–No, últimamente no. Ya sabes que no es un hombre demasiado sociable. Si le quitaras la psicohistoria se encogería hasta quedar convertido en un montoncito de piel seca…
La imagen usada por Raych hizo que Dors torciese el gesto.
–He hablado con él dos veces recientemente, y me pareció que estaba un poco distante. No me refiero tan sólo a que estuviese cansado…, era como si el mundo no existiera para él.
–Sí, muy típico de Yugo.
–¿Ha empeorado últimamente?
Raych lo pensó durante unos momentos antes de responder.
–Quizá. Ya sabes que está envejeciendo. Todos envejecemos…, excepto tú, mamá.
–Raych, ¿te atreverías a decir que Yugo ha cruzado alguna especie de límite mental y se ha vuelto un poco inestable?
–¿Quién, Yugo? No tiene nada ni a nadie que pueda provocarle esa inestabilidad de la que hablas. Deja que siga trabajando en su psicohistoria y pasará el resto de su vida hablando en susurros consigo mismo sin molestar a nadie.
–No lo creo. Hay algo que le interesa…, y mucho. Está enormemente interesado en la sucesión.
–¿Qué sucesión?
–Le dije que algún día tu padre quizá quiera retirarse y descubrí que Yugo está totalmente decidido a ser su sucesor.
–No me sorprende. Supongo que todo el mundo está de acuerdo en que Yugo es el sucesor natural. Estoy seguro de que papá también opina lo mismo.
–Pero su reacción no me pareció del todo normal. Pensó que venía a darle la noticia de que Hari se había decantado por otro sucesor y que había decidido prescindir de él. ¿Puedes imaginar a alguien pensando eso de Hari?
–Resulta sorprendente… -Raych se interrumpió y contempló a su madre en silencio durante unos momentos-. Mamá, ¿te estás preparando para decirme que Yugo es el centro de esa conspiración de la que hablas? ¿Vas a decirme que quiere librarse de papá y ponerse al frente del Proyecto?
–¿Te parece totalmente imposible?
–Sí, mamá, es total y absolutamente imposible. Si Yugo tiene algún problema, es el exceso de trabajo y nada más. Contemplar todas esas ecuaciones o lo que sean durante todo el día y la mitad de la noche volvería loco a cualquiera.
Dors se puso en pie con un movimiento algo torpe.
–Tienes razón.
–¿Qué ocurre? – preguntó Raych observándola con expresión sorprendida.
–Lo que has dicho… Ha hecho que se me ocurriera una idea totalmente nueva, y creo que puede ser crucial.
Giró sobre sí misma sin decir ni una palabra más y se fue.
El rostro de Dors Venabili estaba fruncido en una mueca de desaprobación.
–Llevas cuatro días en la Biblioteca Galáctica -le dijo a Hari Seldon-. No hay forma de ponerse en contacto contigo, y te las has vuelto a arreglar para que no te acompañara.
Marido y mujer contemplaban la imagen de su respectivo cónyuge en sus holopantallas. Hari acababa de volver de un viaje de investigación a la Biblioteca Galáctica del Sector Imperial, y había llamado a Dors desde su despacho del Proyecto para comunicarle que había regresado a Streeling. «Dors es hermosa incluso cuando está enfadada», pensó Hari, y deseó alargar una mano y acariciarle la mejilla.
–Dors -dijo intentando que su voz sonara lo más conciliadora posible-, no fui solo. Iba acompañado de bastantes personas y la Biblioteca Galáctica es el sitio más seguro para los estudiosos, incluso en estos tiempos turbulentos. Creo que tendré que visitarla con frecuencia en el futuro.
–¿Y piensas seguir haciéndolo sin decírmelo?
–Dors, no puedo vivir rigiéndome por tu obsesión con la muerte, y tampoco quiero que eches a correr detrás de mí y asustes a los bibliotecarios. No son los militares de la Junta, ¿entiendes? Les necesito, y no quiero que se enfaden. Pero creo que yo…, que deberíamos alquilar un apartamento cerca de la Biblioteca Galáctica.
Dors se puso muy seria, meneó la cabeza y cambió de tema.
–¿Sabes que he hablado en dos ocasiones con Yugo en los últimos días?
–Bien, me alegra que lo hicieras. Necesita algo de contacto con el mundo exterior.
–Sí, desde luego, porque está claro que tiene algún problema grave. No es el Yugo al que hemos conocido durante todos estos años. Se ha vuelto elusivo, distante y, por extraño que parezca, que yo sepa sólo hay una cosa que le interese hasta el punto de apasionarle…, su decisión de sucederte en cuanto te retires.
–Eso sería natural…, si me sobrevive.
–¿No esperas que te sobreviva?
–Bueno, tiene once años menos que yo pero nunca se sabe qué puede ocurrir y…
–Lo que realmente quieres decir es que te has dado cuenta de que Yugo no se encuentra demasiado bien. Parece más viejo que tú y actúa como si lo fuese a pesar de ser más joven, y eso a partir de un cambio relativamente reciente. ¿Está enfermo?
–¿Físicamente? No lo creo. Se somete a sus exámenes periódicos, pero admito que parece agotado. He intentado persuadirle de que se tomara unos cuantos meses de vacaciones…, incluso un año sabático si así lo desea. Le he sugerido que se marche de Trantor para que esté lo más lejos posible del Proyecto por una temporada. Getorin es un mundo turístico muy agradable que no está a demasiados años luz de aquí, y no hay ninguna razón económica por la que no pueda disfrutar de una estancia allí, pero…
Dors meneó la cabeza con impaciencia.
–Naturalmente, rechazó tu oferta. Le sugerí que se tomara unas vacaciones y actuó como si ni siquiera supiera cuál es el significado de esa palabra. Se negó tajantemente.
–Bien, ¿qué podemos hacer? – preguntó Seldon.
–Podemos pensar un poco -dijo Dors-. Yugo ha trabajado durante un cuarto de siglo en el Proyecto, y hasta el momento no parecía haberle creado ningún problema de cansancio o salud, pero ahora se ha debilitado de repente. No puede ser cosa de la edad porque aun no ha cumplido cincuenta años.
–¿Estás intentando sugerir algo?
–Sí. ¿Cuánto hace que tú y Yugo usáis el electroclarificador en vuestros primeros radiantes?
–Unos dos años…, puede que un poco más.
–Supongo que el electroclarificador es empleado por cualquier persona que desee utilizar el Primer Radiante.
–Así es.
–Lo que significa que Yugo y tú sois quienes más lo utilizan, ¿no?
–Sí.
–¿Y Yugo lo utiliza más que tú?
–Sí. Yugo se ha concentrado al máximo en el Primer Radiante y sus ecuaciones. Yo, por desgracia, me veo obligado a invertir gran parte de mi tiempo en las tareas administrativas.
–¿Y qué efecto tiene el electroclarificador sobre el cuerpo humano?
Seldon puso cara de sorpresa.
–Que yo sepa, ninguno que deba tenerse en cuenta.
–En tal caso, Hari, a ver si consigues darme una explicación a esto… El electroclarificador ha sido utilizado durante más de dos años y en ese tiempo tú has cambiado de forma bastante perceptible: te cansas con más facilidad, estás irritable y a veces parece como si tuvieras que esforzarte por no perder el contacto con lo que te rodea. ¿A qué se debe todo eso?
–A que me estoy haciendo viejo, Dors.
–Tonterías. ¿Quién te ha dicho que los sesenta años equivalen a la senilidad? Estás utilizando tu edad como muleta y defensa, y quiero que dejes de hacerlo. Yugo es más joven, pero ha estado bastante más expuesto al electroclarificador que tú, y como resultado está más cansado, más alterable, y ha perdido el contacto con el mundo en un grado mucho mayor que tú; tampoco hay que olvidar su intensa obsesión, casi infantil, por sucederte. ¿No ves nada significativo en todo eso?
–La edad y el exceso de trabajo. Eso es significativo, ¿no?
–No. Es el electroclarificador: está teniendo un efecto a largo plazo sobre vosotros dos.
Seldon guardó silencio durante unos momentos antes de responder.
–No puedo demostrar que eso no es cierto, Dors, pero no veo cómo puede ser posible. El electroclarificador es un aparato que produce un campo electrónico muy inusual, pero se trata de un tipo de energía al que los seres humanos están expuestos continuamente. No puede causar esa clase de daños tan poco usuales en los que estás pensando…, y en cualquier caso no podemos renunciar a utilizarlo. El Proyecto no puede seguir avanzando sin él.
–Hari, he de pedirte una cosa y tienes que cooperar conmigo. No salgas del recinto del Proyecto sin decírmelo ni hagas nada que se aparte de lo acostumbrado. ¿Lo has entendido?
–Dors, ¿cómo puedo acceder a esa petición? Estás intentando ponerme una camisa de fuerza.
–Sólo será durante un tiempo. Unos cuantos días, una semana…
–¿Qué va a ocurrir en unos cuantos días o en una semana?
–Confía en mí -dijo Dors-. Yo me encargaré de todo.
Hari Seldon llamó suavemente con los nudillos usando un código muy antiguo y Yugo Amaryl alzó la mirada hacia él.
–Hari, cómo me alegra que hayas venido a verme…
–Tendría que hacerlo más a menudo. En los viejos tiempos siempre estábamos juntos. Ahora hay cientos de personas de las que preocuparse. Están por todas partes, y se interponen entre nosotros. ¿Te has enterado de la gran noticia?
–¿Qué gran noticia?
–La Junta va a poner en vigor un impuesto fijo e igual para todos los individuos…, y la cuantía va a ser bastante elevada. TrantorVisión lo anunciará mañana. De momento el impuesto quedará limitado a Trantor, y los mundos exteriores tendrán que esperar. Resulta un poco decepcionante, ¿no? Albergaba la esperanza de que se pondría en vigor en todo el Imperio, pero al parecer subestimé la cautela del general.
–Trantor será suficiente -dijo Amaryl-. Los mundos exteriores comprenderán que les tocará el turno dentro de poco tiempo.
–Tendremos que esperar y ver qué ocurre.
–Lo que ocurrirá es que oiremos los gritos en cuanto el anuncio se haga público, y que los disturbios empezarán incluso antes de que el nuevo impuesto haya entrado en vigor.
–¿Estás seguro?
Amaryl activó su Primer Radiante y expandió la sección correspondiente.
–Míralo tú mismo, Hari. No creo que sea posible malinterpretar los datos y ésa es la predicción bajo las circunstancias actuales. Si no se convierte en realidad, quiero decir que todo lo que hemos averiguado sobre la psicohistoria estaba equivocado, y me niego a aceptarlo.
–Intentaré armarme de valor -dijo Seldon, y sonrió-. ¿Qué tal te has encontrado últimamente, Yugo? – le preguntó unos momentos después.
–Bastante bien. Razonablemente bien… Y, por cierto, ¿cómo estás tú? He oído rumores de que estabas pensando en presentar tu dimisión. Incluso Dors dijo algo al respecto.
–No hagas ningún caso de Dors. Últimamente dice cosas muy extrañas… Se le ha metido en la cabeza que hay no sé qué peligro oculto en el Proyecto.
–¿Qué clase de peligro?
–Es mejor no preguntárselo. Sufre uno de sus ataques de obsesión precautoria y, como siempre, hace que se vuelva insoportable e imprevisible.
–¿Te das cuenta de las ventajas de vivir solo? – dijo Amaryl-. Hari, si limites… ¿Cuáles son tus planes para el futuro? – preguntó después bajando la voz.
–Tú te pondrás al frente del Proyecto -dijo Seldon-. ¿Qué otros planes puedo tener?
Y Amaryl sonrió.
Tamwile Elar estaba escuchando a Dors Venabili. Se encontraban en la pequeña sala de conferencias del edificio principal, y la confusión y la ira se iban adueñando del rostro de Elar.
–¡Imposible! – estalló por fin, y se frotó el mentón-. No pretendo ofenderla, doctora Venabili -dijo cautelosamente-, pero lo que sugiere es ridíc…, no puede ser verdad. No puedo creer que ninguna de las personas que trabajan en el Proyecto Psicohistoria albergue un resentimiento tan terrible como para justificar sus sospechas. Si esa persona existiera le aseguro que yo lo sabría, y le aseguro que no existe. No, francamente no lo creo posible.
–Yo sí lo creo posible -dijo Dors tozudamente-, y puedo encontrar pruebas en qué apoyar mi creencia.
–No sé cómo decir esto sin ofenderla, doctora Venabili -murmuró Elar-, pero si una persona es lo bastante ingeniosa y está lo bastante decidida a demostrar algo, puede encontrar todas las pruebas que quiera…, o, por lo menos, algo que crea es una prueba.
–¿Cree que sufro de paranoia?
–Creo que su preocupación por el maestro, que comparto plenamente, ha hecho que…, bueno, digamos que esté haciendo una montaña de un grano de arena.
Dors guardó silencio mientras consideraba lo que Elar acababa de decir.
–Por lo menos tiene razón en una cosa -dijo por fin-. Una persona lo suficientemente ingeniosa puede encontrar pruebas en cualquier sitio. Por ejemplo, yo puedo encontrar pruebas con las que apoyar una acusación contra usted.
Elar abrió mucho los ojos y puso cara de total perplejidad.
–¿Contra mí? Me gustaría saber de qué puede acusarme.
–Muy bien, lo sabrá. La fiesta de cumpleaños fue idea suya, ¿no?
–Sí, la idea fue mía pero estoy seguro de que otras personas también tuvieron la misma idea -dijo Elar-. El maestro no paraba de quejarse de que se estaba haciendo viejo, y parecía la forma más lógica de animarle.
–Estoy segura de que otras personas pudieron tener esa misma idea, pero fue usted quien la defendió hasta conseguir que mi nuera se entusiasmara con ella y acabara asumiéndola como propia. Se ocupó de todos los detalles y usted la persuadió de que era posible organizar una celebración a una escala realmente grande. ¿No fue así?
–No sé si ejercí alguna influencia sobre ella, pero aun suponiendo que lo hiciera, ¿qué hay de malo en eso?
–En sí mismo nada, pero al organizar una celebración tan larga, a tan gran escala y de la que se hizo tanta publicidad, ¿no estábamos advirtiendo a los suspicaces y un tanto inestables miembros de la Junta de que Hari era demasiado popular y de que podía convertirse en un peligro para ello?
–Nadie puede creer que ése fuera mi objetivo.
–Me estoy limitando a indicar una posibilidad -dijo Dors-. Cuando planeó la celebración insistió en que la zona central del complejo debía ser evacuada…
–Temporalmente, y por razones obvias.
–… e insistió en que permaneciera desocupada por un tiempo. Durante ese tiempo nadie llevó a cabo ningún trabajo excepto Yugo Amaryl.
–Pensé que al maestro no le vendría mal disfrutar de unos días de reposo antes de la celebración. No encontrará nada reprochable en ello, ¿verdad?