–Profesor Seldon, ¿no cree que el Emperador debe ser considerado un
amigo poderoso
?
–Desde luego que sí, pero ¿qué tiene que ver eso conmigo?
–Tengo la impresión de que el Emperador es amigo suyo.
–Señor Joranum, estoy seguro de que los registros le indicarán que disfruté de una audiencia con Su Majestad Imperial hace ocho años. Duró una hora o quizá menos, y entre tanto no detecté ninguna predisposición especial hacia mí. Desde entonces no he vuelto a hablar con el Emperador, y ni siquiera le he visto…, salvo en la holovisión, por supuesto.
–Pero profesor, el Emperador puede ser un amigo poderoso sin necesidad de verle o hablar con él. Basta con ver o hablar con Eto Demerzel, su Primer Ministro. Demerzel es su protector, por tanto podemos decir que el Emperador también lo es.
–¿Ha encontrado alguna referencia a esa supuesta protección en los registros? ¿Ha encontrado algo, lo que sea, que le permita deducir la existencia de tal protección?
–¿Por qué buscar en los registros cuando es bien sabido que existe una relación entre ustedes? Usted lo sabe y yo lo sé. Aceptemos ese hecho como algo probado y sigamos hablando. Y, por favor… -Joranum alzó las manos-. No se tome la molestia de hacerme oír sus más sinceras negativas. Sería una pérdida de tiempo.
–En absoluto -dijo Seldon-. Iba a preguntarle qué le lleva a pensar que el Primer Ministro quiere protegerme. ¿Con qué fin iba a hacerlo?
–¡Profesor! ¿Está insinuando que soy un colosal ingenuo? Ya he hablado de su psicohistoria, y Demerzel está muy interesado en ella.
–Y yo le he dicho que se trató de una indiscreción juvenil que acabó en nada.
–Usted puede decirme muchas cosas, profesor, pero yo no estoy obligado a creer en ellas. Vamos, hablemos con franqueza… He leído su trabajo y he intentado comprenderlo con la ayuda de algunos matemáticos de mi organización. Me han dicho que es un sueño sin pies ni cabeza, algo totalmente imposible…
–Estoy totalmente de acuerdo con ellos -dijo Seldon.
–Sin embargo presiento que Demerzel espera que la psicohistoria sea desarrollada y utilizada; y si él puede esperar yo también puedo hacerlo. Créame, sería más útil para usted que yo esperase, profesor Seldon.
–¿Por qué?
–Porque Demerzel no permanecerá en su posición actual durante mucho más tiempo. La opinión pública se está volviendo en su contra. Es muy posible que cuando el Emperador se canse de un Primer Ministro impopular que amenaza con arrastrar al trono en su caída, le encuentre un sustituto, e incluso podría ser que el nombramiento de Primer Ministro recaiga sobre mi humilde persona. Usted seguirá necesitando un protector, alguien que le permita trabajar sin molestias y que garantice amplios fondos para cubrir sus posibles necesidades de equipo o ayudantes.
–Y usted sería ese protector, ¿verdad?
–Por supuesto…, y por la misma razón por la que lo es Demerzel. Quiero disponer de una técnica psicohistórica que funcione para gobernar el Imperio de forma más eficiente.
Seldon asintió con expresión pensativa y esperó unos momentos antes de replicar.
–Pero en ese caso, señor Joranum, ¿por qué debo involucrarme en esto? – dijo-. Soy un pobre estudioso que lleva una existencia tranquila consagrada a las actividades pedagógicas y a algo tan poco mundano como las matemáticas. Usted afirma que Demerzel es mi protector actual y que usted lo será en el futuro, por lo que puedo seguir ocupándome tranquilamente de mis asuntos. Usted y el Primer Ministro pueden luchar hasta que haya un vencedor. Sea quien sea el que gane yo seguiré teniendo un protector…, o al menos eso es lo que usted me asegura.
La eterna sonrisa de Joranum se debilitó un poco. Namarti volvió su ceñudo rostro hacia Joranum y pareció disponerse a decir algo, pero la mano de Joranum se movió unos milímetros y Namarti tosió permaneciendo en silencio.
–Doctor Seldon, ¿es usted un patriota? – preguntó Joranum.
–Por supuesto que sí. El Imperio ha proporcionado varios milenios de paz o, por lo menos, varios milenios razonablemente pacíficos a la Humanidad y ha permitido que hubiera un progreso continuo.
–Así es…, pero durante los últimos dos siglos el progreso ha sido más lento.
Seldon se encogió de hombros.
–No me he dedicado a estudiar esas materias.
–No tiene por qué hacerlo. Usted sabe que políticamente hablando los últimos dos siglos han sido una época de intranquilidad y disturbios. Los reinados imperiales han sido breves, y en ciertas ocasiones se han visto acortados por el asesinato…
–El mero hecho de hablar de eso ya se acerca a la traición -dijo Seldon-. Preferiría que no…
–Bueno, ahí lo tiene. – Joranum se apoyó en el respaldo de su asiento-. ¿Ve qué inseguro se siente? El Imperio está en decadencia, y estoy dispuesto a decirlo en público y sin rodeos. Quienes me siguen lo hacen porque también lo saben. Necesitamos que el Emperador tenga a su lado a alguien capaz de controlar el Imperio, reprimir los focos de rebelión que surgen por todas partes, proporcionar a las fuerzas armadas el liderazgo natural que les corresponde, dirigir la economía…
Seldon le interrumpió con el gesto impaciente de una mano.
–No siga… Usted es el hombre que puede hacer todo eso, ¿no?
–Tengo intención de serlo. No será un trabajo fácil y dudo que se presenten muchos voluntarios… por razones obvias. Es evidente que Demerzel no puede hacerlo. Con él la decadencia del Imperio se está acelerando, y no tardará en consumarse una ruina total.
–Pero usted puede detener el curso de esa decadencia.
–Sí, doctor Seldon. Con su ayuda y la psicohistoria.
–Quizá Demerzel también podría impedir la catástrofe con la psicohistoria… suponiendo que exista.
–Existe -dijo Joranum sin inmutarse-. No finjamos lo contrario. Su existencia no ayuda a Demerzel. La psicohistoria no es más que una herramienta. Necesita un cerebro que la comprenda y un brazo que la emplee.
–Y debo suponer que usted posee ambas cosas, ¿no?
–Sí. Conozco muy bien mis propias virtudes. Quiero disponer de la psicohistoria.
Seldon meneó la cabeza.
–Puede desear cuanto le apetezca. No la tengo, y no puedo entregársela.
–Sí que la tiene. No voy a discutir ese punto. – Joranum se inclinó hacia delante y se acercó a Seldon como si quisiera introducir su voz directamente en sus oídos-. Ha dicho que era un patriota. Pues bien, debo sustituir a Demerzel en el puesto de Primer Ministro para evitar la destrucción del Imperio, pero la forma en que se lleve a cabo esa sustitución podría debilitarlo catastróficamente. Eso es lo último que deseo. Usted puede aconsejarme sobre cómo lograr ese objetivo de forma discreta y sutil, sin provocar daños materiales o perjuicios a las personas…, por el bien del Imperio.
–No puedo hacerlo -dijo Seldon-. Me acusa de poseer unos conocimientos que no tengo. Me gustaría ayudarle, pero no puedo.
Joranum se levantó de repente.
–Bien, ya sabe lo que opino y qué es lo que quiero de usted. Piense en ello, y también le pido que piense en el Imperio. Quizá cree estar en deuda con el expoliador de todos los millones interplanetarios de la Humanidad, sólo porque le ha protegido con su amistad. Tenga cuidado. Lo que haga puede hacer tambalear los mismísimos cimientos del Imperio. Le pido que me ayude en nombre de los cuatrillones de seres humanos que viven en la galaxia. Piense en el Imperio.
Joranum había ido bajando su tono de voz hasta convertirla en un semisusurro apremiante y emotivo. Seldon se apercibió de que sus palabras le habían afectado lo suficiente para provocarle un leve temblor.
–Siempre pensaré en el Imperio -dijo.
–Entonces eso es todo lo que le pido por ahora -dijo Joranum-. Gracias por haber accedido a verme.
Seldon vio cómo Joranum y su acompañante salían de su despacho. Las puertas se deslizaron a los lados sigilosamente y los dos hombres se marcharon.
Frunció el ceño. Había algo que le inquietaba…, y ni siquiera estaba seguro de qué era.
Los oscuros ojos de Namarti seguían clavados en Joranum. Estaban en su despacho del sector de Streeling, una estancia protegida por todos los sistemas de seguridad imaginables. No eran unos cuarteles generales muy lujosos. Los joranumitas eran bastante débiles en el sector, pero no tardarían en ser más numerosos. El movimiento crecía de forma asombrosa. Había empezado desde cero tres años atrás y actualmente sus tentáculos se extendían por todo Trantor, aunque en algunos sitios eran más abundantes y poderosos que en otros, naturalmente.
Los Mundos Exteriores seguían prácticamente libres de todo contacto con la organización. Demerzel había hecho cuanto estaba en sus manos para mantenerlos satisfechos, y ése era su gran error. Las rebeliones más peligrosas eran las que surgían en Trantor. En cualquier otro sitio podían controlarse, pero aquí Demerzel podía ser derrocado. Parecía extraño que no se apercibiera de ello, pero Joranum siempre había sostenido la teoría de que la reputación de Demerzel era muy exagerada, de que si alguien osaba oponérsele resultaría no ser más que un cascarón vacío y de que el Emperador se apresuraría a destituirle en cuanto le pareciera que su seguridad personal estaba en juego. De momento todas las predicciones de Joranum se habían cumplido. No había tenido ni un solo contratiempo salvo en asuntos de poca importancia, como el reciente acto en la Universidad de Streeling en el que había interferido el tal Seldon.
Ésa era la razón por la que Joranum había insistido en entrevistarse con él. Nada podía pasar por alto, ni el más pequeño contratiempo. Joranum disfrutaba sintiéndose infalible, y Namarti tenía que admitir que la sucesión ininterrumpida de éxitos era la forma más segura de garantizar la continuidad de los mismos. Las personas tendían a evitar la humillación del fracaso uniéndose al bando vencedor, aunque ello exigiera ir en contra de sus propias convicciones.
Pero Namarti no estaba seguro de si la entrevista con Seldon había supuesto un éxito o sólo un segundo tropezón que añadir al primero. El hecho de que Joranum le obligara a presentar sus más humildes disculpas no le hacía ninguna gracia, y, aparte de eso, le parecía que su presencia era inútil.
Joranum estaba sentado en silencio frente a él, obviamente perdido en sus pensamientos, mientras se mordisqueaba la punta de un pulgar como si intentara extraer alguna clase de alimento mental.
–Jo-Jo -dijo Namarti en voz baja. Era una de las poquísimas personas que podían dirigirse a Joranum usando el diminutivo que las multitudes gritaban sin parar durante sus apariciones públicas. Joranum solicitaba el amor de la turba de aquella forma, entre otras, pero en privado exigía respeto a los individuos con los que trataba, y la única excepción a esa regla eran los amigos más antiguos que habían estado con él desde el principio.
–Jo-Jo… -repitió.
Joranum alzó la mirada.
–Sí, G.D., ¿qué ocurre?
Parecía un poco malhumorado.
–Jo-Jo, ¿qué hacemos con Seldon?
–¿Hacer? De momento nada. Puede que se una a nosotros.
–¿Por qué esperar? Podemos presionarle. Podemos tirar de unos cuantos hilos en la universidad y hacer que la vida le resulte muy desagradable…
–No, no. Hasta el momento Demerzel nos ha dejado trabajar sin obstáculos. Ese idiota es excesivamente confiado, pero lo último que debemos hacer es obligarle a actuar antes de que estemos totalmente preparados; y actuar de forma evidente contra Seldon podría producir ese efecto. Sospecho que Demerzel le considera enormemente importante.
–¿Debido a esa psicohistoria de la que hablasteis?
–Así es.
–¿Qué es eso de la psicohistoria? Jamás he oído hablar de ella.
–Pocas personas han oído hablar de ella. Es un sistema matemático de análisis social que da como resultado predicciones de futuro.
Namarti frunció el ceño y sintió que su cuerpo se inclinaba un poco hacia atrás apartándose de Joranum. ¿Se trataba de una broma? Namarti nunca había entendido cuándo o por qué debía reírse de algo. En realidad, nunca tuvo necesidad de ello.
–¿Predecir el futuro? – preguntó-. ¿Cómo?
–¡Ah! Si lo supiera, ¿qué necesidad tendría de Seldon?
–Bueno, Jo-Jo, francamente me parece imposible. ¿Cómo se puede predecir el futuro? Es lo mismo que la buenaventura y esas cosas.
–Ya lo sé, pero después de que Seldon interrumpiera tu acto propagandístico hice que le investigaran…, muy a fondo. Llegó a Trantor hace ocho años y presentó un trabajo sobre la psicohistoria en una convención de matemáticos, y luego el asunto se olvidó. Nadie ha vuelto a hacer la más mínima referencia a la psicohistoria…, ni siquiera Seldon.
–Así, se diría que no hay nada de verdad en ello.
–Oh, no, todo lo contrario. Si el revuelo inicial se hubiera apagado poco a poco o si hubiera sucumbido al ridículo, yo también diría que no hay verdad en ello, pero que todo muriera de repente y de forma tan completa significa que el asunto ha sido guardado en la más segura y gélida de las neveras. Puede que ésa sea la razón de que Demerzel no haya hecho nada para detenernos. Quizá le mueve un estúpido exceso de confianza en sí mismo. Quizás está siendo guiado por la psicohistoria, la cual estaba prediciendo algo que Demerzel planea utilizar en beneficio propio cuando llegue el momento. En tal caso, si no utilizamos la psicohistoria podríamos fracasar.
–Seldon afirma que la psicohistoria no existe.
–¿No harías tú lo mismo si estuvieras en su lugar?
–Sigo diciendo que deberíamos presionarle.
–No serviría de nada, G.D. ¿No has oído la historia del Hacha de Venn?
–No…
–De haber nacido en Nishaya la conocerías. Es un cuento popular muy conocido allí… Te la resumiré: Venn era un leñador que poseía un hacha mágica capaz de derribar cualquier árbol con sólo un golpecito. El hacha era enormemente valiosa, claro, pero Venn nunca hizo lo más mínimo para ocultarla o conservarla…, y a pesar de eso nunca se la robaron, porque aparte de Venn nadie era capaz de alzar el hacha o de manejarla.
»Bueno, actualmente nadie puede utilizar la psicohistoria aparte de Seldon. Si estuviera de nuestro lado única y exclusivamente por obligación, jamás podríamos estar seguros de su lealtad, y cabría siempre la posibilidad de que nos incitara a tomar un curso de acción aparentemente favorable para nosotros, diseñado con tal sutileza que, pasado un tiempo, nos encontráramos total y repentinamente aniquilados. No, tiene que unirse a nosotros voluntariamente y debe trabajar para nosotros porque desee vernos triunfar.