Hacia la Fundación (54 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

Wanda se volvió y alzó la mirada. Un joven -Wanda pensó que debería tener veintitantos años-, había llegado por el sendero de gravilla y se había detenido junto a ella.

Nada más verle Wanda tuvo la sensación de que era fuerte y tremendamente inteligente. Su abuelo habla sabido escoger bien. Wanda se incorporó para hablar con él.

–Le conozco. Es el guardaespaldas de mi abuelo, ¿verdad? Creo que se llama Stettin Palver, ¿no?

–Sí, señorita Seldon, así es -dijo Palver, y se le enrojecieron levemente las mejillas como si le complaciera que una chica tan hermosa se fijara en él-. Señorita Seldon, he venido a verla porque me gustaría hablar de su abuelo. Estoy muy preocupado por él. Tenemos que hacer algo.

–¿Qué podemos hacer, señor Palver? No se me ocurre nada. Desde que mi padre… -Wanda tragó saliva como si le costara hablar-. Desde que mi padre murió y mi madre y mi hermana desaparecieron, sólo sacarle de la cama por las mañanas es toda una batalla; y si he de serle sincera lo ocurrido también me ha afectado mucho. Lo comprende, ¿verdad?

Wanda le miró a los ojos y supo que Palver lo comprendía.

–Señorita Seldon, lamento terriblemente sus pérdidas -dijo Palver en voz baja-, pero usted y el profesor Seldon están vivos y deben seguir trabajando en la psicohistoria. El profesor parece haberse rendido. Tenía la esperanza de que quizá usted…, de que nosotros podríamos dar con algo que volviera a insuflarle esperanzas. Ya sabe, una razón para seguir adelante.

«Ah, señor Palver -pensó Wanda-, puede que el abuelo esté haciendo lo único que puede hacerse. Me pregunto si existe alguna razón para seguir adelante…», pero no lo dijo en voz alta.

–Lo siento, señor Palver -murmuró-, pero no se me ocurre nada. – Señaló el suelo con su azada-. Y ahora, como puede ver, debo seguir ocupándome de esas malas hierbas que parecen estar por todas partes.

–No creo que su abuelo esté haciendo todo lo posible -dijo Palver-. Creo que existe una razón para seguir adelante. Lo único que debemos hacer es encontrarla.

Las palabras de Palver afectaron a Wanda de tal forma que casi se tambaleó. ¿Cómo podía saber lo que pensaba?

A menos que…

–Puede leer las mentes, ¿verdad? – preguntó Wanda conteniendo el aliento como si temiera oír la respuesta de Palver.

–Sí, puedo hacerlo -replicó el joven-. Creo que siempre he podido. Por lo menos no consigo recordar un momento en el que no pudiese hacerlo… La mitad de las veces ni siquiera soy consciente de ello. Sencillamente sé lo que la gente está pensando, o lo que ha pensado… A veces -siguió diciendo, animado por la comprensión que sentía emanar de Wanda-, recibo destellos de pensamientos procedentes de otra persona, pero eso siempre ocurre cuando hay mucha gente cerca y nunca he conseguido localizar de quién procedían. Pero sé que en Trantor hay otros como yo…, como nosotros.

Wanda le cogió de la mano. Su herramienta de jardinería había caído al suelo y había sido olvidada.

–¿Tiene alguna idea de lo que podría significar esto? ¿Sabe lo que podría significar para el abuelo, para la psicohistoria? Ninguno de nosotros puede hacer gran cosa sin ayuda, pero los dos juntos…

Wanda giró sobre sí misma y fue hacia el Edificio Psicohistoria dejando a Palver en el sendero de gravilla. Ya casi había llegado a la entrada cuando se detuvo y se volvió.

«Venga, señor Palver -dijo Wanda sin abrir la boca-. Tenemos que contarle esto a mi abuelo.» «Sí -respondió mentalmente Palver yendo hacia ella-, supongo que deberíamos hacerlo…»

31

–Wanda, ¿estás intentando decirme que he buscado a alguien con tus poderes por todo Trantor y que ha estado aquí durante los últimos meses sin que tuviéramos idea de lo que podía hacer? – dijo Hari Seldon con incredulidad.

Había estado dormitando en el solario, y Wanda y Palver le habían despertado para darle sus asombrosas noticias.

–Sí, abuelo. Piensa en ello. Nunca había tenido ocasión de hablar con Stettin. La mayor parte del tiempo que has pasado con él estabais lejos del Proyecto y yo pasaba casi todo mi tiempo encerrada en mi despacho con el Primer Radiante. ¿Cuándo
podríamos
habernos encontrado? De hecho, la única vez que se cruzaron nuestros caminos tuvo un resultado muy significativo.

–¿Cuándo ocurrió eso? – preguntó Seldon mientras hurgaba en su memoria.

–Tu última comparecencia ante la ley…, la juez Lih -replicó Wanda sin perder un segundo-. ¿Te acuerdas del testigo que juró que tú y Stettin habíais atacado a esos tres atracadores? ¿Te acuerdas de que se derrumbó y confesó la verdad…, y que tan siquiera él parecía saber por qué lo hizo? Stettin y yo lo hemos comprendido. Los dos empujamos a Rial Nevas para que dijese la verdad. Cuando prestó testimonio estaba muy seguro de sí mismo, y creo que ni yo ni Palver podríamos haberlo conseguido si hubiésemos estado solos, pero
juntos
… -Wanda lanzó una mirada llena de timidez a Palver, quien permanecía inmóvil junto a ella-. ¡Juntos nuestro poder es impresionante!

Hari Seldon pensó en las implicaciones de todo aquello y abrió la boca como si se dispusiera a hablar, pero Wanda se le adelantó.

–De hecho -siguió diciendo-, pensamos pasar la tarde poniendo a prueba nuestras habilidades mentálicas tanto juntos como por separado. Por lo poco que hemos descubierto hasta ahora parece que el poder de Stettin es un poquito más débil que el mío…, quizá llegue a un cinco en mi escala. Pero su cinco combinado con mi siete ¡nos proporciona un doce! Piensa en ello, abuelo… ¡Es impresionante!

–¿No lo entiende, profesor? – dijo Palver-. Wanda y yo somos lo que estaba buscando. Podemos ayudarle a convencer a los mundos de la validez de la psicohistoria, podemos ayudarle a encontrar a otras personas como nosotros y podemos conseguir que la psicohistoria vuelva a progresar.

Sus rostros estaban iluminados por el brillo de la juventud, el entusiasmo y el vigor físico, y Seldon se dio cuenta de que todo aquello era un bálsamo para su viejo corazón. Quizá no todo estuviese perdido… Había creído que no sobreviviría a aquella última tragedia, y casi estaba convencido de que la muerte de su hijo y la desaparición de la esposa y la hija de Raych acabarían con él, pero podía ver que Raych seguía viviendo en Wanda…, y ahora sabía que el futuro de la Fundación también vivía en Wanda y Stettin.

–Sí, sí -dijo Seldon asintiendo con la cabeza-. Vamos, ayudadme a levantarme… He de volver a mi despacho para planear cuál será nuestro próximo paso.

32

–Entre, profesor Seldon -dijo el Jefe de Bibliotecarios Tryma Acarnio con voz gélida.

Hari Seldon entró en el imponente despacho del Jefe de Bibliotecarios seguido de Wanda y Stettin.

–Gracias, Jefe de Bibliotecarios -dijo Seldon mientras se instalaba en un sillón y contemplaba a Acarnio, quien había vuelto a tomar asiento detrás de su enorme escritorio-. ¿Me permite presentarle a mi nieta Wanda y a mi amigo Stettin Palver? Wanda es una de las colaboradoras más valiosas del Proyecto Psicohistoria, y está especializada en matemáticas. Y Stettin…, bueno, Stettin, se está convirtiendo en un generalista psicohistórico de primera categoría…, cuando no está ocupado cumpliendo con sus deberes como mi guardaespaldas, naturalmente.

Seldon dejó escapar una risita bienhumorada.

–Sí, ya… Bien, profesor, todo eso me parece magnífico -dijo Acarnio, algo sorprendido ante el buen humor de Seldon. Esperaba que el profesor entraría casi arrastrándose y que se pondría de rodillas para suplicarle que la Biblioteca Galáctica le devolviera sus privilegios especiales-. Pero no entiendo por qué deseaba verme. Supongo que ha comprendido que nuestra posición no va a cambiar. No podemos permitir que la Biblioteca Galáctica mantenga ningún tipo de relación con alguien tan extremadamente impopular entre la población. Después de todo, somos una biblioteca
pública
y no podemos herir los sentimientos del público…

Acarnio se reclinó en su sillón, y pensó que lo que había dicho quizá haría que Seldon empezara a arrastrarse ante él.

–Soy consciente de que no he conseguido hacerle cambiar de opinión, pero pensé que si hablaba con un par de los miembros más jóvenes del Proyecto, los psicohistoriadores del mañana, por así decirlo, quizá comprendería mejor que el Proyecto y la Enciclopedia en particular jugarán un papel vital en nuestro futuro. Por favor, le ruego que escuche lo que Wanda y Stettin tienen que decirle.

Acarnio contempló a los dos jóvenes que flanqueaban a Seldon. El Jefe de Bibliotecarios no parecía muy impresionado.

–Muy bien -dijo señalando la cronobanda mural-. Cinco minutos y ni un instante más. Tengo toda una Biblioteca de la que ocuparme.

–Jefe de bibliotecarios -dijo Wanda-, tal y como estoy segura le habrá explicado mi abuelo, la psicohistoria es una herramienta de inmenso valor que debe usarse para la
preservación
de nuestra cultura. Sí, la preservación -repitió al ver que Acarnio había abierto un poco más los ojos después de oír esa palabra-. Se ha puesto un énfasis indebido en la destrucción del Imperio, y eso ha hecho que el auténtico valor de la psicohistoria fuese ignorado. La psicohistoria nos permite predecir el inevitable declive de nuestra civilización y, por tanto, también nos permite tomar medidas para preservarla. Eso es lo que pretendemos conseguir con la Enciclopedia Galáctica, y ésa es la razón de que necesitemos su ayuda y la de nuestra gran Biblioteca.

Acarnio no pudo resistir la tentación de sonreír. No cabía duda de que la joven poseía un gran encanto personal. Parecía tan llena de entusiasmo, hablaba tan bien, era tan educada… Acarnio contempló a la joven sentada delante de él y se fijó en que su cabellera rubia estaba recogida hacia atrás en un peinado de académica bastante severo que no sólo no ocultaba el atractivo de sus rasgos sino que casi lo realzaba. Lo que estaba diciendo empezaba a tener sentido.

Quizá Wanda Seldon tuviese razón…, quizá había enfocado el problema desde el ángulo equivocado. Si era un asunto de
preservación
en vez de
destrucción

–Jefe de Bibliotecarios -dijo Stettin Palver-, esta magnífica biblioteca tiene milenios de existencia. Representa el inmenso poder del Imperio de forma aun más noble e impresionante que el mismísimo Palacio Imperial. El palacio se limita a albergar al líder del Imperio, pero la Biblioteca es el hogar de todos los conocimientos, la cultura y la historia del Imperio. Su valor es incalculable.

»¿No cree que preparar un homenaje a este inmenso depósito de sabiduría es tan justo como necesario? La Enciclopedia Galáctica será precisamente eso…, un gigantesco resumen de todo el conocimiento contenido entre estos muros. ¡Piense en ello!

Y de repente Acarnio creyó verlo con una increíble claridad. ¿Cómo podía haber permitido que el Consejo (y, en especial, aquel enano mezquino llamado Gennaro Mummery) le convenciera de que debía rescindir los privilegios de Seldon? Las Zenow, una persona cuyo sentido común y buen juicio siempre había tenido en gran estima, había apoyado con entusiasmo la Enciclopedia de Seldon.

Volvió a contemplar a las tres personas sentadas delante de él que aguardaban su decisión. Si los dos jóvenes sentados en su despacho eran una muestra representativa de la clase de personas que colaboraban con Seldon, el Consejo tendría grandes dificultades para encontrar algún motivo de queja en los miembros del Proyecto.

Acarnio se puso en pie y cruzó su despacho mientras fruncía el ceño como si estuviera moldeando sus pensamientos.

Acabó cogiendo una esfera de cristal de un blanco lechoso que había encima de una mesita auxiliar y la sostuvo en la palma de su mano.

–Trantor -dijo Acarnio con voz pensativa-, sede del Imperio, centro de toda la galaxia… Si se piensa en ello resulta realmente asombroso. Quizá hemos juzgado al Profesor Seldon con excesiva precipitación. Ahora que su proyecto de la Enciclopedia Galáctica me ha sido presentado bajo una nueva luz… -Acarnio miró a Wanda y Palver y asintió con la cabeza-, comprendo lo importante que es que se le permita seguir trabajando aquí. Y, naturalmente, comprendo que debemos permitir que sus colegas tengan acceso a los servicios de la Biblioteca Galáctica.

Seldon sonrió con gratitud y apretó suavemente la mano de Wanda.

–Hago esta recomendación no sólo para mayor gloria del Imperio -siguió diciendo Acarnio, quien aparentemente había empezado a dejarse entusiasmar por la idea (y por el sonido de su propia voz)-. Profesor Seldon, usted es un hombre famoso. Tanto da que la gente le considere un charlatán o un genio:
todo el mundo
parece tener una opinión sobre usted. Si un académico de su talla queda estrechamente relacionado con la Biblioteca Galáctica eso sólo puede aumentar nuestro prestigio en tanto que bastión de las ocupaciones intelectuales más elevadas. Su presencia continuada en la Biblioteca Galáctica puede ser utilizada para conseguir los fondos necesarios que nos permitan poner al día nuestros archivos, aumentar nuestro personal, mantener abiertas nuestras puertas al público más tiempo…

»Y la perspectiva de la Enciclopedia Galáctica en sí… ¡Qué proyecto tan monumental! Imagínese cuál será la reacción cuando el público se entere de que la Biblioteca Galáctica está involucrada en una empresa concebida para preservar y aumentar el esplendor de nuestra civilización, nuestra gloriosa historia, nuestros brillantes logros y nuestras soberbias culturas. Y pensar que yo, el Jefe de Bibliotecarios Tryma Acarnio, seré el responsable de que este gran proyecto se ponga en marcha…

Acarnio clavó los ojos en la esfera de cristal y se dejó absorber durante unos momentos por todas aquellas gloriosas fantasías.

–Sí, profesor Seldon -dijo en cuanto volvió a la realidad-, usted y sus colegas gozarán de todos los privilegios posibles…, y contarán con despachos en los que trabajar.

Acarnio colocó la esfera de cristal sobre su mesita y volvió a su escritorio envuelto en un susurro de telas.

–Naturalmente, puede que necesite algún tiempo para convencer al Consejo, pero confío en que sabré manejarles. Déjemelo a mí.

Seldon, Wanda y Palver intercambiaron una rápida mirada de triunfo y alzaron las comisuras de sus labios en una discreta sonrisa. Tryma Acarnio movió una mano indicándoles que podían irse y así lo hicieron, dejando al Jefe de Bibliotecarios reclinado en su asiento soñando con la gloria y el honor que sus planes reportarían a la Biblioteca.

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