismo, sin falta, si queremos vender la coca», le recalcó la chica. Anotó en un papel los datos del amarre del puerto deportivo de Barcelona y demás reseñas que la holandesa le facilitaba al otro lado de la línea telefónica.

—¡Jondia, qué putada! Precisamente hoy —despotricó en voz alta, colgando el teléfono.

Le sabía mal perderse la fiesta de Alain, pero por otro lado había estado esperando ese momento con muchas ganas. Por fin, con el dinero que se sacase podría comprarse el deseado Volkswagen Golf.

Fue a su habitación a preparar el material y lo colocó en una bolsa de deporte. También puso dentro algo de ropa por si se tenía que quedarse a dormir en Barcelona.

Estaba cerrando la bolsa cuando llamaron a la puerta. Era Juanjo, lo hizo pasar mientras él subía a su habitación a buscarle el gramo de cocaína que le había pedido. Al bajar, lo encontró contemplando el disfraz de gorila que la noche anterior había dejado secándose sobre una silla.

—¡Uhaa! ¡Uhaa! — expresó Juanjo imitando los movimientos del gorila, dándose golpes al pecho.

—¿Te gusta? —le preguntó Cobre, sonriéndole.

—Siii, Egmufg...eggido –«Es muy divertido», entendió que le decía.

—Te lo dejo si me haces un favor —le dijo entonces Cobre, pensando que podría echarle una mano con todo lo que tenía que hacer aquella tarde.

Le explicó que debía entregar un sobre de su parte a Alain, en su casa, donde se hacía la fiesta, a las cinco, que era cuando empezaba, ya que él debía irse urgentemente para Barcelona. Que el francés le iba a dar un dinero y que tenía que devolvérselo el domingo. Que por hacerle aquel favor le dejaba el disfraz y le diría al francés que lo dejase estar en la fiesta, que sería muy animada y habría muchas chicas.

A Juanjo le agradó la oferta. Cobre le dijo que se probase el disfraz mientras él escribía la nota que debía entregarle a Alain. El chico empezó a ponerse el disfraz de gorila sobre su ropa. Cobre le advirtió que mejor se la sacase ya que pasaría mucho calor.

—¿Ehhhhnudo?

—Sí, sin ropa mejor, así estarás más a punto para follar —le dijo, riéndose, haciendo el típico gesto que expresaba esto.

—Juuu, juuu, juuu —se rio el chico.

Juanjo empezó a desvestirse, mientras él seguía con el escrito para el francés. Se detuvo al ver el miembro viril de Juanjo, cuando se bajó sus calzoncillos.

—¡Jondia, menudo aparato tienes, tío! —dijo, sorprendido.

—Ahhgggiiii —dijo el chico, mostrándole sus atributos.

Cobre siguió escribiendo hasta que se detuvo otra vez para decirle a Juanjo cómo debía ponerse la parte de los pies. Se levantó para ayudarlo.

—Ponte los calcetines por dentro y luego los zapatos —le explicó.

Juanjo se los puso y a continuación lo ayudó a poner la pieza de la parte inferior.

—¿Ves? —le dijo, poniéndole una especie de pantuflas que disimulaban los zapatos—. Y esto lo pones por fuera, para disimular las juntas de las dos piezas. Ahora haz lo mismo con el otro zapato —añadió, mientras regresaba a la mesa.

Juanjo acabó de enfundarse la peculiar vestimenta y Cobre se levantó de nuevo.

—Perfecto. Somos de las mismas medidas. Te queda genial.

—Ahhgggiii Juuu, juuu, juuu.

—Sólo te faltan los guantes y la cabeza —le dijo, dándole los guantes forrados con la misma tela peluda del resto del disfraz.

Una vez vestido, Cobre le acompañó para que se viera en el espejo del cuarto de baño que había en el salón. Juanjo se rio y se dio algunos golpes en el pecho con los puños.

—Genial. Lo haces muy bien. —le dijo, mientras el chico se reía divertido—. Aquí tienes la bragueta para mear. —Le señaló una cremallera muy bien disimulada—. Y aquí dentro hay un bolsillo también con cremallera para poner las llaves del coche, el dinero, la coca, etc... Y en el otro lado hay otro bolsillo abierto más grande.

—Juuu, juuu, ju —seguía riéndose Juanjo de sus gracias.

—Ja, ja, ja —reía asimismo Cobre, divertido—. Si no hablas y no te quitas la cabeza del disfraz, esta tarde machacas en la fiesta.

—Ahhgggiii. Ñnnaca-ñnnnaca —dijo, haciendo el gesto de follar, riéndose los dos.

Al salir del baño, Juanjo se quitó la cabeza del disfraz y le dijo algo que no entendió. Salió llevándose las llaves de su coche en una de sus gruesas manos, dejando la puerta abierta y al poco rato regresó con un mastodóntico pene de plástico de broma.

—Ja, ja, ja —se descojonaba Cobre al ver cómo se lo ponía delante entre las piernas y lo movía con la mano.

—Jjuu, jjuu, jjuu —reía también su amigo.

—Mira, ven —le dijo Cobre, pensando en la posibilidad de incorporar aquel enorme falo al disfraz.

La pieza de plástico se sujetaba al disfraz si se cerraba la cremallera de la bragueta. Cobre tiró del enorme pene para comprobarlo.

—Ja, ja, ja. Ahora no vayas con esto. Pero más tarde puede ser divertido que te lo pongas en la fiesta.

—Ahhgggiii. Jjuu, jjuu, jjuu.

—Mira, de momento te lo puedes guardar en este espacio —le dijo señalándole una de las aberturas que su madre le había hecho—. Mi madre dijo que lo había hecho para el bocadillo. Pero también sirve para el cipote.

Cobre seguidamente subió arriba a buscar las diez papelas de cocaína y las puso en el sobre, lo cerró y se lo entregó a Juanjo. Luego le hizo un plano para que localizara con facilidad la casa de Alain y lo acompañó hasta la puerta, riéndose al verlo salir con el disfraz y subirse al coche. Juanjo bajó la ventanilla y lo saludó. Él le devolvió el saludo con la mano, desternillándose al ver el extraño efecto que hacía un gorila conduciendo.

—Como lo pare la Guardia Civil, va a ser un descojone —pensó para sí mismo cuando ya cerraba la puerta.

Fue arriba y bajó con la bolsa deportiva que contenía la cocaína que iba a llevarse a Barcelona. Cogió dinero, su chaqueta y salió de la casa. Poco después arrancó el Seat Panda en dirección a Figueres para coger la autopista.

Dos horas más tarde, Tito, vestido de corsario pirata, entraba en la casa de Alain. La fiesta estaba muy animada y todos, sin excepción, iban disfrazados. Saludó al anfitrión que iba de patricio romano y a su mujer, Brigitte, que llevaba un fastuoso vestido parecido a los que se usan en los carnavales de Venecia. Saludó luego a Gus, a Tomás, y seguidamente fue a prepararse una bebida. Entonces vio el disfraz de gorila. Gritó el nombre de Cobre, pero el peludo gorila siguió hasta el baño. Fue tras él y dio unos golpes en la puerta.

—Cobre, abre. Soy yo, Tito —anunció desde fuera.

La puerta se abrió y apareció Juanjo, sin la cabeza de gorila.

—¡Jopé! Pensaba que eras Cobre —se sorprendió Tito.

—Oiioo, Obbbee, haa eeiooo heeir aaabbbaonna —le explicó, dejándolo entrar.

Allí entendió que Cobre se había tenido que ir a Barcelona. Le preguntó por Mamen y le dijo que no la había visto, con lo cual dedujo que se había marchado con ella. Juanjo se iba a preparar una raya de cocaína. Lo invitó y aceptó, ya que no tenía nada aquel día y esperaba encontrar a su amigo, precisamente para que le vendiera algo.

Mientras tanto, Cobre, ya en el Puerto Deportivo de Barcelona buscaba el pantalán número 5, amarre 16, en el que debía estar atracado el yate que iba a llevarse la cocaína a Mallorca. Al cabo de poco, localizó un barco en el que vio luz y a alguien dentro. Llamó dando unos golpes a la puerta y le abrió un hombre talla Schwarzenegger, y con ademán agresivo le preguntó que quería. Cobre le dijo la contraseña: «¿Es aquí donde faltan huevos?». Cuando el hombre le respondió: «¿Acaso quieres tocármelos?», comprendió que se había equivocado de barco y como pudo se disculpó del tipo, despotricando contra Sindy por la estúpida contraseña que había elegido, aunque ella por teléfono le había dicho que ya era tarde para cambiarla. No muy lejos, vio otro yate con luz. Lo esperaban y lo hicieron entrar para que aguardara a que llegase alguien con el dinero. Se encontró con dos hombres de unos treinta y pico años y tres chicas, todos alemanes, excepto el que parecía mayor que era holandés. Sindy le había asegurado que no debía haber ningún problema con la transacción, ya que todos eran de mucha confianza. Le ofrecieron una bebida y él los invitó a unas rayas de cocaína que todos aceptaron de buen grado. Al cabo de un rato estaban hablando animadamente.

A ciento sesenta kilómetros de allí, en Roses, Mamen llegaba en coche a la casa de Alain. Con el medicamento que había estado tomando durante el día, se había encontrado mejor y había decidido ir finalmente a la fiesta. Así, por un lado cumplía la petición de su amiga Belén de vigilar lo que hacía Tito durante aquel fin de semana y por el otro, iba a dar una sorpresa a Cobre. Existía también el escondido deseo de ver cómo se comportaba sin ella en la fiesta, ya que su novio no la identificaría con el disfraz que secretamente había estado haciendo con su amiga y que la hacía irreconocible, de cerilla roja.

De cintura para abajo llevaba una ajustada malla blanca en la que se perfilaban sus esbeltas piernas y su respingón y bien dibujado trasero. En la parte de arriba vestía un ajustado suéter blanco de cuello alto que le marcaba sus esbeltos pechos. En la cabeza, una bola de espuma roja, con la forma del fósforo de la cerilla. En la bola había un agujero que le servía para poder ver y respirar con comodidad, cubierto por una fina tela mosquitera también de color rojo que impedía que pudieran reconocerla. Dejó las llaves del coche debajo de la rueda trasera del Renault 15 de su padre y se encaminó a la puerta.

Nada más entrar, vio a Tito hablando con un chico. Los dos se quedaron mirándola sin reconocerla y ella sonrió. No obstante, más que admirar su disfraz, sus miradas habían enfocado su marcada figura, incluyendo sus muy bien dibujados glúteos y pechos. Mamen, todavía con la sonrisa en la boca, se dirigió directamente a la mesa donde estaban las bebidas. Desde allí tenía una buena panorámica de todo el salón. Vio a Tomás con su novia Irene, ambos vestidos de romanos, hablando con Gus, que iba de pistolero, y un poco más allá, reconoció el disfraz de gorila de Cobre. Su sonrisa se apagó de golpe.

—¡Será cabronazo! —masculló, furiosa de rabia.

El gorila estaba bailando alborozadamente en medio de la pista, rodeado de chicas que se reían con él y le acariciaban con sus manos el grueso pene de broma que llevaba puesto, con el que él les iba dando golpes en el cuerpo. Mamen estaba furibunda viendo a su imaginado novio, con el disfraz de gorila, haciendo el idiota de aquella forma.

Alterada, se giró y se sirvió una bebida bien cargada de vodka. La bebió con una pajita que llevaba escondida en su cintura. Con Belén habían pensado en este detalle y se habían hecho un escondite en la cintura de la malla para guardarla. También habían hecho, ex profeso, un pequeño agujero en la tela mosquitera que les serviría para poder pasar la pajita y los cigarrillos.

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