–Creo que no necesitamos embarcarnos en una discusión metafísica -dijo Andorin en el tono de voz más amable de que fue capaz (necesitaba toda su fuerza de voluntad para ocultar su disgusto)-. ¿Qué ha ocurrido… dejando a los dioses a un lado?
–He sido informado de que el Emperador Cleon I, Su Graciosa Majestad Por Siempre Amada y Alabada, ha decidido nombrar un nuevo Jefe de Jardineros. Será el primer cambio en el cargo desde hace casi un cuarto de siglo.
–¿Y qué si es así?
–¿No ves ningún significado en ello?
Andorin pensó durante unos momentos.
–Me temo que tus dioses no me han incluido entre sus favoritos. No alcanzo a ver ningún significado.
–Andorin, cuando nombras un nuevo Jefe de Jardineros la situación subsiguiente es la misma que se produce con un nuevo administrador de cualquier otro tipo…, la misma que si se tratara de un nuevo Primer Ministro o un nuevo Emperador. El nuevo Jefe de Jardineros querrá cambiar de personal. Obligará a jubilarse a quienes considere ramas muertas y contratará centenares de jardineros más jóvenes.
–Es posible.
–Más aun, es seguro. Es exactamente lo que ocurrió cuando el actual Jefe de Jardineros ocupó el cargo, y lo mismo que ocurrió cuando se nombró a su predecesor y al que le precedió. Centenares de desconocidos de los mundos exteriores…
–¿Por qué de los mundos exteriores?
–Utiliza el cerebro…, si es que tienes algo digno de ser llamado así, Andorin. ¿Qué pueden saber los trantorianos de jardinería si toda su vida transcurre debajo de una cúpula cuidando macetas, zoos, cosechas de cereales y frutas cuidadosamente controladas? ¿Qué saben de la vida en los espacios abiertos?
–Ahhh… Ahora lo entiendo.
–Habrá una auténtica oleada de desconocidos. Supongo que serán meticulosamente investigados, pero no sometidos a un interrogatorio tan duro como el que sufrirían si fuesen trantorianos; estoy seguro de que eso significa que podremos infiltrar a algunos de nuestros hombres, provistos de documentos de identidad falsos, en el recinto imperial. Aunque algunos sean descubiertos, es posible que otros superen la investigación…,
tienen
que conseguirlo. Nuestros hombres entrarán en el recinto a pesar del dispositivo de seguridad súper-reforzado que se creó a raíz del fracasado golpe de estado contra el entonces recién nombrado Primer Ministro Seldon. – Namarti casi escupió el nombre, tal y como hacía siempre-. Por fin tendremos nuestra oportunidad…
Andorin se sintió mareado, como si hubiera caído en un torbellino que no paraba de dar vueltas.
–Quizá pueda parecer extraño que lo diga, jefe, pero puede que haya algo de verdad en todo ese asunto de los «dioses», porque hace tiempo que quería decirte algo que parece encajar a la perfección con tu plan.
Namarti le contempló con suspicacia y sus ojos recorrieron la habitación como si de pronto temiera por su seguridad. Eran temores infundados. La habitación se encontraba en el centro de un viejo complejo residencial, y estaba muy bien protegida. Nadie podía escuchar su conversación en aquella estancia imposible de localizar, y nadie hubiese podido atravesar las capas de protección que le proporcionaban miembros leales de la organización.
–¿De qué estás hablando? – preguntó Namarti.
–He encontrado a un hombre que puede resultar útil. Es joven, y bastante ingenuo. Muy cordial, es la clase de persona en la que tienes la sensación de que puedes confiar apenas le ves. Un rostro muy franco, ojos sinceros… Ha vivido en Dahl; es un entusiasta defensor de la igualdad; cree que Joranum es lo más grande que ha salido de Dahl después de los cocoteros, y estoy seguro de que no nos costará mucho convencerle de que haga cualquier cosa por la causa.
–¿Por la causa? – dijo Namarti. Las palabras de Andorin no habían conseguido disipar sus sospechas-. ¿Es uno de los nuestros?
–Bueno, la verdad es que no es de nada ni de nadie… Tiene algunas ideas bastante vagas en la cabeza, y cree que Joranum pretendía la igualdad entre los sectores.
–Sí, ése era el gran atractivo de su programa.
–Y también del nuestro, pero ese chico se lo ha creído. Habla de la igualdad y la participación popular en el gobierno. Incluso usó la palabra «democracia».
Namarti soltó una risita.
–En veinte mil años la democracia nunca se ha utilizado durante mucho tiempo sin que acabara cayéndose a pedazos.
–Sí, pero eso no es asunto nuestro. Es lo que impulsa a ese joven, jefe. Te aseguro que supe que habíamos encontrado nuestra herramienta apenas le vi, pero no tenía ni idea de cómo utilizarla. Ahora lo sé. Podemos introducirle en el recinto imperial haciéndole pasar por jardinero.
–¿Cómo? ¿Sabe algo de jardinería?
–No, estoy seguro de que no. Nunca ha tenido un empleo, salvo trabajos no especializados. Ahora está manejando un cargador y creo que tuvieron que enseñarle, pero bastará con que sepa cómo sostener unas tijeras de podar para que podamos introducirlo allí en calidad de ayudante de jardinero…, y entonces por fin lo tendremos.
–¿Qué tendremos?
–Tendremos a alguien que podrá aproximarse a quien queramos sin provocar la mínima sospecha, acercándose lo bastante para actuar. Insisto en que emite algo así como un aura de estupidez honorable, una especie de virtud atontada que inspira confianza.
–¿Y hará lo que le ordenemos?
–Todo lo que le ordenemos.
–¿Cómo conociste a esa persona?
–Bueno, no fui yo quien la localizó en primer lugar… Fue Manella.
–¿Quién?
–Manella, Manella Dubanqua.
–Oh, esa amiga tuya…
El rostro de Namarti se frunció en una mueca de evidente desaprobación.
–Es amiga de mucha gente -dijo Andorin con una sonrisa de tolerancia-. Ésa es una de las cosas que le convierten en alguien tan útil… Puede juzgar a un hombre al instante con muy pocos datos en los que basarse. Habló con ese joven porque se sintió atraída hacia él nada más verle, y te aseguro que Manella no es de las que se sienten atraídas con facilidad, por lo que puedes imaginar que se sale de lo corriente. Habló con el chico…, por cierto, se llama Planchet…, y luego me dijo: «Tengo a alguien de primera para ti, Gleb». Si hay alguien que sepa juzgar a la gente es Manella, jefe, y confío en ella.
–¿Y qué crees que haría tu maravillosa herramienta moviéndose por los jardines imperiales, Andorin? – preguntó Namarti con una sonrisa astuta.
Andorin tragó una honda bocanada de aire.
–¿Qué va a hacer? Si lo preparamos todo nos librará de nuestro querido Emperador Cleon, primero de ese nombre.
La ira se adueñó del rostro de Namarti.
–¿Qué? ¿Estás loco? ¿Por qué acabar con Cleon? Es nuestro asidero para llegar al gobierno, la fachada detrás de la que podemos gobernar. Nuestro pasaporte a la legitimidad. ¿Es que no tienes ni un gramo de cerebro? Le necesitamos como figura decorativa. No interferirá en nuestras actividades y su presencia nos hará más fuertes.
El rostro de Andorin se había llenado de manchas rojas.
–Bueno, ¿en qué estás pensando entonces? – estalló por fin, incapaz de mantener su expresión habitual de buen humor-. ¿Qué estás planeando? Me estoy hartando de tener que adivinar lo que pasa por tu cabeza.
Namarti alzó una mano.
–De acuerdo, de acuerdo… Cálmate. No quería ofenderte, pero… Piénsalo un poco, ¿quieres? ¿Quién acabó con Joranum? ¿Quién destruyó nuestras esperanzas hace diez años? Ese matemático, el mismo que gobierna el Imperio gracias a esa estupidez llamada psicohistoria. Cleon no es nada. Es a Hari Seldon a quien debemos destruir. Las continuas averías han servido para ridiculizar a Hari Seldon. La gente le echa la culpa de las incomodidades que provocan. Todo se interpreta como resultado de
su
falta de eficiencia y su incapacidad. – Había gotitas de saliva en las comisuras de los labios de Namarti-. Cuando haya muerto, el grito de júbilo resonará por todo el Imperio y se oirá en todos los programas de holovisión durante horas. Ni siquiera importará que sepan quién lo hizo… -Alzó una mano y la dejó caer como si estuviera clavando un cuchillo en el corazón de alguien-. Seremos considerados los héroes del Imperio, sus salvadores… Y ahora, ¿crees que nuestro jovencito será capaz de matar a Hari Seldon?
Andorin había recuperado su sentido de la ecuanimidad…, al menos aparentemente.
–Estoy seguro de que podrá hacerlo -dijo, obligándose a usar un tono jovial-. Puede que sienta cierto respeto hacia Cleon. Ya sabes que el Emperador está envuelto en una aureola mística… -Puso un leve énfasis en el «sabes», y Namarti frunció el ceño-. Seldon, en cambio… No, no siente el más mínimo respeto respecto de él.
En su fuero interno Andorin hervía de furia. Aquello no era lo que quería.
Estaba siendo traicionado.
Manella se apartó los cabellos de los ojos, alzó la mirada hacia Raych y le sonrió.
–Ya te dije que no te costaría ni un crédito.
Raych parpadeó y se rascó un hombro.
–Pero vas a pedirme algo, ¿verdad?
Manella se encogió de hombros y arqueó los labios en una pícara sonrisa.
–¿Por qué debería hacerlo?
–¿Y por qué no?
–Porque de vez en cuando se me permite pasarlo bien.
–¿Conmigo?
–Aquí no parece haber nadie más.
Hubo un silencio bastante prolongado.
–Además, no tienes muchos créditos que gastar -dijo Manella de forma casi conciliadora-. ¿Qué tal va el trabajo?
–Es mejor que nada -dijo Raych-. Sí, es mucho mejor… ¿Le dijiste a ese tipo que me consiguiera un trabajo?
Manella meneó la cabeza lentamente.
–¿Te refieres a Gleb Andorin? No le pedí que hiciera nada. Me dijo que quizá pudieras interesarle, nada más.
–¿Crees que se enfadará porque tú y yo…?
–¿Por qué debería enfadarse? No es asunto suyo…, y tampoco es asunto tuyo.
–¿Qué hace? Quiero decir… ¿En qué trabaja?
–No creo que trabaje en nada. Es rico. Es pariente de los antiguos alcaldes.
–¿Los alcaldes de Wye?
–Exacto. No tiene en mucho aprecio al gobierno imperial, como todos los que están relacionados con los antiguos alcaldes. Dice que Cleon debería… -No llegó a completar la frase-. Estoy hablando demasiado -dijo unos momentos después-. No le repitas a nadie nada de lo que he dicho.
–¿Yo? No he oído que dijeras nada, y pienso seguir así todo lo que haga falta.
–Está bien.
–Pero ese tal Andorin… ¿Está relacionado con los joranumitas? ¿Es un tipo importante dentro de la organización?
–No tengo ni idea.
–¿Nunca habla de esos asuntos?
–Conmigo no.
–Vaya -dijo Raych, intentando disimular todo lo posible su disgusto.
Manella le observó con un brillo de astucia en los ojos.
–¿Por qué te interesa tanto?
–Quiero entrar en la organización. Creo que eso puede ayudarme a progresar. Un trabajo mejor, más créditos…, ya sabes de qué va el asunto.
–Puede que Andorin te ayude. No sé mucho sobre él, pero sí que le caes bien.
–¿Podrías hacer que le cayera aun mejor?
–Puedo intentarlo. No creo que haya ninguna razón por la que no puedas llegar a ser su amigo. Le gustas, ¿sabes? Le gustas más de lo que él me gusta a mí.
–Gracias, Manella. Tú también me gustas… Me gustas mucho.
Raych deslizó una mano por su costado y deseó con todas sus fuerzas poder concentrarse más en ella y menos en su misión.
–Gleb Andorin -dijo Hari Seldon con voz cansada mientras se frotaba los ojos.
–¿Quién es? – preguntó Dors Venabili.
Seguía estando tan gélida y malhumorada como lo había estado cada día desde la marcha de Raych.
–Hasta hace unos días jamás había oído hablar de él -dijo Seldon-. Ése es el gran problema al que te enfrentas cuando intentas gobernar un mundo con cuarenta mil millones de habitantes… Nunca oyes hablar de nadie salvo de las pocas personas que consiguen destacar lo suficiente para llamar la atención. Ningún banco de datos es lo bastante grande para impedir que Trantor siga siendo un planeta lleno de personas. Podemos usar los números de referencia y las estadísticas vitales para extraer la historia de alguien de los archivos, pero… ¿A quién escogemos? Suma a eso veinticinco millones de mundos exteriores, y lo realmente asombroso es que el Imperio Galáctico haya funcionado durante tantos milenios. Francamente, creo que si ha aguantado tanto tiempo es sólo porque en gran parte se controlaba a sí mismo…, y ahora se le está acabando la cuerda.
–Basta de filosofías, Hari -dijo Dors-. ¿Quién es el tal Andorin?
–Alguien sobre quien admito
debería
haber sabido unas cuantas cosas. Conseguí que el departamento de seguridad me proporcionara unos cuantos datos sobre él. Es miembro de la familia de los alcaldes de Wye, de hecho, es su miembro más prominente, y los de seguridad no han tenido más remedio que mantenerle relativamente vigilado. Creen que es ambicioso, pero parece que pierde demasiado tiempo en las mujeres y nunca ha intentado convertir en realidad sus ambiciones.
–¿Tiene algo que ver con los joranumitas?
Seldon movió la mano en un gesto de incertidumbre.
–Tengo la impresión de que el departamento de seguridad no sabe nada sobre los joranumitas. Eso quizá signifique que los joranumitas ya no existen o que carecen de importancia. También puede significar que el departamento de seguridad no está interesado en ellos, y no hay ninguna forma de obligarles a que se interesen. Puedo darme por satisfecho con que esos funcionarios me proporcionaran alguna información…, y eso que soy el Primer Ministro.
–Quizá no seas un Primer Ministro muy bueno -dijo Dors con frialdad.
–Eso es más que posible. Probablemente hace varias generaciones que el cargo no era ocupado por alguien menos dotado que yo, pero eso no tiene nada que ver con el departamento de seguridad. Es un brazo del gobierno totalmente independiente. Dudo que el mismísimo Cleon sepa gran cosa sobre él, aunque en teoría se supone que los funcionarios del departamento tienen que informarle a través de su director. Créeme, si supiéramos algo más sobre el departamento de seguridad intentaríamos introducir sus actividades en nuestras ecuaciones psicohistóricas.
–Por lo menos supongo que los funcionarios del departamento de seguridad estarán de nuestro lado, ¿no?
–Creo que sí, pero no me atrevería a jurarlo.