–Pero eso significa que usted podía llevar a otras personas a cualquier despacho vacío y hablar con ellas en la más completa intimidad. Los despachos están protegidos contra toda clase de escuchas, naturalmente.
–Sí, hablé con bastante personas…, con su nuera y con los suministradores de las comidas y bebidas que se iban a consumir en la fiesta, entre otras. ¿No le parece que no había forma de evitarlo?
–¿Y si una de las personas con las que habló hubiera sido miembro de la Junta?
Elar reaccionó como si Dors acabase de golpearle.
–Doctora Venabili, sus palabras me resultan muy dolorosas. ¿Por quién me ha tomado?
Dors no respondió directamente.
–Fue a hablar con el doctor Seldon sobre su inminente entrevista con el general e insistió de forma bastante apremiante en que le dejara ir en su lugar para enfrentarse a los riesgos que pudiera acarrear dicha entrevista -dijo-. El resultado, por supuesto, fue que el doctor Seldon insistió con vehemencia en ver personalmente al general, y se podría argumentar que eso era precisamente lo que usted pretendía.
Elar emitió una breve y nerviosa carcajada.
–Con el debido respeto, eso sí suena a delirio paranoico, doctora.
–Y después de la fiesta -siguió diciendo Dors-, ¿acaso no fue usted el primero en sugerir que un grupo de colaboradores del Proyecto fuese al Hotel Límite de la Cúpula?
–Sí, y recuerdo que usted dijo que era una buena idea.
–¿No cree que esa sugerencia podía tener como objetivo poner nerviosa a la Junta proporcionándole otro ejemplo de la popularidad de Hari? ¿Y no podría haber sido concebida para tentarme a entrar en el recinto imperial?
–¿Acaso podría haberla detenido? – replicó Elar, y la incredulidad fue sustituida por la ira-. Usted ya había tomado su propia decisión al respecto.
Dors no prestó ninguna atención a sus palabras.
–Y, naturalmente, tenía la esperanza de que al entrar en el recinto imperial causaría el alboroto suficiente para que la Junta sintiera todavía más animadversión hacia Hari.
–Pero… ¿Por qué, doctora Venabili? ¿Por qué iba a hacer todo eso?
–Se podría responder que para librarse del doctor Seldon y sucederle como director del Proyecto.
–¿Cómo puede pensar eso de mí? No puedo creer que esté hablando en serio. Está haciendo lo que dijo que haría al comienzo de la conversación, ¿no? Me está demostrando lo que puede hacerse cuando una mente ingeniosa está totalmente decidida a encontrar algo que pueda parecer una prueba…
–Pasemos a otro asunto. He dicho que usted podía utilizar los despachos vacíos para mantener conversaciones privadas y que podía haber estado allí con un miembro de la Junta.
–Eso ni siquiera merece que lo niegue.
–Pero le oyeron. Una niña entró en el despacho, se encogió en un sillón donde no podía ser vista y oyó su conversación.
Elar frunció el ceño.
–¿Qué oyó?
–Dijo que había oído a dos hombres hablando de la muerte. No es más que una niña y no pudo repetir nada con detalle, pero hubo dos palabras que la impresionaron mucho y se le quedaron grabadas en la memoria: eran «muerte» y «limonada».
–Me parece que ahora está pasando de la fantasía a, si me disculpa, la locura. ¿Qué relación puede existir entre esas dos palabras, y qué tienen que ver conmigo?
–Al principio pensé en tomarlas de forma literal. La niña en cuestión adora la limonada y había mucha limonada en la fiesta, pero nadie la había envenenado.
–Bien, le agradezco que no lleve la locura demasiado lejos.
–Después comprendí que la niña había oído otra cosa, y que su imperfecto dominio del lenguaje y su afición a esa bebida la habían convertido en «limonada».
–¿Se ha inventado una distorsión? – resopló Elar.
–Por un tiempo pensé que en realidad lo que oyó quizá fue «la ayuda de un profano».
–¿Qué significa eso?
–Un asesinato llevado a cabo mediante profanos…, personas que no son expertas en matemáticas y…
Dors se interrumpió y frunció el ceño. Alzó una mano y se apretó el pecho.
–¿Le ocurre algo, doctora Venabili? – preguntó Elar con repentina preocupación.
–No -dijo Dors, y pareció recuperarse.
Durante unos momentos no dijo nada y Elar carraspeó.
–Doctora Venabili -dijo, y en su rostro ya no había señal alguna de que todo aquello le pareciera gracioso-, sus comentarios se están volviendo más ridículos a cada momento y…, en fin, no me importa que se ofenda, pero ya me he cansado de escucharlos. ¿No cree que deberíamos poner fin a esto?
–Ya casi hemos llegado al final, Doctor Elar. Cierto, tal y como dice usted «la ayuda de un profano» es una frase que puede parecer bastante ridícula. Yo también había llegado a esa conclusión… Usted ha sido parcialmente responsable del desarrollo del electroclarificador, ¿verdad?
–Totalmente responsable -dijo Elar, y pareció erguirse orgullosamente.
–Oh, seguramente no del todo… Tengo entendido que fue diseñado por Cinda Monay.
–No es más que una diseñadora, y se limitó a seguir mis instrucciones.
–No es una experta, ¿eh? El electroclarificador fue construido con la ayuda de…
–Creo que no deseo volver a oír esa frase -dijo Elar en un tono de violencia reprimida con dificultad-. Se lo repito una vez más… ¿No cree que deberíamos poner fin a esto?
–Aunque ahora le niegue el mérito -siguió diciendo Dors como si no hubiera oído su petición-, cuando hablaba con ella se lo atribuía…, supongo que para asegurarse de que seguiría trabajando con el mismo entusiasmo que hasta entonces. Cinda Monay me dijo que le atribuyó el mérito y le estaba muy agradecida. Me dijo que incluso llegó a bautizar el aparato con su apellido y el de ella, aunque no es así como se le conoce oficialmente.
–Naturalmente que no. Se lo conoce como el electroclarificador.
–Y me contó que estaba trabajando en algunas mejoras para aumentar su potencia…, que usted disponía de un prototipo de la versión mejorada para poner a prueba.
–¿Qué tiene que ver todo esto con…?
–Desde que empezaron a utilizar el electroclarificador tanto el doctor Seldon como el doctor Amaryl han sufrido cierto deterioro físico y mental. Yugo, que lo utiliza con más frecuencia, también ha resultado más afectado.
–El electroclarificador no puede producir esa clase de daños.
Dors se llevó una mano a la frente y torció el gesto durante una fracción de segundo.
–Y ahora usted dispone de un electroclarificador más poderoso que podría ser más dañino y que sería capaz de matar deprisa en vez de lentamente.
–Eso es una estupidez.
–Pensemos en el nombre del aparato, un nombre que según la mujer que lo diseñó sólo es utilizado por usted. Supongo que lo llama Clarificador Elar-Monay, ¿no?
–No recuerdo haber utilizado nunca esas palabras -dijo Elar con voz temblorosa.
–Estoy segura de que las ha utilizado. Y el nuevo Clarificador Elar-Monay de más potencia podría ser utilizado para matar sin que nadie fuese acusado de ello no sería más que un lamentable accidente provocado por un nuevo aparato que aún no habría terminado de pasar las pruebas necesarias. Sería la «muerte Elar-Monay», y una niña deformó esas palabras convirtiéndolas en «muerte» y «limonada»
3
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La mano de Dors se tensó sobre su costado.
–No se encuentra bien, doctora Venabili -dijo Elar en voz baja y suave.
–Me encuentro perfectamente. ¿Estoy equivocada?
–Mire, puede escoger la palabra que le dé la gana y deformarla hasta que se convierta en «limonada». Eso no tiene la más mínima importancia, ¿entiende? ¿Quién puede saber lo que oyó esa niña? Todo se reduce a si el electroclarificador es peligroso no. Lléveme ante un tribunal o póngame delante de un comité de investigación compuesto por científicos, convoque a todos los expertos que le apetezca para que comprueben los efectos del electroclarificador incluso de la nueva versión, sobre los seres humanos. Descubrirán que no tiene ningún efecto mensurable.
–No lo creo -murmuró Venabili.
Se había llevado las manos a la frente, había cerrado los ojos y se tambaleaba ligeramente de un lado a otro…
–Está claro que no se encuentra bien, doctora Venabili -dijo Elar-. Quizá signifique que me ha llegado el turno de hablar. ¿Puedo hacerlo?
Dors abrió los ojos, pero no dijo nada.
–Interpretaré su silencio como un asentimiento, doctora Venabili. ¿De qué me serviría librarme del Doctor Seldon y el Doctor Amaryl para convertirme en director del Proyecto? Usted frustraría cualquier intento de asesinato que pudiera planearse, tal y como cree que está haciendo ahora. En la improbable eventualidad de que semejante proyecto pudiera verse coronado por el éxito y consiguiera librarme de esos dos grandes hombres, usted me haría pedazos después. Es una mujer muy poco corriente, Doctora Venabili. Posee una fuerza y una rapidez de reflejos realmente increíbles, y mientras viva el maestro está a salvo.
–Sí -dijo Dors fulminándole con la mirada.
–Es justo lo que les dije a los miembros de la Junta. ¿Por qué no van a consultar conmigo en todos los asuntos relacionados con el Proyecto? Están muy interesados en la psicohistoria, y resulta lógico. Les costó mucho creer en lo que les conté sobre usted…, hasta que llevó a cabo su pequeña incursión en el recinto imperial. Puede estar segura de que eso les convenció, y aprobaron mi plan.
–Ah. Por fin hemos llegado a ese punto… -dijo Dors con un hilo de voz.
–Le he dicho que el electroclarificador no puede dañar a los seres humanos, y le repito que es así. Amaryl y su queridísimo Hari están envejeciendo a pesar de que usted se niegue a aceptarlo, nada más. ¿Y qué? Son total y absolutamente humanos. El campo electromagnético no tiene ningún efecto digno de mención sobre los materiales orgánicos. Naturalmente, puede producir efectos nocivos en una maquinaria electromagnética muy sensible, y si pudiéramos imaginar un ser humano compuesto de metal y sistemas electrónicos, podría producir un considerable efecto sobre él. Los habitantes de Mycogen han basado su religión sobre ellos y les llaman «robots». Si una de esas criaturas existiese, es de suponer que sería mucho más fuerte y rápida de reflejos que un ser humano corriente y que poseería propiedades que, de hecho, se parecerían mucho a las que usted posee, doctora Venabili. Y, desde luego, ese robot podría ser afectado, dañado e incluso destruido por un electroclarificador de gran potencia como el que tengo aquí y que ha estado funcionando a baja intensidad desde que empezó nuestra conversación. Ésa es la razón de que se encuentre mal, Doctora Venabili…, estoy seguro de que por primera vez en toda su existencia.
Dors no dijo nada y se limitó a contemplarle en silencio. Después se fue dejando caer lentamente sobre una silla.
Elar sonrió.
–Naturalmente, una vez me haya librado de usted el obstáculo que representan el maestro y Amaryl será fácil de eliminar -siguió diciendo Elar-. De hecho, y en lo que respecta al maestro, es muy posible que sucumba al dolor de su pérdida y presente la dimisión: y en cuanto a Amaryl…, bueno, en el fondo es como un niño. Lo más probable es que no sea preciso matarle. Bien, doctora Venabili ¿qué siente al ser desenmascarada después de tantos años? Debo admitir que ha sabido ocultar su verdadera naturaleza con suma habilidad. Resulta casi sorprendente que nadie haya descubierto la verdad hasta ahora pero, naturalmente, yo soy un matemático muy brillante… soy un observador, un pensador, alguien acostumbrado a las deducciones. Ni siquiera yo habría dado con la verdad de no ser por su fanática devoción por el maestro y esas ocasionales exhibiciones de poderes sobrehumanos surgidas de la nada… justo cuando el maestro estaba amenazado por algún peligro.
»Diga adiós, doctora Venabili. Ahora lo único que he de hacer es girar el dial hasta la posición de máxima potencia y usted será historia.
Dors pareció recuperarse un poco y se fue levantando lentamente.
–Puede que esté mejor protegida de lo que usted cree -murmuró.
Dejó escapar un gruñido y se lanzó sobre Elar.
Elar abrió mucho los ojos, chilló y retrocedió tambaleándose. Y un instante después Dors estaba sobre él y su mano se movió a una velocidad increíble. El canto de la mano golpeó el cuello de Elar haciendo añicos las vértebras y destrozando la médula espinal. Cuando cayó al suelo, Elar estaba muerto.
Dors se irguió con un considerable esfuerzo y fue con paso vacilante hacia la puerta. Tenía que encontrar a Hari.
Hari tenía que saber lo que había ocurrido.
Hari Seldon se levantó de su asiento con una expresión horrorizada en el rostro. Nunca había visto a Dors en aquel estado. Su rostro estaba agitado, su cuerpo se inclinaba hacia un lado y se tambaleaba como si estuviese borracha.
–¡Dors! ¿Qué ha ocurrido? ¿Qué pasa?
Corrió hacia ella y le rodeó la cintura con los brazos un instante antes de que su cuerpo se aflojara y se derrumbase sobre él. La levantó (pesaba más de lo que habría pesado una mujer corriente de su estatura, pero Seldon no se dio cuenta), y la depositó sobre el sofá.
–¿Qué ha ocurrido? – preguntó.
Dors se lo contó entre jadeos con voz quebradiza mientras Seldon le sostenía la cabeza e intentaba creer en lo que estaba pasando.
–Elar está muerto -dijo Dors-. Por fin he matado a un ser humano… Es la primera vez… Eso lo empeora todo.
–Dors, ¿has sufrido daños muy graves?
–Sí. Elar puso el aparato a la máxima potencia… cuando me lancé sobre él.
–Se te puede reparar.
–¿Cómo? En Trantor no hay… nadie que sepa… cómo hacerlo. Necesito a Daneel.
Daneel. Demerzel. Una parte muy profunda de Hari siempre lo había sabido. Su amigo -un robot-, le había proporcionado una protectora -otro robot-, para asegurarse de que la psicohistoria y las semillas de las fundaciones tendrían la posibilidad de seguir adelante. El único problema era que Hari se había enamorado de su protectora…, de un robot. Todo encajaba. Todas las dudas que le atormentaron se habían esfumado, y todas las preguntas habían sido respondidas…, y aunque no sabía por qué, todo aquello había dejado de tener importancia. Lo único que le importaba era Dors.
–No podemos permitir que esto ocurra…
–Tiene que ocurrir. – Dors abrió los ojos y miró a Seldon-. Tiene que… Intenté salvarte, pero pasé por alto… un factor vital… ¿Quién te protegerá ahora?