–En lo que a mí concierne, puedo asegurarle que su esposo no sufrirá ningún daño como resultado de esta entrevista, pero si tanto la preocupa… ¿Por qué venir a verme? ¿Por qué no presentarse directamente ante el general?
–Porque usted es el cerebro del equipo que forman.
Hubo un silencio no muy prolongado.
–Esa observación sería muy peligrosa…, si la oyera quien no debe -dijo Linn.
–Resultaría más peligrosa para usted que para mí, así que asegúrese de que no llega a oídos de nadie. Y ahora, si ha pensado que basta con tranquilizarme y darme algunas garantías para que me vaya, y si cree que en el caso de que mi marido sea retenido y condenado a muerte no podré hacer nada al respecto, debo decirle que comete un grave error.
Dors señaló los dos desintegradores que había dejado sobre la mesa delante de ella.
–Entré en el recinto sin nada. Cuando nos encontramos tenía dos desintegradores. De no haber llevado los desintegradores podría haber estado armada con cuchillos arma en cuyo uso soy toda una experta. Y si no tuviera desintegradores ni cuchillos, seguiría siendo una adversaria formidable. Esta mesa es de metal, obviamente…, y es muy sólida.
–Lo es.
Dors alzó las manos y separó los dedos como para mostrar que no iba armada. Después las puso sobre la mesa y acarició la superficie con las palmas.
De pronto, Dors alzó un puño y lo dejó caer sobre la mesa, asestándole un golpe brutal acompañado de un ruido ensordecedor que recordaba a un choque entre metales.
Después sonrió y levantó la mano.
–Ni un morado -dijo Dors-. No siento ningún dolor pero fíjese en que la mesa se ha doblado ligeramente. Si ese mismo golpe, con idéntica fuerza, se produjera sobre la cabeza de un ser humano, el cráneo habría estallado. Nunca he hecho algo así y, en realidad, nunca he matado a un ser humano, aunque he tenido que lesionar a varios. Pero si el profesor Seldon sufre algún daño…
–Sigue amenazándome.
–Me limito a hacer una promesa. Si el profesor Seldon no sufre ningún daño no haré nada, coronel Linn. En caso contrario… Me veré obligada a matarle o a producirle lesiones muy graves, y también le prometo que haré lo mismo con el general Tennar.
–Por muy grande que sea su felina ferocidad no podrá vencer a todo un ejército -dijo Linn-. ¿Qué hará entonces?
–Las historias se difunden y exageran -dijo Dors-. La verdad es que no he utilizado mucho esa ferocidad, pero lo que se cuenta de mí es mucho más terrible que la verdad. Sus guardias dieron un paso atrás en cuanto me reconocieron, ellos mismos se encargarán de difundir la historia de cómo logré llegar hasta usted…, mejorándola bastante durante el proceso de difusión. Incluso un ejército podría vacilar antes de atacarme, Coronel Linn, pero aun suponiendo que lo hiciese y que me destruyera tendría que enfrentarse a la indignación de la gente. La Junta está manteniendo el orden, pero a duras penas, y usted no quiere que ocurra nada susceptible de crear disturbios, ¿verdad? Así pues, piense en lo sencilla que resulta la alternativa. Basta con que no hagan ningún daño al profesor Hari Seldon.
–No tenemos la más mínima intención de hacerle daño.
–Entonces, ¿cuál es la razón de que el general quiera entrevistarse con él?
–¿Qué tiene eso de misterioso? El general siente curiosidad hacia la psicohistoria. Los archivos del gobierno están a nuestra disposición. El difunto Emperador Cleon estaba muy interesado en ella, y cuando su esposo era Primer Ministro, Demerzel también se interesó por la psicohistoria. ¿Por qué no debería interesarnos? De hecho, es lógico que nos interese todavía más de lo que les interesó a ellos.
–¿Por qué?
–Porque el tiempo ha ido transcurriendo. Según tengo entendido, la psicohistoria empezó siendo una idea en la mente del profesor Seldon. Ha estado trabajando en ella con creciente vigor, apoyado por un personal cada vez más numeroso, durante casi treinta años. Casi todos sus trabajos han sido apoyados y subvencionados por el gobierno, y podría decirse que en cierto aspecto sus descubrimientos y sus técnicas pertenecen al mismo. Tenemos intención de hacerle algunas preguntas sobre la psicohistoria porque, a estas alturas, debe de estar mucho más avanzada que en tiempos de Demerzel y Cleon, y esperamos que nos diga lo que queremos saber. Queremos algo más práctico que el espectáculo de las ecuaciones enroscándose en el aire. ¿Me entiende?
–Sí -dijo Dors, y frunció el ceño.
–Ah, y una cosa más… No crea que el peligro que amenaza a su esposo procede única y exclusivamente del gobierno y que cualquier daño que pueda sufrir significará que debe atacarnos inmediatamente. Me permito sugerirle que el profesor Seldon podría tener enemigos de naturaleza puramente particular. No es que lo sepa, pero estoy convencido de que es posible.
–No lo olvidaré, pero de momento quiero que se asegure de que podré acompañar a mi esposo durante su entrevista con el general. Quiero cerciorarme sin duda alguna de que no corre ningún peligro.
–Será difícil y exigirá algún tiempo. Interrumpir la conversación es prácticamente imposible, pero si quiere esperar a que haya terminado…
–Tómese su tiempo, pero haga lo necesario para que yo esté presente en la entrevista. No crea que podrá engañarme y seguir con vida.
El general Tennar observaba a Hari Seldon con los ojos ligeramente desorbitados mientras sus dedos tabaleaban suavemente sobre el escritorio que ocupaba.
–Treinta años -dijo-. Treinta años… ¿Y me está diciendo que sigue sin tener ningún resultado aparente?
–General, para ser preciso han sido veintiocho años.
Tennar ignoró el comentario de Seldon.
–Y todo a expensas del gobierno… Profesor, ¿sabe cuántos miles de millones de créditos han sido invertidos en su proyecto?
–No he llevado la cuenta, general, pero disponemos de archivos que podrían proporcionarme la respuesta a su pregunta en cuestión de segundos.
–Nosotros también los tenemos. Profesor, el gobierno no es una fuente interminable de fondos. Los viejos tiempos han quedado muy atrás. No compartimos la actitud despreocupada hacia las finanzas típica de Cleon. Subir los impuestos siempre resulta difícil e impopular, y necesitamos el dinero para muchas cosas. Le he hecho venir aquí con la esperanza de que su psicohistoria podría ayudarnos de alguna forma. Si no es así…, debo ser franco y decirle que tendremos que cerrar el grifo. Si puede proseguir sus investigaciones sin los fondos del gobierno hágalo, porque a menos que me enseñe algo que justifique los gastos, eso es justo lo que tendrá que hacer en el futuro.
–General, no puedo satisfacer esa demanda, pero si su respuesta consiste en retirar la ayuda gubernamental estará arrojando el futuro por la ventana. Deme tiempo y eventualmente…
–Varios gobiernos han oído ese «eventualmente» de sus labios durante décadas. Profesor, ¿no es cierto que su psicohistoria predice la debilidad de la Junta, que mi poder es inestable y que se derrumbará en poco tiempo?
Seldon frunció el ceño.
–La técnica aún no está lo bastante desarrollada como para afirmar que eso es lo que dice la psicohistoria.
–Bien, pues yo le digo que la psicohistoria ha hecho esa predicción y que todas las personas que trabajan en su proyecto lo saben.
–No -dijo Seldon subiendo un poco el tono de voz-, nada de eso. Es posible que algunos hayan interpretado ciertas relaciones en ese sentido, pero otras relaciones podrían ser interpretadas como pruebas de su estabilidad. Ésa es la razón básica por la que debo continuar con mi trabajo. En estos momentos no resulta difícil utilizar datos incompletos y razonamientos imperfectos para llegar a cualquier tipo de conclusión deseada.
–Pero si decide presentar la conclusión de que el gobierno es inestable basándose en lo que dice la psicohistoria, aunque en realidad no sea así… ¿Acaso no hará que la inestabilidad empeore?
–Es muy posible que produjera ese efecto, General. Y si anunciáramos lo contrario podríamos reforzar la estabilidad del gobierno. Ya he mantenido esta misma discusión con el Emperador Cleon muchas veces. La psicohistoria puede ser utilizada como herramienta para manipular las emociones de la gente y conseguir efectos a corto plazo pero a largo plazo existen muchas probabilidades de que las predicciones resulten incompletas o claramente erróneas, en cuyo caso la psicohistoria perdería toda credibilidad y, a efectos prácticos, sería como si nunca hubiese existido.
–¡Basta! ¡Déjese de rodeos! ¿Qué cree que muestra la psicohistoria con referencia a mi gobierno?
–Creemos que muestra algunos elementos de inestabilidad, pero no estamos totalmente seguros de cómo aumentar o disminuir esa inestabilidad, y no podemos estarlo.
–En otras palabras, la psicohistoria se limita a decir lo que usted podría saber sin necesidad de usarla y el gobierno ha invertido una cifra inmensa de créditos en esa ciencia, ¿no?
–Llegará un momento en el que la psicohistoria nos dirá lo que nunca podríamos saber sin ella, y entonces recuperaremos la cuantía de la inversión multiplicada muchas veces.
–¿Y cuánto tardará en llegar ese momento?
–Espero que no demasiado. Durante los últimos años hemos estado haciendo progresos muy prometedores.
Tennar volvió a golpear la superficie del escritorio con las uñas.
–No es suficiente. Dígame algo que pueda ayudarme ahora, algo que yo pueda utilizar.
Seldon meditó durante unos momentos.
–Puedo prepararle un informe detallado, pero eso exigirá algún tiempo.
–Naturalmente. Días, meses, años… y al final se las arreglará para que el informe nunca llegue a redactarse. ¿Acaso me toma por un imbécil?
–No, General, por supuesto que no; pero yo tampoco quiero que se me tome por imbécil. Puedo decirle algo de lo que me hago único responsable. Lo he descubierto en mi investigación psicohistórica, pero es posible que haya malinterpretado los datos. Pero ya que insiste…
–Insisto.
–Hace unos momentos habló de los impuestos, y dijo que subir los impuestos era difícil e impopular. Siempre lo es. Todos los gobiernos deben cumplir sus funciones acumulando riqueza de una forma u otra. Sólo existen dos formas de obtener los créditos necesarios: la primera es robar a un vecino, y la segunda persuadir a los ciudadanos de que se desprendan de esos créditos voluntariamente y sin resistirse.
»Hemos creado un Imperio Galáctico que lleva miles de años funcionando de forma razonablemente pacífica, por lo que no hay ninguna posibilidad de robar a un vecino, salvo como resultado de las rebeliones que se producen ocasionalmente y de su represión. Eso no ocurre con la frecuencia suficiente como para mantener a un gobierno en el poder, y si así fuese, el gobierno sería excesivamente inestable y, en cualquier caso, no duraría mucho tiempo.
Seldon tragó una honda bocanada de aire antes de seguir hablando.
–Así pues, la única forma de conseguir esos créditos es pedir a los ciudadanos que entreguen parte de su riqueza para que sea utilizada por el gobierno. El gobierno funcionará con eficacia, por lo que es de suponer que los ciudadanos gastarán mejor sus créditos de esta forma que guardándoselos mientras viven en un estado de anarquía peligroso y caótico donde todos luchan contra todos.
»Pero aunque la petición es razonable y los ciudadanos viven mejor pagando impuestos para mantener un gobierno estable y eficiente, siguen mostrándose reacios a ello. Para superar esta circunstancia los gobiernos deben dar una impresión de generosidad, de que sólo perciben los créditos necesarios y de que tienen en cuenta los derechos y beneficios de cada ciudadano. En otras palabras, deben reducir el porcentaje a pagar de los ingresos más bajos, deben permitir que se hagan deducciones de varias clases antes de que se calcule el impuesto total, etcétera.
»A medida que pasa el tiempo la situación impositiva se va volviendo más y más complicada porque no hay forma de evitar que los mundos, los sectores de cada mundo y las distintas divisiones económicas soliciten o exijan un tratamiento especial. Como resultado, la rama del gobierno encargada de recaudar los impuestos va aumentando en tamaño y complejidad y tiende a volverse incontrolable. El ciudadano medio no puede entender por qué se le hace pagar impuestos, y no entiende qué puede quedarse para él sin problemas y qué es lo que debe entregar. De hecho, lo habitual es que el gobierno y la rama que recauda los impuestos tampoco lo entiendan.
»Aparte de eso, una fracción cada vez más grande de los fondos recaudados debe ser invertida en el mantenimiento de la cada vez más compleja rama recaudadora -conservación de archivos, persecución de la delincuencia fiscal-, con lo que la cifra de créditos disponibles para propósitos útiles va disminuyendo a pesar de todo cuanto se pueda hacer para impedirlo.
»Al final la situación impositiva se vuelve insoportable y provoca descontento y deseos de rebelión. Los libros de historia suelen responsabilizar de ello a la codicia de los hombres de negocios, la corrupción política, la brutalidad de los guerreros o la ambición de los virreyes…, pero ellos sólo son los individuos que se aprovechan del exceso impositivo.
–¿Me está diciendo que nuestro sistema impositivo es excesivamente complicado? – preguntó el general con voz ronca.
–Si no lo fuese, al menos que yo sepa, sería el único ejemplo existente en la historia -dijo Seldon-. Si hay algo que la psicohistoria sostenga como inevitable es el exceso y el caos impositivo.
–¿Y qué podemos hacer al respecto?
–No puedo responder a esa pregunta, y por eso querría preparar un informe que, como usted ha dicho, quizá exija algún tiempo para ser redactado.
–Olvídese del informe. El sistema impositivo es excesivamente complicado, ¿No es eso lo que me está diciendo?
–Es posible que lo sea -replicó cautelosamente Seldon.
–Y para corregir ese defecto hay que simplificar el sistema impositivo…, es decir, hay que hacerlo lo más sencillo posible.
–Tendría que estudiar…
–Tonterías. Lo opuesto de una gran complicación es una gran simplicidad. No necesito un informe para saberlo.
–Como usted diga, General -murmuró Seldon.
En aquel momento el general alzó la mirada como si acabara de recibir una llamada… y así era. Apretó los puños y una imagen en holovisión del coronel Linn y Dors Venabili apareció repentinamente en la habitación.