Hacia la Fundación (51 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

Pero Lih también tenía la reputación de ser implacable con los que quebrantaban la ley imperial, y era uno de los pocos magistrados capaces de aplicar el código civil sin vacilar.

–He oído hablar de usted y de sus teorías sobre la inminente destrucción que nos amenaza, profesor Seldon, y he hablado con el magistrado que se ocupó hace poco de otro caso en el que estuvo involucrado, uno en el que golpeó a un hombre con su bastón relleno de plomo. En ese procedimiento legal también afirmó ser la víctima de la agresión. Creo que su razonamiento se originaba en un incidente anterior que no fue denunciado durante el cual afirma que usted y su hijo fueron atacados por ocho delincuentes. Bien, profesor Seldon, logró convencer a mi colega de haber actuado en defensa propia a pesar de que una testigo ocular declaró lo contrario. Esta vez tendrá que ser mucho más convincente, profesor.

Los tres delincuentes sentados en la mesa de la acusación que habían presentado los cargos contra Seldon y Palver soltaron una risita. Su aspecto actual era muy distinto al que presentaban la tarde en que se produjo el ataque.

Los dos jóvenes vestían unitrajes limpios y holgados; la joven llevaba una túnica de corte impecable. Si no se les observaba (o escuchaba) con demasiada atención, se podía decir que ofrecían una imagen muy tranquilizadora de la juventud trantoriana.

Civ Novker, el abogado de Seldon (quien también representaba a Palver) fue hacia el estrado de la juez.

–Su Señoría, mi cliente es un miembro destacado de la comunidad trantoriana. Es un antiguo Primer Ministro de reputación estelar. Es amigo personal de Agis XIV, nuestro Emperador. ¿Qué posible beneficio podría obtener el profesor Seldon atacando a jóvenes inocentes? Ha defendido con entusiasmo la creatividad intelectual de la juventud trantoriana. Su Proyecto Psicohistoria emplea a numerosos estudiantes voluntarios, y es un miembro apreciado y querido del claustro universitario de Streeling.

»
Además
… -Novker hizo una pausa y su mirada recorrió la atestada sala del tribunal, como diciendo: “Cuando oigáis lo que voy a decir os
avergonzará
haber dudado por un instante de las afirmaciones de mi cliente”-, el profesor Seldon es uno de los escasísimos individuos que colaboran con la prestigiosa Biblioteca Galáctica. Se le ha concedido acceso ilimitado a los servicios de la Biblioteca para que trabaje en lo que él llama la Enciclopedia Galáctica, auténtico himno a la civilización imperial. Y ahora le pregunto: ¿cómo es posible que se dude de la palabra de este hombre en un asunto semejante?

Novker movió el brazo en un elegante arco que terminó señalando a Seldon, quien estaba sentado en la mesa de la defensa junto con Stettin Palver y parecía sentirse decididamente incómodo. Oír tantos elogios desacostumbrados (después de todo, en los últimos tiempos su nombre había provocado más risitas burlonas que discursos elogiosos) hizo enrojecerle las mejillas, y su mano temblaba levemente sobre el puño tallado de su fiel bastón.

La juez Lih contempló a Seldon. Su expresión dejaba claro que el discurso de Novker no la había impresionado lo más mínimo.

–Cierto, abogado. ¿Qué beneficio podía obtener con ello? Yo misma me he formulado esa pregunta. He pasado varias noches en vela devanándome los sesos para dar con una razón plausible. ¿Qué motivo podría tener un hombre de la talla del profesor Seldon para cometer una agresión sin ninguna provocación previa cuando él mismo es uno de los más ardientes críticos de lo que llama «derrumbe» de nuestro orden civil?

»Y de repente lo comprendí. Es posible que el profesor Seldon quiera
demostrar
a los mundos que sus lúgubres predicciones están a punto de hacerse realidad, ante la frustración de que
nadie
le crea. Después de todo, se trata de un hombre que ha dedicado toda su carrera a profetizar la caída del Imperio y la única prueba que tiene hasta el momento es unas cuantas bombillas fundidas en la cúpula, algún que otro problema en el sistema de transporte público, un recorte presupuestario aquí o allá…, nada espectacular. Pero un ataque, o dos, o tres…, eso sería más convincente.

Lih se echó hacia atrás y cruzó las manos delante de ella mientras ponía cara de satisfacción. Seldon se puso en pie apoyándose en la mesa para sostenerse. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para llegar al estrado, pero apartó con un gesto a su abogado mientras se enfrentaba a la mirada acerada de la juez.

–Su Señoría, permítame decir unas cuantas palabras en mi defensa.

–Naturalmente, profesor Seldon. Después de todo esto no es un juicio sino una audiencia en la que exponer alegaciones, hechos y teorías pertinentes al caso antes de decidir si se celebra un juicio. Me he limitado a expresar una teoría, y me interesa mucho oír lo que tenga que decir.

Seldon carraspeó antes de empezar a hablar.

–He consagrado mi vida al Imperio. He servido fielmente a mis Emperadores. Mi ciencia, la psicohistoria, no es una pregonera del desastre, sino un instrumento que ha de ser usado como factor de rejuvenecimiento. La psicohistoria puede
prepararnos
para el curso que tome la civilización, sea el que sea. Si el Imperio sigue en declive, como creo que ocurrirá, la psicohistoria nos ayudará a colocar en su lugar los nuevos bloques que sostendrán una civilización nueva y mejor, basada en todo lo que hay de bueno en la antigua. Amo nuestros mundos, nuestras gentes, nuestro
Imperio
… ¿Por qué iba a contribuir a la falta de respeto a la ley que mina nuestra fuerza día a día?

»No puedo decir más. Tiene que creerme. Yo, un hombre de intelecto y de ecuaciones, un científico…, le hablo con el corazón en la mano.

Seldon giró sobre sí mismo y volvió lentamente a su asiento. Antes de sentarse junto a Palver sus ojos buscaron a Wanda, quien estaba sentada en la galería de los espectadores.

Su nieta sonrió débilmente y le guiñó un ojo.

–Profesor Seldon, tanto si me habla con el corazón en la mano como si no, tendré que meditar mucho esta decisión. Hemos oído la declaración de sus acusadores; le hemos oído a usted y al señor Palver. Necesito otro testimonio. Quiero oír la declaración de Rial Nevas, quien se ha presentado como testigo ocular del incidente.

Nevas fue hacia el banquillo y Seldon y Palver intercambiaron una rápida mirada de alarma. Nevas era el joven al que Hari había recriminado su comportamiento unos instantes antes de que se produjese el ataque.

Lih ya había empezado a interrogarle.

–Señor Nevas, ¿quiere describirnos qué es lo que vio?

–Bueno -dijo Nevas clavando su mirada taciturna en Seldon-, yo iba dando un paseo pensando en mis cosas cuando vi a esos dos… -Se volvió y señaló a Seldon y Palver-. Iban por el otro lado de la acera y venían hacia mí, y luego vi a esos tres chicos. – Nevas volvió a señalar con el dedo, esta vez a los tres jóvenes sentados en la mesa de la acusación-. Los dos tipos caminaban detrás de ellos, pero no me vieron porque yo estaba al otro lado de la acera y, además, seguían atentamente a sus tres víctimas. Y de repente…
¡Bam!
El viejo les atacó con su bastón, y el otro empezó a darles patadas, y antes de que me percatara de lo ocurrido los tres chicos ya estaban en el suelo. Después el viejo y su compinche se largaron como si tal cosa. No podía creerlo, de veras…

–¡Eso es mentira! – estalló Seldon-. ¡Joven, está jugando con nuestras vidas!

Nevas se limitó a contemplarle con expresión impasible.

–Juez -le imploró Seldon-, ¿no se da cuenta de que está mintiendo? Me acuerdo de él. Le reproché que echara un papel al suelo unos momentos antes de que fuésemos atacados. Le dije a Stettin que era otro ejemplo del declive de nuestra sociedad, de la apatía de los ciudadanos y el…

–Basta, profesor Seldon -ordenó la juez-. Otra interrupción como ésta y haré que le expulsen de la sala. Y ahora, señor Nevas… -dijo volviéndose hacia el testigo-. ¿Qué hizo usted mientras ocurría lo que acaba de describir?

–Yo… Eh… Me escondí detrás de unos árboles. Me escondí, sí. Temía que fueran a por mí, así que me escondí. Y cuando se fueron… Bueno, salí corriendo y avisé a los agentes de seguridad.

Nevas había empezado a sudar y deslizó un dedo bajo el ceñido cuello de su unitraje. Después se removió nerviosamente en la plataforma que servía como banquillo para seguir prestando testimonio. Era incómodamente consciente de los ojos de la multitud clavados en él. Intentó no mirar al público, pero cada vez que lo hacía se sentía atraído hacia el rostro de una hermosa joven rubia sentada en la primera fila que no apartaba los ojos de él. Era como si le estuviera haciendo una pregunta, como si le presionara para que la respondiera, como si quisiera obligarle a hablar…

–Señor Nevas, ¿qué tiene que decir sobre la alegación del profesor Seldon según la cual le vieron antes del ataque? ¿Es cierto que el profesor intercambió unas palabras con usted?

–Bueno… Eh, no… Verá, todo ocurrió tal y como he dicho… Yo estaba dando un paseo y…

Nevas volvió la cabeza hacia la mesa en la que estaba sentado Seldon. Seldon le contempló con gran tristeza como si comprendiera que todo estaba perdido. Pero Stettin Palver, el compañero de Seldon, clavó la mirada en Nevas y las palabras que oyó hicieron que Nevas se sobresaltase y estuviera a punto de dar un salto.
¡Di la verdad!
Sí eso era lo que acababa de oír, y era como si Palver hubiese hablado sin mover los labios. Nevas estaba muy confuso. Volvió la cabeza hacia la chica rubia, y creyó oírla hablar -
¡Di la verdad!
-, pero sus labios tampoco se movieron.

–Señor Nevas… Señor Nevas… -La voz de la juez logró abrirse paso por entre el remolino de pensamientos confusos que giraban en la mente del joven-. Señor Nevas, si el profesor Seldon y el señor Palver venían
hacia
usted y estaban
detrás
de los tres demandantes, ¿cómo es que se fijó en Seldon y Palver antes que en ellos? Es lo que ha declarado, ¿no?

Nevas movió la cabeza de un lado a otro y su mirada desesperada recorrió toda la sala del tribunal. Era como si no pudiera escapar a aquellos ojos, y todos le gritaban
¡Di la verdad!
Rial Nevas acabó volviéndose hacia Hari Seldon, dijo «
¡Lo siento!
» y aquel muchacho de catorce años asombró a todos los presentes echándose a llorar.

27

Hacía un día precioso, ni demasiado frío ni demasiado calor, ni demasiado soleado ni demasiado gris. El presupuesto para la conservación de los jardines había desaparecido unos años atrás, pero a pesar de ello las escasas y maltrechas plantas perennes que flanqueaban los peldaños hasta la entrada de la Biblioteca Galáctica, conseguían añadir una nota de alegría y colorido a la mañana. (La Biblioteca había sido construida en el estilo clásico de la antigüedad, y contaba con una de las escalinatas más gigantescas que se podían encontrar en todo el Imperio, superada tan sólo por la del Palacio Imperial; pero la mayoría de visitantes preferían entrar en ella por el deslizador). Seldon estaba de buen humor, y se sentía lleno de esperanza.

Desde que él y Stettin Palver habían sido absueltos de todas las acusaciones en su último caso de agresión, Hari Seldon tenía la sensación de ser un hombre nuevo.

La experiencia había resultado dolorosa, pero su misma naturaleza pública había redundado en beneficio de la causa de Seldon. La juez Tejan Popjens Lih, considerada como una de las personalidades más influyentes de la magistratura trantoriana -si no la más influyente-, se había mostrado muy contundente al expresar su opinión el día siguiente a la declaración emotiva que prestó Rial Nevas.

–Cuando llegamos a semejante encrucijada en nuestra sociedad «civilizada» -tronó la juez desde su estrado-, cuando un hombre de la talla y reputación del profesor Hari Seldon se ve obligado a soportar la humillación, los malos tratos y las mentiras de sus conciudadanos sólo por ser quien es y por lo que representa y defiende, no cabe duda de que podemos afirmar que el Imperio vive días muy oscuros. Admito que yo también me dejé engañar…, al principio. «¿Por qué no iba a emplear un truco semejante para tratar de demostrar sus predicciones?», razoné…, pero acabé dándome cuenta de que había cometido un lamentable error. – La frente de la juez se llenó de arrugas, y la piel de su cuello y de sus mejillas se fue volviendo de un color azul oscuro-. Atribuí al profesor Seldon motivos propios de nuestra actual sociedad, una sociedad donde hay muchas probabilidades de que la decencia, la honestidad y la buena voluntad sólo sirvan para que te maten, una sociedad en la que parece que es preciso recurrir a la deshonestidad y los engaños para sobrevivir. ¿Cómo nos hemos apartado de nuestros principios fundacionales…? Esta vez hemos tenido suerte, conciudadanos de Trantor. Estamos en deuda con el profesor Hari Seldon por habernos mostrado nuestra auténtica personalidad. Grabemos este ejemplo en lo más hondo de nuestros corazones y, a partir de ahora, tomemos la firme decisión de estar en guardia contra las fuerzas más viles de nuestra naturaleza humana.

Después de la comparecencia ante la juez Lih, el Emperador envió un holodisco de felicitación a Seldon en el que expresaba la esperanza de que a partir de aquel momento le resultara más fácil encontrar nuevos fondos para su Proyecto.

Seldon salió del deslizador. Estaba pensando en la situación actual de su Proyecto Psicohistoria. Las Zenow, su buen amigo y anterior Jefe de Bibliotecarios, ya se había jubilado. Mientras ocupó el cargo, Zenow defendió con todas sus fuerzas a Seldon y su trabajo, pero lo habitual era que el Consejo de la Biblioteca le dejase muy poca libertad de maniobra.

Pero Zenow había asegurado a Seldon que Tryma Acarnio, el nuevo y afable Jefe de Bibliotecarios, era tan progresista como él, y le había explicado que gozaba de gran popularidad entre casi todos los grupúsculos que formaban el Consejo.

–Hari, amigo mío -le había dicho Zenow antes de abandonar Trantor para volver a Wencory, su mundo natal-, Acarnio es un buen hombre, una persona de gran intelecto y mente abierta. Estoy seguro de que hará cuanto pueda para ayudarte a ti y al Proyecto. Le he entregado el archivo que contiene todos tus datos y los de la enciclopedia; sé que la contribución a la Humanidad que representa le interesará tanto como a mí. Cuídate, amigo mío… Siempre te recordaré con afecto.

Aquel día Hari Seldon tendría su primera entrevista oficial con el Jefe de Bibliotecarios. Las garantías que le había dado Las Zenow antes de que se despidieran le habían animado, y tenía muchas ganas de compartir sus planes para el futuro del Proyecto y de la Enciclopedia.

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