–No muy bien -dijo Seldon-. Me he torcido la pierna.
–Bueno, entonces entra en mi coche. ¿Qué hacías paseando por aquí?
–¿Por qué no iba a hacerlo? Nunca me ha ocurrido nada.
–Así que esperaste a que te ocurriese algo, ¿eh? Entra en mi coche y te llevaré a Streeling.
Raych programó los controles del vehículo sin decir nada.
–Es una lástima que no tuviéramos a Dors con nosotros -dijo después-. Mamá les habría atacado con las manos desnudas y habría matado a esos ocho granujas en cinco minutos.
Seldon sintió el escozor de las lágrimas en sus párpados.
–Ya lo sé, Raych, ya lo sé… ¿Crees que no la echo de menos cada día?
–Lo siento -murmuró Raych.
–¿Cómo supiste que tenía problemas? – preguntó Seldon.
–Wanda me lo dijo. Dijo que había gente malvada acechándote, me explicó dónde estaban y salí corriendo.
–¿Y no dudaste ni por un momento de lo que te dijo?
–En absoluto. Ahora sabemos lo suficiente sobre ella para estar seguros de que mantiene alguna clase de contacto mental con tu cerebro y con lo que te rodea.
–¿Te dijo cuántas personas acechaban?
–No. Se limitó a decir que eran bastantes.
–Y viniste solo, ¿eh, Raych?
–No tenía tiempo para reunir un grupo de rescate, papá…, y ha bastado conmigo, ¿no?
–Sí, desde luego. Gracias, Raych.
Habían vuelto a Streeling, y Seldon tenía la pierna estirada y apoyada sobre un cojín. Raych le estaba contemplando con expresión sombría.
–Papá, a partir de ahora no volverás a ir por Trantor solo -dijo.
Seldon frunció el ceño.
–¿Por qué? ¿Porque he tenido un pequeño incidente?
–Fue un incidente bastante grave. Ya no puedes cuidar de ti mismo. Tienes setenta años y tu pierna derecha no te sostendrá en una emergencia. Y tienes enemigos…
–¡Enemigos!
–Sí, los tienes y tú lo sabes. Esas ratas de cloaca no andaban detrás del primero que pasara por allí. No buscaban un incauto al que desplumar. Te identificaron gritando «¡Psicohistoria!» y te llamaron chiflado. ¿Por qué crees que lo hicieron?
–No lo sé.
–No lo sabes porque vives en una especie de mundo privado, papá, y no tienes idea de lo que está ocurriendo en Trantor. ¿Crees que los trantorianos no saben que su mundo va cuesta abajo a toda velocidad? ¿Crees que no saben que tu psicohistoria lleva años prediciendo esto? ¿No se te ha ocurrido pensar que pueden echar la culpa del mensaje al mensajero? Si las cosas van mal, y están yendo muy mal, muchos pensarán que tú eres el responsable de ello.
–No puedo creerlo.
–¿Por qué crees que unos cuantos miembros del Consejo de la Biblioteca Galáctica quieren echarte de allí? No quieren estar cerca cuando las turbas caigan sobre ti para lincharte, así que… Bueno, tienes que cuidarte. No puedes salir a la calle solo. Tendré que ir contigo o tendrás que ir acompañado por guardaespaldas. A partir de ahora harás lo que te he dicho, papá.
Seldon parecía terriblemente desdichado.
–Pero no será por mucho tiempo, papá -dijo Raych en un tono de voz menos adusto-. Tengo un nuevo trabajo.
Seldon alzó la mirada hacia él.
–Un nuevo trabajo… ¿Qué clase de trabajo?
–Daré clases en una universidad.
–¿En cuál?
–En Santanni.
Los labios de Seldon temblaron levemente.
–¡Santanni! Eso está a nueve mil parsecs de Trantor… Es un mundo provinciano que se encuentra al otro lado de la galaxia.
–Exactamente, y por eso quiero ir. He pasado toda mi vida en Trantor, papá, y estoy harto. En todo el Imperio no hay ningún mundo que se esté deteriorando de la forma en que lo está haciendo Trantor. Se ha convertido en una madriguera de criminales, y nadie nos protege de ellos. La economía va mal, la tecnología está fallando… Santanni, en cambio, es un mundo agradable sin problemas, y quiero estar allí para rehacer mi vida al lado de Manella, Wanda y Bellis. Todos iremos allí dentro de dos meses.
–¡Todos vosotros!
–Y tú también, papá, y tú también… No podemos dejarte solo en Trantor. Vendrás a Santanni con nosotros.
Seldon meneó la cabeza.
–Es imposible, Raych. Ya lo sabes.
–¿Por qué es imposible?
–Ya sabes por qué. El Proyecto, mi psicohistoria… ¿Me estas pidiendo que abandone el trabajo al que he dedicado toda mi vida?
–¿Por qué no? Él te ha abandonado, ¿verdad?
–Te has vuelto loco.
–No, no me he vuelto loco. ¿Adónde te está llevando ese trabajo? No tienes créditos, y no hay forma alguna de que los consigas. En Trantor ya no queda nadie dispuesto a apoyarte.
–Durante casi cuarenta años…
–Sí, lo admito, pero después de todo ese tiempo… Bueno, papá, has
fracasado
. Fracasar no es ningún crimen. Lo has intentado con todas tus fuerzas y has conseguido llegar hasta cierto punto, pero has tropezado con una economía que se deteriora y un Imperio que se desmorona. Lo que has estado prediciendo desde hace tanto tiempo ha acabado deteniéndote, así que…
–No. No me detendré. No sé cómo, pero seguiré adelante de una forma o de otra.
–Voy a decirte lo que has de hacer, papá. Si realmente piensas ser tan tozudo, llévate la psicohistoria contigo. Vuelve a empezar en Santanni. Puede que allí haya los créditos o el entusiasmo suficiente para que lo consigas.
–¿Y los hombres y las mujeres que han colaborado tan fielmente conmigo?
–Oh, papá, no digas tonterías. Te han estado
abandonando
porque no puedes pagarles. Quédate aquí el resto de tu vida y acabarás solo. Oh, vamos, papá… ¿Acaso crees que me gusta tener que hablarte de esta manera? Si ahora te encuentras en esta situación es precisamente porque nadie ha querido…, porque nadie ha tenido el valor de hablarte así. Seamos sinceros el uno con el otro. Cuando caminas por las calles de Trantor y eres atacado sin que exista ninguna razón para ello, aparte de la de llamarte Hari Seldon, ¿no crees que ha llegado el momento de que oigas unas cuantas verdades?
–Olvídate de la verdad. No tengo intención de marcharme de Trantor.
Raych meneó la cabeza.
–Estaba seguro de que no querrías dar tu brazo a torcer, papá. Dispones de dos meses para cambiar de opinión. Piensa en ello. ¿Querrás hacerlo?
Hari Seldon llevaba mucho tiempo sin sonreír. Había dirigido el Proyecto de la misma forma en que siempre lo había hecho: impulsando hacia delante el desarrollo de la psicohistoria, haciendo planes para la Fundación y estudiando el Primer Radiante.
Pero no sonreía. Lo único que hacía era obligarse a cumplir con su deber y trabajar sin ninguna sensación de que el éxito fuese inminente. Al contrario, todo parecía transmitirle la indefinible sensación de que el fracaso estaba próximo.
Seldon estaba sentado en su despacho de la Universidad de Streeling. Wanda entró en él y cuando alzó la mirada hacia ella, Seldon sintió como si le quitaran un peso de encima. Wanda siempre había sido especial. Seldon no habría podido decir con exactitud en qué momento él y los demás empezaron a aceptar sus afirmaciones con entusiasmo, porque parecía como si siempre hubiera sido así.
De pequeña le había salvado la vida con dos palabras, «muerte» y «limonada», y durante toda su infancia siempre había parecido
saber
cosas de una manera misteriosa.
La doctora Endelecki había afirmado que el genoma de Wanda no podía ser más normal en todos los aspectos, pero Seldon seguía convencido de que su nieta tenía poderes mentales muy poco corrientes en los seres humanos, y también estaba seguro de que había otras personas como ella en la galaxia…, e incluso en Trantor. Si pudiera encontrar a esos mentalistas, ¡qué gran contribución serían capaces de hacer a la Fundación! El potencial de toda aquella grandeza se centraba en su hermosa nieta. Seldon contempló su silueta enmarcada en el umbral del despacho y pensó que se le rompería el corazón. Dentro de unos cuantos días Wanda se habría ido… ¿Cómo podría soportarlo? Era una joven tan hermosa…
Tenía dieciocho años, una larga cabellera rubia y un rostro de rasgos un poco marcados pero con tendencia a la sonrisa. De hecho, en aquellos momentos estaba sonriendo.
«¿Por qué no va a sonreír? – pensó Seldon-. Está a punto de partir hacia Santanni y una nueva existencia…»
–Bien, Wanda, ya sólo faltan unos cuantos días -dijo.
–No. No lo creo, abuelo.
Seldon la miró fijamente.
–¿Qué has dicho?
Wanda fue hacia él y le rodeó con los brazos.
–No iré a Santanni.
–¿Es que tu padre y tu madre han cambiado de opinión?
–No, ellos se irán.
–¿Y tú no? ¿Por qué? ¿Adónde irás?
–Me voy a quedar aquí, abuelo. Contigo… -Wanda le abrazó con más fuerza-. ¡Pobre abuelo!
–Pero no lo entiendo… ¿Por qué? ¿Te lo van a permitir?
–¿Te refieres a mamá y a papá? No, la verdad es que no cuento con su permiso… Hemos discutido durante semanas, pero al final me he salido con la mía. ¿Por qué no, abuelo? Ellos se irán a Santanni y se tendrán el uno al otro…, y también tendrán a la pequeña Bellis. Pero si me voy con ellos y te dejo aquí yo no tendré a nadie. Creo que no podría soportarlo.
–Pero… ¿Cómo conseguiste que accedieran a dejarte quedar aquí?
–Bueno, ya sabes… Les «empujé» un poco.
–¿Qué quiere decir eso?
–Es algo que mi mente es capaz de hacer. Puedo ver lo que hay en tu mente y en las suyas, y a medida que pasa el tiempo puedo verlo con más claridad…, y puedo «empujarles» para que hagan lo que quiero.
–¿Cómo lo haces?
–No lo sé. Pero cuando llevo un tiempo haciéndolo se cansan de sentir esa especie de presión mental y dejan que haga lo que quiera, así que me quedaré contigo.
Seldon alzó la mirada hacia ella, y sus ojos estaban llenos de un amor que no sabía cómo expresar.
–Es maravilloso, Wanda. Pero Bellis…
–No te preocupes por Bellis. No tiene una mente como la mía.
–¿Estás segura?
Seldon se mordisqueó el labio inferior.
–Totalmente, y además mamá y papá también necesitan tener a alguien, ¿no?
Seldon quería dar rienda suelta a su alegría, pero no podía hacerlo de una forma tan abierta. Tenía que pensar en Raych y Manella. ¿Qué sería de ellos?
–Wanda, ¿y tus padres? – preguntó-. ¿Cómo puedes tratarles de forma tan despiadada?
–No soy despiadada. Ellos lo comprenden. Saben que he de estar contigo.
–¿Cómo lo conseguiste?
–Empujé y empujé -se limitó a decir Wanda-, y al final acabaron comprendiendo mis razones.
–Es increíble. ¿Puedes hacerlo?
–No resultó fácil.
–Y lo hiciste porque…
Seldon no llegó a completar la frase.
–Porque te quiero, naturalmente -dijo Wanda-. Y porque…
–¿Sí?
–He de aprender psicohistoria. Ya sé bastantes cosas sobre ella.
–¿Cómo?
–Por lo que he visto en tu mente y en las mentes de otras personas que trabajan en el Proyecto, especialmente en la del tío Yugo antes de que muriese; pero de momento todo son fragmentos y cosas sueltas. Quiero estar en contacto con la verdadera psicohistoria. Abuelo, quiero tener mi propio Primer Radiante. – El rostro de Wanda se iluminó, y cuando siguió hablando las palabras que salieron velozmente de sus labios estaban impregnadas de una inmensa pasión-. Quiero estudiar la psicohistoria con el máximo detalle posible. Abuelo, eres muy viejo y estás muy cansado. Yo soy joven y estoy llena de entusiasmo. Quiero aprender cuanto pueda para poder seguir adelante cuando…
–Bueno, eso sería maravilloso… si pudieras hacerlo, pero los fondos se han terminado -dijo Seldon-. Te enseñaré cuanto pueda, pero… No podemos
hacer
nada.
–Ya veremos, abuelo. Ya veremos…
Raych, Manella y la pequeña Bellis estaban esperando en el espaciopuerto. El hipernavío se estaba preparando para el despegue, y ya habían facturado el equipaje.
–Papá, ven con nosotros -dijo Raych.
Seldon meneó la cabeza.
–No puedo.
–Si cambias de parecer siempre tendremos un sitio para ti.
–Ya lo sé, Raych. Hemos estado juntos durante casi cuarenta años…, y han sido buenos años. Dors y yo fuimos muy afortunados al conocerte.
–Yo he sido el afortunado. – Los ojos de Raych se llenaron de lágrimas-. No creas que no me acuerdo de mamá cada día…
–Sí.
Seldon sintió una tristeza tan grande que tuvo que desviar la mirada. Wanda estaba jugando con Bellis, y unos instantes después oyeron sonar el timbre que indicaba que todos los pasajeros debían abordar el hipernavío.
Y así lo hicieron después de que Wanda abrazara sollozando a sus padres por última vez. Raych se volvió para saludar a Seldon con la mano e intentó que sus labios esbozaran una sonrisa torcida.
Seldon devolvió el saludo con una mano, y la otra se movió a tientas hasta acabar posándose sobre el hombro de Wanda.
Era la única que le quedaba. A lo largo de su vida Seldon había ido perdiendo una a una a sus amistades y a las personas que amaba. Demerzel se había marchado y no volvería nunca; el Emperador Cleon, su amada Dors y su fiel amigo Yugo Amaryl se habían ido…, y ahora Raych, su único hijo, también.
Sólo le quedaba Wanda.
–Hace un atardecer precioso -dijo Hari Seldon-. Vivimos bajo una cúpula, y lo lógico sería pensar que podríamos disfrutar de este tiempo maravilloso cada atardecer, ¿no?
–Abuelo, si siempre hiciera un tiempo maravilloso nos acabaríamos hartando de él -dijo Wanda con indiferencia-. Un pequeño cambio de vez en cuando resulta beneficioso.
–Te lo resulta a ti porque eres joven, Wanda. Tienes muchos, muchos atardeceres por delante… Yo no. Quiero que haya más atardeceres hermosos.
–Vamos, abuelo, no eres viejo. Tu pierna está portándose bien y tu mente sigue tan lúcida como siempre. Lo sé, recuérdalo.
–Claro. Adelante, haz que me sienta mejor -replicó Seldon-. Quiero dar un paseo -añadió después con una leve expresión de incomodidad en el rostro-. Quiero salir de este apartamento minúsculo, dar un paseo hasta la Biblioteca y disfrutar de este precioso atardecer.
–¿Y para qué quieres ir a la Biblioteca?
–De momento para nada en concreto. Quiero dar ese paseo. Pero…
–Sí. ¿Pero…?
–Le prometí a Raych que no iría por Trantor sin un guardaespaldas.