Hacia la Fundación (45 page)

Read Hacia la Fundación Online

Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

–¿De qué manera?

–¿Recuerdas que Wanda pudo leerte la mente hace dos años y vio que había un error en una sección de las ecuaciones del Primer Radiante?

–Sí, naturalmente.

–Bien, pues encontraremos a más personas como Wanda. Crearemos una Fundación que consistirá básicamente en un grupo de científicos especializados en las disciplinas físicas que se encargarán de preservar el conocimiento de la Humanidad y servirán como núcleo del Segundo Imperio; y habrá una Segunda Fundación compuesta única y exclusivamente por psicohistoriadores… mentalistas, psicohistoriadores capaces de establecer contacto mental, que podrá seguir trabajando en la psicohistoria a través de un enfoque multimental, y así avanzará mucho más deprisa de lo que resultaría posible para cualquier grupo de pensadores individuales. Ese grupo tendrá la misión de hacer los ajustes más delicados a medida que vaya transcurriendo el tiempo, ¿comprendes? Siempre estarán en un segundo plano vigilando lo que ocurre… Serán los guardianes del Imperio.

–¡Maravilloso! – exclamó Amaryl con un hilo de voz-. ¡Maravilloso! ¿Ves cómo he sabido escoger el momento adecuado para morir? Ya no me queda nada que hacer.

–No digas eso, Yugo.

–Vamos, Hari, no te lo tomes así… Estoy tan cansado que ya no soy capaz de hacer nada. Gracias…, gracias por contarme lo de la… revolución… -Su voz se estaba debilitando-. Me hace muy… muy… feliz… muy fe…

Fueron las últimas palabras de Yugo Amaryl.

Seldon se inclinó sobre la cama. Las lágrimas ardieron en sus ojos y se deslizaron a lo largo de sus mejillas.

Otro viejo amigo desaparecido. Demerzel, Cleon, Dors y ahora Yugo…, y cada desaparición le dejaba más vacío y aumentaba su soledad mientras envejecía.

La revolución que había permitido que Amaryl muriese feliz quizá nunca llegaría a convertirse en realidad. ¿Conseguiría utilizar la Biblioteca Galáctica? ¿Lograría encontrar a más personas como Wanda? Y, lo más importante, ¿cuánto tardaría en conseguirlo?

Seldon tenía sesenta y seis años. Si hubiera iniciado aquella revolución cuando llegó a Trantor, cuando sólo tenía treinta y dos años…

Ahora quizá fuese demasiado tarde.

10

Gennaro Mummery le estaba haciendo esperar. Era una descortesía estudiada, casi una insolencia, pero Hari Seldon no había perdido la calma.

Después de todo, Seldon necesitaba a Mummery y si se enfadaba con el bibliotecario sólo conseguiría causarse un grave perjuicio a sí mismo. De hecho, a Mummery le encantaría encontrarse con un Seldon muy irritado.

Seldon se controló, y esperó impasible hasta que Mummery acabó entrando en la habitación. Seldon le había visto antes, pero sólo de lejos. Era la primera vez en que estarían juntos a solas.

Mummery era bajito y rechoncho. Tenía el rostro redondo y lucía una corta barba oscura. Estaba sonriendo pero Seldon sospechó que aquella sonrisa era un adorno que carecía de todo significado. La sonrisa revelaba unos dientes amarillentos y la inevitable gorra que lucía Mummery era de un color amarillo similar al de los dientes, y estaba adornada con una ondulante línea marrón.

Seldon sintió una repugnancia nauseabunda, y tuvo la impresión de que Mummery le habría caído mal aunque no tuviera ninguna razón para ello.

–Bien, profesor, ¿qué puedo hacer por usted? – preguntó Mummery sin ninguna clase de preliminares.

Echó un vistazo a la cronobanda que había en la pared, pero no ofreció ninguna disculpa por haber llegado con retraso.

–Señor, quiero pedirle que deje de oponerse a mi presencia en la Biblioteca Galáctica -dijo Seldon.

Mummery extendió las manos hacia él.

–Lleva dos años aquí, ¿De qué oposición me habla?

–Hasta la actualidad la fracción del Consejo representada por usted y los que comparten sus opiniones no ha conseguido reunir el número de votos suficiente para imponerse al Jefe de Bibliotecarios, pero habrá otra reunión el mes próximo y Las Zenow me ha dicho que no está muy seguro de cuál será el resultado de la votación.

Mummery se encogió de hombros.

–Yo tampoco lo estoy. Su contrato de alquiler, si es que podemos llamarlo así, quizá sea renovado.

–Pero necesito algo más que eso, Bibliotecario Mummery. Deseo traer aquí a algunos colegas. El proyecto en el que estoy embarcado, la creación del organismo que llevará a cabo los preparativos de lo que con el tiempo llegará a ser una enciclopedia muy especial, no es algo que pueda hacer solo.

–Estoy seguro de que sus colegas pueden trabajar donde les plazca. Trantor es un mundo muy grande.

–Tenemos que trabajar en la Biblioteca Galáctica. Soy viejo, señor, y tengo prisa.

–¿Quién puede detener el transcurso del tiempo? No creo que el Consejo le permita traer aquí a sus colegas. Sería como introducir una cuña en la Biblioteca Galáctica, profesor. ¿Me comprende?

(«Sí, desde luego», pensó Seldon, pero no dijo nada).

–No he podido impedirle que trabajara aquí, profesor…, por lo menos hasta el momento -dijo Mummery-. Pero creo que puedo impedir que sus colegas se instalen en la Biblioteca.

Seldon comprendió que no estaba llegando a ninguna parte, y decidió ser un poco más franco de lo que había sido hasta entonces.

–Bibliotecario Mummery -dijo-, estoy seguro de que la animosidad que siente hacia mí no es de origen personal. Supongo que comprende la importancia del trabajo que estoy haciendo, ¿no?

–Se refiere a su psicohistoria, ¿verdad? Vamos… Lleva más de treinta años trabajando en ella. ¿Qué resultados ha obtenido?

–Precisamente se trata de eso. Puede que ahora obtenga algún resultado palpable.

–Pues entonces obténgalo en la Universidad de Streeling. ¿Por qué ha de obtenerlo en la Biblioteca Galáctica?

–Bibliotecario Mummery, escúcheme… Usted quiere cerrar la Biblioteca Galáctica al público. Quiere acabar con una larga tradición. ¿Tendrá el valor de hacerlo?

–No es valor lo que necesitamos, sino créditos. Supongo que el Jefe de Bibliotecarios le habrá contado nuestros problemas y habrá llorado sobre su hombro, ¿no? Reducciones presupuestarias, recortes salariales, ausencia del mantenimiento necesario… ¿Qué vamos a hacer? Tenemos que eliminar algunos de los servicios que prestamos y le aseguro que no podemos permitirnos el lujo de proporcionar despachos y equipo a usted y sus colegas.

–¿Han expuesto la situación al Emperador?

–Vamos, profesor, está soñando… ¿Acaso no es verdad que su psicohistoria le ha dicho que el Imperio se está deteriorando? He oído cómo ciertas personas hablaban de usted llamándole «
Cuervo
» Seldon o algo parecido, y creo que eso es una referencia a un pájaro legendario de mal agüero, ¿no?

–Se aproximan malos tiempos, es cierto.

–¿Y cree que la Biblioteca Galáctica es inmune a esos malos tiempos? Profesor, la Biblioteca Galáctica es mi vida y quiero que siga existiendo, pero eso no será posible a menos que encontremos alguna forma de subsistir con nuestro menguante presupuesto. ¡Y usted viene aquí esperando encontrar una biblioteca abierta a todo el mundo de la que usted mismo pueda ser beneficiario especial! No, profesor, es imposible…, sencillamente imposible.

–¿Y si encuentro los créditos que necesita? – preguntó Seldon con creciente desesperación.

–Oh, claro. ¿Cómo?

–¿Y si hablo con el Emperador? Hubo un tiempo en el que fui Primer Ministro. Accederá a verme y me escuchará.

–¿Y conseguirá fondos de él?

Mummery se rió.

–Si lo hago… Si consigo que les aumenten el presupuesto, ¿podré traer a mis colegas a la Biblioteca?

–Consiga los créditos primero -dijo Mummery-, y ya veremos. Pero no creo que le sea posible.

Parecía estar muy seguro de sí mismo, y Seldon se preguntó si la Biblioteca Galáctica habría apelado ya muchas veces al Emperador sin ningún éxito. Y se preguntó si recurrir al Emperador serviría de algo.

11

El Emperador Agis XIV no tenía ningún derecho real a ostentar ese nombre. Lo había adoptado al subir al trono con el deliberado propósito de establecer una conexión entre su persona y los Agis que habían gobernado hacía dos mil años, casi todos ellos de forma muy competente (especialmente Agis IV, quien había ocupado el trono imperial durante cuarenta y dos años y había mantenido el orden en un imperio próspero, con mano firme pero sin recurrir a la tiranía).

Agis XIV no se parecía a ninguno de los Agis anteriores, suponiendo que los registros holográficos tuvieran algún valor aunque, en realidad, Agis XIV tampoco se parecía mucho a la holografía oficial distribuida entre la población del Imperio.

De hecho, en cuanto Hari Seldon le vio pensó que a pesar de todos sus defectos y debilidades no cabía duda de que el Emperador Cleon tenía una apariencia realmente imperial, y sintió una leve punzada de nostalgia.

Agis XIV no poseía esa apariencia. Seldon nunca le había visto de cerca, y acababa de descubrir que las escasas holografías que había visto se apartaban considerablemente de la realidad. «El holografista imperial conoce su trabajo y lo hace a la perfección», pensó Seldon con amargura.

Agis XIV era bajito, tenía un rostro poco atractivo y unos ojos ligeramente saltones sin el brillo de la inteligencia. Su única cualificación para ocupar el trono era la de ser pariente colateral de Cleon.

Pero, a decir verdad, había que reconocer que no intentaba interpretar el papel de Emperador poderoso y temible. Todo el mundo sabía que prefería ser llamado «Ciudadano Emperador» y que sólo el protocolo imperial y las furiosas protestas que ello había provocado en la Guardia Imperial le habían impedido salir de la cúpula y pasearse por Trantor. Al parecer, afirmaban los rumores, Agis deseaba estrechar la mano de los ciudadanos y escuchar personalmente sus quejas.

(«Eso es un punto a su favor -pensó Seldon-, aunque nunca haya conseguido hacerlo»).

–Alteza, os agradezco que hayáis accedido a verme -murmuró Seldon haciendo una reverencia.

Agis XIV poseía una voz límpida y bastante atractiva que no encajaba en nada con su apariencia.

–Un ex Primer Ministro debe tener sus privilegios -dijo-, aunque admito que haber accedido a verle es algo que me permite estar orgulloso de mi asombroso valor.

Había bastante humor en sus palabras, y de repente Seldon comprendió que un hombre podía no parecer inteligente y, sin embargo, serlo.

–¿Valor, Alteza?

–Naturalmente. Le llaman «
Cuervo
» Seldon, ¿no?

–Alteza, el otro día oí ese apodo por primera vez.

–Al parecer es una referencia a su psicohistoria, la cual parece predecir la caída del Imperio.

–Se limita a apuntar una posibilidad, Alteza…

–Y por eso se le ha relacionado con ese pájaro mítico que trae malos augurios… pero creo que usted mismo es el pájaro que trae malos augurios.

–Espero que no sea así, Alteza.

–Vamos, vamos… Todos sabemos qué ha ocurrido. Eto Demerzel, el Primer Ministro de Cleon, quedó muy impresionado por sus investigaciones y mire qué le ocurrió…, fue obligado a abandonar su cargo y tuvo que exilarse. El Emperador Cleon también quedó muy impresionado por sus investigaciones y mire qué le ocurrió… Fue asesinado. La Junta Militar quedó muy impresionada por sus investigaciones y mire qué le ocurrió…, ha desaparecido como si jamás hubiese existido. Se afirma que incluso los joranumitas quedaron muy impresionados por sus investigaciones…, y fueron destruidos. Y ahora ha venido a verme, oh «
Cuervo
» Seldon. ¿Qué puedo esperar?

–Alteza…, nada malo.

–Supongo que no porque, a diferencia de todas esas personas que he mencionado, sus investigaciones no me impresionan lo más mínimo. Bien, y ahora dígame por qué está aquí.

Agis XIV escuchó atentamente y sin ninguna interrupción mientras Seldon le explicaba la importancia de crear un proyecto cuyo objetivo fuese el de preparar una enciclopedia que preservaría el conocimiento humano si ocurría lo peor.

–Sí, sí -dijo Agis XIV cuando Seldon acabó de hablar-. Así que está realmente convencido de que el Imperio caerá, ¿no?

–Es una posibilidad con la que hay que contar, Alteza, y no sería prudente no tenerla en cuenta. La verdad es que si me fuera posible desearía evitar que se convierta en realidad…, o al menos paliar los efectos negativos.

–«
Cuervo
» Seldon, si continúa metiendo la nariz en esos asuntos estoy convencido de que el Imperio
acabará
cayendo y de que nada podrá impedirlo.

–No es cierto, Alteza. Sólo deseo obtener el permiso para iniciar el trabajo.

–Oh, ya lo tiene, pero no consigo entender qué es lo que desea de mí. ¿Por qué me ha contado todo eso de la enciclopedia?

–Porque deseo trabajar en la Biblioteca Galáctica, Alteza, o, para ser más preciso, deseo que otras personas trabajen allí conmigo.

–Le aseguro que no me interpondré en su camino.

–No es suficiente, Alteza. Necesito vuestra ayuda.

–¿En qué aspecto, ex Primer Ministro?

–Fondos. La Biblioteca Galáctica debe ver aumentado su presupuesto o cerrará sus puertas al público y me expulsará.

–¡Créditos! – Una nota de asombro claramente perceptible apareció en la voz del Emperador-. ¿Ha venido a pedirme créditos?

–Sí, Alteza.

Agis XIV se puso en pie dando muestras de cierta agitación.

Seldon le imitó de inmediato, pero Agis movió una mano indicándole que volviera a sentarse.

–Siéntese. No me trate como si fuese un Emperador. No soy un Emperador. No quería serlo, pero me obligaron a aceptar el trono. Era lo más aproximado a un miembro de la familia imperial que había disponible, y no pararon hasta que me convencieron de que el Imperio necesitaba un Emperador. Bien, ahora me tienen a mí y no les estoy sirviendo de mucho…

»¡Créditos! ¡Espera que disponga de créditos para usted! Habla de que el Imperio se está desintegrando… ¿Cómo cree que se produce esa desintegración? ¿Está pensando en la rebelión? ¿En la guerra civil? ¿En desórdenes aquí y allá? No. Piensa en los créditos. ¿Acaso no sabe que no puedo recaudar impuestos en la mitad de las provincias del Imperio? Siguen formando parte del Imperio -«¡Viva el Imperio! ¡Honramos y respetamos al Emperador!», – pero no pagan ni un solo impuesto y no puedo obligarles porque no dispongo de la fuerza necesaria para ello. Y si no puedo obtener créditos de esas provincias supongo que en realidad no forman parte del Imperio, ¿verdad?

Other books

A Dawn of Death by Gin Jones
Deception and Lace by Ross, Katie
Sun at Midnight by Rosie Thomas
Damage Control by John Gilstrap
Small Mercies by Joyce, Eddie
Psychosphere by Brian Lumley
The Claygate Hound by Tony Kerins
Résumé With Monsters by William Browning Spencer