Hacia la Fundación (24 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

–Ya lo sé -dijo Raych, quien siempre tenía mucho cuidado de no hacerlo-. ¿Y qué más te ha contado?

–¿Por qué me lo preguntas? – Manella frunció levemente el ceño-. Él siempre me hace preguntas sobre ti. Me he dado cuenta de que eso es algo muy generalizado entre los hombres… Sienten curiosidad por lo que hacen los otros hombres. ¿Por qué crees que será?

–¿Qué le has contado de mí?

–Poca cosa. Que eres un tipo muy decente y nada más. Por supuesto, no le dije que me gustas más que él. Eso podría herir sus sentimientos…, y puede que yo también acabara herida.

Raych empezó a vestirse.

–Así que esto es el adiós, ¿eh?

–Supongo que sí, por lo menos durante un tiempo. Gleb puede cambiar de opinión. Me gustaría ir al sector Imperial, claro…, si quisiera llevarme con él. Nunca he estado allí.

Raych estuvo a punto de irse de la lengua, pero logró disimular su confusión tosiendo.

–Yo tampoco he estado allí nunca -dijo por fin.

–Allí están los edificios más grandes, los sitios más bonitos y los restaurantes más elegantes…, es donde vive la gente rica. Me gustaría conocer a algunas personas ricas…, aparte de Gleb, quiero decir.

–Supongo que una persona como yo no puede ofrecerte muchas cosas -dijo Raych.

–Oh, contigo no estoy mal. No puedes pasarte todo el tiempo pensando en los créditos, pero hay que pensar en ellos de vez en cuando…, especialmente ahora que Gleb se está empezando a cansar de mí.

Raych se sintió obligado a protestar.

–Nadie podría cansarse de ti -dijo, y un instante después se sintió aturdido al descubrir que era sincero.

–Eso es lo que siempre dicen los hombres -replicó Manella-, te sorprendería lo deprisa que pueden llegar a cansarse. En fin… Tú y yo lo hemos pasado muy bien, Planchet. Cuídate y… ¿Quién sabe? Quizá volvamos a vernos algún día.

Raych asintió y descubrió que no sabía qué decir. Las emociones que experimentaba en aquellos momentos no podían expresarse con palabras ni actos.

Desvió su mente hacia otras direcciones. Tenía que averiguar cuáles eran los planes de Namarti y los suyos. Si le alejaban de Manella tenía que ser porque la crisis estaba cerca, y la única pista de que disponía era aquella extraña pregunta sobre jardinería que le había formulado Namarti.

No podía transmitir más información a Seldon. Desde su entrevista con Namarti, le habían sometido a una estrecha vigilancia y todos los posibles canales de comunicación le estaban vedados, lo que seguramente era otra indicación de la inminente crisis.

Pero si descubría lo que estaba ocurriendo después de que el plan se hubiera llevado a la práctica, y si conseguía comunicar la noticia después de que ya hubiera dejado de serlo…, habría fracasado por completo.

19

Hari Seldon no tenía un buen día. No había recibido noticias de Raych desde su primer y último mensaje, y desconocía lo que estaba ocurriendo.

Prescindiendo de su preocupación natural por la seguridad de Raych (y Seldon estaba prácticamente seguro de que si hubiese ocurrido algo realmente malo ya se habría enterado), también estaba preocupado por lo que se pudiera estar tramando.

Tenía que ser algo sutil. Un ataque directo al Palacio Imperial estaba totalmente descartado, ya que el sistema de seguridad era demasiado eficiente.

Pero en tal caso…, ¿qué otra cosa suficientemente efectiva podían estar planeando?

El problema le mantenía despierto por la noche y le impedía concentrarse durante el día.

La luz de aviso empezó a parpadear.

–Primer Ministro… Su cita de las dos, señor.

–¿A qué cita se refiere?

–Mandell Gruber, el jardinero. Posee la certificación necesaria de efecto.

Seldon se acordó.

–Sí, envíelo.

No era el momento más adecuado para ver a Gruber, pero Seldon había accedido en un momento de debilidad al percibir la inquietud del jardinero.

Un Primer Ministro no debería tener semejantes momentos de debilidad, pero Seldon había sido Seldon mucho tiempo antes de convertirse en Primer Ministro.

–Entre, Gruber -dijo amablemente.

Gruber se plantó delante de él e inclinó la cabeza en un movimiento mecánico mientras sus ojos se desplazaban velozmente en todas direcciones. Seldon estaba casi seguro de que el jardinero nunca había estado en ninguna habitación amueblada con tanta magnificencia, y sintió el perverso impulso de decir: «¿Te gusta? Bueno, pues hazme el favor de quedártela… No la quiero para nada». Pero no lo dijo.

–¿Qué ocurre, Gruber? ¿Por qué está tan abatido?

No hubo ninguna respuesta inmediata, y Gruber se limitó a mirarle con una sonrisa vacua en los labios.

–Siéntese, Gruber -dijo Seldon-. Ahí mismo, en esa silla.

–Oh, no, Primer Ministro. No sería correcto. La ensuciaría y…

–Si la ensucia no costará mucho limpiarla. Haga lo que le digo, vamos… ¡Bien! Y ahora, tómese un par de minutos de descanso y ponga algo de orden en sus pensamientos. Dígame lo que le ocurre cuando le parezca que está un poco más calmado.

Gruber guardó silencio durante unos momentos, y de repente las palabras empezaron a brotar a chorros de sus labios.

–Primer Ministro, he de ser Jefe de Jardineros… El bendito Emperador en persona me lo dijo.

–Sí, ya me he enterado, pero no será eso lo que le tiene tan preocupado, ¿verdad? Su nuevo puesto es algo por lo que hay que felicitarle, y le felicito. Puede que incluso haya contribuido un poquito a que lo consiga, Gruber. Nunca he olvidado el valor de que dio muestra cuando estuvieron a punto de asesinarme, y puede estar seguro de que le hablé de ello a Su Majestad Imperial. Es una recompensa adecuada, Gruber, y en cualquier caso se merece el ascenso: su historial pone de manifiesto que reúne todas las cualificaciones necesarias para ser Jefe de Jardineros. Bien, ahora que nos hemos ocupado de eso, cuénteme qué es lo que le preocupa.

–Primer Ministro, lo que me preocupa es precisamente el puesto y el ascenso. No estoy cualificado, no podré enfrentarme a…

–Tenemos el convencimiento de que sí lo está.

Gruber se puso aun más nervioso.

–Tendré que estar sentado en un despacho, ¿no? No lo soportaría. No podría moverme al aire libre y trabajar con las plantas y los animales. Sería como si estuviera en una prisión, Primer Ministro.

Seldon abrió mucho los ojos.

–Nada de eso, Gruber. No tiene por qué permanecer en el despacho ni un segundo más de lo estrictamente necesario. Podría ir y venir por los jardines supervisándolo todo. Disfrutará del aire libre cuanto quiera, con la única diferencia de que se ahorrará el trabajo duro.

–Quiero trabajar duro, Primer Ministro, y no me dejarán salir del despacho. He visto lo que le ocurre al actual Jefe de Jardineros. Nunca podía salir de su despacho por mucho que lo deseara… Hay demasiado trabajo administrativo, demasiado papeleo. Si quiere enterarse de lo que ocurre tenemos que ir a su despacho para contárselo. Ve las plantas y los animales en la
holovisión
… -Gruber pronunció la palabra con un desprecio infinito-. ¡Como si se pudiera saber algo sobre las cosas vivas que crecen a través de las imágenes! Eso no es para mí, Primer Ministro.

–Vamos, Gruber, no se comporte como si fuera un niño… No está tan mal. Se acostumbrará al nuevo puesto. Se irá adaptando poco a poco.

Gruber meneó la cabeza.

–Para empezar, en cuanto haya tomado posesión tendré que ocuparme de todos los nuevos jardineros. Me enterrarán bajo una montaña de papeles… -murmuró-. No quiero ese puesto y no debo tenerlo, Primer Ministro -añadió con repentina energía.

–De acuerdo, Gruber, quizá no quiera el puesto, pero no es el único. Mire, puedo asegurarle que en estos momentos me encantaría no ser Primer Ministro. Este cargo me viene grande. De hecho, a veces pienso que hasta el mismo Emperador está harto de soportar el peso de la túnica imperial… Todos estamos en esta galaxia para hacer nuestro trabajo, aunque no siempre resulte agradable.

–Lo comprendo, Primer Ministro, pero el Emperador tiene que ser Emperador porque nació para eso, y usted tiene que ser Primer Ministro porque no hay nadie más que pueda ocupar el puesto. Pero en mi caso… Estamos hablando de un Jefe de Jardineros, nada más. Aquí hay cincuenta jardineros que podrían hacer el trabajo tan bien como lo haría yo y a los que les encantaría ser nombrados. Me ha dicho que habló con el Emperador y le contó cómo intenté ayudarle. ¿No podría volver a hablar con él y explicarle que si quiere recompensarme lo mejor que podría hacer es mantenerme en mi puesto?

Seldon se reclinó en su sillón.

–Gruber, yo haría eso por usted si pudiera -dijo con voz solemne-, pero debo explicarle algo con la única esperanza de que lo comprenda. En teoría el Emperador es el gobernante absoluto del Imperio pero, de hecho, hay muy pocas cosas que pueda hacer. Actualmente mi control sobre el Imperio es mucho mayor que el que pueda ejercer él, y yo también puedo hacer muy poco. Hay miles de millones de personas en todos los niveles del gobierno, y todas toman decisiones, todas cometen errores, unas actúan de forma prudente y heroica y otras de forma estúpida y muy poco honrada. No hay forma alguna de controlarlas. ¿Me comprende, Gruber?

–Sí, pero ¿qué tiene que ver todo eso con mi caso?

–Mire, Gruber, sólo hay un lugar donde el Emperador sea realmente el gobernante absoluto…, y ese lugar es el recinto imperial. Aquí su palabra es ley, y puede controlar al relativamente escaso número de funcionarios que hay por debajo. Pedirle que revoque una decisión tomada, en relación con el recinto del Palacio Imperial, supondría invadir la única zona que él considera inviolada e inviolable. Si le dijera «Majestad Imperial, cambie de parecer sobre Gruber», habría muchas más probabilidades de que decidiera relevarme de mis deberes que de que cambiase de parecer. Eso quizá fuese bueno para mí, pero no le ayudaría en nada, Gruber.

–¿Quiere decir que no hay forma de cambiar las cosas? – preguntó Gruber.

–Es exactamente lo que quiero decir. Pero no se preocupe, Gruber, le ayudaré en cuanto pueda. Lo siento, pero la verdad es que ya le he dedicado todo el tiempo del que disponía.

Gruber se puso en pie. Sus manos no paraban de estrujar y dar vueltas a su gorra verde de jardinero. Había más que una sospecha de lágrimas en sus ojos.

–Gracias, Primer Ministro. Sé que le gustaría poder ayudarme. Usted es…, un buen hombre, Primer Ministro.

Giró sobre sí mismo y se marchó casi llorando.

Seldon le vio marchar con expresión pensativa y acabó meneando la cabeza. Si multiplicara los problemas de Gruber por un cuatrillón, obtendría el equivalente a todos los problemas de las personas que vivían en los veinticinco millones de mundos imperiales, ¿cómo era posible que él, Seldon, diera con la forma de salvarlos a todos cuando era incapaz de resolver el problema de un solo hombre que había acudido a él para pedirle ayuda?

La psicohistoria no podía salvar a un individuo. ¿Podría salvar a un cuatrillón?

Seldon volvió a menear la cabeza, echó un vistazo a su agenda para averiguar la naturaleza y la hora de su próxima cita…, y de repente se exaltó.

–¡Traigan a mi despacho al jardinero que acaba de irse! – gritó salvajemente por el comunicador con una voz desprovista de su habitual control-. ¡Tráiganlo aquí ahora mismo!

20

–¿Qué es eso de los nuevos jardineros? – exclamó Seldon.

Esta vez no le pidió que se sentara.

Gruber parpadeó a toda prisa. Ser reclamado de forma tan inesperada al despacho le había dejado casi paralizado por el pánico.

–¿Nu-nuevos ja-jardineros? – tartamudeó.

–Dijo «todos los nuevos jardineros». Ésas fueron sus palabras. ¿A qué nuevos jardineros se refería?

Gruber estaba perplejo.

–Bueno, si va a haber un nuevo Jefe de Jardineros habrá nuevos jardineros. Es la costumbre.

–Nunca había oído hablar de eso.

–La última vez que hubo un cambio en el puesto de Jefe de Jardineros usted aún no era Primer Ministro. Es probable que ni siquiera estuviese en Trantor.

–Pero, ¿de qué está hablando?

–Bien… Los jardineros nunca son despedidos. Algunos mueren; otros acaban envejeciendo demasiado para el trabajo, así que se les da una pensión y se los remplaza, pero cuando el nuevo Jefe de Jardineros está preparado para empezar a desempeñar sus funciones, al menos la mitad del personal es viejo y ya ha dejado atrás sus mejores años laborales. Entonces se les asigna una pensión muy generosa y se los remplaza con nuevos jardineros.

–Porque hacen falta jardineros jóvenes.

–En parte sí, pero también porque a esas alturas lo normal es que haya nuevos planes para los jardines, y además se necesitan nuevas ideas. Hay casi quinientos kilómetros cuadrados de parques y jardines, lo normal es que se necesiten unos cuantos años para reorganizarlo todo y yo tendré que supervisar todo el trabajo. Por favor, Primer Ministro… -Gruber estaba jadeando-. Estoy seguro de que un hombre tan inteligente como usted podrá encontrar alguna forma de conseguir que el Emperador cambie de opinión.

Seldon no prestaba atención, y las arrugas de su frente indicaban que estaba sumido en una profunda concentración.

–¿De dónde vienen los nuevos jardineros?

–Se hacen exámenes en todos los mundos… Siempre hay gente esperando la ocasión de sustituir a los viejos jardineros. Llegarán a centenares en una docena de remesas. Como mínimo necesitaré un año entero para…

–¿De dónde vienen? Vamos, vamos… ¿De dónde vienen?

–De cualquier mundo entre un millón. Se requiere una amplia gama de conocimientos sobre horticultura. Cualquier ciudadano del Imperio puede presentarse.

–¿De Trantor también?

–No, de Trantor no. En los jardines no hay nadie de Trantor. – Gruber adoptó un tono de voz despectivo-. Nadie que haya nacido en Trantor puede llegar a ser jardinero. Los parques que hay debajo de la cúpula no son jardines. No tienen más que macetas, y los animales están enjaulados. Los trantorianos son unos pobres desgraciados que no saben nada sobre el aire fresco, el agua en libertad y el auténtico equilibrio de la Naturaleza.

–De acuerdo, Gruber, voy a encargarle un trabajo. Quiero que me consiga los nombres de todos los nuevos jardineros que vayan llegando en las próximas semanas, y quiero que lo averigüe todo sobre ellos. Nombre, mundo, número de referencia, educación, experiencia…, todo, y lo quiero tener todo sobre mi escritorio lo más deprisa posible. Enviaré personal para que le ayude…, gente con máquinas, ¿comprende? ¿Qué clase de ordenador utiliza?

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