Hacia la Fundación (53 page)

Read Hacia la Fundación Online

Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

–Comandante, ¿tiene idea de qué ha sido de la nave?

Hari Seldon mantenía otra conversación intergaláctica, pero esta vez su interlocutor era un comandante de la Armada Imperial destinado a Anacreon. Seldon había decidido usar la visipantalla, que permitía una comunicación mucho menos realista que la holopantalla pero facilitaba enormemente la conexión.

–Profesor, le repito que en nuestros registros no hay ninguna indicación de que un hipernavío haya solicitado permiso para entrar en la atmósfera de Anacreon. Las comunicaciones con Santanni están interrumpidas desde hace varias horas, naturalmente, y durante la última semana no han sido más que esporádicas. Es posible que el hipernavío intentara ponerse en contacto con nosotros utilizando una frecuencia dependiente de Santanni y no pudiese establecer la comunicación, pero lo dudo.

»No, lo más probable es que el
Arcadia VII
haya decidido cambiar de destino… Voreg, quizás, o Sarip. ¿Ha probado con alguno de esos mundos, profesor?

–No -dijo Seldon con voz cansada-, pero no veo ninguna razón para que un navío que se dirigía a Anacreon no vaya a Anacreon. Comandante, es vital que averigüe dónde se encuentra ese navío.

–Naturalmente también es posible que el
Arcadia VII
no lo haya conseguido -conjeturó el comandante-. Quiero decir que quizá no haya podido salir del planeta… Los combates estaban siendo bastante encarnizados, y a esos rebeldes no les importa mucho a quién liquidan. Se limitan a apuntar sus láseres e imaginan que están disparando contra el Emperador Agis. Profesor, le aseguro que la situación en la frontera no tiene nada que ver con lo que usted conoce…

–Mi nuera y mi nieta iban a bordo de ese navío, comandante -dijo Seldon con un hilo de voz.

–Oh, profesor, lo siento -dijo el comandante con expresión abatida-. Me pondré en contacto con usted apenas tenga alguna noticia de lo ocurrido.

Hari pulsó el botón que desconectaba la visipantalla.

«Qué cansado estoy -pensó-. No me sorprende… Llevo casi cuarenta años sabiendo que ocurriría esto». Seldon dejó escapar una risita impregnada de amargura. El comandante quizás había creído impresionar a Seldon con esos vívidos detalles de la vida «en la frontera», pero Seldon lo sabía todo sobre la frontera. La frontera era como una prenda de lana con un hilo suelto: bastaba con tirar del hilo para que todo se deshiciese, y la desintegración acabaría afectando al núcleo, al mismísimo Trantor.

Seldon oyó un zumbido apagado. Era la señal de la puerta.

–¿Sí?

–Abuelo -dijo Wanda entrando en el despacho-, estoy asustada.

–¿Por qué, querida? – preguntó Seldon con expresión preocupada. Aún no quería decirle lo que había averiguado -Lo que no había averiguado-, durante su conversación con el comandante de Anacreon.

–Normalmente
siento
a papá, mamá y Bellis a pesar de que están muy lejos… Lo siento aquí dentro -dijo Wanda señalando su cabeza-, y aquí también -añadió poniéndose una mano sobre el corazón-. Pero estoy empezando a dejar de sentirles. Es como si se estuvieran apagando poco a poco igual que esas bombillas de la cúpula, y quiero detenerlo. Quiero tirar de ellos hasta conseguir que vuelvan, pero no puedo.

–Wanda, creo que todo esto es producto de la lógica preocupación que sientes por tu familia. Ya sabes que a cada momento hay algún disturbio o una rebelión en algún lugar del Imperio. Son como pequeñas erupciones que sirven para liberar vapor… Vamos, vamos, ya sabes que las posibilidades de que les ocurra algo son asombrosamente pequeñas, ¿no? Tu papá llamará cualquier día de éstos para decirnos que todo va bien; tu mamá y Bellis llegarán a Anacreon en cualquier momento y disfrutarán de unas pequeñas vacaciones. Nosotros sí que somos dignos de compasión… ¡Estamos atrapados aquí con trabajo hasta las cejas! Anda, cariño, vete a la cama y procura pensar en cosas alegres. Te prometo que mañana la cúpula brillará con fuerza y todo tendrá mucho mejor aspecto.

–Está bien, abuelo -dijo Wanda, quien no parecía muy convencida-. Pero mañana… Si no hemos tenido noticias de ellos mañana… Tendremos que… que…

–Wanda, ¿qué podemos hacer aparte de esperar? – preguntó Hari en voz baja y suave.

Wanda giró sobre sí misma y se fue con los hombros encorvados bajo el peso de las preocupaciones. Hari la vio marchar y, en cuanto se hubo ido, permitió que sus propias preocupaciones emergieran.

Habían pasado tres días desde la transmisión holográfica de Raych, y desde entonces… nada. Lo peor era que el comandante de Anacreon acababa de decirle que no sabía nada sobre el
Arcadia VII
. Hari había intentado comunicar con Santanni para hablar con Raych, pero todos los canales estaban cortados.

Era como si Santanni -y el
Arcadia VII
- se hubieran desprendido del Imperio tan irrevocablemente como un pétalo de flor.

Seldon sabía qué debía hacer. El Imperio podía estar en declive, pero aún no había desaparecido y si sabía emplear adecuadamente su poder, aún resultaba impresionante.

Seldon decidió ponerse en contacto con el Emperador Agis XIV.

29

–¡Qué sorpresa! Amigo Hari… -El rostro de Agis sonreía a Seldon desde la holopantalla-. Me alegra tener noticias suyas, aunque normalmente hace más caso de los formalismos y pide una audiencia personal, ¿eh? Vamos, Hari, ha despertado mi curiosidad… ¿A qué viene tanta urgencia?

–Alteza -dijo Seldon-, mi hijo Raych, su esposa y su hija viven en Santanni.

–Ah… Santanni -dijo el Emperador y su sonrisa se desvaneció-. En toda la historia del Imperio no ha habido un caso más claro de estupidez y…

–Alteza, por favor -le interrumpió Seldon, sorprendiendo tanto al Emperador como a sí mismo con aquella flagrante infracción al protocolo imperial-. Mi hijo logró introducir a Manella y Bellis en el
Arcadia VII
, un hipernavío con destino a Anacreon, pero tuvo que quedarse en Santanni. De eso ya hace tres días. El navío no ha llegado a Anacreon, y mi hijo parece haber desaparecido. Mis llamadas a Santanni han sido inútiles, y las comunicaciones se han interrumpido hace poco. Alteza, os lo ruego… ¿Podéis ayudarme?

–Hari, como sabe todos los lazos oficiales entre Santanni y Trantor han sido cortados, pero aún tengo cierta influencia en algunas zonas de Santanni. Es decir, aún quedan algunas personas leales a mí que todavía no han sido descubiertas… No puedo establecer contacto directo con ninguno de mis agentes en ese mundo, pero puedo compartir con usted todos los informes que reciba de ellos. Son de naturaleza altamente confidencial, claro está, pero considerando su situación y nuestra relación, permitiré que tenga acceso a todos aquellos datos que puedan serle de interés.

»Espero recibir otro informe dentro de una hora. Si lo desea me pondré en contacto con usted en cuanto haya llegado. Haré que uno de mis secretarios repase todas las transmisiones que han llegado de Santanni durante los tres últimos días buscando cualquier referencia a Raych, Manella o Bellis Seldon.

–Gracias, Alteza. Os lo agradezco humildemente.

Hari Seldon inclinó la cabeza y la imagen del Emperador desapareció de la holopantalla.

Sesenta minutos después Hari Seldon seguía sentado detrás de su escritorio esperando que el Emperador se pusiera en contacto con él. La hora que acababa de transcurrir había sido una de las más horribles y difíciles de toda su existencia, sólo superada por las que siguieron a la destrucción de Dors. Lo que le estaba destrozando era ignorar lo ocurrido.

Había dedicado su vida al
conocimiento
del futuro y del presente, e ignorar qué había sido de las personas que más le importaban en el universo le resultaba insoportable.

La holopantalla emitió un leve zumbido y Hari pulsó un botón. El rostro de Agis apareció en la holopantalla.

–Hari… -dijo el Emperador.

En cuanto captó la tristeza que impregnaba su voz Hari supo que el Emperador iba a darle malas noticias.

–Mi hijo -dijo Hari.

–Sí -murmuró el Emperador-. Raych ha muerto a primera hora de la mañana durante el bombardeo de la Universidad de Santanni. Mis fuentes de información me han dicho que Raych sabía que el ataque era inminente, pero se negó a abandonar su puesto. Entre los rebeldes hay muchos estudiantes, y Raych creía que si se enteraban de que estaba allí no… Pero el odio se impuso a la razón.

»La universidad es una universidad
imperial
, Hari. Los rebeldes están convencidos de que deben destruir todo lo que lleve la marca del Imperio antes de empezar la reconstrucción. ¡Estúpidos! ¿Por qué…?

Agis se interrumpió de repente como si acabara de comprender que a Seldon no le importaban en lo más mínimo los planes de los rebeldes o la Universidad de Santanni…, al menos en aquellos momentos.

–Hari, si le hace sentirse mejor recuerde que su hijo murió defendiendo el conocimiento. Raych no luchó y murió por el Imperio, sino por la Humanidad.

Seldon alzó la cabeza y sus ojos llenos de lágrimas se clavaron en la holopantalla.

–¿Y Manella y la pequeña Bellis? – preguntó con un hilo de voz-. ¿Qué ha sido de ellos? ¿Habéis logrado averiguar algo sobre el
Arcadia VII
?

–Todas mis investigaciones han resultado infructuosas, Hari. El
Arcadia VII
salió de Santanni como le dijeron, pero parece haber desaparecido. Es posible que fuera secuestrado por rebeldes o quizás haya tenido que desviarse por alguna emergencia…, de momento no sabemos nada.

Seldon asintió.

–Gracias, Agis. Me habéis comunicado noticias trágicas, pero por lo menos ahora sé algo de lo ocurrido. No saber nada era mucho peor. Sois un verdadero amigo.

–Le dejo con esas noticias, amigo mío…, y con sus recuerdos -dijo el Emperador.

Su imagen se desvaneció de la pantalla. Hari Seldon apoyó los brazos sobre el escritorio, inclinó la cabeza y lloró.

30

Wanda Seldon ajustó el cinturón de su unitraje y lo dejó un poco más apretado. Después cogió una azada y empezó a cortar los hierbajos que habían brotado en el pequeño jardín que había creado delante del Edificio Psicohistoria de Streeling. Wanda solía pasar la mayor parte de su tiempo trabajando con el Primer Radiante en su despacho.

Su precisa elegancia estadística la aliviaba, y aquellas ecuaciones invariables parecían tranquilizarla al asegurarle que aún existía algo sólido en aquel Imperio enloquecido.

Pero cuando los recuerdos de sus seres queridos -su padre, su madre y su hermana pequeña- se volvían imposibles de soportar, cuando ni siquiera sus investigaciones podían apartar su mente de las horribles pérdidas sufridas, Wanda siempre acababa por encontrarse en el jardín, hurgando en el suelo terraformado como si el insuflar vida a unas cuantas plantas pudiese disminuir su dolor mínimamente.

Había transcurrido un mes desde la muerte de su padre y la desaparición de Manella y Bellis. Wanda, que siempre había sido bastante delgada, no había parado de perder peso. Unos meses atrás, la pérdida repentina de su apetito habría preocupado terriblemente a Seldon, pero ahora estaba tan absorto en su pena que parecía no darse cuenta.

Hari y Wanda Seldon y los escasos colaboradores que seguían trabajando en el Proyecto Psicohistoria, habían sufrido un gran cambio. Hari parecía haberse rendido definitivamente. Pasaba la mayor parte del tiempo sentado en un sillón en el solario de Streeling, contemplando el recinto universitario y absorbiendo el calor emitido por las bombillas que brillaban sobre su cabeza. De vez en cuando los miembros del Proyecto le decían a Wanda que su guardaespaldas, un hombre llamado Stettin Palver, había logrado convencerle de que diera un paseo por debajo de la cúpula o que había intentado arrastrarle a una discusión sobre la dirección que seguiría el proyecto en el futuro.

Wanda se había concentrado en el estudio de las fascinantes ecuaciones del Primer Radiante. Podía sentir cómo el futuro por el que su abuelo había luchado durante tanto tiempo al fin cobraba forma, y sabía que Seldon estaba en lo cierto. Los Enciclopedistas serían la Fundación y debían instalarse en Terminus.

Y la sección 33A2D17… Siempre que la repasaba, Wanda podía ver en ella el germen de aquello a lo que Seldon llamaba la Segunda Fundación o la Fundación secreta.

Pero… ¿Cómo conseguir que llegara a convertirse en realidad? Sin el interés activo de Seldon, Wanda no sabía cómo seguir adelante, y el dolor provocado por la destrucción de su familia la había herido de forma tan profunda que no parecía tener la energía necesaria para dar con la solución.

Los miembros del Proyecto, esa cincuentena escasa de hombres y mujeres lo bastante valerosos para quedarse, continuaban haciendo su trabajo lo mejor posible. La mayoría eran Enciclopedistas dedicados a localizar los materiales de referencia que deberían copiar y catalogar para su eventual traslado a Terminus…, cuando consiguieran pleno acceso a la Biblioteca Galáctica suponiendo que lo consiguieran. De momento la fe era su único sostén. El profesor Seldon había perdido su despacho privado en la Biblioteca Galáctica, por lo que las perspectivas de que cualquier otro miembro del Proyecto consiguiera acceder a los servicios de la Biblioteca parecían muy débiles.

Aparte de los Enciclopedistas, había unos cuantos matemáticos y analistas históricos. Los historiadores interpretaban los acontecimientos y las acciones humanas del pasado y el presente y entregaban sus descubrimientos a los matemáticos, quienes encajaban aquellas piezas en la gran ecuación psicohistórica. Era un trabajo tan largo como difícil.

Muchos miembros del Proyecto se habían marchado. Las recompensas a su trabajo eran muy escasas -los psicohistoriadores eran el hazmerreír de Trantor y las limitaciones presupuestarias habían obligado a Seldon a recortar drásticamente los salarios-, pero hasta hacía muy poco, la presencia tranquilizadora de Hari Seldon había logrado imponerse a las progresivas dificultades con que se enfrentaba el Proyecto. De hecho, todos sus miembros actuaban impulsados por el respeto y la devoción que sentían hacia el profesor Seldon.

«Y ahora -pensó Wanda Seldon con amargura-, ¿qué razón les queda para quedarse?» Una suave brisa se apoderó de un mechón de sus rubios cabellos y lo hizo caer sobre sus ojos. Wanda lo apartó distraídamente y siguió luchando con los hierbajos.

–Señorita Seldon, ¿puede concederme unos momentos de su tiempo?

Other books

Infernus by Mike Jones
The Invincible by Stanislaw Lem
Behind the Stars by Leigh Talbert Moore
Five-star Seduction by Louise Make
Queen of Broken Hearts by Recchio, Jennifer
Black Rabbit Summer by Kevin Brooks
The Sleeping Beauty by Mercedes Lackey
Safe in His Arms by Renae Kaye
Los Espejos Venecianos by Joan Manuel Gisbert