Hacia la Fundación

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

 

La portentosa saga de las Fundaciones es una extraordinaria visión defuturo que abarca miles de años y docenas de mundos. Hacia la Fundación constituye la entrega final de la serie. Al compás de una trama dramática y sugestiva, Asimov narra la apasionante peripecia de sus personajes más entrañables: Hari Sheldon, padre de la Fundación y creador de la teoría de la psicohistoria; Cleón I, vanidoso y astuto emperador del Imperio Galáctico, predestinado a ser el último miembro de una gloriosa dinastía; Eto Demerzel, misteriosa eminencia gris de palacio y verdadero detentador del poder; Wanda Sheldon, la extraña e inteligente mujer a quien Hari confía su creación más ambiciosa: la omnipotente Segunda Fundación…

Isaac Asimov

Hacia la Fundación

ePUB v1.0

Lecram / OZN
15.03.12

Título original: Forward the Foundation

Año de publicación 1993

Para todos mis leales lectores

Primera Parte: ETO DEMERZEL

DEMERZEL, ETO. Aunque no cabe duda de que Eto Demerzel fue el auténtico poder del gobierno durante gran parte del reinado del Emperador Cleon I, los historiadores están divididos en cuanto a la naturaleza de su autoridad. La interpretación clásica dice que fue uno más en la larga serie de opresores poderosos e implacables del último siglo del Imperio Galáctico no dividido, pero recientes opiniones revisionistas insisten en que, si se trató de un despotismo, el suyo fue benévolo. Estas opiniones dan gran importancia a su relación con Hari Seldon, aunque ésta siempre permanecerá sumida en la incertidumbre, especialmente en lo referente a lo que ocurrió durante el inusual episodio de Laskin Joranum, cuya meteórica ascensión…

Enciclopedia Galáctica*

* Todas las citas de la Enciclopedia Galáctica reproducidas están tomadas de la edición número 116, publicada el año 1020 E.F. por la Compañía Editora de la Enciclopedia Galáctica, Terminus, con permiso de la editorial.

1

–Hari, insisto en que tu amigo Demerzel está metido en un buen lío -dijo Yugo Amaryl con una inconfundible expresión de desagrado y poniendo un ligero énfasis en la palabra «amigo».

Hari Seldon detectó este desagrado y lo ignoró.

–Yugo, insisto en que eso son tonterías -dijo alzando la cabeza y apartando la mirada de su triordenador-. ¿Por qué me haces perder el tiempo insistiendo en ello? – añadió con un leve, muy leve tono de fastidio.

–Porque creo que es importante.

Amaryl se sentó y lo contempló con expresión desafiante. Su gesto indicaba que iba a ser muy difícil convencerle de lo contrario. Estaba allí, y allí se quedaría.

Ocho años antes era calorero en el Sector de Dahl, el peldaño más bajo de la escala social, pero Seldon lo había sacado de esa posición, elevándolo y convirtiéndolo en un matemático y un intelectual… más que eso, en un psicohistoriador.

Amaryl no olvidaba ni por un instante lo que había sido, quién era actualmente y a quién debía ese cambio. Eso significaba que, si debía hablar con aspereza a Hari Seldon -por el bien del propio Seldon-, no le detendría ninguna consideración de respeto y afecto hacia aquel hombre mayor que él, ni las consecuencias que eso pudiera deparar a su propia carrera. La deuda que había contraído con Seldon le obligaba a usar esa áspera franqueza y, de ser necesario, mucha más aun.

–Mira, Hari -dijo hendiendo el aire con la mano izquierda-, por alguna razón que supera mi comprensión tú tienes un concepto muy alto de Demerzel, pero yo no. Salvo tú, nadie cuya opinión respete le aprecia. No me importa lo que le ocurra, Hari, pero si a ti te importa no me queda otro remedio que hablarte del asunto.

Seldon sonrió, tanto por el apasionamiento de Amaryl como por lo que consideraba una preocupación inútil.

Apreciaba mucho a Yugo Amaryl…, en realidad era más que aprecio. Yugo era una de las cuatro personas a las que había conocido durante el corto período de su vida en que, huyendo, tuvo que recorrer el planeta Trantor. Eto Demerzel, Dors Venabili, Yugo Amaryl y Raych…, cuatro personas, y desde entonces no había conocido a nadie que pudiera comparárseles.

Los cuatro le resultaban indispensables en una forma determinada y distinta en cada caso; Yugo Amaryl, en particular, por su rápida comprensión de los principios de la psicohistoria y la imaginación que le permitía adentrarse en nuevas áreas. Resultaba consolador saber que si le ocurría algo antes de que las matemáticas de la disciplina estuvieran totalmente desarrolladas -y qué lento era el avance, qué altas parecían las montañas de obstáculos- quedaría por lo menos un cerebro inteligente que proseguiría con la investigación.

–Lo siento, Yugo -dijo-. No pretendía impacientarme contigo o rechazar de antemano eso que tienes tantas ganas de hacerme comprender, sea lo que sea. Todo es culpa de mi trabajo. Ya sabes, el ser jefe de un departamento universitario…

Amaryl advirtió que era su turno de sonreír y reprimió una risita.

–Lo siento, Hari, y no debería reírme, pero no tienes aptitudes naturales para ese puesto.

–Lo sé, pero tendré que aprender. Debo aparentar que estoy haciendo algo inofensivo y no hay nada, nada, más inofensivo que dirigir el Departamento de Matemáticas de la Universidad de Streeling. Puedo ocupar toda mi jornada en tareas intrascendentes de tal forma que nadie necesita estar al corriente o hacer preguntas sobre el curso de nuestra investigación psicohistórica, pero el problema estriba en que acabo ocupando toda la jornada en nimiedades y no dispongo de tiempo suficiente para…

Sus ojos vagabundearon por el despacho y contemplaron el material almacenado en los ordenadores a los que sólo Seldon y Amaryl tenían acceso. Aunque alguien lograra acceder a él por casualidad, todos los datos estaban expresados en una simbología inventada que sólo ellos podían entender.

–Cuando estés más familiarizado con tus deberes empezarás a delegar funciones y dispondrás de más tiempo -dijo Amaryl.

–Eso espero -murmuró Seldon con voz dubitativa-. Pero cuéntame, ¿qué es eso tan importante que querías decirme sobre Eto Demerzel?

–Sencillamente que Eto Demerzel, el Primer Ministro de nuestro gran Emperador, está muy ocupado promoviendo una insurrección.

Seldon frunció el ceño.

–¿Y por qué iba a querer hacer algo semejante?

–No he dicho que quiera hacerlo, sino que lo está haciendo, tanto si es consciente de ello como si no, y con considerable ayuda de algunos de sus enemigos políticos. Oh, a mí me da igual, compréndelo… Creo que lo ideal sería tenerle fuera del palacio y lejos de Trantor… fuera del Imperio, de hecho. Pero como he dicho antes, tú tienes un concepto muy alto de Demerzel, y por eso te advierto, porque sospecho que no sigues el curso de los acontecimientos políticos tan atentamente como deberías.

–Hay cosas más importantes de las que ocuparse -dijo Seldon en voz baja y serena.

–Como la psicohistoria. Estoy de acuerdo. Pero, ¿cómo vamos a desarrollar la psicohistoria con esperanza de éxito si ignoramos la política? Me refiero al día a día de la política. El ahora es el momento en que el presente se está convirtiendo en futuro. No podemos limitarnos a estudiar el pasado. Sabemos qué ocurrió en el pasado, pero sólo podremos comprobar los resultados comparándolos con el presente y el futuro próximo.

–Me parece que ya he oído ese argumento antes -dijo Seldon.

–Y lo volverás a oír. Parece que hablarte de esto no sirve de nada.

Seldon suspiró, se reclinó en su asiento y contempló a Amaryl con una sonrisa en los labios. Amaryl podía ser un poco irritante, pero se tomaba la psicohistoria muy en serio… y eso lo compensaba sobradamente.

Amaryl aún llevaba la marca de sus años de calorero. Poseía los anchos hombros y la constitución musculosa de alguien habituado a un trabajo físico muy duro. No había permitido que su cuerpo se ablandara y eso era una suerte, porque ayudaba a Seldon a resistir el impulso de pasar todo su tiempo sentado detrás del escritorio.

No poseía la fuerza física de Amaryl, pero no había perdido su habilidad en la lucha de torsión a pesar de que acababa de cumplir los cuarenta y no podría conservarla indefinidamente; pero de momento estaba dispuesto a continuar ejercitándose. Gracias a sus ejercicios diarios su cintura seguía siendo esbelta y sus piernas y sus brazos firmes.

–Toda esta preocupación por Demerzel no puede obedecer simplemente a que sea amigo mío -dijo-. Has de tener otro motivo.

–No es ningún misterio. Mientras seas amigo de Demerzel tu posición en la universidad no puede ser más segura, y podrás seguir trabajando en la investigación psicohistórica.

–¿Ves?
Tengo
una buena razón para ser amigo suyo, y no me parece que esté más allá de tu comprensión.

–Te interesa estar a buenas con él, cierto, y eso lo entiendo. Pero en cuanto a una auténtica amistad… Eso no lo entiendo. Ahora bien, si Demerzel pierde el poder, aparte del efecto que eso pueda tener sobre tu posición, Cleon gobernaría personalmente el Imperio y su declive se precipitaría. La anarquía podría caer sobre nosotros antes de que hubiéramos comprendido todas las implicaciones de la psicohistoria y hacer posible que esa ciencia salve a la Humanidad.

–Comprendo. Pero… Verás, francamente no creo que consigamos desarrollar la psicohistoria a tiempo de evitar la caída del Imperio.

–Aunque no pudiéramos evitar la caída, podríamos hacer que los efectos resultaran menos terribles, ¿no?

–Quizá.

–Bien, ahí lo tienes. Cuanto más tiempo podamos trabajar en paz más posibilidades hay de que consigamos evitar la caída o, por lo menos, atenuar sus efectos. En tal caso -y si seguimos el razonamiento en sentido inverso-, quizá sea necesario salvar a Demerzel tanto si nos…, o por lo menos, tanto si
me
gusta como si no.

–Pero acabas de decir que te gustaría verle fuera del palacio, lejos de Trantor… y fuera del Imperio, de hecho.

–Sí, y dije que eso sería lo ideal. Pero no vivimos en condiciones ideales y necesitamos a nuestro Primer Ministro incluso si es un instrumento de represión y despotismo.

–Entiendo. Pero ¿por qué crees que el Imperio se encuentra tan cerca de la disolución que la pérdida de un Primer Ministro bastará para provocarla?

–Por la psicohistoria.

–¿La estás usando para hacer predicciones? Aún no disponemos del marco estructural adecuado. ¿Qué clase de predicciones puedes hacer?

–Existe algo llamado intuición, Hari.

–La intuición
siempre
ha existido. Queremos algo más, ¿no? Queremos disponer de un tratamiento matemático que nos proporcione las probabilidades de desarrollos futuros específicos bajo esta condición o aquella. Si la intuición basta para guiarnos no necesitamos la psicohistoria para nada.

–No tiene por qué ser una cuestión de una o la otra, Hari. Estoy hablando de ambas, de una combinación que puede ser mejor que cualquiera de ellas por separado… al menos hasta que la psicohistoria esté perfeccionada.

–Si es que llega a estarlo alguna vez -repuso Seldon-. Pero, dime… ¿de dónde surge ese peligro que amenaza a Demerzel? ¿Qué es lo que tiene tantas probabilidades de hacerle daño o derrocarle? ¿Estamos hablando del derrocamiento de Demerzel?

–Sí -dijo Amaryl, y compuso una expresión seria.

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