Hacia la Fundación (25 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

–Un modelo muy sencillo para los inventarios de las plantas, las especies animales y ese tipo de cosas.

–Muy bien. El personal que le enviaré será capaz de hacer todo aquello de lo que usted no pueda encargarse. No puedo explicarle lo importante que es todo esto, Gruber.

–Si he de hacerlo…

–Gruber, no es momento para dudas. Si me falla no se convertirá en Jefe de Jardineros: se le despedirá sin derecho a pensión.

Cuando se quedó solo, Seldon volvió a inclinarse sobre su comunicador.

–¡Cancele todas las citas para el resto de la tarde! – ladró.

Después dejó que su cuerpo se derrumbara en el sillón, sintiendo el peso de todos los días de su existencia, mientras notaba que su dolor de cabeza empeoraba. El sistema de seguridad se había desarrollado en torno al recinto del Palacio Imperial durante años que se convirtieron en décadas, volviéndose más sólido, robusto e impenetrable a medida que se le añadían nuevas partes y nuevos mecanismos de vigilancia…

Periódicamente se permitía que hordas de desconocidos accedieran al recinto, y lo más probable era que no se les exigiera más que ciertos conocimientos de jardinería.

La estupidez involucrada en todo aquello era tan colosal que resultaba imposible llegar a entenderla. Pero Seldon lo había descubierto justo a tiempo. ¿O no? ¿Sería posible que en aquellos mismos instantes ya fuese demasiado tarde?

21

Gleb Andorin observaba a Namarti por entre sus párpados a medio cerrar. Namarti nunca le había gustado demasiado, pero había momentos en los que le gustaba todavía menos de lo habitual, y aquél era uno de ellos. Gleb era un Andorin, un Wyan de cuna real (lo cual era prácticamente lo mismo), un aspirante al trono… ¿Por qué tenía que colaborar con aquel don nadie, aquel psicópata seudoparanoico? Andorin sabía por qué y tenía que aguantarse, incluso cuando Namarti se embarcaba en el relato de cómo había desarrollado el movimiento durante un período de diez años hasta alcanzar su perfección actual. ¿Se lo contaría a todo el mundo una y otra vez, o era únicamente Andorin el escogido para actuar de oyente?

El rostro de Namarti parecía arder con una alegría malévola, y su voz había adquirido una extraña tonalidad, como si estuviera recitando algo de memoria.

–Trabajé año tras año guiándome por los mismos criterios sin dejarme abatir por la desesperanza y la falta de resultados. Construí una organización, debilité la confianza en el gobierno, creé e intensifiqué la insatisfacción. Cuando se produjo la crisis bancaria y llegó la semana de la moratoria yo…

Namarti se calló de repente.

–Ya te he contado esta historia muchas veces y estás harto de escucharla, ¿verdad?

Los labios de Andorin temblaron y formaron una seca sonrisa que se esfumó enseguida. Namarti no era tan idiota como para ignorar lo insufriblemente pesado que llegaba a ser; sencillamente, no podía evitarlo.

–Me la has contado muchas veces -dijo Andorin. – Dejó que el resto de la pregunta quedara flotando en el aire sin responder. Después de todo, no podía estar más claro que la respuesta era afirmativa. No había necesidad de decirlo en voz alta para que Namarti se enfrentara a ella.

Un ligero rubor tiñó el rostro de Namarti.

–Pero la creación de mi empresa podría haber seguido eternamente sin llegar a ninguna parte de no haber tenido la herramienta adecuada en mis manos -dijo-. Y la herramienta llegó a mí sin ningún esfuerzo por mi parte…

–Los dioses te trajeron a Planchet -dijo Andorin en un tono de voz cuidadosamente neutral.

–Así es. Un grupo de jardineros pronto entrará en el recinto del Palacio Imperial. – Namarti hizo una pausa y pareció saborear su pensamiento-. Hombres y mujeres, los suficientes para enmascarar al puñado de agentes que los acompañarán, entre los cuales estarás tú… y Planchet. Y lo que os convertirá en dos presencias inusuales es el hecho de que tanto tú como Planchet iréis armados con desintegradores.

–Supongo que nos detendrán en la puerta y nos someterán a un interrogatorio -dijo Andorin con deliberada malicia mientras mantenía su expresión afable y cortés-. Tratar de introducir un desintegrador en el recinto imperial…

–No seréis detenidos -añadió Namarti sin percatarse de la malicia impregnada en la voz de Andorin-. No seréis registrados. Se han hecho los arreglos necesarios. Seréis recibidos por algún funcionario del palacio, naturalmente… No tengo ni idea de quién es el que se encarga normalmente de eso, y por lo que sé, quizá sea el tercer ayudante del chambelán a cargo de las hojas y las hierbas, pero en este caso será el mismísimo Seldon. El gran matemático saldrá corriendo de su despacho para recibir a los nuevos jardineros y darles la bienvenida al recinto imperial.

–Supongo que estarás seguro.

–Por supuesto que sí. Todo está preparado. Aproximadamente en el último minuto Seldon se enterará de que su hijo se encuentra en el contingente de nuevos jardineros y no podrá contener el impulso de ir a verle. Y cuando Seldon aparezca, Planchet alzará su desintegrador. Nuestros agentes empezarán a gritar ¡Traición, traición! Planchet aprovechará la confusión para matar a Seldon y después tú matarás a Planchet. Luego dejarás caer tu arma al suelo y te marcharás. Habrá personas que te ayudarán a desaparecer. Todo ha sido cuidadosamente preparado.

–¿Es absolutamente necesario matar a Planchet?

Namarti frunció el ceño.

–¿Por qué lo preguntas? ¿Pones objeciones a un asesinato y en cambio a otro no? Cuando Planchet se recupere, ¿quieres que le cuente a las autoridades todo lo que sabe sobre nosotros? No olvides que en realidad Planchet es Raych Seldon. Parecerá como si los dos hubierais disparado al mismo tiempo…, o como si Seldon hubiera ordenado matar a su hijo en caso de algún movimiento hostil. Nos ocuparemos de que todo el aspecto familiar de la historia reciba la máxima publicidad. Eso hará que la gente recuerde los horribles tiempos de Manowell, el Emperador Sanguinario… La pura perversidad del acto repugnará a toda la población de Trantor, y si a ello añadimos la falta de eficiencia y las averías cuyas consecuencias han tenido que soportar, creará un clamor generalizado exigiendo un nuevo gobierno…, y nadie será capaz de negárselo, incluyendo al Emperador. Y entonces intervendremos.

–¿Así de fácil?

–No, nada de «así de fácil». No vivo en un mundo de sueños. Es probable que se instituya un gobierno de transición, pero caerá. Nos ocuparemos de que fracase, abandonaremos la clandestinidad y ofreceremos nueva vida a los viejos argumentos joranumitas que los trantorianos nunca han olvidado. Con el tiempo, y no hará falta esperar mucho, seré Primer Ministro.

–¿Y yo?

–Con el tiempo serás Emperador.

–Las posibilidades de que todo esto salga bien son muy escasas -dijo Andorin-. Se han hecho los arreglos para esto, se han hecho los arreglos para lo de más allá… Todo ha de encajar a la perfección o el plan fracasará. En algún lugar alguien cometerá un error. Es un riesgo inaceptable.

–¿Inaceptable? ¿Para quién? ¿Para ti?

–Desde luego. Esperas que Planchet mate a su padre, y luego esperas que yo mate a Planchet. ¿Por qué yo? ¿Acaso no dispones de herramientas menos valiosas que puedan correr el riesgo?

–Sí, pero escoger a otra persona aseguraría el fracaso. Aparte de ti, ¿se te ocurre alguien cuyo futuro dependa del éxito de esta misión hasta el punto de que no haya ninguna posibilidad de que se acobarde y decida huir en el último momento?

–El riesgo es enorme.

–¿No crees que merece la pena? La recompensa es el trono imperial.

–¿Y qué riesgo corres tú, jefe? Te quedarás aquí sentado cómodamente y esperarás a oír las noticias.

Namarti apretó los labios.

–¡Qué idiota eres, Andorin! ¡Menudo Emperador vas a ser! ¿Crees que el hecho de estar aquí significa que no correré riesgo alguno? Si falla la jugada, si la conspiración fracasa, si algunos de los nuestros caen prisioneros, ¿crees que no contarán cuanto saben? Si te capturan, ¿te enfrentarás a la Guardia Imperial y soportarás su «cariñoso» tratamiento sin hablarles de mí?

»Con un intento de asesinato fallido a mis espaldas, ¿acaso crees que no registrarán todo Trantor hasta encontrarme? Y cuando lo hagan, ¿qué piensas que me harán? ¿Riesgo? Estar sentado aquí sin hacer nada significa que corro un riesgo mucho más serio que cualquiera de vosotros. En el fondo todo se reduce a esto, Andorin: ¿quieres ser Emperador o no?

–Quiero ser Emperador -dijo Andorin en voz muy baja.

Y el engranaje empezó a moverse.

22

Raych enseguida se percató de que estaba siendo tratado de forma especial. El grupo de jardineros se alojó en uno de los hoteles del sector imperial, aunque por supuesto no era de primera categoría.

Los jardineros eran un abigarrado conjunto de hombres y mujeres procedentes de cincuenta mundos distintos, pero Raych apenas tuvo ocasión de hablar con nadie. Andorin le mantenía discretamente alejado de los demás.

Raych se preguntó por qué. Aquello le deprimía. De hecho, se había sentido un poco deprimido desde que salieron de Wye. La depresión entorpecía sus procesos mentales y Raych intentaba combatirla inútilmente.

Andorin vestía ropas toscas y de poca calidad para parecer un trabajador manual. Interpretaría el papel de jardinero como forma de dirigir el «espectáculo», fuera cual fuese ese «espectáculo».

Raych no había averiguado nada sobre la naturaleza de dicho «espectáculo», y eso hacía que se sintiera un poco avergonzado de sí mismo. Le habían vigilado estrechamente impidiéndole toda comunicación con el exterior, por lo que ni siquiera había tenido ocasión de advertir a su padre. Quizás estarían haciendo lo mismo con todos los trantorianos infiltrados en el grupo para extremar las precauciones. Raych calculaba que quizás hubiese una docena de trantorianos y, naturalmente, tanto los hombres como las mujeres eran agentes de Namarti.

Lo que le sorprendía era el trato afectuoso de Andorin. Le monopolizaba, insistía en comer y cenar siempre con él y le trataba de una forma claramente distinta que a los demás.

¿Sería porque habían compartido a Manella? Raych no sabía lo suficiente sobre las costumbres del sector de Wye como para descartar la posibilidad de que fuese una sociedad con cierta tendencia a la poliandria. Si dos hombres compartían la misma mujer, ¿sería posible que eso creara un lazo fraternal entre ellos?

Raych nunca había oído hablar de algo semejante, pero era lo suficientemente instruido como para no suponer que estaba familiarizado con algo más que una minúscula fracción de las infinitas sutilezas de las sociedades galácticas…, e incluso de las trantorianas.

Pero sus pensamientos volvieron a centrarse en Manella, y así permanecieron durante un rato. La echaba mucho de menos, y Raych pensó que quizá fuera la causa de su depresión aunque, en realidad, lo que sentía mientras acababa de almorzar con Andorin era algo cercano a la desesperación…, a pesar de que no se le ocurría ninguna razón para ello.

¡Manella!

Le había manifestado sus deseos de visitar el sector imperial, y era de suponer que podría convencer a Andorin para que se plegara a sus caprichos. Raych estaba lo suficientemente desesperado para hacer una pregunta estúpida.

–Señor Andorin, no dejo de preguntarme si no habrá traído con usted a la señorita Dubanqua. Quiero decir si… ¿Ha venido al sector imperial? ¿Está aquí?

Andorin pareció quedar totalmente perplejo durante unos momentos y acabó dejando escapar una suave risita.

–¿Manella? ¿La has visto ocuparse de algún jardín o fingir que fuese capaz de hacerlo? No, no, Manella es una de esas mujeres que han sido creadas para alegrar nuestros momentos de reposo. Aparte de eso carece de otra función. ¿Por qué lo preguntas, Planchet?

Raych se encogió de hombros.

–No lo sé. Este lugar es bastante aburrido. Pensé que…

No completó la frase.

Andorin le observó atentamente.

–No serás de los que creen que ir con una mujer o con otra tiene importancia, ¿verdad? – dijo por fin-. Te aseguro que a ella tanto le da un hombre como otro. En cuanto esto haya acabado habrá otras mujeres…, montones de ellas.

–¿Y cuándo acabará todo esto?

–Pronto, y tú formarás parte de lo que ocurra de manera determinante.

Andorin entrecerró los ojos y contempló a Raych en silencio.

–¿En qué sentido? – preguntó Raych-. Creí que sólo sería un…, un jardinero.

Su voz sonaba un poco hueca, y Raych descubrió que era incapaz de mayor vitalidad.

–Serás algo más que eso, Planchet. Entrarás en el recinto imperial llevando un desintegrador.

–¿Un qué?

–Un desintegrador.

–Nunca he manejado un desintegrador. No he tocado uno en toda mi vida.

–No tiene ningún misterio. Lo levantas, lo apuntas, pulsas el botón y alguien muere.

–No puedo matar a nadie.

–Creí que eras uno de nosotros, que harías cualquier cosa por la causa.

–No me refería a… matar.

Era como si no pudiese pensar con claridad. ¿Por qué debía matar? ¿Qué era lo que habían planeado para él? ¿Cómo podría alertar a la Guardia Imperial antes de que se produjera el asesinato?

El rostro de Andorin se endureció de repente, y su expresión pasó en un instante del interés afable a la más inflexible decisión.

–Debes matar -dijo.

Raych usó todas sus reservas de voluntad.

–No. No voy a matar a nadie. Nada me hará cambiar de opinión.

–Planchet, harás lo que se te ordene -dijo Andorin.

–Un asesinato… No, eso no.

–Incluso un asesinato.

–¿Cómo va a obligarme?

–Me limitaré a ordenártelo.

Raych se sentía mareado. ¿Por qué estaba tan seguro de sí mismo Andorin?

–No -dijo, y meneó la cabeza.

–Planchet, te hemos estado alimentando desde que saliste de Wye -dijo Andorin-. Me aseguré de que comieras y cenaras conmigo. Supervisé tu dieta…, y dediqué una atención especial a la carne que acabas de comer.

Raych sintió que el horror se agitaba en su interior y lo entendió todo al instante.

–¡Desespero!

–Exacto -dijo Andorin-. Eres un chico muy listo, Planchet.

–Es ilegal.

–Sí, por supuesto. El asesinato también lo es.

Raych sabía algunas cosas sobre el desespero, una modificación química de un tranquilizante totalmente inofensivo…, pero la variedad modificada no producía calma sino desesperación. Había sido declarado ilegal porque era utilizado para controlar la mente, aunque había rumores insistentes de que la Guardia Imperial lo empleaba.

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