Hacia la Fundación (42 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

Wanda señaló una ecuación multicolor que flotaba a su izquierda.

–¿No te gusta? ¿Por qué dices que no queda bien? – preguntó Amaryl frunciendo el ceño.

–Porque no es… bonita. Yo no la habría hecho así.

Amaryl carraspeó.

–Bueno, intentaré arreglarlo.

Se acercó un poco más a la ecuación y clavó su mirada de búho en ella.

–Tío Yugo, te agradezco mucho que me hayas enseñado esas luces tan bonitas -dijo Wanda-. Puede que algún día entienda lo que significan.

–No ha sido muy difícil -dijo Amaryl-. Espero que te sientas mejor.

–Un poco. Gracias.

Wanda salió del despacho después de dedicarle la más breve de las sonrisas.

Amaryl se quedó inmóvil sintiéndose un poco herido. No le gustaba oír ninguna clase de críticas a la representación producida por el Primer Radiante…, aunque provinieran de una niña de doce años que no sabía qué era ni para qué servía.

Y mientras contemplaba los símbolos no tenía la más mínima idea de que la revolución psicohistórica acababa de empezar.

4

Por la tarde Amaryl fue a la Universidad de Streeling y entró en el despacho de Hari Seldon. Era un hecho bastante inusual: se podía decir que Amaryl no salía de su despacho ni para charlar con un colega en el pasillo.

–Hari -dijo Amaryl frunciendo el ceño con cara de perplejidad-, ha ocurrido algo muy raro…, algo realmente peculiar.

Seldon contempló a Amaryl y sintió una pena terrible. Amaryl sólo tenía cincuenta y tres años, pero parecía mucho más anciano. Estaba inclinado, y tan delgado y consumido que casi daba la impresión de ser transparente. Se le obligó a someterse a varios exámenes médicos, y todos los doctores recomendaron que abandonara su trabajo durante un largo período de tiempo (algunos sugirieron que de forma permanente) y que
descansara
. Todos estaban de acuerdo en que sólo eso mejoraría su salud. De lo contrario…

Seldon había meneado la cabeza. «Apártenle de su trabajo y morirá más pronto…, se sentirá mucho más desgraciado -había dicho-. No podemos hacer nada».

Un instante después Seldon se dio cuenta de que estaba tan absorto en aquellos deprimentes pensamientos que no había oído lo que acababa de decir Yugo.

–Lo siento, Yugo -dijo-. Estoy un poco distraído. Vuelve a empezar, ¿quieres?

–Te estoy diciendo que ha ocurrido algo muy raro, algo realmente peculiar -repitió Yugo.

–¿De qué se trata, Yugo?

–Wanda vino a verme…, estaba muy triste y preocupada.

–¿Por qué?

–Parece que por el nuevo bebé.

–Oh, sí -dijo Hari, y en su voz había algo más que una huella de culpabilidad.

–Es lo que me dijo. Apoyó la cabeza en mi hombro y lloró…, la verdad es que yo también derramé unas cuantas lágrimas, Hari, y luego se me ocurrió que quizá podría animarla enseñándole el Primer Radiante y…

Amaryl vaciló como si quisiera escoger muy cuidadosamente sus próximas palabras.

–Sigue, Yugo. ¿Qué ocurrió?

–Bueno, estuvo contemplando las luces y los colores y yo amplié una parte…, la sección 42R54 para ser exactos. ¿Estás familiarizado con ella?

Seldon sonrió.

–No, Yugo, nunca he conseguido aprender las ecuaciones de memoria como tú.

–Bueno, pues deberías intentarlo -dijo Amaryl con severidad-. ¿Cómo puedes aspirar a hacer un buen trabajo si…? Da igual, olvídalo… Lo que estoy diciendo es que Wanda señaló una parte de la ecuación y dijo que no estaba bien. Dijo que no era
bonita
.

–¿Eso te parece raro? Todos tenemos nuestras pequeñas manías personales en cuanto a nuestras preferencias.

–Sí, por supuesto, pero luego pensé en lo que había dicho, le dediqué algún tiempo a esa ecuación, ¿sabes? y… Hari,
había
algo equivocado en ella. La programación era inexacta y esa parte, justo la que Wanda señaló, no era correcta…, y, realmente, no era bonita.

Seldon se irguió en su asiento y frunció el ceño.

–Yugo, vamos a ver si lo he entendido bien. Wanda señaló una ecuación aparentemente al azar, dijo que no estaba bien… ¿Y acertó?

–Sí. Señaló una ecuación, pero no al azar: no vaciló ni un instante.

–Pero eso es imposible.

–Pero ocurrió. Yo estaba allí.

–No estoy diciendo que no ocurriese. Me he limitado a decir que fue una increíble coincidencia.

–¿Lo fue? Con todos los conocimientos de psicohistoria que posees, ¿crees que serías capaz de echar un vistazo a un nuevo conjunto de ecuaciones y decirme que una parte está equivocada?

–Bueno, Yugo, entonces… ¿Cómo se te ocurrió ampliar esa parte de la ecuación? – preguntó Seldon-. ¿Qué te hizo escoger esa parte en concreto para aumentarla de tamaño?

Amaryl se encogió de hombros.

–Eso sí fue una coincidencia…, si prefieres utilizar esa palabra. Me limité a juguetear con los controles.

–No pudo ser una coincidencia -murmuró Seldon.

Permaneció absorto en sus pensamientos durante unos momentos, y después formuló la pregunta que hizo avanzar la revolución psicohistórica iniciada por Wanda.

–Yugo, ¿sospechabas que esa ecuación pudiera estar equivocada? – le preguntó-. ¿Tenías alguna razón para creer que había algo erróneo en ella?

Amaryl jugueteó con el fajín de su unitraje y pareció sentirse un poco incómodo.

–Sí, creo que sí. Verás, yo…

–¿Crees que sí?

–Estoy seguro de que sí. Es una sección nueva, ¿sabes? Me pareció recordar que cuando la estaba incorporando al Primer Radiante mis dedos…, bueno, es posible que introdujese algún error en el programador. En aquel momento me pareció que la ecuación era correcta, pero supongo que mi subconsciente siguió dándole vueltas. Recuerdo haber pensado que no quedaba bien, pero tenía otras cosas que hacer y acabé por dejarlo estar. Pero cuando Wanda señaló precisamente la parte de la ecuación que me había estado preocupando decidí comprobarla, y de no haber sido por todo lo que acabo de explicar no le habría dado ninguna importancia a lo que dijo.

–Y ampliaste ese mismo fragmento de las ecuaciones para enseñárselo a Wanda. Como si tu subconsciente estuviera obsesionado por él…

Amaryl se encogió de hombros.

–¿Quién sabe?

–Y justo antes los dos estabais muy cerca. Os habíais abrazado y estabais llorando.

Amaryl volvió a encogerse de hombros, y pareció sentirse todavía más incómodo que hacía unos momentos.

–Creo que sé lo que ocurrió, Yugo -dijo Seldon. Wanda te leyó la mente.

Amaryl se sobresaltó de forma tan visible como si acabaran de morderle.

–¡Eso es imposible!

–En una ocasión conocí a alguien que poseía unos poderes mentales muy extraños -dijo Seldon hablando muy despacio y con voz entristecida, y pensó en Eto Demerzel o Daneel, su nombre secreto-, sólo que él era
más
que humano. Pero su capacidad para leer las mentes, captar los pensamientos de los demás y persuadirles para que actuaran de una forma determinada…, no cabe duda de que era un
don mental
. Creo que Wanda quizá también posea ese don.

–No puedo creerlo -insistió Amaryl.

–Yo sí -dijo Seldon-, pero no sé qué hacer al respecto.

Empezaba a ser vagamente consciente del estallido lejano de una revolución en las investigaciones psicohistóricas, pero aún no podía oírlo con claridad.

5

–Papá, pareces cansado -dijo Raych con voz un poco preocupada.

–Sí, la verdad es que creo que lo estoy -dijo Seldon-. ¿Pero y tú? ¿Qué tal estás?

Raych tenía cuarenta y cuatro años y en su cabellera empezaban a verse unas cuantas canas, pero su bigote seguía siendo frondoso, oscuro y totalmente dahlita. Seldon se preguntó si se lo teñía, pero sabía que no era un tema sobre el que se pudiera hablar.

–¿Has acabado de dar conferencias por una temporada? – preguntó.

–Sí, aunque no por mucho tiempo. Me alegra estar en casa y ver al bebé, a Manella y a Wanda…, y a ti, papá.

–Gracias, pero tengo una noticia para ti, Raych. Se acabaron las conferencias. Voy a necesitarte aquí.

Raych frunció el ceño.

–¿Para qué?

Raych había sido enviado a dos misiones muy delicadas, pero aquello ocurrió durante los días de la amenaza joranumita y, por las últimas noticias, todo parecía estar en calma, especialmente después de la caída de la Junta y la subida al trono de un Emperador al que apenas se veía.

–Es por algo relacionado con Wanda -dijo Seldon.

–¿Wanda? ¿Qué le pasa a Wanda?

–No le pasa nada, pero tendremos que hacer un mapa completo de su genoma, así como del tuyo y el de Manella…, y dentro de algún tiempo también tendremos que hacer lo mismo con el bebé.

–¿Con Bellis? ¿Qué está ocurriendo?

Seldon vaciló.

–Raych, ya sabes que tu madre y yo siempre pensamos que había en ti algo que inspiraba afecto y confianza, algo que hacía que resultara muy fácil quererte…

–Sí, ya lo sé. Lo decías con bastante frecuencia siempre que intentabas conseguir que hiciera algo difícil, pero si he de serte sincero yo nunca lo he notado.

–No, pero yo y…, y Dors te quisimos nada más conocerte. – (Ya habían pasado cuatro años desde la destrucción de Dors, pero aún le costaba pronunciar su nombre)-. Rashelle de Wye, Jo-Jo Joranum, Manella… Les conquistaste a todos apenas te conocieron. ¿Cómo lo explicas?

-Inteligencia y encanto -dijo Raych con una sonrisa burlona.

-¿Has pensado que podrías haber estado en contacto con sus mentes y las nuestras?

-No, nunca lo pensé. Y ahora que lo mencionas, creo que es ridículo… Con todo respeto, papá, por supuesto.

-¿Qué pasa si te digo que Wanda parece haber leído la mente de Yugo durante un momento de crisis?

–Yo diría que es una coincidencia o que sólo son imaginaciones tuyas.

–Raych, hace mucho tiempo conocí a alguien para quien manipular las mentes humanas era tan sencillo como hablar nos resulta a ti o a mí.

–¿Quién era?

–No puedo hablar de él, pero acepta mi palabra.

–Bueno… -dijo Raych con voz dubitativa.

–He estado en la Biblioteca Galáctica haciendo algunas investigaciones sobre esos temas. Existe una peculiar historia que tiene veinte mil años de antigüedad y, por tanto, se remonta a los nebulosos orígenes del viaje hiperespacial. La protagonista de esa historia era una joven no mucho mayor que Wanda capaz de comunicarse con todo un planeta que orbitaba un sol llamado Némesis.

–Debe ser un cuento de hadas, ¿no?

–Seguramente, y sólo se ha conservado una parte de la historia. Pero la similitud con Wanda es asombrosa.

–Papá, ¿qué estás planeando? – preguntó Raych.

–No estoy seguro, Raych. Necesito conocer el genoma de la niña y he de encontrar a más personas que sean como Wanda. Creo que no es frecuente, pero que de vez en cuando nacen bebés con ese tipo de habilidades mentales y que, por lo general, sólo sirven para crearles problemas aunque aprendan a ocultar su talento. A medida que van creciendo, sus capacidades van quedando enterradas en las profundidades de su mente en lo que podría llamarse un acto de autoconservación inconsciente. Estoy seguro de que en el Imperio, o incluso entre los cuarenta mil millones de trantorianos, tiene que haber más personas como Wanda, y si conociera el genoma que busco podría diseñar pruebas para las personas que pudieran tener esos poderes.

–¿Y qué harías con ellas si las encontraras, papá?

–Creo que son justo lo que necesito para seguir desarrollando la psicohistoria.

–¿Y Wanda es la primera persona de ese tipo que has encontrado y tienes intención de convertirla en una psicohistoriadora? – preguntó Raych.

–Quizá.

–Como Yugo… ¡Papá, no!

–¿Por qué no?

–Porque quiero que crezca como una chica normal y que se convierta en una mujer normal. No permitiré que la sientes delante del Primer Radiante y que la conviertas en un monumento viviente a las matemáticas psicohistóricas.

–Puede que eso no ocurra nunca, Raych, pero necesitamos conocer su genoma -dijo Seldon-. Ya sabes que desde hace varios miles de años se ha sugerido una y otra vez que el genoma de cada ser humano debería ser conocido y estar disponible. La única razón por la que no se ha convertido en una práctica corriente es que resultaría muy caro, pero nadie duda de su utilidad. Supongo que eres consciente de los beneficios que reportaría, ¿no? Aunque no descubramos nada más, sabremos qué tendencias a una amplia gama de trastornos fisiológicos presenta Wanda. Si dispusiéramos del genoma de Yugo estoy seguro de que ahora no se estaría muriendo. Por lo menos podemos llegar hasta aquí, ¿no?

–Bueno, papá… Quizá, pero no más lejos. Apostaría a que Manella se tomará todo esto mucho peor que yo.

–Muy bien -dijo Seldon-. Pero recuerda…, se acabaron las giras para dar conferencias. Necesito que estés en casa.

–Ya veremos -dijo Raych, y se fue.

Seldon se quedó sentado pensando en el dilema al que se enfrentaba. Eto Demerzel, la única persona capaz de manipular las mentes que había conocido, habría sabido qué hacer. Dors, con su conocimiento inhumano, quizá también lo habría sabido.

En cuanto a él, empezaba a tener la vaga imagen de una psicohistoria futura…, nada más.

6

Obtener el genoma completo de Wanda no era tarea fácil.

Para empezar, el número de biofísicos capaces de estudiar el genoma era muy reducido, y solían estar muy ocupados. Aparte de eso, Seldon tampoco podía despertar su interés revelándoles el motivo por el que necesitaba disponer del genoma. Seldon no habría sabido explicarlo, pero tenía la sensación de que la auténtica razón de su interés en los poderes mentales de Wanda se debía a un secreto ignorado por toda la galaxia.

Otra dificultad añadida estribaba en el enorme costo del proceso.

Seldon meneó la cabeza.

–¿Por qué es tan caro, doctora Endelecki? – le preguntó a Mian Endelecki, la biofísica a la que había acudido-. No soy experto en este campo, pero tengo entendido que todo el proceso se lleva a cabo mediante ordenadores y que en cuanto obtienen unas cuantas células de la piel, el genoma puede ser construido y analizado en pocos días.

–Cierto, pero manejar una molécula de ácido desoxirribonucleico desplegando miles de millones de nucleótidos y haciendo que cada purina y pirimidina esté en su sitio, es la parte menos complicada del proceso, profesor Seldon. Después hay que estudiar y comparar toda la información con el modelo promedio.

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