–Ha sido asombroso -dijo Seldon cuando estuvieron dentro de su vehículo-. Si le hubierais visto durante nuestra última entrevista… Dijo que estaba «amenazando la textura del Imperio» o alguna estupidez semejante, y en cambio hoy después de unos minutos con vosotros…
–No resultó demasiado difícil, abuelo -dijo Wanda mientras pulsaba un botón y hacía que el vehículo se introdujera en el tráfico. Wanda había tecleado las coordenadas correspondientes a su destino en el panel, y el autopiloto tomó el control permitiéndole reclinarse en su asiento-. Es un hombre con un sentido muy agudo de su importancia personal. Bastó con que resaltáramos los aspectos positivos de la Enciclopedia y su ego se encargó del resto.
–Estuvo perdido desde que Wanda y yo entramos en el despacho -dijo Palver desde el asiento de atrás-. Con los dos empujándole…, bueno, resultó sencillísimo.
Palver se inclinó hacia delante y dio un par de palmaditas afectuosas en el hombro de Wanda. La joven sonrió, alargó un brazo y le acarició la mano.
–Debo avisar a los Enciclopedistas lo más pronto posible -dijo Seldon-. Quedan treinta y dos, pero son grandes trabajadores y sólo viven para el Proyecto. Los instalaré en la Biblioteca y después nos enfrentaremos al obstáculo siguiente…, los créditos. Puede que esta alianza con la Biblioteca sea justo lo que necesite para convencer a la gente de que nos proporcione fondos. Volveré a solicitar una entrevista con Terep Bindris y os llevaré conmigo. Parecía bien dispuesto hacia mí…, por lo menos al principio. Pero ahora, ¿cómo podrá resistírsenos?
El vehículo acabó deteniéndose delante del Edificio Psicohistoria en Streeling. Los paneles laterales se deslizaron, pero Seldon no hizo el gesto de bajar sino que se volvió hacia Wanda.
–Wanda, ya sabes lo que tú y Stettin conseguisteis con Acarnio. Estoy seguro de que también lograréis sacar unos cuantos créditos a algunos benefactores financieros.
»Sé que no te gusta abandonar tu amado Primer Radiante, pero estas visitas os proporcionarán la ocasión de practicar, de perfeccionar vuestras habilidades y haceros una idea de lo que podéis conseguir.
–Está bien, abuelo, aunque estoy segura de que ahora que la Biblioteca ha dado luz verde a tu proyecto descubrirás que la resistencia a tus peticiones ha disminuido mucho.
–Hay otra razón por la que creo que es importante que los dos estéis juntos. Stettin, creo que dijiste que en ciertas ocasiones habías «sentido» la presencia de otra mente como la tuya, pero que nunca habías logrado identificarla, ¿verdad?
–Sí -respondió Palver-. He captado algunos destellos, pero siempre que me llegaron estaba rodeado por una multitud; y en mis veinticuatro años de existencia sólo recuerdo haber captado esos destellos cuatro o cinco veces.
–Pero, Stettin -dijo Seldon con voz apremiante-, seguro de que cada destello indicaba la proximidad de una mente parecida a la tuya y a la de Wanda…, otro mentalista. Wanda nunca ha sentido esos destellos porque, francamente, ha llevado una vida muy recluida y las pocas ocasiones en que ha estado rodeada de una multitud supongo que no habría ningún mentalista cerca.
»Ésa es una razón para que os mováis por Trantor conmigo o sin mí, y quizá sea la más importante. Tenemos que encontrar más mentalistas. Vuestro poder combinado es capaz de manipular a una persona. ¡Un grupo de vosotros que empuje al unísono tendrá el poder suficiente para influir sobre todo el Imperio!
Hari Seldon puso los pies en el suelo y bajó del vehículo. Wanda y Palver le vieron alejarse cojeando por el camino que llevaba al Edificio Psicohistoria, y mientras le contemplaban aún no eran conscientes de la enorme responsabilidad que Seldon acababa de colocar sobre sus jóvenes hombros.
Aún faltaban horas para que anocheciera, y el sol de Trantor arrancaba destellos a la piel metálica que cubría el enorme planeta. Hari Seldon estaba en la plataforma de observación de la Universidad de Streeling e intentaba proteger sus ojos de aquel potente resplandor con una mano. Habían pasado años desde la última ocasión en que estuvo fuera de la cúpula, dejando aparte sus escasas visitas al Palacio y, aunque no sabía por qué le parecía que esas visitas no contaban: en el Recinto Imperial siempre tenía la sensación de estar encerrado.
Seldon ya no iba a ninguna parte sin compañía. En primer lugar Palver pasaba la mayor parte de su tiempo con Wanda: trabajaba en el Primer Radiante, estaba absorto en la investigación mentálica y buscaba a otras personas que tuvieran poderes semejantes; a pesar de todo, Seldon podría haber encontrado otro joven -un estudiante de la universidad o un miembro del Proyecto- para que desempeñara las funciones de guardaespaldas.
Pero Seldon sabía que ya no necesitaba un guardaespaldas.
Después de aquella comparecencia ante la juez Lih y del restablecimiento de sus relaciones con la Biblioteca Galáctica, la Comisión de Seguridad Pública había empezado a interesarse mucho por Seldon. Seldon sabía que le seguían, y había tenido varios atisbos de su «sombra» durante los últimos meses. Aparte de eso, no cabía duda de que tanto su hogar como su despacho habían sido provistos de sistemas de escucha, por lo que cada vez que mantenía una conversación delicada utilizaba un escudo estático.
Seldon no estaba muy seguro de qué pensaba la Comisión de él, y quizá ni la mismísima Comisión tuviera una opinión formada; pero tanto si le consideraba un chiflado como un profeta se había asegurado de saber dónde estaba Seldon en cada momento…, y eso significaba que hasta que la comisión cambiara de parecer Seldon no corría ningún peligro.
Una suave brisa hizo ondular la capa azul oscuro que Seldon había echado sobre su unitraje y agitó los escasos mechones de cabellos blancos que le quedaban en el cráneo.
Seldon inclinó la cabeza hacia la barandilla y contempló la lisa manta de acero que se extendía por debajo de él.
Sabía que debajo de aquella manta gruñía la maquinaria de un mundo enormemente complicado. Si la cúpula fuese transparente habría podido ver los vehículos que iban y venían de un lugar a otro, los gravitaxis que subían y bajaban por una compleja red de túneles intercomunicados, los hipernavíos espaciales que eran cargados y descargados de cereales, sustancias químicas y joyas que llegaban o partían hacia prácticamente todos los mundos del Imperio.
Debajo de aquella resplandeciente cubierta metálica se desarrollaban las vidas de cuarenta mil millones de personas acompañadas del dolor, la alegría y el drama inherente a la condición humana. Seldon siempre había amado la imagen ofrecida por aquel enorme panorama de logros humanos, y le destrozaba el corazón saber que bastarían unos cuantos siglos para que todo lo que estaba contemplando se convirtiera en ruinas. La gran cúpula se llenaría de agujeros y cicatrices que revelarían la destrucción de lo que había sido el centro vital de una floreciente civilización. Seldon meneó melancólicamente la cabeza, pues sabía que no había nada que pudiera hacer para evitar aquella tragedia; pero así como preveía la destrucción de la cúpula, también estaba seguro de que tras las últimas batallas del Imperio se abrirían paso nuevos brotes de vida y, aunque no supiese exactamente cómo se desarrollaría el proceso, estaba seguro de que Trantor emergería de sus ruinas para convertirse en un miembro del nuevo Imperio.
El plan se ocuparía de que así ocurriese.
Seldon tomó asiento en uno de los bancos que había esparcidos por el perímetro de la plataforma. Sentía un doloroso palpitar en la pierna, y pensó que el esfuerzo de ir hasta allí había resultado excesivo, pero volver a contemplar Trantor, sentir la caricia del aire sobre su piel y ver la inmensidad del cielo sobre su cabeza eran recompensa más que suficiente.
Seldon pensó en Wanda. Veía muy poco a su nieta y, cuando lo hacía, Stettin Palver siempre estaba presente.
Los tres meses transcurridos desde que se conocieron habían servido para volverse inseparables. Wanda le aseguraba que esa relación tan continuada era necesaria para el Proyecto, pero Seldon sospechaba que en ella había algo más profundo que una simple devoción al trabajo.
Recordaba las señales delatoras de sus primeros tiempos con Dors, y era consciente de que esas mismas señales estaban presentes en la forma en que se miraban los dos jóvenes y en aquella intensidad que no era fruto exclusivo de la estimulación intelectual, sino también de la emocional.
Y, aparte de ello, sus mismas naturalezas hacían que Wanda y Palver pareciesen sentirse más cómodos el uno con el otro que en compañía de otras personas. De hecho, Seldon había descubierto que, cuando no había nadie cerca, Wanda y Palver ni siquiera
se hablaban
: sus capacidades mentálicas estaban lo suficientemente avanzadas para permitirles comunicarse sin necesidad de palabras.
Los otros miembros del Proyecto no sabían nada sobre los talentos únicos que poseían. Seldon había pensado que era mejor mantener en secreto todo lo referente al trabajo mentálico que estaban haciendo, por lo menos hasta que el papel que jugarían en el Proyecto hubiese quedado claramente definido. El plan estaba fijado con toda claridad…, pero sólo existía en la mente de Seldon. Cuando hubiera logrado encajar unas cuantas piezas más revelaría su plan a Wanda y Palver, y cuando fuese imprescindible hacerlo se lo revelaría a otro par de personas.
Seldon se puso en pie moviéndose lenta y torpemente. Tenía que estar en Streeling dentro de una hora para hablar con Wanda y Palver. La pareja de jóvenes le había dejado un mensaje en el que le anunciaban una gran sorpresa, y Seldon tenía la esperanza de que fuese otra pieza del rompecabezas. Echó un último vistazo a Trantor y antes de volverse para ir hacia el ascensor de repulsión gravítica sonrió y murmuró la palabra «Fundación».
Hari Seldon entró en su despacho, y vio que Wanda y Palver ya habían llegado y estaban sentados junto a la mesa de conferencias que había al otro extremo de la habitación. Entre los dos, como era habitual, reinaba un silencio absoluto.
Un instante después Seldon se dio cuenta de que no estaban solos. Qué extraño… Cuando se hallaban en compañía de otras personas Wanda y Palver solían hablar en voz alta por razones de cortesía, pero en aquellos momentos ninguno de los tres estaba hablando.
Seldon observó al desconocido. Era un hombre de aspecto un poco raro que tendría unos treinta y cinco años y la expresión distraída y absorta de alguien que ha pasado demasiado tiempo concentrado en sus estudios.
Si no hubiera sido por la línea decidida y firme de su mandíbula, Seldon habría pensado que el desconocido era un hombre tímido y vacilante, pero estaba claro que habría sido un error. En el rostro de aquel hombre había fortaleza y también bondad. Seldon acabó por decidir que era el rostro de alguien en quien se podía confiar.
–Abuelo -dijo Wanda levantándose grácilmente de su silla.
Seldon contempló a su nieta, y sintió una débil punzada de dolor y preocupación. Había cambiado tanto en los meses transcurridos desde la pérdida de su familia… En el pasado, Wanda nunca parecía capaz de contener el impulso de sonreír y lanzar risitas; pero en los últimos tiempos su rostro sereno apenas se iluminaba de vez en cuando con una sonrisa beatífica, pero seguía siendo tan hermosa como siempre, y su intelecto era todavía más asombroso que su belleza.
–Wanda, Palver… -dijo Seldon. Besó a su nieta en la mejilla y dio una palmadita afectuosa en el hombro de Palver-. Hola -dijo volviéndose hacia el desconocido, quien también se había puesto en pie-. Soy Hari Seldon.
–Es un gran honor conocerle, profesor -dijo el hombre-. Me llamo Bor Alurin.
Alurin le ofreció una mano, el gesto de saludo más arcaico y formal de la sociedad trantoriana.
–Bor es psicólogo, Hari -dijo Palver-, y está muy interesado en tu trabajo.
–Y lo más importante es que Bor es uno de nosotros, abuelo -dijo Wanda.
–¿Uno de vosotros? – Los ojos de Seldon fueron de Wanda a Palver-. ¿Quieres decir…? – murmuró, y se le iluminaron las pupilas.
–Sí, abuelo. Ayer Stettin y yo estábamos paseando por el sector de Ery, buscábamos a otros mentalistas, tal y como nos habías sugerido, y de repente… ¡Allí estaba él!
–Reconocimos las pautas mentales enseguida y empezamos a mirar a nuestro alrededor intentando establecer un contacto -dijo Palver relevando a Wanda en su relato-. Nos encontrábamos en una zona comercial cercana al espaciopuerto, y las aceras estaban repletas de turistas, comerciantes del exterior y gente que iba de compras. Parecía imposible encontrarle, pero Wanda se limitó a quedarse quieta y envió un mensaje mental.
«Ven aquí», emitió…, y Bor surgió de entre la multitud. Vino hacia nosotros y los dos captamos su «¿Sí?» mental.
–Asombroso -dijo Seldon sonriendo a su nieta-. Y usted, doctor… ¿Doctor, verdad? Bien, Doctor Alurin, ¿qué opina de todo esto?
–Bueno -dijo el psicólogo con expresión pensativa-, estoy muy complacido. Siempre tuve la vaga sensación de que era distinto a los demás y nunca supe muy bien por qué, y si puedo ayudarle en algo yo… -El psicólogo clavó la mirada en sus pies como si acabara de comprender que sus palabras podían sonar un poco presuntuosas-. Lo que quiero decir es que Wanda y Stettin me han dicho que quizá pueda contribuir de alguna manera al Proyecto Psicohistoria. Profesor, le aseguro que nada me complacería más.
–Sí, sí. Lo que le han dicho es verdad, doctor Alurin, y, de hecho, creo que puede hacer una gran contribución al Proyecto…, si quiere colaborar conmigo. Naturalmente, tanto si se dedica a la enseñanza como al ejercicio privado de la profesión me temo que deberá abandonar sus actividades actuales… ¿Podrá hacerlo?
–Por supuesto que sí, profesor. Quizá necesite un poco de ayuda para convencer a mi esposa… -Alurin dejó escapar una leve risita y contempló con cierta timidez a sus tres interlocutores-. Es curioso, pero al final siempre acabo por convencerla, ¿sabe?
–Bien, entonces estamos de acuerdo -dijo Seldon-. Se unirá al Proyecto Psicohistoria. Doctor Alurin, le prometo que no lamentará haber tomado esta decisión.
–Wanda, Stettin, me habéis dado una noticia realmente maravillosa -dijo Seldon cuando Alurin ya se había marchado-. ¿Cuánto tiempo crees que tardaréis en encontrar más mentalistas?
–Abuelo, necesitamos más de un mes para localizar a Bor… No podemos predecir con qué frecuencia descubriremos otros mentalistas.