Hacia la Fundación (43 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

»Para empezar, piense que aunque contamos con trazados de genomas completos sólo representan una fracción asombrosamente pequeña del número total de genomas existente, por lo que en realidad no tenemos idea de cuál es el promedio.

–¿Por qué hay tan pocos genomas completos? – preguntó Seldon.

–Por varias razones, y una de ellas es lo caro que resulta el proceso. Muy pocas personas están dispuestas a gastar tantos créditos a menos que tengan motivos muy sólidos para pensar que algo anda mal en su genoma, y si carecen de esos motivos se muestran reacios a someterse al procedimiento porque temen
descubrir
que algo no funciona. Bien, ¿está seguro de que quiere disponer del genoma de su nieta?

–Sí, estoy seguro. Es muy, muy importante.

–¿Por qué? ¿Muestra signos de padecer alguna anomalía metabólica?

–No, nada de eso. Más bien lo contrario…, si supiera cuál es el antónimo de «anomalía» lo utilizaría. Creo que es una persona muy poco corriente, y quiero saber qué es lo que hace que sea así.

–¿En qué aspecto es poco corriente?

–Mentalmente, pero resulta imposible darle más detalles porque no lo entiendo del todo. Quizá logre entenderlo en cuanto disponga del genoma.

–¿Cuántos años tiene?

–Doce, y pronto cumplirá los trece.

–En ese caso necesitaré el permiso de sus padres.

Seldon carraspeó.

–Puede que resulte difícil de conseguir. Soy su abuelo. ¿No basta con mi permiso?

–A mí me basta, desde luego. Pero… Ya sabe, estamos hablando de la ley. No quiero perder mi licencia profesional.

Seldon tuvo que volver a hablar con Raych. Eso también resultó difícil, pues Raych reaccionó como la vez anterior. Tanto él como su esposa Manella querían que Wanda tuviera la existencia de una chica normal. ¿Qué ocurriría si su genoma resultaba ser anormal? ¿Se la llevarían para estudiarla y analizarla como si fuese un espécimen de laboratorio? Hari sentía una devoción fanática por su Proyecto Psicohistoria. ¿La obligaría a llevar una vida dedicada al trabajo y monótona, aislándola de todo contacto con otros jóvenes de su edad? Pero Seldon insistió.

–Raych, confía en mí. Jamás haría nada que pudiese dañar a Wanda, pero esto tiene que hacerse. Necesito conocer el genoma de Wanda. Si resulta ser tal y como sospecho que es, puede que estemos a punto de alterar el curso de la psicohistoria, ¡y del mismísimo futuro de la galaxia!

Raych acabó por dejarse convencer, y también se las arregló para obtener el consentimiento de Manella. Los tres llevaron a Wanda a la consulta de la doctora Endelecki.

Mian Endelecki les recibió en la puerta. Tenía la cabellera de un blanco casi resplandeciente, pero su rostro seguía siendo el de una mujer joven.

La doctora Endelecki observó durante unos momentos a la niña, que había entrado en la consulta con visible curiosidad y sin dar ninguna señal de aprensión o miedo. Después se volvió hacia ellos.

–Madre, padre y abuelo -dijo la doctora Endelecki sonriendo-. ¿He acertado?

–Ha dado en el blanco -respondió Seldon.

Raych parecía un poco abatido. Manella tenía el rostro hinchado y los ojos un poco enrojecidos, y parecía cansada.

–Wanda… -dijo la doctora-. Te llamas así, ¿no?

–Sí, señora -respondió Wanda con su límpida voz de niña.

–Voy a explicarte lo que haré contigo. Supongo que eres diestra, ¿no?

–Sí, señora.

–Muy bien. Rociaré con anestésico una pequeña zona de tu antebrazo izquierdo. Sentirás lo mismo que si te rozara una brisa fresca, nada más. Después te quitaré un poquito de piel raspando con un instrumento especial…, apenas nada, no te preocupes. No te dolerá, no habrá sangre y no te quedará ninguna señal. Sólo necesitaremos unos cuantos minutos. ¿Te parece bien?

–Claro -dijo Wanda.

Le alargó su brazo y la doctora Endelecki empezó a trabajar.

–Pondré la muestra de piel debajo del microscopio -dijo la doctora Endelecki cuando terminó-, escogeré una célula en buen estado y mi analizador de genes empezará a trabajar en ella. Detectará y marcará hasta el último nucleótido, pero hay miles de millones por lo que es probable que el proceso dure casi todo un día. Todo es automático, naturalmente, así que no estaré sentada junto al aparato observando cómo trabaja y no existe razón alguna para que ustedes lo hagan. En cuanto el genoma esté preparado hará falta un período de tiempo aún más largo para analizarlo. Si quieren un trabajo completo tendrán que esperar un par de semanas. Ésa es la razón de que el procedimiento resulte tan caro. El trabajo es duro y largo… Les llamaré cuando disponga de los resultados.

La doctora Endelecki giró sobre sí misma como despidiendo a la familia y empezó a manipular el aparato de metal reluciente que había encima de la mesa.

–Si descubre algo que se salga de lo corriente, ¿se pondrá en contacto conmigo de inmediato? – dijo Seldon-. Quiero decir que… Bueno, si encuentra algo en la primera hora de trabajo no espere a disponer del análisis completo. No me haga esperar.

–Las posibilidades de encontrar algo durante la primera hora de trabajo son muy escasas, profesor Seldon, pero le prometo que si lo creo oportuno me pondré en contacto con usted inmediatamente.

Manella agarró a Wanda del brazo y la sacó de la consulta con una expresión triunfal en el rostro. Raych la siguió arrastrando los pies, pero Seldon se quedó.

–Esto es más importante de lo que cree, doctora Endelecki -dijo.

La doctora Endelecki asintió.

–Profesor, sean cuales sean sus razones le aseguro que haré mi trabajo lo mejor posible.

Seldon apretó los labios y se marchó. No podía entender por qué había pensado que el genoma estaría listo en cinco minutos y que bastaría con otros cinco en echarle un vistazo para proporcionarle una respuesta. Tendría que esperar durante semanas sin tener idea de lo que podría encontrar la doctora Endelecki.

Apretó los dientes hasta hacerlos rechinar, y se preguntó si la Segunda Fundación, el último fruto de su cerebro y el más preciado, llegaría a existir algún día o si sólo sería una ilusión que siempre permanecería fuera de su alcance.

7

Hari Seldon entró en la consulta de la doctora Endelecki. Sus labios estaban tensos y esbozaban una sonrisa nerviosa.

–Dijo un par de semanas, doctora -murmuró-. Ha pasado más de un mes.

La doctora Endelecki asintió.

–Lo lamento, profesor Seldon, pero quería un análisis completo y exacto, y es lo que he intentado conseguir.

–¿Y bien? – La expresión preocupada que había en el rostro de Seldon no había desaparecido-. ¿Qué ha descubierto?

–Aproximadamente un centenar de genes defectuosos.

–¿Qué? Genes defectuosos… Doctora, ¿habla en serio?

–Totalmente. ¿Por qué no iba a hacerlo? No existe ningún genoma en el que no haya como mínimo un centenar de genes defectuosos, y lo normal es que haya bastantes más. Vamos, vamos… Ya sabe, no es tan grave como parece.

–No, no sé nada al respecto. Usted es la experta, doctora, no yo.

La doctora Endelecki suspiró y se removió en su sillón.

–No sabe nada de genética, ¿verdad, profesor?

–No. Un hombre no puede dominar todas las ciencias.

–Tiene toda la razón. Yo no sé nada sobre… ¿Cómo la llama? No sé nada sobre su psicohistoria. – La doctora Endelecki se encogió de hombros-. Si quisiera explicarme cualquiera de sus aspectos se vería obligado a empezar desde el principio -siguió diciendo-, y es muy probable que ni siquiera así pudiera entenderle. En lo que respecta a la genética…

–¿Sí?

–Normalmente un gen imperfecto no tiene ninguna importancia. Algunos genes son tan imperfectos y tan necesarios que producen desórdenes terribles, pero son muy raros. La inmensa mayoría de los genes imperfectos se limitan a no funcionar con una precisión total. Son como ruedas que se apartan un poquito de la vertical… El vehículo que tenga esas ruedas vibrará un poco al avanzar, pero se moverá sin problemas.

–¿Y Wanda tiene ese tipo de genes imperfectos?

–Sí, más o menos. Después de todo, si todos los genes fueran perfectos todos tendríamos el mismo aspecto y nos comportaríamos de la misma forma. Lo que hace distintas a las personas es precisamente las diferencias entre los genes.

–Pero… ¿No empeorará al envejecer?

–Sí. Todos empeoramos a medida que vamos envejeciendo. Cuando entró en la consulta me di cuenta de que cojeaba. ¿Qué le ocurre?

–Tengo un poco de ciática -murmuró Seldon.

–¿La ha padecido durante toda su vida?

–Por supuesto que no.

–Bueno, algunos de sus genes han empeorado con el paso del tiempo y ahora cojea.

–¿Y qué le ocurrirá a Wanda con el tiempo?

–No lo sé. No puedo predecir el futuro, profesor, creo que eso le corresponde a usted. Pero si quiere que haga una conjetura yo diría que a Wanda no le ocurrirá nada que se salga de lo corriente…, al menos genéticamente hablando. Envejecerá y nada más.

–¿Está segura? – preguntó Seldon.

–Tendrá que aceptar mi palabra. Usted quería conocer el genoma de Wanda y corrió el riesgo de enterarse de cosas que quizás es mejor ignorar, pero según mi opinión no le va a ocurrir nada terrible.

–Los genes imperfectos… ¿Deberíamos hacer algo para repararlos? ¿Se puede hacer?

–No. En primer lugar, resultaría muy caro. En segundo lugar, hay muchas posibilidades de que la mejora no fuese permanente. Y, por último, la opinión pública está en contra de ello.

–¿Por qué?

–Porque está contra la ciencia en general. Usted debería saberlo tan bien como yo, profesor. Me temo que nos encontramos en una situación donde el misticismo se ha impuesto, especialmente desde la muerte de Cleon. La gente no cree en la mejora científica de los genes. Preferirían curar las enfermedades a través del tacto o mediante cualquier otro tipo de charlatanería. Francamente, me resulta muy difícil seguir con mi trabajo. Apenas consigo encontrar fondos.

Seldon asintió.

–Sé de qué está hablando. La psicohistoria lo explica pero, en realidad, no creía que la situación empeorase con tanta rapidez. He estado tan absorto en mi trabajo que apenas me he enterado de las dificultades surgidas a mi alrededor. – Suspiró-. Llevo treinta años viendo cómo el Imperio Galáctico se desmorona lentamente…, y ahora el desmoronamiento se está acelerando a cada momento que pasa, y no veo forma alguna de detenerlo a tiempo.

–¿Está intentando detenerlo? – preguntó la doctora Endelecki, y la idea pareció divertirla.

–Sí, lo estoy intentando.

–Que tenga suerte. Ah, lo de su ciática… Hace cincuenta años se podría haber curado, ¿sabe? Ahora no.

–¿Por qué no?

–Bueno, los instrumentos que se utilizaban para curar esa enfermedad han desaparecido y las personas que podían manejarlos están trabajando en otras cosas. La medicina ha entrado en decadencia.

–Junto con todo lo demás… -murmuró Seldon con expresión pensativa-. Pero volvamos a Wanda. Estoy convencido de que es una jovencita muy poco corriente y de que posee un cerebro bastante distinto al de la inmensa mayoría de seres humanos. ¿Qué le han dicho los genes acerca de su cerebro?

La doctora Endelecki se reclinó en su sillón.

–Profesor Seldon, ¿sabe cuántos genes están involucrados en las funciones cerebrales?

–No.

–Le recuerdo que de todos los aspectos del cuerpo humano las funciones cerebrales son las más complejas. De hecho, que sepamos en todo el universo no existe nada tan complicado como el cerebro humano, por lo que espero que no se sorprenda si le digo que las funciones cerebrales involucran a miles de genes y que cada uno de ellos juega un papel distinto.

–¿Miles?

–Exactamente. Y es imposible examinarlos a todos y averiguar si hay algo extraordinario. Aceptaré su palabra en lo que concierne a Wanda. Es una jovencita que se sale de lo corriente y que posee un cerebro muy poco común, pero no he visto nada en sus genes que pueda decirme algo sobre ese cerebro…, salvo, naturalmente, que es normal.

–¿Podría encontrar otras personas cuyos genes relacionados con el funcionamiento cerebral fueran como los de Wanda y que tuvieran la misma pauta cerebral?

–Lo dudo. Aun suponiendo que otro cerebro fuese muy parecido al de Wanda, seguirían existiendo enormes diferencias genéticas. Buscar similitudes no serviría de nada. Dígame, profesor… ¿Qué hay en Wanda que le hace pensar que su cerebro se sale de lo corriente?

Seldon meneó la cabeza.

–Lo siento. No puedo hablar de eso.

–En ese caso, estoy
segura
de que no podré ayudarle. ¿Cómo descubrió que en el cerebro de Wanda había algo inusual…, algo de lo que no puede hablar?

–Lo descubrí por casualidad -murmuró Seldon-. Por pura casualidad…

–En ese caso tendrá que utilizar el mismo método para encontrar otros cerebros como el suyo. No se puede hacer otra cosa.

El silencio se adueñó de la consulta.

–¿Puede decirme algo más? – preguntó Seldon por fin.

–Me temo que no, salvo que le enviaré mi factura.

Seldon se puso en pie con cierto esfuerzo. Su ciática le incordiaba de nuevo.

–Bien… Gracias, doctora. Envíeme su factura y se la abonaré.

Hari Seldon salió de la consulta de la doctora Endelecki y se preguntó qué haría a continuación.

8

Al igual que cualquier otro intelectual, Hari Seldon había utilizado los servicios de la Biblioteca Galáctica con toda libertad. La mayor parte de sus investigaciones se habían llevado a cabo mediante una conexión de larga distancia por ordenador, pero de vez en cuando visitaba la Biblioteca, más por alejarse de las presiones del Proyecto Psicohistoria que por otra razón. Durante los dos últimos años -desde que había concebido el plan de encontrar a otros seres humanos con los mismos poderes que Wanda-, había contado con un despacho particular que le permitía acceder a cualquier archivo del gigantesco depósito de conocimientos de la Biblioteca. Incluso había alquilado un pequeño apartamento en un sector adyacente para poder ir a pie cuando su compleja investigación le impedía volver al sector de Streeling.

Pero su plan había adquirido nuevas dimensiones, y necesitaba hablar con Las Zenow. Sería la primera vez que se encontraban cara a cara.

Conseguir una entrevista personal con el Jefe de Bibliotecarios de la Biblioteca Galáctica no resultaba fácil. Zenow tenía un alto concepto de la naturaleza y el valor de su puesto, y se decía que cuando el Emperador deseaba consultar con el Jefe de Bibliotecarios incluso él tenía que acudir a la Biblioteca Galáctica y esperar su turno.

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