–¿Cree que debería verle? – preguntó el general.
–Sí. Eso le servirá para decidir qué clase de persona es y lo que debemos hacer con él. Pero hemos de ser cautelosos, ya que es un hombre muy popular.
–Ya he tratado con personas populares en otras ocasiones -dijo Tennar con expresión sombría.
–Sí -dijo Hari Seldon con voz cansada-, la celebración fue todo un éxito. Lo pasé estupendamente. No sé si podré esperar a cumplir los setenta para repetir la experiencia…, pero confieso que estoy agotado.
–Pues regálate una larga noche de sueño reconfortante, papá -dijo Raych y sonrió-. Es el remedio perfecto.
–No sé cómo voy a relajarme si he de ver a nuestro gran líder dentro de pocos días.
–No irás a verle solo -dijo secamente Dors Venabili.
Seldon frunció el ceño.
–Dors, otra vez no… He de verle a solas: es muy importante para mí, ¿entiendes?
–Si vas solo no estarás a salvo. ¿Recuerdas lo que ocurrió hace diez años cuando te negaste a permitir que estuviera contigo y fuiste a saludar a los jardineros?
–Me lo recuerdas dos veces por semana, Dors, así que no es posible que lo olvide; pero en este caso tengo intención de ir solo. ¿Qué crees que puede querer hacerme si acudo a él como un anciano totalmente inofensivo que sólo pretende averiguar lo que desea de mí?
–¿Qué supones que quiere? – preguntó Raych mientras se mordisqueaba un nudillo.
–Supongo que quiere lo mismo que siempre quiso Cleon. Descubriré que se ha enterado de que la psicohistoria puede predecir el futuro y querrá utilizarla para sus propios propósitos. Hace casi treinta años le dije a Cleon que la psicohistoria no estaba lo bastante desarrollada para ello, y seguí repitiéndoselo todo el tiempo que ocupé el cargo de Primer Ministro…, y ahora tendré que decirle lo mismo al general Tennar.
–¿Cómo sabes que te creerá? – preguntó Raych.
–Ya se me ocurrirá alguna forma de resultar convincente.
–No deseo que vayas a verle solo -dijo Dors.
–Tus deseos no influirán para nada en mi decisión, Dors.
Tamwile Elar decidió intervenir en la conversación.
–Soy la única persona presente que no pertenece a la familia, y no sé cómo acogerían un comentario mío…
–Adelante -dijo Seldon-. No veo por qué tiene que quedarse sin hablar.
–Me gustaría sugerir un compromiso. Unos cuantos de nosotros podríamos ir con el maestro, y estoy pensando en un buen número de gente. Podemos ser su escolta triunfal, una especie de epílogo a la celebración del cumpleaños… No, un momento, no quiero decir que entremos todos en el despacho del general, y ni siquiera en el recinto del Palacio Imperial. Podemos ocupar habitaciones de hotel en el sector imperial junto al recinto, el Hotel Límite de la Cúpula sería el sitio ideal, y podríamos disfrutar de un día de vacaciones.
–Es justo lo que necesitaba -resopló Seldon-. Un día de vacaciones…
–No me refería a usted, maestro -se apresuró a decir Elar-. Usted acudirá a su entrevista con el general Tennar, pero nuestra presencia servirá para que los habitantes del sector imperial se hagan una idea de lo popular que es…, y puede que el general también se dé cuenta de ello. Saber que esperamos a que regrese quizá le impida mostrarse excesivamente desagradable.
Las palabras de Elar fueron seguidas por un silencio bastante largo.
–Me parece demasiado aparatoso -dijo Raych por fin-. No encaja con la imagen que el mundo tiene de papá.
Pero Dors no estaba de acuerdo.
–La imagen de Hari no me interesa en lo más mínimo, lo que me interesa es la seguridad de Hari. Ya que no podemos presentarnos ante el general o invadir el recinto imperial, congregarnos lo más cerca posible del general quizá sea una buena idea. Doctor Elar, le agradezco su excelente sugerencia.
–No quiero que se ponga en práctica -dijo Seldon.
–Pero yo sí -replicó Dors-, y si es lo más parecido a mi protección personal insistiré en que se haga.
–Visitar el Hotel Límite de la Cúpula podría resultar muy divertido -dijo Manella, que hasta aquel momento había estado escuchando sin hacer ningún comentario.
–No estoy pensando en la diversión -dijo Dors-, pero acepto tu voto a favor.
Y así se hizo. Al día siguiente veinte hombres y mujeres del nivel jerárquico más alto del Proyecto Psicohistoria, se presentaron en el Hotel Límite de la Cúpula y ocuparon habitaciones desde las que se dominaba el recinto del Palacio Imperial.
Esa misma tarde, un grupo de guardias armados se personó en el hotel para recoger a Hari Seldon y llevarlo a su presencia.
Dors Venabili desapareció casi al mismo tiempo, pero su ausencia tardó bastante en ser descubierta; cuando fue descubierta nadie tenía idea de qué había sido de ella, y la atmósfera de alegría y celebración no tardó en esfumarse para dejar paso a la aprensión.
Dors Venabili había vivido diez años en el recinto del Palacio Imperial. Como esposa del Primer Ministro tenía derecho a entrar en él, y podía ir libremente de la cúpula al terreno descubierto usando sus huellas dactilares como pase.
La confusión que siguió al asesinato de Cleon fue tan considerable que nadie pensó en privarla de su pase, y cuando Dors quiso ir de la cúpula al terreno descubierto por primera vez desde aquel día horrible, pudo hacerlo sin la más mínima dificultad.
Siempre supo que sólo podría entrar en el recinto una vez, pues cuando se descubriera lo ocurrido su pase sería cancelado, pero tenía que entrar en el recinto.
Cuando entró en la zona de terreno descubierto el cielo se oscureció de repente, y la temperatura bajó de forma bastante acusada. Durante el período nocturno el mundo que se extendía debajo de la cúpula estaba un poco más iluminado de lo que sería posible en una noche natural, y durante el período diurno la intensidad de la luz tampoco era tan elevada como en un día natural. Aparte de eso, la temperatura que había debajo de la cúpula siempre era un poco más suave que al aire libre.
La inmensa mayoría de trantorianos no lo sabía porque pasaban toda la vida debajo de la cúpula. Dors ya esperaba aquel cambio, y apenas la afectó.
Fue por el camino central que daba acceso a la zona donde se alzaba el hotel. Se encontraba muy bien iluminado, naturalmente, y eso hacía que la oscuridad del cielo careciera de importancia.
Dors sabía que no podría avanzar cien metros por el camino sin ser detenida, y dada la suspicacia casi paranoica de la Junta Militar, quizá sería detenida incluso antes de haber recorrido esa distancia. Su presencia sería detectada de inmediato.
Sus previsiones se cumplieron. Un vehículo terrestre de reducidas dimensiones fue hacia ella.
–¿Qué está haciendo aquí? – gritó un guardia asomando la cabeza por la ventanilla-. ¿Adónde va?
Dors ignoró la pregunta y siguió caminando.
–¡Alto! – gritó el guardia.
Después puso el freno de seguridad y bajó del vehículo, que era justamente lo que Dors quería.
El guardia sostenía un desintegrador en su mano: no estaba amenazándola con utilizarlo, y se limitaba a mostrarle que iba armado.
–Su número de referencia -dijo el guardia.
–Quiero su vehículo -dijo Dors.
–¿Qué? – El guardia empezó a enojarse-. Su número de referencia. ¡Inmediatamente!
Alzó el desintegrador para apuntarla.
–No necesita mi número de referencia para nada -dijo Dors en voz baja, y siguió avanzando hacia el guardia.
El guardia retrocedió un paso.
–Si no se detiene y me da su número de referencia dispararé.
–¡No! Arroje su desintegrador al suelo.
El guardia tensó los labios. Su dedo empezó a moverse hacia el botón de disparo, pero jamás logró alcanzarlo.
Nunca consiguió describir con precisión lo ocurrido.
Lo único que pudo decir fue «¿Cómo iba a saber que era la
Mujer Tigre
? – (Y llegó un tiempo en el que acabó sintiéndose orgulloso de aquel encuentro)-. Se movió tan deprisa que apenas me di cuenta de lo que hizo o de lo que pasó. Estaba seguro de que era una loca. Iba a disparar…, y un instante después ya me había dominado».
Dors tenía atrapado al guardia con una presión inquebrantable y le había obligado a levantar la mano que sostenía el desintegrador.
–Deje caer el arma de inmediato o le romperé el brazo -dijo. El guardia sentía una opresión terrible alrededor de su pecho. Apenas podía respirar. Comprendió que no tenía elección, y dejó caer el desintegrador.
Dors Venabili le soltó, pero antes de que el guardia tuviera tiempo de recobrarse, se vio apuntado por su propio desintegrador.
–Espero que no haya desactivado sus detectores -dijo Dors Venabili-. No se apresure a informar de lo que ha ocurrido. Será mejor que espere y decida qué es lo que va a contar a sus superiores. El hecho de que una mujer desarmada le haya quitado su desintegrador y su vehículo podría hacer que la Junta considere que ha dejado de ser útil.
Dors puso en marcha el vehículo y siguió avanzando por el camino central. Diez años de estancia en el recinto habían servido para que supiera con toda exactitud hacia adónde se dirigía. El vehículo en el que iba -un vehículo terrestre oficial-, no era una presencia extraña y, por tanto, no sería interceptado en cada control; pero quería llegar lo antes posible a su destino y eso la obligaba a asumir el riesgo de la velocidad. Dors aceleró hasta que el vehículo alcanzó los doscientos kilómetros por hora.
La velocidad a la que se desplazaba acabó atrayendo la atención. Dors ignoró los gritos que surgieron de la radio exigiendo saber por qué iba tan deprisa, y antes de que transcurriera mucho tiempo, los detectores le indicaron que estaba siendo perseguida por otro vehículo terrestre.
Sabía que ya habrían advertido a los otros puestos de vigilancia, que otros vehículos terrestres la estarían esperando, pero había muy poco que pudiesen hacer salvo tratar de aniquilarla, una solución extrema que en principio nadie intentaría hasta disponer de más datos.
Cuando llegó al edificio que era su objetivo, vio dos vehículos terrestres esperándola. Bajó tranquilamente de su vehículo y fue hacia la entrada.
Dos hombres se apresuraron a interponerse en su camino.
Sus expresiones indicaban con claridad lo mucho que les había sorprendido descubrir que el conductor no era un guardia, sino una mujer vestida con ropas de civil.
–¿Qué está haciendo aquí? ¿Por qué tanta prisa?
–Traigo un mensaje muy importante para el coronel Hender Linn -dijo Dors en voz baja y tranquila.
–¿De veras? – replicó ásperamente el guardia. Ahora había cuatro hombres interponiéndose entre ella y la entrada-. Tenga la bondad de darme su número de referencia.
–No me haga perder el tiempo -dijo Dors.
–He dicho que me dé su número de referencia.
–Me está haciendo perder el tiempo.
–¿Sabes a quién se parece? – exclamó de repente otro guardia-. Se parece mucho a la esposa del antiguo Primer Ministro, la doctora Venabili…, la
Mujer Tigre
.
Los cuatro guardias retrocedieron dando un tambaleante paso hacia atrás.
–Esta arrestada -dijo uno de ellos.
–¿Sí? – dijo Dors-. Suponiendo que sea la
Mujer Tigre
, les advierto de que soy considerablemente más fuerte que cualquiera de ustedes y de que mis reflejos son considerablemente más rápidos. Permítanme sugerirles una forma de evitar problemas… Entremos en el edificio y veremos qué dice el coronel Linn.
–¡Está arrestada! – repitió el guardia, y cuatro desintegradores apuntaron a Dors.
–Bueno -dijo Dors-. Si insisten…
Se movió con increíble rapidez, y un instante después dos guardias yacían gimiendo en el suelo y Dors tenía un desintegrador en cada mano.
–He intentado no hacerles daño, pero es muy posible que les haya roto la muñeca -dijo Dors-. Ahora ya sólo quedan ustedes dos, y puedo disparar más deprisa de lo que puedan hacerlo ustedes. Si alguno de los dos hace el más leve movimiento tendré que romper la costumbre de toda una vida y matarle. Hacerlo no me gustará lo más mínimo, y les ruego que no me obliguen.
Los dos guardias no dijeron nada, y permanecieron completamente inmóviles.
–Les sugiero que me escolten hasta donde esté el coronel y que luego busquen ayuda médica para sus camaradas -dijo Dors.
La sugerencia no era necesaria. El coronel Linn acababa de salir de su despacho.
–¿Qué está ocurriendo aquí? ¿Qué es…?
Dors se volvió hacia él.
–¡Ah! Permita que me presente. Soy la doctora Dors Venabili, la esposa del profesor Hari Seldon. He venido a verle por un asunto muy importante. Estos guardias intentaron detenerme y, como resultado, dos de ellos han quedado lesionados. Despídales y deje que hable con usted. Le aseguro que no quiero hacerle ningún daño.
Los ojos de Linn se clavaron en los cuatro guardias y acabaron por volver a posarse en Dors.
–¿No quiere hacerme ningún daño? – dijo con voz impasible-. Ya veo que cuatro guardias no han conseguido detenerla, pero puedo reunir cuatro mil en cuestión de segundos.
–Entonces llámeles -dijo Dors-. Por muy deprisa que vengan si decido matarle no llegarán a tiempo de salvarle, ¿verdad? Despida a sus guardias y hablemos como dos personas civilizadas.
Linn despidió a los guardias.
–Bien, doctora Venabili, entre y hablaremos -dijo-. Pero debo advertirle de que tengo muy buena memoria.
–Yo también -agregó Dors.
Y fueron hacia el despacho de Linn.
–Y ahora, doctora Venabili, explíqueme por qué está aquí -dijo Linn con la máxima cortesía imaginable.
La sonrisa de Dors no era amenazadora, pero tampoco resultaba del todo agradable.
–Para empezar -dijo-, he venido aquí para demostrarle que podía hacerlo.
–¿Ah?
–Sí. Mi esposo fue llevado a su entrevista con el general en un vehículo terrestre oficial con una escolta armada. Salí del hotel al mismo tiempo que él, a pie y desarmada, y aquí estoy… y creo que llegué antes que él. Tuve que superar el obstáculo de cinco guardias, si contamos al guardia de cuyo vehículo me apropié para llegar hasta usted. Cincuenta guardias tampoco habrían podido detenerme.
Linn asintió sin perder la calma.
–Tengo entendido que a veces se la llama la
Mujer Tigre
.
–Sí, se me ha llamado así. Bien, ahora que por fin he conseguido llegar hasta usted, mi tarea es asegurarme de que no le ocurra nada malo a mi esposo. Se está aventurando en la guarida del General, si me perdona el melodramatismo, y quiero que salga de ella sin ser amenazado y sin sufrir el más mínimo daño.