Harry Potter. La colección completa (236 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

—¿De qué me hablas?

—Te hablo de… ¡Mira!

Harry agarró a Ron por un brazo y le dio la vuelta, colocándolo cara a cara con el caballo alado. Ron lo miró fijamente un par de segundos y luego volvió a mirar a Harry.

—¿Qué se supone que estoy mirando?

—El… ¡Aquí, entre las varas! ¡Enganchado al coche! ¡Lo tienes delante de las narices!

Pero Ron seguía sin comprender ni una palabra, y entonces a Harry se le ocurrió algo muy extraño.

—¿No…, no los ves?

—¿Ver qué?

—¿No ves lo que tira de los carruajes?

En ese instante Ron parecía ya muy alarmado.

—¿Te encuentras bien, Harry?

—Sí, claro…

Harry estaba absolutamente perplejo. El caballo estaba allí mismo, delante de él, sólido y reluciente bajo la débil luz que salía de las ventanas de la estación que tenían detrás, y le salía vaho por los orificios de la nariz. Sin embargo, a menos que Ron estuviera gastándole una broma, y si así era no tenía ninguna gracia, su amigo no los veía.

—¿Subimos o no? —preguntó éste, perplejo, mirando a Harry como si estuviera preocupado por él.

—Sí. Sí, subamos…

—No pasa nada —dijo entonces una voz soñadora detrás de Harry en cuanto Ron se perdió en el oscuro interior del carruaje—. No te estás volviendo loco ni nada parecido. Yo también los veo.

—¿Ah, sí? —replicó Harry, desesperado, volviéndose hacia Luna y viendo reflejados en sus redondos y plateados ojos los caballos con alas de murciélago.

—Sí, claro. Yo ya los vi el primer día que vine aquí —le explicó la chica—. Siempre han tirado de los carruajes. No te preocupes, estás tan cuerdo como yo.

Luna esbozó una sonrisa y subió al mohoso carruaje detrás de Ron, y Harry la siguió sin estar muy convencido.

11
La nueva canción del Sombrero Seleccionador

Harry no quería que los demás supieran que Luna y él tenían la misma alucinación, si eso es lo que era, de modo que no volvió a mencionar los caballos; simplemente se sentó en el carruaje y cerró la portezuela tras él. Con todo, no pudo evitar mirar las siluetas de los animales que se movían detrás de la ventanilla.

—¿Habéis visto a Grubbly-Plank? —preguntó Ginny—. ¿Qué hace aquí? No se habrá marchado Hagrid, ¿verdad?

—A mí no me importaría —dijo Luna—. No es muy buen profesor.

—¡Claro que lo es! —saltaron Harry, Ron y Ginny, enojados.

Harry lanzó una mirada fulminante a Hermione, que carraspeó y dijo:

—Sí, sí… Es muy bueno.

—Pues a los de Ravenclaw nos da mucha risa —comentó Luna sin inmutarse.

—Se ve que tenéis un sentido del humor muy raro —le espetó Ron mientras las ruedas del carruaje empezaban a moverse.

A Luna no pareció afectarle la tosquedad de Ron; más bien al contrario: se quedó mirándolo un buen rato como si fuera un programa de televisión poco interesante.

Los coches, traqueteando y balanceándose, avanzaban en caravana por el camino. Cuando pasaron entre los dos altos pilares de piedra, adornados con sendos cerdos alados en la parte de arriba, que había a ambos lados de la verja de los jardines del colegio, Harry se inclinó hacia delante para ver si había luz en la cabaña de Hagrid, junto al Bosque Prohibido, pero los jardines estaban completamente a oscuras. El castillo de Hogwarts, sin embargo, se erguía ante ellos: un imponente conjunto de torrecillas, negro como el azabache contra el oscuro cielo, con alguna que otra ventana muy iluminada en la parte superior.

Los carruajes se detuvieron con un tintineo cerca de los escalones de piedra que conducían a las puertas de roble, y Harry fue el primero en apearse. Se dio la vuelta una vez más para comprobar si había alguna ventana iluminada cerca del bosque, pero no distinguió señales de vida en la cabaña de Hagrid. Luego volvió a mirar de mala gana, porque todavía albergaba esperanzas de que hubieran desaparecido, a aquellas esqueléticas criaturas que conducían los carruajes, y vio que se habían quedado quietas y silenciosas en la fría noche, y que sus blancos e inexpresivos ojos relucían.

Harry ya había tenido en otra ocasión la experiencia de percibir algo que Ron no podía ver, pero se había tratado de un reflejo en un espejo, algo mucho más incorpóreo que un centenar de sólidos animales lo bastante fuertes para tirar de una flota de carruajes. Si Luna no mentía, aquellas bestias siempre habían estado allí, aunque él nunca las había visto. Entonces ¿por qué podía percibirlas en ese momento, y su amigo no?

—¿Vienes o qué? —le preguntó Ron.

—¡Ah, sí! —respondió Harry rápidamente, y se unieron a la muchedumbre que corría escalones arriba y entraba en el castillo.

El vestíbulo resplandecía con la luz de las antorchas, y en él resonaban los pasos de los alumnos que caminaban por el suelo de losas de piedra hacia las puertas que había a la derecha, las cuales conducían al Gran Comedor donde iba a celebrarse el banquete de bienvenida.

Los alumnos fueron sentándose a las cuatro largas mesas del Gran Comedor, que pertenecían a cada una de las casas del colegio, bajo un techo negro sin estrellas, idéntico al cielo que podía verse a través de las altas ventanas. Las velas que flotaban en el aire, sobre las mesas, iluminaban a los plateados fantasmas que había desperdigados por el comedor, así como los rostros de los alumnos, que hablaban con entusiasmo intercambiando noticias del verano, saludando a gritos a los amigos de otras casas y examinándose los recientes cortes de pelo y las nuevas túnicas. Una vez más, Harry se fijó en que la gente inclinaba la cabeza para cuchichear entre sí cuando él pasaba a su lado; apretó los dientes e intentó hacer como que no lo había notado o que no le importaba.

Luna se separó de ellos al llegar a la mesa de Ravenclaw. En cuanto los demás llegaron a la de Gryffindor, a Ginny la llamaron unos compañeros de cuarto y fue a sentarse con ellos; Harry, Ron, Hermione y Neville encontraron cuatro asientos libres hacia la mitad de la mesa, entre Nick Casi Decapitado, el fantasma de la casa de Gryffindor, y Parvati Patil y Lavender Brown; éstas saludaron a Harry con tanta despreocupación y efusividad que el chico no tuvo ninguna duda de que habían dejado de hablar de él un segundo antes. Pero Harry tenía cosas más importantes en que pensar: miraba por encima de las cabezas de los alumnos hacia la mesa de los profesores, que discurría a lo largo de la pared del fondo del comedor.

—Ahí tampoco está.

Ron y Hermione recorrieron también la mesa con la mirada, aunque en realidad no hacía falta: por su estatura, Hagrid destacaba enseguida en cualquier lugar.

—No puede haberse marchado —comentó Ron, que parecía un tanto angustiado.

—Claro que no —dijo Harry firmemente.

—No le habrá… pasado nada, ¿verdad? —sugirió Hermione con inquietud.

—No —respondió Harry de inmediato.

—Pero ¿entonces dónde está?

Se produjo una pausa, y luego Harry dijo en voz baja para que no lo oyeran Neville, Parvati y Lavender:

—A lo mejor todavía no ha vuelto. Ya sabéis…, de su misión, de eso que ha estado haciendo este verano para Dumbledore.

—Sí… Sí, debe de ser eso —coincidió Ron, más tranquilo; pero Hermione se mordió el labio inferior y siguió recorriendo la mesa de los profesores con la mirada, como si allí fuera a encontrar alguna explicación convincente a la ausencia de Hagrid.

—¿Quién es ésa? —preguntó de pronto, señalando hacia la mitad de la mesa.

Harry miró hacia donde indicaba su amiga. Primero se detuvo en la figura del profesor Dumbledore, que estaba sentado en el centro en su silla de oro de alto respaldo, con una túnica de color morado oscuro salpicada de estrellas plateadas y un sombrero a juego. Dumbledore tenía la cabeza inclinada hacia la mujer que estaba sentada a su lado, que le decía algo al oído. Harry pensó que esa mujer parecía una tía solterona: era rechoncha y bajita, y tenía el cabello pardusco, corto y rizado. Se había puesto una espantosa diadema de color rosa que hacía juego con la esponjosa chaqueta de punto del mismo tono que llevaba sobre la túnica. Entonces la mujer giró un poco la cabeza para beber un sorbo de su copa, y Harry vio, con gran sorpresa, un pálido rostro que recordaba al de un sapo y dos ojos saltones y con bolsas.

—¡Es Umbridge!

—¿Quién?

—¡Estaba en la vista! ¡Trabaja para Fudge!

—Bonita chaqueta —comentó Ron con una sonrisa irónica.

—¡Trabaja para Fudge! —repitió Hermione frunciendo el entrecejo—. Entonces ¿qué demonios hace aquí?

—No lo sé…

Hermione volvió a recorrer la mesa de los profesores con los ojos entornados.

—No —murmuró—, no, seguro que no…

Harry no entendió a qué se refería, pero no se lo preguntó, pues en ese instante acaparaba su atención la profesora Grubbly-Plank, que acababa de aparecer detrás de la mesa de los profesores; fue hasta el extremo de la mesa y se sentó en el lugar que debería haber ocupado Hagrid. Eso significaba que los de primer año ya habían cruzado el lago y habían llegado al castillo; y en efecto, unos segundos más tarde se abrieron las puertas del Gran Comedor. Por ellas entró una larga fila de alumnos de primero, con pinta de asustados, guiados por la profesora McGonagall, que llevaba en las manos un taburete sobre el que reposaba un viejo sombrero de mago, muy remendado y zurcido, con una ancha rasgadura cerca del raído borde.

Los murmullos que llenaban el Gran Comedor fueron apagándose. Los de primer año se pusieron en fila delante de la mesa de los profesores, de cara al resto de los alumnos, y la profesora McGonagall dejó con cuidado el taburete delante de ellos y luego se apartó.

Los rostros de los de primero relucían débilmente a la luz de las velas. Había un muchacho hacia la mitad de la fila que temblaba. Durante un momento Harry recordó lo aterrado que él estaba el día que tuvo que esperar allí de pie a que le tocara el turno de someterse al examen que decidiría a qué casa pertenecería.

El colegio entero permanecía expectante, conteniendo la respiración. Entonces la rasgadura que el sombrero tenía cerca del borde se abrió, como si fuera una boca, y el Sombrero Seleccionador se puso a cantar:

Cuando Hogwarts comenzaba su andadura
y yo no tenía ni una sola arruga,
los fundadores del colegio creían
que jamás se separarían.
Todos tenían el mismo objetivo,
un solo deseo compartían:
crear el mejor colegio mágico del mundo
y transmitir su saber a sus alumnos.
«¡Juntos lo levantaremos y allí enseñaremos!»,
decidieron los cuatro amigos
sin pensar que su unión pudiera fracasar.
Porque ¿dónde podía encontrarse
a dos amigos como Slytherin y Gryffindor?
Sólo otra pareja, Hufflepuff y Ravenclaw,
a ellos podía compararse.
¿Cómo fue que todo acabó mal?
¿Cómo pudieron arruinarse
tan buenas amistades ?
Veréis, yo estaba allí y puedo contaros
toda la triste y lamentable historia.
Dijo Slytherin: «Sólo enseñaremos a aquellos
que tengan pura ascendencia.»
Dijo Ravenclaw: «Sólo enseñaremos a aquellos
de probada inteligencia.»
Dijo Gryffindor: «Sólo enseñaremos a aquellos
que hayan logrado hazañas.»
Dijo Hufflepuff: «Yo les enseñaré a todos,
y trataré a todos por igual.»
Cada uno de los cuatro fundadores
acogía en su casa a los que quería.
Slytherin sólo aceptaba
a los magos de sangre limpia
y gran astucia, como él,
mientras que Ravenclaw sólo enseñaba
a los de mente muy despierta.
Los más valientes y audaces
tenían como maestro al temerario Gryffindor.
La buena de Hufflepuff se quedó con el resto
y todo su saber les transmitía.
De este modo las casas y sus fundadores
mantuvieron su firme y sincera amistad.
Y Hogwarts funcionó en armonía
durante largos años de felicidad,
hasta que surgió entre nosotros la discordia,
que de nuestros miedos y errores se nutría.
Las casas que, como cuatro pilares,
habían sostenido nuestra escuela
se pelearon entre ellas
y, divididas, todas querían dominar.
Entonces parecía que el colegio
mucho no podría aguantar,
pues siempre había duelos
y peleas entre amigos.
Hasta que por fin una mañana
el viejo Slytherin partió,
y aunque las peleas cesaron,
el colegio muy triste se quedó.
Y nunca desde que los cuatro fundadores
quedaron reducidos a tres
volvieron a estar unidas las casas
como pensaban estarlo siempre.
Y todos los años el Sombrero Seleccionador se presenta,
y todos sabéis para qué:
yo os pongo a cada uno en una casa
porque ésa es mi misión,
pero este año iré más lejos,
escuchad atentamente mi canción:
aunque estoy condenado a separaros
creo que con eso cometemos un error.
Aunque debo cumplir mi deber
y cada año tengo que dividiros,
sigo pensando que así no lograremos
eliminar el miedo que tenemos.
Yo conozco los peligros, leo las señales,
las lecciones que la historia nos enseña,
y os digo que nuestro Hogwarts está amenazado
por malignas fuerzas externas,
y que si unidos no permanecemos
por dentro nos desmoronaremos.
Ya os lo he dicho, ya estáis prevenidos.
Que comience la Selección.

El sombrero se quedó quieto y su discurso fue recibido con un fuerte aplauso, aunque por primera vez, según recordaba Harry, se escucharon al mismo tiempo murmullos y susurros. Por todo el Gran Comedor los alumnos intercambiaban comentarios con sus vecinos, y Harry, mientras aplaudía como los demás, sabía con exactitud de qué hablaban.

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